Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

10/5/09

-Relato 4 de Manuel López

Los poceros (para Paco Basallote)

La historia de los poceros de Ventera corrió famosa por los pueblos del entorno a Ventera durante unos quince o veinte años. Después de ellos, comenzó la huida de la gente del pueblo a la ciudad y con ello las relaciones se hicieron más casuales, menos rutinarias y cercanas, las historias que saltan de boca en boca se fueron perdiendo, se fueron cayendo y tragando por la tierra, sedienta como siempre, de aquella región perdida de Aragón.

El año 50 fue seco. El año 50 fue también seco, uno más de una serie de años en los que la lluvia se había como ausentado de entre los fenómenos meteorológicos.

Era el pequeño pueblo de Ventera, uno más de los diez que formaban el valle del río Requiebro; el más alejado del cauce medio seco del río, pero el de más fácil comunicación con la carretera general.
Aquella mañana de finales de junio, el día amaneció soleado. Desde el amanecer, el sol fue provocando con su sombra sobre los edificios líneas cada vez más inclinadas que el reloj de sol de la iglesia usaba para funcionar. Y, a la vez, por la carretera polvorienta que accede al pueblo, el camión de los poceros recorría despacio los últimos kilómetros hasta el pueblo, dejando tras de sí la línea, inclinada también, del polvo que levantaban sus ruedas, estela señalada y utilizada por el alcalde para anticipar la llegada de los esperados poceros.

- Leandro.
- ¿Qué me dice?
- Por fin, Leandro, por fin. Dos semanas de retraso pero ya están aquí. Ya están aquí. Ahora en cuanto que lleguen, Leandro, los vasos, la botella de vino y los refrescos. Que de principio ellos se tienen que sentir como en su casa. – Don Guillermo el alcalde repetía por enésima vez a Leandro, el lerdo secretario las instrucciones repasadas una y otra vez.- Que se van a quedar aquí mucho tiempo y la primera impresión es la que cuenta, como en su casa, ¿eh, Leandro?
- Sí, señor Guillermo, como en su casa; la botella de vino y los refrescos. Como en su casa don Guillermo, como en su casa.
- Sí, sí, Leandro, como en su casa, eso Leandro. – Leandro tenía un retardo en la mente, era de razonamiento lento y obtusas conclusiones.

El reloj de sol marcaría la una de la tarde cuando el camión de los poceros se detenía en la plaza del pueblo, haciendo que todo el polvo de su estela lo alcanzara y cayera sobre los que, a pleno sol de la una en el mes de junio, lo esperaban.

- Déjenme, déjenme pasar; quita, niño, quitad, niños, ¡¿pero es que no podéis quitar a los niños de aquí delante?! que cada uno coja a los suyos. Perdonen, señores. Soy don Guillermo, el alcalde de Ventera.- y don Guillermo, bajito hombre, se plantó delante de los poceros, agarró sus pantalones con ambas manos y los subió hasta más arriba de su ombligo como siempre los llevaba y tendió la mano a uno de ellos.
- ¡Uribe, un amigo! Con que esto es Ventera, ya teníamos ganas de verlo, sí señor.- y Uribe subía la cabeza, como para otear más, marcando un círculo con su mirada alrededor de la plaza, por encima de las cabezas que lo miraban con admiración.
- Leandro, soy Leandro, el secretario de don Guillermo.
- Encantado Leandro.
- ¿Quieren agua o refrescos? Ustedes como en su casa, como en su casa.
- Ah, se agradece, Leandro me ha dicho, ¿no? Muchas gracias Leandro. Jesús, Sera, venid a tomar algo. Pues esta agua es buena, ¿es de aquí del pueblo?
- No, señor Uribe, esta la traemos embotellada. A ver si conseguimos hacerle pozo al pueblo y sale otra aún más buena que esta…
- Sí, seguro que sí, seguro que sí. Ya he estado viendo la zona desde el camión, ahora cuando hablemos le contaré.
- Eso, ahora me contará, ahora me contará… ¡Vicenta llévate al niño, haga usted el favor!

