Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

29/5/09

Relato 6 de Rafa Castaño

CARMEN


Fernando sale del edificio donde trabaja. Saluda al portero. Se saca un llavero del bolsillo derecho. Le da vueltas alrededor del dedo. Un taxi para frente a la acera por donde camina. Sale un hombre.

-Hasta luego, Fernando -dice el hombre. Tiene el brazo alzado.

-Adiós, Jacobo -Fernando aprieta la llave de su coche, abre la puerta. Más tarde arranca y gira por una bocacalle.

Jacobo saca la cartera del bolsillo trasero de su pantalón beige. Tiene la coronilla despejada y algunas entradas. Le da un billete de diez euros al taxista.

-Quédese con el cambio.

El taxista le dice que gracias, que tenga un buen día, que lo pase bien en el trabajo. Le llaman de la centralita.

Jacobo se dirige a la puerta del edificio donde trabaja. Se coloca la pernera derecha del pantalón. Está mascando un chicle. Se lo saca de la boca, lo hace una pelotilla, lo tira al suelo. Entra en el vestíbulo. Saluda al portero.

-Buenas tardes.

-Buenas tardes.

Llama al ascensor con la mano derecha, que sostiene un maletín. Estira rápidamente el brazo izquierdo. Mira el reloj. El ascensor todavía no ha llegado. Mira hacia las escaleras. Mira el botón encendido del ascensor. Lo pulsa de nuevo. Mira al techo. El botón se apaga. Se abre el ascensor. Salen dos personas. Se miran. No se conocen. Jacobo pulsa el botón que pone “3”. Se aprieta un poco la punta de la nariz. Se sube las gafas por el puente nasal. Inspira, suspira. Vuelve a mirar el reloj. El ascensor llega al piso tercero. Hay varios pasillos con gente sentada, de pie, caminando de un lado a otro... Algunos pasean grandes sobres. Otros, niños de mirada curiosa y chupete en la boca. Otros no tienen chupete. Lloran.

Jacobo sigue caminando. Se cruza con una compañera de trabajo. Lleva una bata azul y el pelo recogido en una coleta.

-Buenas.

-Buenas.

Llega a una puerta. Se saca un llavero del bolsillo. Mete una llave azul en la cerradura. Abre la puerta. Se sube las gafas por el puente nasal.

Deja el maletín en una silla. Se pasa la lengua por los dientes. Abre el maletín. Coge un cepillo de dientes y un tubo de pasta dentífrica. Entra en el pequeño baño. Mira al interruptor. Lo enciende. Empuja la puerta con el talón. Se mira al espejo. Se pasa la mano por las mejillas y el mentón. Echa pasta en el cepillo de dientes. Se los lava. Se lava la boca, escupe, cierra el grifo. Se seca las manos. Se mira de nuevo al espejo. Se gira, coge el pomo de la puerta, sale al despacho. Mete el cepillo de dientes y el tubo dentro del maletín. Saca del mismo una bata y un libro. Se quita el jersey, se pone la camisa por fuera, y se sienta en la silla giratoria. Deja la bata y el libro sobre la mesa. Se mueve, y se queda parado, mirando por la ventana. Se ve blanco. Da a una pared, a unos tres metros. Es un patio interior. Guiña un poco los ojos. Se rasca el izquierdo con la boca abierta. Se mira el dedo. Coge el libro y se pone a leerlo. Saca un marcapáginas morado de entre la primera mitad del tomo. Cruza los pies y empieza a leer.

Mientras tanto, suena el Carmen de Bizet. Es un mensaje. “Carmen” pone en la pantalla.

-Muy propio -dice.

