Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

3/5/09

-Relato 3 de Miguel Ángel Tenorio

OJOS DE COLOR CIAN



Giorgio Alessandri está subiendo las escaleras del portal de su piso. Abre la puerta y se dirige a su habitación. Toma el cargador del móvil del cajón de la mesita de noche y lo adapta a su celular. Giorgio está muy inquieto. Ha estado una semana ausente de casa y ha olvidado su teléfono. Lleva siete días incomunicado de sus padres, amigos y de Antonella. Giorgio está muy preocupado. Lee el último mensaje de Antonella. Habría necesitado una respuesta inminente pero él no ha podido contestarlo. Giorgio está intranquilo. Llama a Antonella para explicárselo todo pero le salta el buzón de voz. Giorgio decide que debe actuar rápido si no quiere que sea demasiado tarde.
Giorgio se encamina hacia el domicilio de Antonella con gran premura. Desde la Via Colle Sapone, donde él reside, rodea el cuartel. Todos los días a las siete de la mañana escucha una corneta tocar el himno de Italia que siempre lo despierta. La vista del cuartel le crea un malestar. Continúa por el Viale de El Gran Sasso y deja el campo de fútbol a su derecha. A su izquierda comienza a bordear las explanadas del fastuoso castillo español. Sabe, al igual que el resto de vecinos de la ciudad, que lo alzó Carlos I en el siglo XVI, y es un vestigio de la dominación hispánica en la península italiana. “También los romanos se establecieron en España” solía pensar él. Giorgio ve la joyería y la floristería de la Fontana Luminosa y compra un ramo de rosas.
-Rosas rojas, las más bonitas que tengáis.
Prosigue por el Corso Vittorio Emanuele y gira a la izquierda hasta llegar a una imponente e impresionante iglesia. Es San Bernardino y a cincuenta metros de ahí, vive Antonella en un piso compartido.
-Hola Lucia, ¿puedo hablar con Antonella?
-No, está en Pescara con sus padres.
Giorgio sabe que eso es mentira. Siempre ponía esa excusa cuando no quería ver a alguien. Tal vez no estaría en casa en ese momento.
-¿Podrías darle este ramos de mi parte?
- No creo que le guste. Mejor dáselas tú.
Giorgio busca a Antonella. Llama a Gaia, la mejor amiga de Antonella y vecina de enfrente. Pero le responde una niña de diez años.
-Mi hermana no está.
-Gracias Chiara.
Giorgio se encamina hacia el bar de Fabrizio, el Colapietro. Piensa que allí puede estar Antonella o al menos ha realizado alguna visita recientemente. Allí le pueden informar. Giorgio pasa por la plaza del Duomo y contempla las fuentes que se congelan en invierno. A lo largo de toda la plaza se extiende el mercadillo. Recorre los tenderetes y su vista se detiene en uno que vende prendas y recuerdos de la ciudad. Se queda contemplando un simpático lacito de color celeste y comienza a recordar.
-¿Te gusta este lacito? Va a juego con tus ojos.
-Sí, me encanta. Me lo colocaré sujetándome la coleta con él. Siempre que me lo veas puesto, significará que te quiero con todo mi corazón y cuando ya no te quiera, me desharé de él.
Aquello ocurrió hace ya ocho años, al principio de la relación y Giorgio no estaba muy seguro si él estaba enamorado realmente de ella. Con el tiempo, le cogió mucho aprecio. Era una mujer que lo trataba con afecto y bondad y pronto comenzó a exhalar un suspiro cada vez que pronunciaba su nombre. Era una mujer sencilla pero muy culta que le aportaba muchas cosas en la vida. Gracias a ella supo que en la catedral de la ciudad, el Collemaggio, fue coronado el Papa Celestino V, un asceta que vivía retirado del mundo en una ermita próxima a Sulmona.
-¿Cuándo nos casaremos en el Collemaggio?- le decía cuando pasaban por delante de la catedral.
Pero Giorgio evitaba siempre responder a tan comprometedora pregunta. Le horrorizaba el compromiso y no sabía si podría convivir con la misma mujer por el resto de sus días, aunque pensara que Antonella fuese maravillosa.
-Tendremos dos niños. Un varón y una hembra.
-Todavía somos jóvenes para pensar en esas cosas.
-Para ti siempre seremos jóvenes. Eres un cobarde.
Giorgio deja de recordar. Ahora sí le gusta la idea de compartir con la persona que ama su vida y ser padre. Giorgio teme que sea demasiado tarde. Debe hallar a Antonella lo antes posible para explicarle lo sucedido. Va desde la plaza del Duomo por la Via dell’Arcivescovado donde está situado el bar de Fabrizio. Giorgio entra en el Colapietro. Porta un ramo de rosas en los brazos.