Uribe, en camisa celeste con las mangas remangadas, unos pantalones color marfil atados con una guita y unas alpargatas de cáñamo. Jesús lleva un mono de albañil con el pecho descubierto, las mangas atadas a la cintura y unas botas de cuero gastadas y rotas, lo que tiene Uribe de grande lo tiene él de menudo, huesudo y musculoso. Sera es joven, el más joven de los tres, viste como su tío Jesús un mono de color grisáceo.
Los primeros momentos de su estancia en el pueblo fueron, como se puede imaginar por los antecedentes que hemos expuesto, de algarabía y jolgorio. Cuando Don Guillermo se encaminó a la plaza de Ventera acompañado por el secretario y su bandeja de agua y refrescos, las miradas de los habitantes interpretaron la pronta llegada y comenzaron a acudir presurosos a la misma plaza. Rápidamente todo el pueblo se congregó allí, el mismo pueblo que sería tragado y sepultado por la nube de polvo del camión de Uribe a su llegada.
En el Ayuntamiento se completó el refrigerio, después que los habitantes saludaran uno por uno a los poceros en la plaza, vistos como sus salvadores, concreción de sabios y de hacedores, conocedores de la tierra y el agua, los dos elementos sólidos de los cuatro fundamentales, hombres si los hubiere legendarios, de epopeya.

Han pasado dos días desde la llegada de los poceros. Hoy han comenzado las obras del pozo. Anteayer se pasó el día en el trámite necesario de las charlas con el alcalde, de la acomodación de los poceros en la casa de Luis, del paseo por el pueblo y sus aledaños. Sus pasos nunca eran solitarios, siempre acompañados por el bullicio de la gente que salía de sus hogares y se acercaba a saludarlos, a ofrecerles su casa su comida, su sonrisa y servicialidad. Y ayer fue el día esperado del reconocimiento de las tierras con el “palito”. Acompañaban a Uribe y sus hombres el señor alcalde, Leandro y un reguero de convecinos. Leandro va pegado a Uribe, observando el movimiento vibratorio del palito, que mira al cielo y la tierra. Cuando Uribe se para en un lugar y el palito comienza a tomar vida Leandro se pega se pega a Uribe y enfila la mirada en la misma dirección en que lo hace el palito.

- Don Guillermo, por favor… que estoy trabajando.- y Uribe mira a don Guillermo con gesto de resignación.
- Leandro…
- ¿Qué me dice?
- Leandro, no te acerques tanto al palito que molestas al señor Uribe.
- Se mueve, don Guillermo, se mueve!
- Sí, Leandro, sí, se mueve. Pero tu aléjate un poco, deja al señor Uribe, deja al señor Uribe.
- Dejo al señor Uribe, dejo al señor Uribe.- Uribe lo mira de reojo y se rasca con un pie la pantorrilla de la otra pierna y vuelve a su preguntar con el palito a la tierra.


Marcando un círculo alrededor del pueblo, todas las tierras que lo circundan han sido examinadas, despacio, al ritmo particular que exige el “palito”, hasta determinar el lugar en el que se esconde más cerca y con más abundancia el líquido vital. Uribe lo sujeta por ambos extremos, aprieta con fuerza hacia el interior y deja el resto para las artes adivinatorias.

- Don Guillermo…
- Leandro, Leandro, ¡que no te pegues tanto al señor Uribe!
- ¿Y por qué ahora no lo mueve, señor Uribe?
- Se mueve solo, Leandro, se mueve solo, busca el agua, el palito es especial y sabe dónde hay agua.
- Don Guillermo, ¿y usted no podría haber comprado un palito así para el pueblo?
- Eso no se compra, Leandro. Es un palo especial que hay que saber usarlo, hay que saber usarlo.
- Hay que saber usarlo, hay que saber usarlo.

Uribe sigue andando, varilla en manos y goterones de sudor resbalando por las sienes. Se pregunta a veces como puede una persona tan lerda ser secretario de un pueblo.

- ¡Aquí! ¡Aquí está el agua!

Y los convecinos rodearon el lugar en el que Uribe había clavado una estaca. Miraban al suelo con otra mirada. Luego se miraban entre sí con otra mirada. Y posteriormente volvían la vista de nuevo al suelo.


Hoy ya, Uribe, ante los ojos expectantes de los venteros, ha dado con el pico el primer golpe a la tierra seca. Y tras el primero ha venido un segundo, y un tercero, y un cuarto, y a cada golpe, durante todo el día, alguien de entre los espectadores se ha retirado hasta que la jornada la han acabado ellos tres solos con un agujero de un metro de diámetro y dos de profundidad.

