Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

26/5/09

Relato 7 - Javier Vargas

Un relato difícil. No difícil de escribir, al contrario; me costó 2 tardes escribirlo (tiempo record para mí, que soy extremadamente lento en esto), pero lo difícil fue decidirme a escribir un relato de este tipo. Me refiero a salirme del inquebrantable camino de la elegancia estipulada por lo políticamente correcto al escribir. Pero al analizar en el taller a autores como Bukowski fui tomando conciencia de que no existen temas tabús en la escritura.

Normamente me veía influido al escribir por el famoso "qué dirán" de la gente. No por la gente que ya me conoce, sino principalmente por parte de personas mayores, ya con cierta edad y de valores morales rígidos, adquiridos a lo largo de su vida, tarde ya para cambiarlos ¿Qué pensará de mis cuentos aquella dulce ancianita lectora mía que me daba clases en el instituto (en los tiempos aquellos)? O peor aún, ¿qué pensará de mí al leer un cuento con escenas poco cristianas? ¿Se santiguará cada vez que me vea? No lo sé, pero pronto lo descubriré.

Pienso que es difícil engañar a alguien, pero es aún más difícil engañarse a uno mismo. Hay relatos que se escriben casi sin esfuerzo; que se construyen escena a escena en nuestra cabeza, con la misma facilidad que en un sueño; ideas que nos piden a gritos un cuerpo para poder tomar forma; personajes con los que no inventamos diálogos, sino que acercamos nuestro oído a su boca para que nos susurre sus pensamientos con total libertad; historias que al terminar te dejan con una sonrisa en los labios al ver que es una copia exacta de lo que tenías en la cabeza. Todo esto representa este relato para mí.

He tenido que meter mis prejuicios sobre ciertos temas a tratar en los relatos en una caja y tirarla lejos. He aprendido que incluso dentro de lo grotesco puede haber belleza; que dentro del caos puede existir orden y elegancia exquisita (no hablo de mi relato, hablo de los de Bukowski)

Al fin y al cabo nuestro trabajo se asemeja mucho al de un actor. Un actor interpreta un papel dentro de una escena; un actor a veces tiene que hacer de malo, bueno, machista, racista, idiota, etc, y nadie le reprochará al actor las palabras puestas en su boca. Así mismo, nosotros representamos a todos los actores de la obra. Ponemos cada palabra, cada punto, cada descanso entre diálogos, cada gesto, cada golpe, dentro de nuestra escena. En consecuencia, somos unos actores, y nos limitamos a hacer eso: "actuar".

La gente se masturba, tiene fantasías con la chica del instituto que se sienta delante en el autobús, juzga a la gente por el tamaño de sus tetas, es hipócrita a más no poder, y demás cosas. No es mi culpa. ¿Qué le vamos a hacer? Ah sí, meterlo en palabras y retratarlo.


Soy tu putita

Cuatro hombres jugaban al póquer, sentados alrededor de una mesa vestida con un raído mantel verde. Las colillas apagadas en el cenicero aún dejaban escapar un denso humo blanco que se difuminaba en espirales. La lámpara que había en el techo arrojaba una luz sucia que los iluminaba vagamente. La bombilla empezó a parpadear. Las miradas de los hombres se centraron en ella.

—¿Fredo, cuándo vas a cambiar esa mierda? —preguntó Bill, el más alto de ellos.

Fredo tardó unos segundos en reaccionar. Levantó la vista de sus cartas.

—Pero si es nueva —respondió.
—Pues a ver si dejamos de comprar baratijas. Con esta luz no se puede jugar.
—Deja ya de quejarte. La bombilla no tiene la culpa de tu suerte —replicó Fredo. Dejó sus cartas boca abajo, se levantó con pesadez de su asiento y con el dedo índice le dio golpecitos a la bombilla.

La lámpara dejó de parpadear y empezó a balancearse lentamente. Las sombras cruzaron el rostro enfadado de Bill tres o cuatro veces antes de que se levantara de la mesa y gritara:

—Joder, Fredo, ¿qué hay que hacer aquí para poder jugar en paz?
—Cálmate Bill —Carlos le tocó el hombro para tranquilizarlo—. Sólo es una mala racha; ya sabes cómo es esto. Toma, bebe —le alargó un vaso que contenía un líquido amarillento que descansaba a su lado.

Bill miró el vaso, bebió tres sorbos ruidosamente, relajó el semblante y dejó caer sus 90 kilos en la silla sin decir una palabra.

—¿A qué hemos venido a hablar o a jugar al póquer? —se oyó la voz de Alex desde la esquina de la mesa —. Venga, vas tú Fredo, ¿apuestas?
—Sí, voy —exclamó. Sacó un billete de su cartera y lo puso en el centro de la mesa, junto con el resto de monedas y billetes amontonados.

