Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

4/5/09

-Relato 4 de Manuel López

Los poceros

La historia de los poceros de Ventera corrió famosa por los pueblos del entorno a Ventera durante unos quince o veinte años. Después de ellos, comenzó la huida de la gente del pueblo a la ciudad y con ello las relaciones se hicieron más casuales, menos rutinarias y cercanas, las historias que corren de boca en boca se fueron perdiendo, se fueron cayendo y tragando por la tierra, sedienta como siempre, de aquella región perdida de Aragón.

El año 50 fue seco. El año 50 fue también seco, uno más de una serie de años en los que la lluvia se había como asusentado de entre los fenómenos meteorológicos.

Era el pequeño pueblo de Ventera, uno más de los diez que formaban el valle del río Requiebro, El más alejado del cauce medio seco del río, pero el de más fácil comunicación con la carretera general.
Aquella mañana de finales de junio, el día amaneció soleado. Desde el amanecer, el sol fue provocando con su sombra sobre los edificios líneas cada vez más inclinadas que el reloj de sol de la iglesia usaba para funcionar. Y, a la vez, por la carretera polvorienta que accede al pueblo, el camión de los poceros recorría despacio los últimos kilómetros hasta el pueblo, dejando tras de sí la línea, inclinada también, del polvo que levantaban sus ruedas, estela señalada y utilizada por el alcalde para anticipar la llegada de los esperados poceros.

- Ahora en cuanto que lleguen, Leandro, los vasos, la botella de vino y los refrescos. Que de principio ellos se tienen que sentir como en su casa. – Don Guillermo el alcalde repetía por enésima vez a Leandro, el lerdo secretario las instrucciones repasadas una y otra vez.- Que se van a quedar aquí mucho tiempo y la primera impresión es la que cuenta, como en su casa, eh, Leandro?
- Sí, señor Guillermo, como en su casa; la botella de vino y los refrescos.

EL reloj de sol marcaría las una de la tarde cuando el camión de los poceros se detenía en la plaza del pueblo, haciendo que todo el polvo de su estela lo alcanzara y callera sobre los que, a pleno sol de las una, lo esperaban.

- Déjenme, déjenme; quita, niño, quitad, niños, pero es que no podéis quitar a los niños de aquí delante, que cada uno coja a los suyos. Perdonen, señores. Soy Guillermo, el alcalde de Ventera.
- ¡Uribe, un amigo! con que esto es Ventera, ya teníamos ganas de verlo, sí señor.- y subía la cabeza, como para otear más, marcando un círculo con su mirada alrededor de la plaza, por encima de las cabezas que lo miraban con admiración.
- Leandro, soy Leandro, el secretario.
- Ah, encantado.
- Quieren agua o refrescos?
- Ah, se agradece, Leandro me ha dicho, no? Muchas gracias Leandro. Jesús, Sera, venid a tomar algo. Pues esta agua es buena, es de aquí del pueblo?
- No, señor Uribe, esta la traemos embotellada. A ver si conseguimos hacerle pozo y sale otra aún más buena que esta…
- Sí, seguro que sí, seguro que sí. YA he estado viendo la zona desde el camión, ahora cuando hablemos le contaré.
- Eso, ahora me contará, ahora me contará…

Uribe, en camisa celeste con las mangas remangadas, unos pantalones color marfil atados con una guita y unas alpargatas de cáñamo. Jesús lleva un mono de albañil con el pecho descubierto, las mangas atadas a la cintura y unas botas de cuero gastadas y rotas, lo que tiene Uribe de grande lo tiene él de menudo, huesudo y musculoso. Sera es joven, el más joven de los tres, viste como su tío un mono de color grisáceo.
Los primeros momentos de sus estancia en el pueblo fueron, como se puede imaginar por los antecedentes que hemos expuesto, de algarabía y jolgorio. Cuando Don Guillermo se encaminó a la plaza de Ventera acompañado por el secretario y su bandeja de agua y refrescos, las miradas de los habitantes interpretaron la pronta llegada y comenzaron a acudir presurosos a la misma plaza. Rápidamente todo el pueblo se congregó allí, el mismo pueblo que sería tragado y sepultado por la nube de polvo del camión de Uribe a su llegada.
En el Ayuntamiento se completó el refrigerio, una vez los habitantes saludaron uno por uno a los poceros. Vistos como sus salvadores, concreción de sabios y de hacedores, conocedores de la tierra y el agua, los dos elementos sólidos de los cuatro fundamentales, hombres si los hubiere legendarios, de epopeya.