-Hola Gaia, ¿has visto a Antonella?
-Está en Pescara con sus padres.
Giorgio piensa que es mentira. Siempre pone la misma excusa. Está nervioso porque no encuentra a Antonella. Giorgio sale precipitadamente del Colapietro sin saludar a Fabrizio. Deja olvidado el ramo de rosas en la barra del bar. Necesita reflexionar y da un paseo por toda la ciudad. Camina por el Corso Vittorio Emanuele y llega hasta la Fontana Luminosa. Desde ahí contempla toda la cumbre de El Gran Sasso nevada. El cuerno chico y el cuerno grande. A la derecha queda el castillo español. Es la vista favorita de Giorgio de su ciudad natal. Giorgio observa la joyería y se detiene a mirar los anillos de las vitrinas. A Giorgio no le gustan las joyas, le resultan inservibles, pero Antonella le recriminaba constantemente que no le regalase nunca nada que le pudiera comprometer.
-Sería el regalo más maravillo que me podrías hacer. Son tan bonitos.
- Esas cosas no sirven para nada.
-Para una mujer sí que significa mucho.
Giorgio aparta la mirada de la joyería. Gira el cuello a su izquierda y ve la floristería. Giorgio recuerda que ha dejado el ramo de rosas en la barra del bar. Regresa al Colapietro. Giorgio entra en el bar de Fabrizio.
-Has olvidado esto.
-Gracias Fabri. Son para Antonella. La estoy buscando y no la encuentro.
-Antonella estuvo aquí hace cuatro días. Me dio algo para ti.
Giorgio está confuso. No sabe qué puede haber dejado Antonella en el bar de Fabrizio. Giorgio piensa que tal vez sea una carta donde explique el motivo de su ausencia. Fabrizio Colapietro le da un lacito celeste a Giorgio Alessandri.
-Me dijo que comprenderías qué significaba.
Giorgio está desolado. Toma el lacito celeste que tanto significa para él. Intenta contener las lágrimas pero se le escapan. Giorgio está llorando de amor por Antonella. Quiere hablar y contarle a su amigo Fabrizio cuánto quiere a Antonella. Giorgio le explica a Fabrizio que hace una semana se fue de maniobras a Teramo. Que por sorpresa tuvo que hacer unas pruebas de supervivencia y apenas tuvo tiempo de avisar a nadie. Giorgio le dice a Fabrizio que él normalmente contacta con Antonella para comunicarle sus planes. En esta ocasión no pudo. Fue todo muy precipitado. Su móvil se quedó en casa sin batería. Giorgio tenía los ojos humedecidos y las mejillas descompuestas. Giorgio pide un vaso de agua. Giorgio continúa narrando su historia. Dice que cuando pudo encender el móvil, leyó el último mensaje que le mandó Antonella. Se echa la mano al bolsillo e intenta buscar su teléfono. Giorgio recuerda que ha dejado el celular cargándose en casa. Escribe las palabras del último mensaje de Antonella en un papel y lo lee en voz alta:”Necesito saber si realmente quieres comprometerte conmigo. ¿Cuándo nos casaremos en el Collemaggio? Responde ahora o calla para siempre.”
-Cuando lo leí, una gran felicidad me inundó. Le hubiese respondido que mañana mismo. Pero no pude hacerlo. Estaba incomunicado.
Giorgio confiesa a Fabrizio que pronto sintió un gran temor. Que ahora había pasado una semana desde el último mensaje de Antonella y podía ser demasiado tarde.
Giorgio siente la suave caricia de unas manos femeninas por las mejillas. Se gira sobre el cuello. Giorgio ve a Gaia que lo mira con admiración y compasión. Giorgio intenta contener las lágrimas. No lo consigue.
-Ella me dijo que se iba a Pescara con sus padres.
Giorgio duda que eso sea cierto. Sigue portando el lazo celeste entre sus dedos.
-Fabri, este lazo no puede pertenecer a ninguna otra mujer. Ella sabe el motivo. Esperaré toda mi vida si es necesario hasta que se lo vuelva a colocar sujetándole la coleta. Eso significará que…
Giorgio no puede continuar con la frase por la emoción. Deja el ramo de rosa en el bar de Fabrizio. Le dice que las conserve en agua y que le dé una cada día que la vea. Giorgio se despide de Fabrizio. Gaia sonríe a Giorgio de manera dulce.
Giorgio piensa en cómo encontrar a Antonella. Ya es de noche. Atraviesa la plaza del Duomo, continúa por el Corso y gira a la derecha. Llega a la iglesia de San Bernardino. A cincuenta metros de ahí vive Antonella. Giorgio pulsa el timbre. No responden.