Bill observó sus cartas con atención antes de decidirse.

—Yo también voy —dijo finalmente.
—Yo paso —dijo Carlos.
Alex bajó sus cartas y sonrió.
—Tú ganas —anunció Fredo.
—¡Joder!¿Por qué coño tendré siempre tan mala suerte? —soltó Bill, dando un golpe en la mesa con la palma de la mano.
—Venga, Bill, no es para tanto —animó Alex, y juntó el dinero que había en la mesa con el montón que tenía frente a él.
—Es fácil decirlo cuando llevas ganando 5 rondas seguidas, ¿no? —preguntó Bill con enfado.
—Ya te tocará, ya verás. Juguemos la última que se hace tarde. Quizás en esta tengas más suerte.
—No sé.
—Venga, Bill —dijo Carlos, dándole palmaditas en la espalda—. Es tu whisky favorito, toma—y volvió a llenar su vaso.
—Está bien, la última —cogió el vaso y asintió—. Reparte ya, Fredo —gruñó.
—Así me gusta, grandullón.

Fredo mezcló las cartas y repartió una a una con rapidez. Bill miró las suyas con aburrimiento, esbozó una pequeña sonrisa involuntaria que cambió rápidamente por un semblante sobrio para esconder su alegría. Decidió cambiar su rostro al modo de enfado habitual y se entretuvo jugando con su whisky para disimular, haciendo círculos con los dedos alrededor de su vaso.

—Yo apuesto —dijo Alex. Puso dos billetes en medio de la mesa
—Yo pago también —dijo Fredo—, y subo la apuesta —arrojó cinco billetes.
—¿Así que vamos en serio, eh? —exclamó Carlos con una sonrisa—. De acuerdo, pero luego no me vengáis con lloriqueos —añadió más dinero al centro.

Bill clavó los ojos en la montaña de billetes que se alzaba en medio. Miró primero sus cartas, luego la montaña; sus ojos brillaron. Se llevó una mano a sus pantalones, sacó una vieja cartera marrón, la llevó al centro de la mesa, le dio la vuelta y la vació entera. Montones de monedas cayeron, haciendo un ruido metálico al chocar. Algún que otro billete arrugado planeó también.

—Creo que es todo lo que tengo, chicos —exclamó, y agitó la cartera con ambas manos para soltar hasta el último céntimo.

Un objeto pequeño y extraño cayó, coronando la cima del dinero de las apuestas. Tenía las iniciales L.P. grabadas. Todos fijaron su vista en él.

—Ey, ¿qué es eso, Bill?
—Sí, ¿qué es? Sabes que sólo se puede apostar con dinero; nada de basura —dijo Fredo, divertido.
—No es basura, idiota —rugió Bill.
—¿Entonces, qué es? —preguntó Alex.
—No es nada. ..No quiero hablar de ello.
—Venga Bill, somos tus amigos, sabes que puedes contarlo —le animó Carlos—. Parece un pin —cogió el objeto y lo colocó bajo la luz— ¿Qué significa L.P.?
—¡No lo toques! —dijo Bill furioso y se lo arrebató de las manos.
—Eh, tranquilo tío, sólo miraba ¿Es tuyo?

Bill tardó en responder. Las facciones duras de su rostro se acentuaron durante ese instante. Desvió la mirada.

—Me lo dio una chica —dijo finalmente, con un hilo de voz apenas audible.
—Uhhhhh, así que era eso, ¿eh?, una chica.
Las risas de los demás estallaron. Bill empezó a ruborizarse.
—¿Y qué le hiciste para que te lo diera, eh muchachote? —Fredo le guiñó un ojo, sacó la lengua y la movió rápidamente en círculos, gesticulando mucho y dejando escapar gemidos ruidosos.
Bill enfureció.
—¡Cállate imbécil! —gritó. Cogió a Fredo de los hombros y lo levantó de la silla sin dificultad. Carlos y Alex los separaron.
—Joder, ¿qué coño te pasa Bill?, era sólo una broma joder—dijo Fredo.
Bill se calmó. Alguien llenó su vaso y se lo puso en la mano.
—¿A qué viene tanto misterio? Cuéntanos ya qué paso —pidió Carlos.

Bill hizo que su mirada se perdiera en su vaso de whisky. Miró al suelo un instante, luego levantó la mirada y observó a su alrededor; apuró el trago hasta la última gota y finalmente se decidió a hablar.

—Ocurrió el sábado pasado —empezó a decir con una voz ronca—. Tenía ganas de tomarme una copa y entré al bar ese nuevo, el que está en la avenida Vermont…
—¿Cuál?¿Ese que está detrás del Twister? —preguntó Alex. Giró su silla hacia Bill.
—Sí, ese. Se llama “Midnight”. Era la inauguración o algo así. No sé. Yo sólo sé que había más tías por metro cuadrado que en un puticlub.