Han pasado dos días desde la llegada de los poceros. Hoy han comenzado las obras del pozo. Anteayer se pasó el día en el trámite necesario de las charlas con el alcalde, de la acomodación de los poceros en la casa de Luis, del paseo por el pueblo y sus aledaños. Sus pasos nunca eran solitarios, siempre acompañados por el bullicio de la gente que salía de sus hogares y se acercaba a saludarlos, a ofrecerles su casa su comida, su sonrisa y servicialidad. Y ayer fue el día esperado del reconocimiento de las tierras con el “palito”. Marcando un círculo alrededor del pueblo, todas las tierras que lo circundan han sido examinadas, despacio, al ritmo particular que exige el “palito” hasta determinar el lugar en el que el agua estaba más cerca y con más abundancia. Hay que salir de la casa de Luis, bajar la calle y recorrer unos cien metros para llegar al lugar señalado. Hoy ya, Uribe, ante los ojos expectantes de los venteros, ha dado con el pico el primer golpe a la tierra seca. Y tras el primero ha venido un segundo, y un tercero, y un cuarto, y a cada golpe, durante todo el día, alguien de los espectadores se ha retirado hasta que la jornada la han acabado ellos tres solos con un agujero de un metro de diámetro y dos de profundidad.

- La tierra es buena, don Guillermo, la tierra es buena.- dice Uribe a don Guillermo delante de un vaso de vino y unas ruedas de salchichón.- esta tierra tiene pinta de ser buena. Hay tierra buena que te devuelve lo que tu le das y otra desagradecida que reniega de tu trabajo. Pasa como con los hombres. Que los hay de todas clases.
- En el mundo de todos cabemos, Uribe; pero todos tienen su lado bueno.
- Hay qué buscárselo, hay que buscárselo. Pero un pozo que no dé agua, eso qué, eso no nos lleva a ningún lado, a ningún lado. Nosotros hemos trabajado hasta los treinta y cuarenta metros buscando agua y nada, y nada. ¿Sabe usted lo que es eso? Que le digas al alcalde, al pueblo entero que no encontramos agua, que estamos en los 35 m y no aparece el agua, que parece que se nos escabulle, que se hunde en cada picada que hacemos. Esa tierra es desagradecida, don Guillermo, esa tierra es desagradecida, mala tierra, mala tierra. Hay que devolver el trabajo, el esfuerzo que se hace por uno hay que demostrarlo, eso es lo que yo digo, don Guillermo, eso mismo. Si yo te hago un favor tienes que devolvérmelo cuando yo lo necesite. Pues algo así.
- Usted no se preocupe, si no aparece agua, pues qué le vamos a hacer? Al menos se ha intentado, eso es lo uqe yo digo. Y ya sabe que pagarle se le va a pagar igual, eso téngalo por seguro que por el contrato lo hemos hecho por semanas, una semana de trabajo, se le paga, otra semana de trabajo y le se paga otra vez, y así hasta donde lleguemos,…- y don Guillermo, hombre político, pensaba que las disquisiciones de Uribe iban más por lo material que por lo espiritual. – Ve usted a Leandro, mi secretario, más golpes que le ha dado la vida imposible que se los haya dado a nadie y ahí está el hombre haciendo su labor, con buen gesto, con buen talante.

Uribe miraba a Leandro en la barra de la taberna tomando una copa y hablando con un pueblerino y se preguntaba qué tenía que ver Leandro con lo que estaban hablando. Entonces empezó otro asalto para llevar el agua de la sabiduría al alcalde.

- ¿Sabe usted por qué llevo yo alpargatas de cáñamo y no botas? Porque a partir de los diez metros la luz es escasa y cuando estamos cerca del agua, esta atraviesa el cáñamo y moja mis pies. Así la siento rápido. Un trabajo bien hecho, eso es lo que yo persigo, el trabajo bien hecho, y si yo me exijo a mí, la otra parte tiene que dar igual. ¿Ve usted todo eso de las matemáticas y los ingenieros y todo eso? Pues todo eso no es nada si no hay fuerza humana, voluntad humana que busque y rebusque, todo está al servicio del hombre como herramientas, pero el dar y el recibir es una ley está lejos de lo que el hombre puede dominar. Nada queda baldío, ningún trabajo es inútil.
- Pero Uribe, si la tierra está por no dar agua, ni trabajo bueno ni malo, no habrá nada que hacer, usted no se preocupe que pagarle le pagamos todas las semanas. Y desde luego que no hay trabajo en valde, aquí pagamos a todo el que trabaja como se le pide, usted no sabe, Uribe, lo que me costó a mí sanear las cuentas del Ayuntamiento cuando llegué a la alcaldía hace tres años. Y la de mejoras que desde entonces se han podido hace gracias a la gestión del nuevo pleno. Gestión, gestión es la palabra del éxito. Por eso están ustedes aquí, porque podemos pagarles. Desde antes de ser alcalde levo pensando yo en este proyecto del pozo, desde mucho antes. Y aquí están ustedes, ¿no? Por la gestión, por los quebraderos de cabeza que da la gestión.
- Pues eso es lo que yo le digo, don Guillermo, eso mismo! Y usted puede dar porque tiene. Tiene humanidad. Hay tierras como vampiros, que te chupan la sangre, el esfuerzo, el sudor, ¿sabe usted lo que se suda ahí abajo? Y otras tierras agradecidas que dan más de lo que les has dado, como esas personas a las que gusta hacer favores. En el fondo todo es lo mismo, don Guillermo.