- La tierra, toda la tierra, la tierra en general, es buena, don Guillermo, la tierra es buena.- dice Uribe a don Guillermo delante de un vaso de vino y unas ruedas de salchichón.- esta tierra tiene pinta de ser buena. Hay tierra buena que te devuelve lo que tu le das y otra desagradecida que reniega de tu trabajo. Pasa como con los hombres. Que los hay de todas clases.
- En el mundo de todos cabemos, Uribe; pero todos tienen su lado bueno.
- Hay qué buscárselo, hay que buscárselo. Pero un pozo que no dé agua, eso qué, eso no nos lleva a ningún lado, a ningún lado. Nosotros hemos trabajado hasta los treinta y cuarenta metros buscando agua y nada, y nada. ¿Sabe usted lo que es eso? Que le digas al alcalde, al pueblo entero, que no encontramos agua, que estamos en los 35 m y no aparece el agua, que parece que se nos escabulle, que se hunde en cada picada que hacemos. Esa tierra es desagradecida, don Guillermo, esa tierra es desagradecida, mala tierra, mala tierra. Hay que devolver el trabajo, el esfuerzo que se hace por uno hay que demostrarlo, eso es lo que yo digo, don Guillermo, eso mismo. Si yo te hago un favor tienes que devolvérmelo cuando yo lo necesite. Pues algo así.
- Usted no se preocupe, si no aparece agua, pues qué le vamos a hacer? Al menos se ha intentado, eso es lo que yo digo. Y ya sabe que pagarle se le va a pagar igual, eso téngalo por seguro que por eso el contrato lo hemos hecho por semanas, una semana de trabajo, se le paga, otra semana de trabajo y le se paga otra vez, y así hasta donde lleguemos,…- y don Guillermo, hombre político, cogía su rueda de salchichón, la metía en un trozo de pan y se la llevaba a la boca. – Ve usted a Leandro, mi secretario, más golpes que le ha dado la vida imposible que se los haya dado a nadie y ahí está el hombre haciendo su labor, con buen gesto, con buen talante, ¡pero también con su sueldo a fin de mes ¿de qué va a vivir el hombre si no?!

Uribe miraba a Leandro en la barra de la taberna tomando una copa y hablando con un pueblerino. Entonces empezó otro asalto para llevar el agua de la sabiduría al alcalde.

- ¿Sabe usted por qué llevo yo alpargatas de cáñamo y no botas? Porque a partir de los diez metros la luz es escasa y cuando estamos cerca del agua, esta atraviesa el cáñamo y moja mis pies. Así la siento rápido. Un trabajo bien hecho, eso es lo que yo persigo, el trabajo bien hecho, y si yo me exijo a mí, la otra parte tiene que dar igual. ¿Ve usted todo eso de las matemáticas y los ingenieros y todo eso? Pues todo eso no es nada si no hay fuerza humana, voluntad humana que busque y rebusque, todo está al servicio del hombre como herramientas, pero el dar y el recibir es una ley está lejos de lo que el hombre puede dominar. Nada queda baldío, ningún trabajo es inútil.
- Pero Uribe, si la tierra está por no dar agua, ni trabajo bueno ni malo, no habrá nada que hacer, usted no se preocupe que pagarle le pagamos todas las semanas. Y desde luego que no hay trabajo en balde, aquí pagamos a todo el que trabaja como se le pide, usted no sabe, Uribe, lo que me costó a mí sanear las cuentas del Ayuntamiento cuando llegué a la alcaldía hace tres años. Y la de mejoras que desde entonces se han podido hace gracias a la gestión del nuevo pleno. Gestión, gestión es la palabra del éxito. Por eso están ustedes aquí, porque podemos pagarles. Desde antes de ser alcalde llevo pensando yo en este proyecto del pozo, desde mucho antes. Y aquí están ustedes, ¿no? Por la gestión, por los quebraderos de cabeza que da la gestión.
- Pues eso es lo que yo le digo, don Guillermo, eso mismo! Y usted puede dar porque tiene. Tiene humanidad. Hay tierras como vampiros, que te chupan la sangre, el esfuerzo, el sudor, ¿sabe usted lo que se suda ahí abajo? Y otras tierras agradecidas que dan más de lo que les has dado, como esas personas a las que gusta hacer favores. En el fondo todo es lo mismo, don Guillermo.