Todos rieron.

—Bueno, me fui a la barra y pedí una copa. Vaya tetas que tenía la camarera, y entonces…
—¿Sabéis quién tiene también un par de buenas tetas? —dijo Fredo—. Esa chica morena que trabaja en el…
—Joder Fredo, ¿quieres callarte y dejarme terminar?
—Perdona.
—…Luego pedí otra, y otra más. No recuerdo cuántas fueron. Lo que sí recuerdo es que había una chica mirándome.
—¿Y estaba buena? —preguntó Fredo.
Bill lo meditó un instante.
—No estaba lo que se dice buena en realidad. Demasiada delgaducha para mí ¿Cómo se llama ese trastorno de las tías con el que dejan de comer?
—¿Operación bikini? —respondió Fredo.
—No idiota. Da igual. El caso es que me estaba mirando como si fuera algo comestible, y eso…eso me puso bastante.
—¿Pero oye, cómo era? —insistió Fredo.
—Era rubia, muy delgada, labios finos, pelo corto y totalmente plana de tetas. Tenía una cara algo extraña; no sé cómo explicarlo. La verdad es que tenía pinta de viciosa.
—¿De viciosa?
—Sí. Tenía pinta de... —Bill tardó unos segundos en continuar—...de lesbiana. Eso es, de lesbiana viciosa.
—¿Pero qué sabrás tú de lesbianas, Bill? —dijo Fredo.
Bill lo fulminó con la mirada.
—¿Y qué pasó? —se adelantó Alex a preguntar. Acercó más su silla a Bill.
—Ya os dije como era. Sinceramente no era mi tipo, pero… —Bill dejó la frase a medias.
—¿Pero qué? —preguntaron todos a la vez.
—Que estaba muy borracho y … joder, un coñito es un coñito, ¿no es así? —preguntó Bill con poca convicción. Los demás asintieron.
—Me acerqué a ella. “Hola” le dije y empezamos a hablar. La verdad es que apenas hablamos…¿o quizás sí? No sé, iba muy borracho, ya os lo dije. Se me acercó y me susurró al oído: “¿Quieres venir a mi casa? Podemos jugar un poco”.
—¿Así sin más? ¿Seguro que no cobraba? —preguntó Fredo.
—Que no, joder. Ya sé que suena muy raro pero es así como pasó. En fin, que no me lo pensé dos veces y le dije que sí. Me monté en su coche y creo que me quedé un poco dormido mientras me llevaba. Al rato me despertó y me dijo que habíamos llegado.
—Venga, Bill… —dijo Fredo en tono divertido.
—Me da igual lo que pienses. Es lo que pasó —Billo hizo una pausa para beber—. Luego subimos a su casa. No había nadie. Entramos a su cuarto y cerró la puerta. Me dijo que iba a ponerse cómoda. Volvió a los 5 minutos y estaba vestida de monja.
—¿QUÉ?¿DE MONJA? —preguntó Fredo casi gritando.
—Que sí, de monja, con un hábito marrón y negro —respondió Bill.
—Pero no tiene sentido ¿Y por qué iba a ponerse eso?
—Y yo que sé. Hay gente muy rara ahí fuera —dijo Bill.
—¿Y qué te dijo? —preguntó Carlos.
—No me dijo nada de lo que ella llevaba puesto. Supongo que le daría morbo llevarlo o qué sé yo. “Quítate la ropa” me dijo. Yo seguía sorprendido y no dije nada, sólo hice lo que me pidió.
—¿Y te quedaste en pelotas? —preguntó Fredo.
—Claro, joder. “Túmbate en la cama, guapetón”, me dijo la monja y le obedecí. Sacó una caja negra de debajo de la cama. Era como un maletín. Lo abrió y cogió un par de esposas.
—¿De esposas?¿Era policía? —preguntó Fredo riéndose.
—No, imbécil. Esposas de juguetes sexuales. Esas mariconadas que compran algunos tíos raros. Parecían rígidas, pero estaban forradas de algo rosa con muchos pelos. Me ató a la cama con ellas.
—¿Enserio? ¿Y por qué dejaste que lo hiciera? —dijo Carlos.
—¿Y yo que sé? Apenas me podía mantener en pie de lo borracho que iba. En ese momento no lo pensé. “¿Te gusta el BSDM?”, me preguntó. Yo pensé que era alguna postura nueva o algo de eso y le dije que sí. Fue entonces cuando…—la voz de Bill se quebró.
—¿Cuándo qué?
—…cuando abrió el maletín y sacó un látigo.

Las risas estallaron por la habitación. Bill montó en cólera.