-No hay nadie. Lucia ha cerrado todas las llaves. Debe de estar en Chieti.
-Gracias Chiara.
Tal vez Antonella estaría de verdad en Pescara. Giorgio se encamina hacia el Corso Vittorio Emanuele, llega hasta la Fontana Luminosa y ve la joyería. Contempla los anillos de la vitrina y entonces se le ocurre una idea. Al día siguiente se levantará temprano, comprará el anillo más bonito que exista. Buscará por toda la ciudad a Antonella. Si no la encuentra, tal vez esté con sus padres de verdad. Irá a Pescara, hablará con su madre y no abandonará su casa materna hasta que no le digan dónde está. Cuando la vea, le ofrecerá el anillo y le dirá “¿cuándo nos casaremos en el Collemaggio?”.
Giorgio está feliz por la ocurrencia. Bordea el castillo español y a la izquierda deja el campo de fútbol. Continúa por el Viale de El Gran Sasso. Acelera el paso hasta llegar al cuartel. Siente malestar. Llega a la Via Colle Sapone donde él reside. Giorgio se ducha, se prepara la cena, se lava los dientes. Puede que mañana sea el día más importante de su vida. Giorgio se acuesta temprano. Espera levantarse temprano al son del himno italiano. Pero aquel día la corneta no sonaría. Giorgio se despierta pasada las tres de la madrugada, como todos sus vecinos. Un terremoto está asolando L’aquila, la ciudad natal de Giorgio. Giorgio siente angustia. Permanece debajo de una mesa mientras toda su casa de la Via Colle Sapone tiembla. Giorgio siente pavor, tiene miedo. En pijama baja a la calle y corre. Todos corren. Hay gritos de desesperación. El estado de shock es general entre todos los habitantes de la ciudad. Todo es un caos. Giorgio escucha las quejas y los lamentos de los niños. Giorgio escucha los llantos y los sollozos de los mayores. Las casas están destrozadas. Todo es un caos. Giorgio corre por el Viale de El Gran Sasso. Llega a las explanadas del castillo español. Allí hay mucha gente pero nadie entiende nada. Giorgio ve a Fabrizio llorando. Está intentando localizar a sus padres, pero no hay cobertura. Giorgio ha olvidado el móvil en casa. Piensa en Antonella. Desearía que estuviera en Pescara fuera del peligro. Necesita saber si Antonella está a salvo. Giorgio llega a los restos de la Fontana Lumonosa. Mira hacia atrás y comprende que no volverá a ver jamás como antes su vista favorita de L’aquila con la cumbre del Gran Sasso nevada. Pasa por delante de la joyería, pero no se detiene. Continúa por el Corso Vittorio Emanuele y gira a la izquierda. Giorgio contempla desolado cómo la imponente iglesia de San Bernardino está destrozada, destruida, venida abajo. A cincuenta metros, todo un edificio se ha desplomado. Giorgio se dirige hacia allí. Siente angustia. Su corazón late tembloroso. Escucha los gritos de desesperación de Gaia.
-¡Chiara, chiara! ¡Resiste hermanita mía!
Giorgio comienza a retirar escombros. Hay muchos y pesan demasiado. Pero él continúa quitando todo lo que puede con sus manos. Percibe como Chiara respira y eso le da fuerzas. Giorgio tiene las manos ensangrentadas, en carne viva, pero no piensa detenerse ahora. Continúa retirando escombros. Por fin Chiara queda liberada. Gaia lo observa con una dulce mirada de agradecimiento. Giorgio está exhausto. Tumbado en los resto de la casa que Antonella comparte con Lucia. Se le destroza el alma pensar que ella pudiera estar allí debajo. Giorgio quiere preguntar pero no tiene ni fuerzas para hablar. Llegan voluntarios y bomberos que ayudan en las labores de auxilio. Giorgio ve cómo un bombero ha localizado un cuerpo y presuroso comienza a excavar entre el cemento y los ladrillos para rescatarlo. Giorgio piensa que podría ser Antonella aunque le gustaría que le hubiesen dicho la verdad y que realmente estuviera en Pescara. El bombero retira una rosa roja de entre los escombros. Giorgio quiere levantarse pero no puede. Está totalmente extenuado. Él también necesita atención médica. Giorgio está tumbado, impotente por no poder colaborar. Solo puede ver y escuchar. Giorgio comienza a llorar. Está llorando. No deja de llorar. Giorgio Alessadri contempla cómo el bombero rescata el cuerpo exánime y sin vida de una mujer que lleva un lazo celeste sujetándole la coleta.

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