Las reuniones en la taberna entre Uribe y el señor alcalde se produjeron a diario. El lugar se había convertido en punto de encuentro entre ambos, punto en el que se miraban a la cara la marcha del pozo con los avatares del pueblo y sus habitantes.


A la semana el pozo ya había alcanzado los diez metros de profundidad. Los poceros trabajaban de sol a sol. Los días se sucedían, los estratos de distintas tierras también. Sobre el pozo caía y se acumulaba el trabajo diario de los tres hombres, gotas de sudor de hombres que buscan gotas de agua. Afuera, asomados, los ancianos del pueblo escarban en lo oscuro con la mirada, intentando ver la forma humana y el esfuerzo donde cada día hay más sombras y menos luces, menos aire, menos tierra, más profundidad. Sobre el brocal del pozo, una armatóstica estructura de madera con una polea ayuda a sacar la tierra, a entrar y a salir a los tres poceros. Cuando cada uno sale, parece un parto de la tierra, salen ensangrentados de sudor, oscuridad y tierra, con la expresión de sorpresa y cansancio del que ha luchado una batalla. Salen y beben el agua que aún no han desenterrado de bajo el suelo. Y se sienten renacer, han de estirarse y rehacerse a la tierra de los hombres erguidos que miran hacia delante y hacia el cielo.

En la noche, oscura ya como el pozo, Jesús y su sobrino Sera recorren el pueblo. Se camuflan entre las cuatro calles, vislumbran rincones en los que fumar un cigarro. Espían ventanas y pasos, buscan alguna sonrisa, caban en la densa tierra oscura que es la noche y el silencio buscando apagar la sed del amor y el deseo. Sera es joven aún. Su andar es más erguido, su deseo más ardiente, su mirada más penetrante, tanto como lo es el olfato de Uribe para el agua subterránea. Sera deja a Jesús acostado y mientras viene o no viene Uribe de sus conversaciones en la tasca con el alcalde sale solo y con el destino fijo desde hace unos días. Sube la tapia y salta al huerto, se encarama al tejado, el topo se transforma en mono. Trepa por las ventanas y asalta la habitación desde la que le hacen señas con una débil luz que solo puede reconocer el que la busca.

- Has tardado mucho…
- Mi tío. Lo dejo dormido.
- Te llevo esperando mucho, dijimos a las 11.
- Sabes que no tengo reloj!
- Lo tiene tu tío
- Deja ya eso, dime que me quieres.- y es la primera vez que Lucía cambia el gesto y lo mira con voluptuosidad, él la abraza.
- Dime que me quieres, Lucía dímelo.
- Te quiero, te quiero. Como una tonta te quiero. Y pronto se van a enterar todos.
- No, calla, calla.
- Tienen que saberlo todos. Te quedarás aquí, cuando encontréis el agua se lo dices a tu tío y te quedas conmigo. Nos casamos, lo que quieras.
- El agua, el agua, siempre el agua, el agua no aparece todavía.
- Pues si no sale que se quede dentro, pero tu aquí. Deja ese trabajo, mi padre te busca otro. En el pueblo me ahogo, estoy como enterrada viva, desde que te he conocido soy otra. No te puedes ir y dejarme sola aquí, volvería a…- Sera la interrumpe besándola.- Este pueblo está seco, está muerto. Quédate conmigo.
- No hables, no hables.


Aún habrían de pasar 15 días para llegar a los 22 metros. Cuando los ancianos se asomaban al brocal solo se distinguía una moneda amarillenta de claridad en el fondo. Se asomaban, giraban alrededor para ver distintos matices y soltaban una afirmación:

- A esto le veo yo mala pinta.
- Y ya van tres semanas para cuatro.
- A saber esto lo que nos va a costar… Que todos estamos pagando esto…
- Ese dinero en garrafas haz la cuenta.

Los comentarios caían como monedas.

- Vamos, señores, déjennos trabajar, y tengan un poco de fe que solo estamos en los veinte metros y nosotros los hemos hecho de hasta cuarenta, esto todavía es un agujero en la tierra.
- Muchos metros son esos, muchos metros veo yo ahí.


La noche anterior al día del suceso Uribe estaba garabateaba figuras imaginarias con el dedo sobre la mesa de la tasca mientras conversaba con don Guillermo.