Y don Guillermo asentía. Asentía y guardaba en su interior, como tierra que guarda agua fresca, una verdad que le quemaba y que no se atrevía a confesarle. “Mañana lo haré, bueno, mañana o pasado, ¿para qué tanta prisa? todo depende de cómo vayan las circunstancias, a lo mejor no hace falta hacerlo, tal vez sea más rápido de lo que sepamos nadie, nunca se sabe, eso no lo sabe nadie, para qué adelantar acontecimientos. Los vecinos están bien aleccionados. Lo mejor ahora… dejar pasar el tiempo. Se lo dije bien claro en la reunión…?” . Y don Guillermo hacía recuento de recuerdos, mientras oía hablar a Uribe de la fraternidad entre la tierra y el hombre, del discurso en la sala de plenos cuando anunció que venían los poceros.

- Y yo les digo, queridos conciudadanos, que para el día de las fiestas de san Pedro este pueblo tiene agua. Y agua suya. Porque yo he luchado tres años para conseguir traer a los poceros. Y los poceros vienen. Pero vienen como Dios manda, pagados y bien pagados. Por eso, quiero que el día de san Pedro aquí no se brinde con vino sino con agua, con agua nuestra. Y sea el inicio de una nueva era para Ventera. – aplauso general. – Pero ojo. Aquí nadie dice nada de las fiestas de san Pedro. Queremos un pozo bien hecho y no podemos meter presión a los poceros, es un trabajo delicado que requiere su tiempo y su dedicación. Aquí todos callados y a esperar a que salga el agua, que con un mes que van a venir antes de las fiestas tendrán de sobra.


Pero las estimaciones del alcalde se venían a pique cuando los poceros llegaron con dos semanas de retraso.

A la semana el pozo ya había alcanzado los diez metros de profundidad. Los poceros trabajaban de sol a sol. Los días se sucedían, los estratos de distintas tierras también. Sobre el pozo caía y se acumulaba el trabajo diario de los tres hombres, gotas de sudor de hombres que buscan gotas de agua. Afuera, asomados, los ancianos del pueblo escarban en lo oscuro con la mirada, intentando ver la forma humana y el esfuerzo donde cada día hay más sombras y menos luces, menos aire, menos tierra, más profundidad. Sobre el brocal del pozo, una armatóstica estructura de madera con una polea ayuda a sacar la tierra, a entrar y a salir a los tres poceros. Cuando cada uno sale, parece un parto de la tierra, salen ensangrentados de sudor, oscuridad y tierra, con la expresión de sorpresa y cansancio del que ha luchado una batalla. Salen y beben el agua que aún no han desenterrado de bajo el suelo. Y se sienten renacer, han de estirarse y rehacerse a la tierra de los hombres erguidos que miran hacia delante y hacia el cielo.

En la noche, oscura ya como el pozo, Jesús y su sobrino Sera recorren el pueblo. Se camuflan entre las cuatro calles, vislumbran rincones en los que fumar un cigarro. Espían ventanas y pasos, buscan alguna sonrisa, cavan en la densa tierra oscura que es la noche y el silencio buscando apagar la sed del amor y el deseo. Sera es joven aún. Su andar es más erguido, su deseo más ardiente, su mirada más penetrante, tanto como lo es el olfato de Uribe para el agua subterránea.

Han pasado diez días. No hay ni pista del agua. En el pueblo, mientras los poceros trabajan, las conversaciones se suceden en las esquinas de las casas. Conversaciones que se callan cuando pasa don Guillermo, con Leandro tras él.
Y a la noche, otra reunión en la tasca y otra plática entre Uribe y don Guillermo.