Sonríe ligeramente. Arquea las cejas. Lee el mensaje. Mientras, se pone derecho en la silla giratoria. Se muerde la uña del meñique izquierdo y el pellejo del pulgar. Se guarda el móvil en el bolsillo. Deja el libro en la mesa. Se levanta de la silla. Se mete la camisa por dentro del pantalón, se pone la bata. Mete la mano en el bolsillo. Frunce el ceño. Busca algo en el otro bolsillo. Mira atrás, a la mesa. Mira al maletín. Entra en el cuarto de baño, enciende la luz, mira al lavabo, al suelo. Apaga la luz. Se rasca la frente con el índice, el pulgar apoyado en la sien. Abre la puerta. El llavero está colgando de la cerradura, por fuera. Suspira. Lo coge y cierra la puerta. Mete exageradamente la llave en el bolsillo. Se aprieta la punta de la nariz y se sube las gafas por el puente nasal. Recorre algunos pasillos. Llega a una puerta. Pone “Consulta 11”. Das dos golpes con los nudillos en la puerta. Se escucha un “¡pase!”. Jacobo abre la puerta.

-Hola, Carmen.

Carmen levanta la vista del móvil. Está seria.

-Hola, Jacobo.

Jacobo entra y cierra la puerta con pestillo.

Los dos sonríen. Caminan al centro del despacho. Se acercan el uno al otro, se quedan pegados, los rostros casi unidos. Se miran unos segundos. Se besan. No hablan. Se siguen mirando. Se van a una pequeña sala con una camilla. Ella se quita el coletero y la bata azul.

-Doctora, me gustaría hacerle un chequeo -hace una pausa- exhaustivo.

Carmen sonríe. La empuja contra la camilla. Carmen tira de una cortinilla blanca. Quedan ocultos. Se escuchan varios sonidos. Entre ellos, dos cremalleras, dos zapatos cayendo al suelo, un golpe seco contra un botiquín colgado en la pared, unas risas.

Una manga del jersey se ha quedado en el suelo, asomada, velando que nadie abra la cortinilla desde el despacho.



-Yo lo tengo dicho -habla entrecortadamente, corriendo por los caminos de tierra de un parque. Hace niebla.

-Pero que eso no es lo peor. Que va el tipo y me dice que si quería guerra que la iba a tener. ¿Tú te crees...?

-No, si... está claro que lo que no puede ser, no puede ser. Con gente así cualquiera habla, macho -hace una pausa-. ¿Paramos?

-Desde luego, hay gente de toda clase, pero los hay de una calaña... Mira, precisamente, y al hilo de todo esto, me encontré con Carmen. El otro día. Tío, cada vez que la veo me pone de una manera...

Empiezan a correr un poco más rápido. Fernando se mira el pecho.

-Es que Carmen... ¿Qué te dijo?

-Pues nada, la vi al lado de mi casa. Yo la vi como muy seca, muy... no sé, rara. El caso es que nos pusimos a hablar, en un principio de gilipolleces, lo típico: que si para dónde tiras, que si vengo de no sé dónde, que a ver cuándo nos tomamos algo... Bueno, que dejamos los formalismos, y le pregunté, así, como dejándolo caer, pero directo, que eso a las tías les encanta, a mí me funciona siempre, vamos. Cuántas veces no me habré yo ligado a las macizas de turno. Carmen se me resiste, de todas formas. No sé por qué.

Jacobo se sube las gafas por el puente nasal. Una capita de sudor le recubre toda la cara, y las gafas se le van resbalando poco a poco.

-Quizás porque no le va el rollo directo.

-No, me funciona con todas. Ella es que... se me resiste más, pero eso es... tiempo al tiempo, vamos.

-Estaba seca, y... -dice Jacobo.

-Pues eso, que le pregunté que si le pasaba algo, que la veía triste, como apagada. Al principio, pues lo típico, dijo que no le pasaba nada, se rió, como queriendo disimular, porque las tías son muy buenas para eso, para cambiar de tema, pero yo ya las tengo caladas. Hay que insistir, esa es la clave, tú. Un día te vas a venir conmigo por la noche a un local al que suelo ir, que no veas las tías que se presentan. Te enseño dos truquitos y en un momento te pones al día.

-No estoy yo para truquitos. ¿Qué te dijo?

-Pues eso, que yo le pregunté dos o tres veces más y, como eso siempre funciona, al final me soltó que nada, que problemas personales, de pareja.

-Oye, vamos a parar porque...

No dice nada. Siguen corriendo.