- Mi mujer allí la tengo, abajo, más allá de Montepícar, mi mujer y mis dos niños. Ya uno crecido, eh? Con quince años, sí, con los quince, allí con la mujer y los abuelos. Usted sabe, yo les voy mandando lo que gano por aquí y así les ayudo.
- Usted sabe que puntualmente tiene cada semana su emolumento, Uribe.
- Muchas gracias don Guillermo, muchas gracias. Si por usted no tenemos queja ninguna, este pueblo nos está tratando como reyes. Solo hace falta ya que demos con el agua. Está ahí!! Está ahí!! A ver si no se hace más de rogar. Tengo unas ganas de oír gritar: ¡¡Agua!! ¡¡Agua!! ¡O de encontrármela yo mismo bajo mis pies!
- Y yo también, y yo también, Uribe, agua, agua. Usted sabe lo que eso sería para el pueblo, para esta zona. Sería como cambiar la noche por el día.- Leandro, apoyado en la barra, bebe con los contertulios. Leandro no cambiará.
- Luego no se crea que todo cambia tanto don Guillermo, que sí que cambia pero que luego… hay que saber ser felices con lo que se tiene y unos, ni con agua ni sin agua, que se lo digo yo y he visto muchas cosas ya…
- Y yo le digo a usted, Uribe, que cuando oiga las voces de: ¡¡Agua, Agua!! Este pueblo va a ser otro.


- ¡¡¡Agua, agua!!! Don Guillermo, ¡¡¡Agua, han encontrado agua!!!.- justo a las seis de la tarde del día siguiente, Leandro, acompañado de varios convecinos, se acercaba corriendo hasta donde don Guillermo con la cara sonriente y los brazos en alto.
- ¿Ya, ya, Leandro? Vamos allá, vamos allá, agua, por fin agua.


Conforme se acercaban al pozo, sus miradas quedaron suspensas de los gestos que observaban en los hombres alrededor del brocal. Había manos en la cabeza, movimiento de herramientas, ajetreo, nerviosismo, pero faltaba algo que hizo a don Guillermo parar el paso. No había sonrisas. Se le acercaron. Y todo ocurría como a cámara lenta.

- Don Guillermo… Sera… se ha abierto una vía de agua…
- ¿Y Uribe? ¿Y Uribe?
- Ha bajado a ver si lo puede rescatar.
- Pues llamen al médico, ¿qué hacen ahí parados? Llamen al médico a la guardia civil, busquen cosas para ver si le podemos ayudar. ¡Muévanse!

El pozo se había tragado al Sera y ahora seguía engullendo el tiempo, la alegría, la ilusión de los convecinos. Con un efecto remolino, nadie de los que estaban a su alrededor se libraban de sentirse caer en el vacío que es su estructura ósea.


A los cinco días don Guillermo observaba desde una de las ventanas de la alcaldía la nube de polvo que el camión de Uribe formaba tras él en su partida.
La gestión había dado resultado, el pozo había dado agua. El sol estaba alto y marcaba la una en el reloj de la torre de la iglesia. El pueblo estaba tranquilo, los vecinos habían vuelto a sus casas tras despedirse de los poceros. Ve pasar a Lucía con un acetre de agua del pozo. El agua es buena, transparente, fresca y rica, abundante. Va como encorbada por el peso. Vestida de oscuro, andando despacio bajo el sol picante. Tuerce la calle principal y se mete por una calle más estrecha. Se golpea con el acetre en la pantorrilla, unas gotas se derraman sobre su pierna. Se cruza con Leandro que anda haciéndole recados a don Guillermo. El calor es pastoso. Cuando entra en la calle de la casa de sus padres ha de detenerse para que el agua tranquilice su movimiento. En casa, llena una palangana. El agua cae con su sonido característico, gorgotea y sonríe. Luego moja un paño y lo estruja. Se acerca, con tranquilidad en los ojos y una leve sonrisa coloca el paño humedecido limpia la cara sudorosa y luego coloca el paño, sin despertarlo, en la frente caliente de Sera.






































(Final alternativo: Cuando entra por la puerta del cementerio tiene que detenerse para que el agua se tranquilice. Moja el trapo en el agua cristalina del pozo y lo estruja. Lo coloca sobre la lápida. Riega unas macetas y espolvorea agua sobre la tierra de alrededor para que no se levante polvo. Restriega las cacas de los pájaros que se han secado sobre el mármol. Se arrodilla y limpia con el trapo la lápida bajo la que, por la misma tierra que le mató, descansa abrigado el Sera.)

1 comentario:

  1. Relato que recuerda a la generación de narradores de posguerra, muy bien ambientado y definido. Me ha gustado bastante, y me ha resultado muy original la idea de proponer el final alternativo, como los extras en una película de David Lynch. Se podría pulir la forma, pero no tocaría el fondo (tampoco el del pozo).

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