- Mi mujer allí la tengo, abajo, más allá de Montepícar, mi mujer y mis dos niños. Ya uno crecido, eh? Con quince años, sí, con los quince, allí con la mujer y los abuelos. Usted sabe, yo les voy mandando lo que gano por aquí y así les ayudo.
- Usted sabe que puntualmente tiene cada semana su emolumento, Uribe.
- Muchas gracias don Guillermo, muchas gracias. Si por usted no tenemos queja ninguna, este pueblo nos está tratando como reyes. Solo hace falta ya que demos con el agua. Está ahí!! Está ahí!! A ver si no se hace más de rogar. Tengo unas ganas de oír gritar: ¡¡Agua!! ¡¡Agua!! ¡O de encontrármela yo mismo bajo mis pies!.- Uribe restriega un pie contra una de sus pantorrillas.
- Y yo también, y yo también, Uribe, agua, agua. Usted sabe lo que eso sería para el pueblo, para esta zona. Sería como cambiar la noche por el día.- Leandro, apoyado en la barra, bebe con los contertulios. Leandro no cambiará.
- Luego no se crea que todo cambia tanto don Guillermo, que sí que cambia pero que luego… hay que saber ser felices con lo que se tiene y unos, ni con agua ni sin agua, que se lo digo yo y he visto muchas cosas ya…
- Y yo le digo a usted, Uribe, que cuando oiga las voces de: ¡¡Agua, Agua!! Este pueblo va a ser otro.
- Y… Uribe, ¿cuándo cree usted que va a ser eso?.- pregunta disimuladamente don Guillermo.
- Pues….
- No, si lo digo porque como ya llevan diez días, por sí ya huele usted algo, nota algo en el suelo.- Y se hizo una especie de silencio en la tasca y los ojos miraban de reojo a la mesa de Uribe y don Guillermo.
- Pues, don Guillermo, ya sabe usted que el agua es escurridiza de por sí. ¡Que no tiene hueso como se dice! Eso, saberse, saberse,…- entonces Uribe se dio cuenta del silencio del auditorio y pensó aprovecharlo – A veces el agua se esconde como los mismos hombres que nos hacemos de rogar para luego dar todo lo que tenemos con más fuerza, cada persona tiene su tiempo y su madurar, su experiencia, don Guillermo, usted me entiende, pues con los pozos pasa lo mismo, esa manera en que la tierra envuelve sus frutos. Nosotros trabajamos duro, ahora hemos pasado una capa de lastra, usted mismo ha visto lo que ha costado pasarla, cómo salía el Sera de echar media hora nada más dentro del pozo; después de la lastra la tierra suele ser blanda, después de la lucha viene la paz. Usted me entiende, ¿verdad?
- Claro que sí, Uribe claro que sí. – Y don Guillermo se comía las carnes por dentro.

Aquella noche el alcalde se acostó y se levantó un ciento de veces. Faltaban cinco días para las fiestas y no quería defraudar a los vecinos. Subía y bajaba las escaleras de su casa y no encontraba asiento en ningún lado. Se asomó a la ventana y no se veía nada, todo negro, noche, oscuro. Todos dormidos. También tenía guasa, esperar a que saliera el sol para meterte en un pozo en el que no había luz. ¿Qué más daba cavar de noche que de día? Entonces se le iluminó la mente y una sonrisa surgió de sus labios. Se vistió apresurado ajustándose los pantalones a la cintura muy por encima del ombligo como siempre, se puso las botas y corriendo en la soledad de las calles con paso corto y rápido se encaminó a casa de Leandro.

- Leandro. Leandro, Leandro. – Gritaba en voz baja, forzando la voz a la vez que golpeaba la puerta.
- Don Guillermo, ¿qué me dice? ¿Qué me dice? Todavía es de noche, ¿no, don Guillermo?
- Vamos, Leandro, se me ha ocurrido una cosa, vístete, ponte el mono y las botas que nos vamos al pozo.
- ¿A qué vamos al pozo, don Guillermo?
- Vístete, ponte el mono y las botas que nos vamos al pozo, vístete, ponte el mono y las botas que nos vamos al pozo.
- Sí, don Guillermo, me visto, me pongo el mono y las botas y nos vamos al pozo, me visto, me pongo el mono y las botas y nos vamos al pozo…

Desde las una a las cinco trabajaron sin descanso, el de dentro cavando, el de fuera subiendo en la espuerta los montones de piedra y volcándolos en el montón. Don Guillermo daba picadas con una fuerza inusitada, “Van a ver estos poceros y los vecinos de lo que soy capaz, yo digo que el pozo está para las fiestas y el pozo está para las fiestas, porque cuando yo digo algo eso se cumple…!” Y toda la impotencia acumulada los días anteriores la quemaba. “Vamos, tierra maldita, deja salir el agua, deja salir el agua,…” y el sudor y la saliva caían sobre ella.

Pero la solución duró poco. Al segundo día el agua no aparecía y don Guillermo seguía descargando maldiciones y picadas, a cual más fuerte, sobre el fondo del pozo. “Tierra maldita, tierra del diablo, que no sirves ni para hacer botijos, vamos, demuestra lo que tienes dentro, sácalo afuera de una vez…”, y de pronto, como si de una estocada se tratara, don Guillermo sintió un dolor agudísimo que le atravesaba la cintura y le dejaba paralizado. Cayó de rodillas sobre la tierra y lloró.

