Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

3/5/09

-Relato 3 de Lucía García

Tú más yo



Ana está aferrada a su bolso de charol negro. Cada vez que piensa en el día de mañana, un nudo se le forma en la garganta y no le deja apenas respirar. Está junto a Miguel quien mañana será su esposo. Esperan en la Calle Ancha del pueblo a que pase el Santo Entierro. Ana está tranquila pero cada vez que se imagina entrando en la Parroquia con el vestido blanco, le entran escalofríos y un temblor inunda su cuerpecito esbelto. Cuando siente ese vértigo, se agarra a su bolso hasta que es consciente de que le sudan las manos de apretar.
Miguel la abraza por la cintura. Ella lleva puesto falda y chaqueta negra, con tacones de charol a juego con el bolso. A Ana no le gusta el negro pero Miguel dice que en días como estos, no importa lo que a uno le guste o no, lo importante es ir acorde con la situación. Cuando Miguel dice esas cosas, Ana recuerda el día en que Papá murió. Fue un día muy triste para todos pero sobre todo fue amargo para Ana. Ella siempre se sintió muy cerca de su padre y lo adoraba. Iban juntos a todos lados y él le contaba las miles de historias que le ocurrieron cuando soltero en sus viajes por América. No podía imaginarse vivir sin papá y el dolor que sintió al recibir la noticia fue tremendo. Sin embargo, a pesar de las ganas de llorar que sentía, no podía hacerlo. Su deber era mantener la compostura. Ahora ella debía llevar la casa hacia delante pues su madre era demasiado mayor para trabajar. Por suerte, decía Miguel, él estaba a su lado para cuidar de ella cuando lo necesitase. En realidad, le estaba tan agradecida. Él había echo mucho por su madre y sus hermanas, y le había sido de gran ayuda cuando quedaron solas, sin su padre.
Ahora, después de todo, se van a casar. Ana ve cómo asoman por la esquina los primeros nazarenos.

-Ya vienen- dice Miguel mientras le aprieta en la cintura.

Ana está feliz. Está feliz porque se va a casar con un hombre al que ama y eso, le dice su madre, es una suerte. “En mi época no podíamos elegir. Si tenías suerte puede que acabaras enamorándote del hombre con el que te casabas, como me pasó a mí, pero sino ya sabías, a aguantar”.
Seguían pasando nazarenos. Todos con sus túnicas negras. A Ana le gusta mirarlos. Cree que el alma se refleja a través de la mirada y observando a aquellos tipejos que sólo dejaban entrever sus ojos, podía ahondar en el alma de muchos. ¡Ilusos! Creían poder esconderse pero era imposible. Algunos tenían la mirada perdida, otros no eran ni conscientes de lo que hacían. Ana se imaginaba dentro de alguna de aquellas túnicas oscurecidas. Al principio le parecía divertido, dejar ha descubierto tan sólo la mirada y que otros como hacía ella, jugasen a descubrir que escondía. Pero se empezó a agobiar. Quería salir de allí. No podía respirar y se vio a ella misma escalando por aquel capirote puntiagudo intentando escapar de aquella nube negra que la envolvía.

- ¡Hola, Ana!

Aquello la despertó de su letargo. Eran Luís y María. María la miraba sonriente.

-Hemos venido a pasar la tarde al pueblo. Estábamos dando un paseo y os hemos visto. ¿Cómo estáis?

A Ana no le gustaba hablar en plural. A decir verdad, no sabía ni cómo estaba ella, ¡a saber como estaba Miguel!

-Bien, bien. Estamos bien- respondió Miguel- Y a vosotros ¿cómo os va?

Ana no se acostumbraría nunca a aquel plural que implicaba, quizás, la vida en pareja. Luís y María se casaron hace unos meses, pero incluso antes de contraer matrimonio hablaban y, seguramente, pensaban en plural.
Luís comenzó a relatarle a Miguel todas sus historias de recién casados. Ana siguió ensimismada en los nazarenos.

-Qué mono tu traje, Ana- la volvió a interrumpir María.

-Me lo hizo mi madre. El tuyo también crea envidia- le respondió Ana con gracia.

A Ana no le gusta el negro, pero todo el mundo aquel día se encargaba de repetirle lo mono que era su traje. No era feo. El traje estaba bien hecho y se ajustaba perfectamente a su figura. Su madre cose bien, de eso podía estar segura, pero a ella no le gusta el negro.

- ¿Te gusta? Puedo darte el número de la modista- respondió María- No lleva muy caro y entiende de moda, ¡ya lo creo! ¿Sabes?, yo di con su taller de casualidad un día que andaba por la ciudad y…

María habla sin parar. No necesita ni siquiera que le asientan. Ella habla y habla. Ana la mira y la escucha sin demasiado entusiasmo aunque lo disimula. Ana nunca fue maleducada. Aunque lo que le hablaran no le interesase, lo escucharía.