Fernando mira el reloj, activado en el modo “Cronómetro”. 16:34, marca. 35, 36. Alza la vista. Se queda mirando al frente.

-Y nada, que al final es que tiene un problema con su pareja, que pasan poco tiempo juntos, que ella cree que se la pega con otro... “Nada, nada”, le dije yo, y le puse una mano en el hombro, porque se estaba poniendo acaramelada. Total, que Carmen empezó a hablar, a explayarse. A soltar todo lo que se tenía guardado, vamos. Que iba a explotar. El caso, que al final nos fuimos a un bar, estuvimos charlando, una cosa llevó a la otra... Me entiendes, vamos.

Jacobo se para. Fernando mira para atrás. Para el cronómetro.

-Sentémonos, anda -dice Jacobo-.

Fernando se ríe.

-No te lo esperabas, ¿eh? Yo ahí diciéndote “se me resiste, no sé...”, y pensando “verás la cara que va a poner”.

Jacobo se había sentado en un banco. Respira profundamente, tose unas cuantas veces.

-Que te me vas a morir aquí, hombre -dice Fernando-.

Se queda de pie.

-No te lo esperabas, ¿verdad?

-No, la verdad es que no -Jacobo se rasca la casi calva coronilla-. ¿Y cómo dices que pasó todo?

-Pues nada tío, lo típico: si las tías son muy previsibles. Y yo, que lo sé, pues dejé que hablara, que contara todo lo que tuviera que contar... El caso es que se ablandara, eso es lo importante. Al final todas terminan cayendo -Fernando se mira el brazo. Lo extiende y lo contrae -. Toca, está duro.

-Ya... -dice Jacobo. Se seca con la muñeca la frente. Se la mira, mojada. Mira luego los pies de Fernando, dentro de sus zapatillas de deporte-. Y a ella... bueno, ¿ha pasado algo después?

-No, sinceramente me gusta la situación en la que estoy ahora. Me siento independiente, libre -se estira, con los brazos por encima de la cabeza, y suspira-. Ya sabes, las ventajas de ser un solterón de oro.

-De oro, sí -Jacobo le mira.

Fernando mira el reloj.

-¿Seguimos corriendo o todavía no te has repuesto del susto?

-No, no, seguimos corriendo.

Jacobo se levanta. Fernando mira a una chica que pasa corriendo junto a ellos.

-Joder, no te pierdas esa.

Jacobo se arrodilla. Se desanuda y se vuelve a anudar los cordones, apretándolos. Se levanta y estira un poco.

-Antes voy a ver si hay alguna fuente por aquí.

-Venga.

Jacobo se va andando, rascándose rápidamente la sien. Con el puño cerrado, se pasa una y otra vez el pulgar por el índice encogido. Un niño bebe en una fuente. Se queda al lado, esperando. El niño, de repente, cae al suelo, en un instante, fulminado. Al principio nadie se da cuenta. Jacobo se queda parado, mirando al niño, con los ojos no muy abiertos. Una mujer se da cuenta del estado del joven. Pasan unos segundos. La gente se va acercando. Alguien dice:

-¡Que alguien llame a una ambulancia!

-¡O a un médico, que este chico está mal, por Dios!

Ven a Jacobo parado frente al niño. Fernando llega corriendo. Ve al joven en el suelo.

-¡Jacobo, haz algo, qué haces parado!

Jacobo está quieto, mirando al frente. Apenas pestañea. Llega una ambulancia. La gente se aparta para dejar paso. Intentan reanimar al niño. Alguien dice algo. Algunos miran abajo, otros arriba. Algunos lloran. Otros miran a Jacobo. Fernando se queda mirando a Jacobo.

Empiezan a oírse comentarios. La gente sigue la camilla con el niño muerto.

-Jacobo, ¿qué coño te pasa? -lo dice casi callado.

-De oro, sí.

Suena entonces Carmen, de Bizet. Suena y suena, entera. Fernando murmura y masculla algo, se da la vuelta y se va, andando.

Jacobo pestañea unas cuantas veces seguidas. Saca el móvil del bolsillo de las calzonas. Lo abre.

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