- ¡Leandro!- empezó a gritar.- Leandro, Leandro, Leandro!!!!.- pero Leandro no contestaba. “Dios mío, ¿dónde estará el hombre este?”- Leandro, ¿está usted por ahí?
- Don Guillermo, ¿qué me dice?
- Leandro, ¿dónde estaba usted?
- ¿Qué me dice?
- ¡Íceme, Leandro, íceme!
- ¿Qué me dice?
- Leandro, ¡que me ice!
- ¿Qué me dice?
- ¡¡¡¡¡Que me ice!!!!!
- ¡¿Qué me dice?!

Por un momento, Leandro y Don Guillermo cayeron en un bucle del lenguaje en el que ambos oían lo mismo, y del que no parecían poder escapar. Como de un pozo.

- Qué me dice.
- Qué me dice.
- Qué me dice.
- Qué me dice.

Un bucle en el cual Leandro se encontraba como pez en el agua.

- Que me dice que me dice.
- ¡Qué me ice, Leandro, que me ice!

Por fin don Guillermo pudo escapar de la circular conversación:

- ¡¡Sáqueme, Leandro, sáqueme de aquí, hombre de Dios!! ¡Sáqueme ya y déjese de dimes y diretes!!

A las tres de la madrugada volvieron hacia el pueblo, don Guillermo cogido del brazo de Leandro, hecho una alcayata, doblado y andando con dificultad.


Al medio día del día siguiente Uribe visitó a don Guillermo.

- No se preocupe, hombre, no se preocupe, ya verá como se le pasa pronto, ya verá. Si es que hay que tener cuidado con los esfuerzos, a saber lo qué habrá usted cogido para haberse quedado tan baldado.
- Que no, Uribe, que no, si ha sido una mala postura, estoy bien.
- ¿Qué está bien? Pero si está doblado como un garabato. Le hacían falta unas unturas en la cintura.
- Ay… lo que me hacía falta… Para unturas que está uno. ¿Cómo va el pozo, Uribe?
- El pozo va bien. En estos últimos días hemos avanzado más, la tierra está más blanda, más asequible, qué sé yo, pero nos ha cundido más. La tierra, hay que darle su tiempo, don Guillermo.
- Leandro…
- ¿Qué me dice?
- Tráigale un refresco a Uribe, hombre.
- Voy, don Guillermo, le traigo un refresco a Uribe, le traigo un refresco a Uribe.
- Uribe, voy a sincerarme con usted. Hay algo que me preocupa.
- Lo supongo, lo supongo.- y Uribe miraba de reojo la salida de Leandro y seguía preguntándose como un hombre así podía ser secretario.
- No, no es lo que se imagina.
- El pozo, ¿no? Siempre comienza a preocupar a los alcaldes cuando pasan las semanas; pero solo llevamos dos semanas apenas, déle tiempo, déle tiempo.
- Uribe, usted habla del pozo como si dependiera de él mismo, pero el pozo depende de nosotros, de ustedes, si lo dejamos a su aire… solo no se va a cavar.
- La naturaleza tiene sus reglas, sus ritmos, nosotros tenemos que trabajar siguiendo sus reglas, no en contra de ellas.
- ¡Pero eso qué tiene que ver con que se trabaje más deprisa o menos!
- ¿Quiere usted que trabajemos más horas al día? No es por comparar pero nos podría pasar lo que a usted y ya… para qué queríamos más!!
- Sí, Uribe, sí. Tiene usted razón. Pero lo que yo quería decirle es otra cosa.
- Diga, hombre diga, no se corte, que ya nos conocemos hace tiempo.
- Pues verá, es que… ahora dentro de unos días son las fiestas de san Pedro.
- ¿Aquí en el pueblo? Mire usted qué bien, y nosotros sin saberlo.
- Pues eso es. Y… antes de que ustedes vinieran yo hablé con los vecinos y les prometí… que si ustedes estaban aquí y …
- ¿Eso era? Por eso no hay problema. Señor alcalde, usted dígale a los vecinos que pueden ir organizando las fiestas, nosotros les molestaremos lo menor posible y, desde luego que seguiremos trabajando durante las mismas, faltaría más. Bueno, le dejo que voy a seguir. Luego a la noche vendré de nuevo a ver cómo sigue esa espalda. Hasta luego Don Guillermo.