-…me dijo “Nena, tú si que tienes gusto” En realidad, a mí siempre me ha gustado fijarme en lo que llevaba puesto los demás, y así es como he ido cogiendo ideas, aunque hay veces que…

Los nazarenos se paran. Ya se ve venir desde la esquina las autoridades y las mujeres vestidas de mantilla pero justo entre los últimos nazarenos y éstos, hay dos señores vestidos de soldados. Ana los observa por encima del hombro de María mientras ella sigue relatando su historia. Van vestidos de azul cielo con adornos dorados, y sobre la cabeza llevan cascos también dorados con plumas hacia arriba. Están muy serios y parecen custodiar la misma Verdad. Ana los escudriña con la mirada. Es imposible saber lo que piensan. Ana quiere poder estar más cerca para mirarle bien a los ojos y descubrir qué es lo que piensan, qué saben ellos que los demás que estamos alrededor no sabemos. ¿Por qué miran así? Se imagina acercarse. Ya está delante de ellos. Es imposible, no puede ver más allá de esas pupilas negras dilatadas. ¿Qué esconden? Ana está nerviosa porque no consigue lo que quiere. Nunca le ha costado tanto saber qué es lo que piensa alguien. Se mosquea. Ana está muy enfadada y le hace burlas. Les va a quitar el caso que llevan, verá como le dicen qué ocurre. Ana acerca el brazo.

-…yo no lo podía creer. ¡Ay! ¿Qué pasa?

Ana ha adelantado el brazo de verdad y lo ha llevado pocos centímetros más arriba de la cabeza de María.

-Lo siento. Había una mosca revoloteando encima de tu cabeza- se le ocurrió decirle a María.

- Ah, bueno. No es para tanto. Hija, qué cara has puesto. Bueno, pues lo que te decía, que allí estaba, todo sombreada con el vestido que yo había diseñado para mí…

- ¡María, se casan mañana!- le dice de repente Luís.

-¿Os casáis mañana? ¡Qué alegría! Ya era hora ¿eh?

¿Ya era hora? O ¿no? Ana se volvió a poner nerviosa.

- Sí, lo queríamos hacer desde hacía tiempo, pero no ha podido ser antes- dice Miguel al tiempo que abraza a Ana por la cintura y la mira sonriente.

Ana le responde a la sonrisa pero está muy nerviosa. Cuando se imagina de nuevo con el vestido blanco entrando a la parroquia, vuelve a aferrarse fuerte al bolso. Le sudan las manos y el corazón le late con fuerzas. ¿Por qué está tan nerviosa si se va a casar con el hombre al que ama? No se puede quejar… ¿no?
En ese momento en el que todos esperan las palabras de emoción de Ana, pasa las últimas mantillas y detrás viene el cristo en su tumba. Todos callan menos el interior de Ana, que borbotea de emociones sin palabras y sentimientos resentidos.
El paso es de madera antigua con adornos de siglos pasados y pintados todos de betún, oscuro. Lo único que reluce son los ribetes dorados de la fina sábana que envuelve al cristo en su tumba de cristal. Ana no ve desde abajo la cara de la figura, pero como todo el barroco seguro que es digna de contemplar, pues estará llena de sentimientos… como su interior. Ana se siente como aquella figura, llevada en el aire por gente que cree conocerlo pero ¡qué sabrán ellos! Tanto lujo para ella, del que tiene que estar agradecida. El cristo es el centro de atención de todos como ella lo será mañana. Pero ¿será verdaderamente ella lo que a los demás le interese? En realidad nadie se parará a pensar en lo que ella siente, como el cristo que avanza delante de ella. Todos adoran lo que ven, allí por fuera, pero ¿cuántos intentan comprender de verdad que significa todo aquello? ¿Cuántos piensan si es eso lo que de verdad ella quiere? ¿Y él? ¡Ay! Si Dios los viera…
Detrás, una multitud enlutada lloran al cristo tendido. Rezan y lloran, pero todos expectantes. ¿Llorarían por ella si supiesen las dudas que tiene sobre su futuro? ¿Quién dijo que el destino de aquella figura debía ser el relucir muerta y adornada delante de todos, como si de un circo romano se tratara? ¿Quién dijo que el destino de ella era ser una mujer y por tanto su deber debía ser casarse? ¡Qué enfadada está! Y llora angustiosa por tener que reprimir lo que tanto desea hacer, acabar con toda aquella pantomima. Pero ella quiere a Miguel, de eso está segura.
Su llanto se confunde con el de tantas otras y por eso pasará desapercibido.
La cofradía se aleja dejando un sonoro rastro.