—¿Y yo que sabía lo que era eso, joder? —gritó Bill defendiéndose.
—¿Bueno, y que hizo luego? —preguntó Alex, conteniendo la risa.
—Nada…
—Bill, por favor. Somos tus amigos —apuntó Carlos—. Nada de esto saldrá de aquí, ¿verdad chicos? —los demás asintieron.
—Sírveme otra copa —pidió Bill. Dudó un instante pero continuó hablando.
—Entonces me tapó los ojos con una venda oscura. “Sólo será un momento, para no estropear la sorpresa”, me dijo. Sentí cómo me ponía algo de ropa, pero no me importó. “Ya estás listo”, anunció ella con voz sensual. Había algo de metal que estaba frío pero tenía los ojos vendados para verlo y las manos atadas para poder quitármelo.
>>Luego… ya entendéis. Yo la tenía dura y ella sin decir nada se levantó la parte de abajo del hábito, se la metió y empezó a cabalgarme. No sabéis cómo gritaba la tía, y los gemidos que soltaba. Después me quitó la venda y pude verlo todo.
—¿Qué viste? —preguntaron.
—La tía tenía el látigo en la mano. En la cabeza llevaba esa cosa que se ponen las monjas para que sólo se les vea el pelo, gemía más y más, y me di cuenta de que yo llevaba puesto un sujetador rojo y un tanga de encaje a juego, con uno de esos agujeros en medio para poder follar sin quitártelo….fue horrible —Bill se tapó la cara.
>>Y cuando pensé que no podía ser peor la tía empieza a gemir como un orangután en celo y me dice: “¿Quién es mi putita?”. Me quedé helado. No sé cómo no se me bajó la erección en ese momento. El caso es que yo no dije nada, entonces cogió el látigo y empezó a azotarme, más y más fuerte. “¿QUIÉN ES MI PUTITA?”, volvió a preguntar la zorra, esta vez gritando.
—¿Y qué hiciste, Bill? —preguntaron en coro.
—Yo…veréis, me estaba pegando muy fuerte… y yo estaba atado… y no podía hacer nada… y sólo quería que parara… —Bill se ruborizó y miró al suelo.
>>”Yo, yo soy tu putita”, le dije…—añadió.

Se hizo el silencio en la habitación. Un segundo después las risas inundaron hasta el último rincón. Bill se levantó, cogió el objeto metálico que había apostado, tiró la mesa de un empujón y salió de la casa.
Bill se detuvo. Bajó la mirada y observó sus pantalones; se adivinaba un bulto debajo de ellos. Sacó su teléfono, marcó un número y esperó.

—Hola. Soy el del otro día, el del club Midnight.
—[…]
—Sí, llevo aún el pin de La Putita.
—[…]
—Sí—Bill se bajó un poco los pantalones y acarició su tanga rojo de encaje. Jugó con el agujero que había en medio—. Llevo puesto el tanga también ¿Podríamos vernos?

Bill palpó su inmensa erección y sonrió.




3 comentarios:

  1. La idea es buena,pero despues de la introducción personal que has dado me esperaba algo más, cuando estaba en lo más interesante termina la historia de forma brusca y sin aclarar mucho que pasó despues de que estuvieran juntos la primera noche. por cierto, no he entendido lo del pín, que sentido tiene en la historia. Por lo demás bien escrito, aunque la ambientación en la época tampoco queda clara, me veía en una peli de gandster en los años 70.

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  2. Gracias por tomarte la molestia de leer, y es más, comentar.

    Esa parte de la historia que comentas que se quedó sin aclarar no me pareció tan importante como para inventarme el modo de contarla. Digo inventarme el modo de contarla debido al narrador deficiente que elegí. Si hubiera sido omnisciente hubiera sido muy fácil completar la historia después que el protagonista abandonara la mesa. En mi cabeza el trozo de historia que falta se dibujaba como un Bill horrorizado como si hubiera sufrido una violación. Él, que siempre había sido de ordenar y mandar (como intento reflejarlo en el relato) probó el lado opuesto, pero hasta que no volvió a revivirlo (al contarlo a sus amigos) no tomó conciencia de que en realidad no había sido tan desagradable como creyó, incluso se dio cuenta de que le había gustado, hasta el punto de volver a llamar a aquella chica.

    El pin era una forma de marcarlo, al igual que ponerle un collar a tu perro. Las iniciales del pin eran L.P.(La Putita), aunque al decirlo sólo en la última parte puede que la gente que no haya caído en el detalle se despiste y se pierda.

    Lo de la ambientación no sé, es todo muy relativo y subjetivo. Simplemente intenté representar el salón de la casa de un tío donde se reúnen para jugar al póquer sus amigos.

    Un saludo.

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  3. Anónimo1/6/09, 5:06

    Una buena idea pero poco desarrollada.

    Para mi gusto hay excesivas interrupciones de los demás personajes y el final queda un poco fugaz con la repentina marcha de la partida. No obstante está bien, aunque el prólogo sea casi mas grande que el relato... :D

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