Y don Guillermo, cerrándose la puerta tras el pocero, notaba que le subían unos calores desde lo más hondo de su ser. La tarde la pasó entre delirios y refrescos que Leandro le traía servicial. Y a la llegada con la noche de Uribe, todavía Don Guillermo no vislumbraba cual sería la solución de sus problemas.

- Pase Uribe, pase.
- ¿Cómo va eso, don Guillermo?.- Don Guillermo, sentado en la cama, con las rodillas casi tocándole la cara por el dolor de espalda, hecho una alcayata, miraba de reojo, como podía, al pocero.
- Veo que no me trae buenas noticias, ¿ni una gotita de humedad?
- Pues no, don Guillermo, pues no.
- Ay Señor, mi gozo en un pozo, mi gozo en un pozo.
- No se apure, hombre, no se apure.
- Leandro, tráigale algo para beber a Uribe y para comer.
- Para comer y para beber, para comer y para beber.
- Pero cierre la puerta, cierre la puerta. Hablemos, hablemos señor pocero, y comamos. Esta noche va a ser larga y hemos de resolver algunos asuntos.


Al día siguiente, víspera de las fiestas hubo reunión general en el Salón de Plenos. Los vecinos, entre malhumorados y decepcionados, se iban sentando a la espera de que el señor alcalde aclarara que iba a ser de las fiestas patronales y del agua del pozo. Las conversaciones y los cuchicheos circulaban entre los vecinos mientras hacían su entrada el señor alcalde, Uribe y el secretario.
Una vez sentados los tres, apenas se lograba adivinar a don Guillermo, obligado por su lumbalgia a adoptar una postura en la que la nariz casi le tocaba la mesa.

- Leandro, avise a Matías para rellenar el acta de la reunión.- dijo el alcalde a Leandro una vez que acercó a éste a su boca tirándole de la manga.- Es que Leandro no sabe escribir.- dijo a Uribe tras tirar a éste de la manga y acercarlo a su boca.- y Uribe, cada vez más extrañado por Leandro y su capacidad como secretario, se enderezó en su asiento.

Los convecinos empezaban a guardar silencio y don Guillermo, intentó incorporarse.

- Leandro, ¡Leandro!!- y lo acercó a sí tirándole de nuevo de la manga.
- ¿Qué me dice?
- Ayúdeme, íceme.
- ¿Qué me dice?
- ¡Qué me ice, Leandro, y no vayamos a empezar otra vez!!!
- ¿Cómo en el Pozo? ¿Cómo en el pozo…?
- ¡¡Cállese, cállese, Leandro y ayúdeme a ponerme de pie, hombre de Dios!!

Por fin consiguió el alcalde incorporarse, mirando, eso sí, hacia la mesa, como si fuera un desmesurado jorobado. Con una sonrisa que la postura convertía en mueca se dirigió a los vecinos:

- ¡¡Queridos, vecinos!! Sabéis todos que llevamos dos semanas difíciles en el pueblo. Mañana empiezan nuestras fiestas patronales y triste estoy por no poder deciros que brindaremos con agua de nuestro pozo en lugar de con vino. Pero no quiero ser pesimista hoy porque tengo que anunciaros una buena noticia. Nuestras fiestas se celebrarán, como todos los años habrá fiesta y diversión y nuestro amigo Uribe, se ha prestado a participar en las fiestas con una competición que nunca se ha visto ni se verá en fiesta alguna y que puede llenar de gloria al que consiga superarla.

El revuelo se apoderó de la sala, las risas y los comentarios estaban a flor de piel.