- ¡Anda, tú también te has emocionado! A mí siempre me pasa igual ¿verdad Luís?- dijo María mirando a su marido.

-Es muy sentimental. Creo que es hora de que nos vayamos- respondió Luís- Vamos- y abrazó a María.

-Que os vaya todo bien. Y tú tranquila Ana, mañana es tu día- dijo María sonriente- Hasta pronto.

Luís y María se fueron abrazados calle abajo. Miguel tomó a Ana de la cintura de nuevo, como siempre hacía.

-Vamos nosotros también. Nos estarán esperando todos en tu casa- le dijo suavemente.

Miguel siempre le habla así, con extrema delicadeza. Él es muy bueno con ella, siempre lo ha sido. Cuando murió su padre, el mundo parecía echársele encima. Tenía que cuidar de sus hermanas menores y su pobre madre. Pero desde que él supo la noticia, a pesar de no tener demasiada confianza con la familia, se había ofrecido para ayudarles en todo lo que fuera. Gracias a él todo había sido mucho más fácil.
Ella nunca tuvo la ilusión de tener novio, o quizás sí, pero no era en algo que pensara muy a menudo. En realidad, en lo que pensaba era en viajar por el mundo, pero no como simple turista, ella quería ayudar a los que más lo necesitaban. Su madre le intentaba quitar aquella idea de la cabeza y Miguel siempre reía cuando se lo contaba, sin tomárselo demasiado en serio, y le decía que ya ayudaba a toda a su familia y a todo el que podía en la parroquia. Eso era cierto. Ana siempre formó parte del grupo de ayuda que había en la parroquia donde mañana se casaría, pero su ambición llegaba más lejos. Le gustaban los niños pero no soñaba con tenerlos. Ella quería ir a África y cuidar de los enfermitos y enseñarles a leer. Quería contarles historias como su padre hacía con ella.
Miguel se vuelve hacia ella y la besa. La mira fijamente a los ojos, con dulzura. Ella sabe que la quiere aunque no lo diga. Siguen caminando.
Realmente, no le desagrada la idea de vivir con Miguel. Ella lo quiere y sabe que será afortunada compartiendo su tiempo con él, por eso una vez incluso le invitó a que se fueran juntos a cumplir su sueño. Pero él se lo tomó como una fantasía de niña. Sin embargo, para ella aquello era algo muy importante y que mientras más se acercaba el día de la boda más ganas tenía de cumplirlo y abandonarlo todo.
Ana sabe que una vez que dé el paso del matrimonio su vida quedará sujeta a la de Miguel y seguramente, a la de sus propios hijos, que seguro que tendrán. Si decidía hacer algo lo debía hacer ahora o nunca. Pero ¿cómo escaparía si todo el mundo estaba pendiente de cada paso que daba? ¡Ya sabía! Diría a Miguel que la dejara sola para enseñarle el traje de bodas a su madre, pero que fuera él quien la avisara. Mientras el fuese a buscar a su madre, ella regresaría a casa. Entraría y diría a todos que estaba cansada y que deseaba subir a su cuarto. Subiría y echaría alguna ropa y todo el dinero ahorrado en un macuto y sin hacer ruido saldría por la puerta de atrás. Una vez fuera, cogería por las calles traseras que dan hasta las vías del tren y allí esperaría al de las ocho que va hasta la ciudad. Una vez en la ciudad estaría a salvo de que la encontrasen, así que una vez planeado sesudamente el recorrido hasta África, tomaría el barco que la llevaría hasta su destino. Ya se veía entrando en aquel continente desconocido.
Hace frío. Dos grandes hileras la reciben tras bajar. Sus pasos resuenan en la piedra antigua. Hay muchas personas con flores en la cabeza y muy bien vestidos. Y al fondo Miguel, esperando impaciente su llegada.

- Te has retrasado pero es lo típico. El novio siempre ha de esperar. Ya estamos juntos, mi vida, ya estamos juntos.

4 comentarios:

  1. Relato limpio y fácil de leer. La comparación de la protagonista con el paso me pareció muy acertada, a excepción de unos pocos detalles.

    "¿Quién dijo que el destino de aquella figura debía ser el relucir muerta y adornada delante de todos, como si de un circo romano se tratara? ¿Quién dijo que el destino de ella era ser una mujer y por tanto su deber debía ser casarse?"

    Me gustó bastante la frase para poder entender a la protagonista, pero en mi opinión el final de la historia necesita algo más de reflexión. Quizás con un par de frases finales para remarcarlo quedaría mejor.

    Un saludo.

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  2. Me ha parecido muy bueno también,muy natural y además del paso ha estado guay cuando la protagonista miraba dentro de los antifaces a los ojos de los nazarenos, como símil de lo que la atormenta a ella. Paco Basallote

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