- Dos cosas he de deciros.- continuaba el alcalde hablando encorvado.- Primera que las fiestas no se celebrarán en la plaza sino en la explanada en la que se está elaborando el pozo.- Un griterío se levantó en la sala.- ¡¡¡Silencio, señores, silencio!!!.- pero al alcalde no se le oía porque le gritaba a la mesa.- Leandro, Leandro.- decía tirándole de la manga.- Leandro, ¡¡¡pon orden!!!
- ¡¡¡Que se callen, vecinos, que se callen!!!
- Gracias, gracias. Lo que tengo ahora que decirles es muy importante, la fiesta se traslada a la explanada del pozo porque Uribe nos deja participar en la construcción del mismo: este año no habrá cucaña, en lugar de trepar el poste aceitoso en busca del jamón, habrá que bajar al pozo a buscarlo, el que saque más tierra en media hora se llevará el jamón, y si alguien al cavar encuentra agua se llevará dos jamones y… un queso.- los vecinos gritaban de alegría- Pon orden, Leandro, pon orden!
- ¡¡¡Qué se callen, vecinos, qué se callen!!!
- Se harán tres rondas, cada participante podrá cavar tres veces - el jolgorio de los vecinos era ensordecedor. Uribe sonreía orgulloso, el alcalde intentó volver a hablar.- vecinos, ¡¡vecinos!!- y se le calló la baba sobre la mesa debido a la postura y el énfasis.- ¡¡Leandro, pon orden pon orden!!
- ¡¡¡Que se callen, vecinos, que se callen!!!
- Vecinos, mañana, desde bien temprano pueden ir colocando los puestos y el escenario de la orquesta en la explanada del pozo y a las cinco de la tarde comenzará la competición de cavar en el pozo. Todos los mozos que quieran participar que se apunten ahora en la lista del Matías. Leandro, ahora es cuando vas y pones la cruz en la lista del Matías. Leandro, ahora pones la cruz, pon la cruz.
- Sí, la cruz de las fiestas, la cruz de las fiestas.
- Eso, la cruz de las fiestas, ¡¡corre, ve!!


A las cinco de la tarde del primer día de fiestas patronales, con gran expectación empezó la primera ronda del concurso de cavar en pozo. Uribe ató a la cintura una gruesa soga y bajó por la polea al primer participante de los 6 que se apuntaron. En tres horas hicieron la primera ronda y para las ocho empezaron la segunda.
La tarde pasaba rápidamente, los hechos se sucedían casi sin darse cuenta. A las nueve empezó el baile y a las once empezó la tercera ronda. Y a las doce menos cuarto, desde lo hondo del pozo, se oyó:

- ¡¡¡¡Agua, agua, agua!!!

Y los poceros gritaron:

- ¡¡Agua, agua!!

El alcalde, sentado a unos metros del brocal, con varios convecinos tomaba un vasito de vino, disfrutando, más de lo que él se esperaba, de las fiestas del pueblo. En esto que, cuando menos se lo esperaba, oyó a los poceros que gritaban. Tras oír la palabra tan esperada surgir de las entrañas del pozo, nervioso e impresionado, queriendo volverse a mirar, se calló de la silla.



A Leandro lo cogieron del brocal del pozo y lo pasearon en hombros. Uribe, con don Guillermo cogido como una señorita recién casada en los brazos de su novio los seguía de cerca; Don Guillermo llorando emocionado y dolorido, Uribe sonriente y feliz.

- Ay Uribe, ay Uribe.
- Estará contento, verdad , ¿alcalde? ¡¡Ya está ahí el agua!!
- Sí, sí estoy contento, muy contento, Uribe.
- Fíjese, y ha sido Leandro, ahí donde le ve el que la ha sacado.
- Pero, Uribe, si eso me lo olía yo, si alguien sacaba agua ese era Leandro. Y si lo viera usted subir la cucaña, no tiene competidor ninguno, en los últimos diez años nadie le ha ganado en la cucaña, en el pozo yo sabía que iba a pasar igual. ¿Por qué se piensa usted que es el secretario? Se ha ganado el puesto a pulso. Su fama es conocida en los pueblos de alrededor. Un hombre que cubre de gloria un pueblo merece un trabajo parejo a sus hazañas.

A Uribe se le iluminó la vista. Por fin entendía por qué Leandro era el secretario. Y quedó tan sorprendido que, mirando a don Guillermo a los ojos, notó como se le aflojaban los brazos dejando sin querer que don Guillermo cayera al suelo.



Esta es la historia de los poceros de Ventera, hombres rudos y fuertes, nómadas buscadores de agua que recorrieron los pueblos secos de la posguerra haciendo aparecer sonrisas cristalinas en sus habitantes. Aún hoy puede visitarse Ventera, y su pozo, en el que en una placa a el pegada, aparece la fecha en la que vio la luz, hará más de medio siglo, el agua misma que corre por sus grifos y riega sus huertas.

1 comentario:

  1. Estas tierras estarían secas, pero no tu imaginación...un saludo. Paco.

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