Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

15/5/09

-Relato 2 de Guillermo Balbontín

EL PENULTIMO DIA DE LA HUMANIDAD

El 4 de junio del año 2090 un grupo terrorista sueco echó a pique al portaviones norteamericano “Victorious” de 50.000 toneladas, causando la muerte de mas del 50 por ciento de sus tripulantes, entre ellos la del capitán Burton que, incapaz de aceptar lo ocurrido, se suicidó. El motivo del ataque se debió a la decisión de los estados Unidos de montar una base naval submarina a muy pocos kilómetros de la costa, base naval que contaría desde luego con proyectiles de cabeza atómica de largo alcance que pondrían en peligro la estabilidad política, económica y ecológica de Suecia. Los norteamericanos respondieron arrasando Estocolmo, lo cual propició una coalición entre China, Rusia y Argentina para atacar a los Estados Unidos en cuya defensa acudieron Canadá, México, España y el Reino unido. Irán, Afganistán, Pakistán y la India aprovecharon la situación para invadir Egipto y Marruecos y repartírselo mientras el primer ministro ruso, enloquecido ante la barbarie reinante, pulsó el botón rojo y cien misiles algo descontrolados redujeron a escombros a cien ciudades norteamericanas, entre ellas, por supuesto, Nueva York.

En el año 3 de la llamada “guerra total” se habían producido dos mil millones de muertes; la peste, el cólera y la lepra rebañaban lo que podían de los supervivientes quienes escondidos en cuevas y cavernas sobrevivían a duras penas devorándose los unos a los otros; sólo unos miles de privilegiados, multimillonarios varios, mafiosos, actores de cine o astros del deporte permanecían cómodamente instalados en sus búnkeres y refugios atómicos a la espera de que aquella ordalía terminara.

No hacía ni un año que el presidente de los Estados Unidos, Arthur Rainbow, me había nombrado secretario general del TFH (the final tour, la hora final) una oficina encargada de resolver los asuntos de aquellos que se habían quedado sin hogar, buscaban a familiares o tenían que ser atendidos de enfermedades y dolencias de todo tipo. La oficina era un caos, naturalmente. Los treinta y dos empleados bajo mis órdenes actuaban como autómatas, con sus miradas perdidas y sus movimientos mecánicos, ajenos al dolor que les rodeaba, indiferentes al alarido de angustia que parecía brotar del fondo de la tierra. Escepticismo total; pero al menos en el edificio existía un comedor y un cocinero que preparaba spaghetti contaminado y legumbres medio podridas.. Por lo menos entre esas cuatros paredes nadie se moría de hambre.

Una tarde en que el presidente Rainbow asistía a un oficio religioso en la única iglesia que quedaba en pie en la torturada ciudad de Washington, el sermón del reverendo Philippe Songflower le habia atravesado el corazón. El reverendo habia alzado los brazos y clamando con una voz que heló la sangre a los asistentes espetó:

-Dios y Señor nuestro ¿es que estás dormido?

Y en ese mismo momento, la iglesia tembló como una brizna de hierba en la tormenta. La gente abandonó los bancos chillando, tropezando, cayendo al suelo, pisoteándose. Dios había contestado furioso ¿Cómo alguien tan minúsculo como aquel curilla, osaba sacarle los colores? El presidente, sin embargo, guardó la calma; debía dar ejemplo y salió del templo firme aunque algo mareado y bastante confuso pero decidido a que aquello acabase. Los hombres tenían el deber de dejar de matarse y él, el presidente de los Estados Unidos iba a olvidar agravios, ofensas, mentiras y traiciones e iba a convencer a los líderes mundiales para que se sentaran en la mesa redonda y firmaran la paz. Esto se consiguió finalmente con la firma de un documento “El protocolo de la Nueva Era” rubricado por casi un centenar de jefes de estado el 1 de julio del año 2096.

Decidí cambiar el nombre a mi oficina; a partir de ahora se llamaría la TRP (the recovered paradise, el paraíso recobrado) y desde el primer momento dediqué todos mis esfuerzos en insuflar optimismo en los corazones de la media docena de colaboradores que quedaban. Samuel Banks, un banquero amigo que había rapiñeado varios millones de dólares durante la guerra me prestó cincuenta mil que repartí entre la media docena y que tuvo un efecto definitivo: se pusieron a trabajar con entusiasmo.

Poco a poco los sangrientos nubarrones se disiparon y los granjeros sembraron trigo, los arquitectos comenzaron a reconstruir edificios, se creó una comisión de expertos para estudiar la forma de levantar de nuevo los monumentos que la guerra redujo a cenizas, la Torre Eiffel, El Taj Mahal, la Estatua de la Libertad o las pirámides de Egipto, se potencio´la pesca pues los recursos marinos habían sido los menos dañados, renacieron las industrias de todo tipo, continuó la actividad universitaria, unos dos millones de personas, sobre todo mujeres, empezaron a escribir sus experiencias durante la tragedia en forma de novelas y Hollywood nombró sus candidatos a los oscars para el próximo año.

Se oficiaron además multitud de misas y oficios religiosos para agradecer a Dios todas sus bondades.

Y se dio sepultura a 3.567.925 .665 cadáveres.

Pero ¡ay! El 24 de noviembre de ese año, mi secretaria Nancy Midsummer aterrizó en mi despacho absolutamente fuera de sí, despeinada y con su elegante vestido rosa completamente desajustado. Durante unos segundos se me quedó mirando sin acertar a decir palabra y tras unos cuantos balbuceos me indicó que conectara el circuito cerrado de televisión.Lo hice. Apareció la imagen del presentador de turno que con mirada muy seria espetó lo siguiente:

-. Un asteroide de 50 kilometros de diámetro y que viaja a la velocidad de veinte mil millas por hora se acerca a la Tierra, después de haber atravesado las galaxias “Andrómeda Strain” y “Júpiter,s Path”. En estos momentos está a punto de superar la órbita de Marte. Se calcula el impacto para dentro de treinta y un dias concretamente el 25 de diciembre a las siete de la tarde y en la comarca de Richmond,s End donde precisamente nació el presidente Rainbow. Los astrónomos dicen que es irreversible.

Y dicho esto se santiguó.

Aquel mismo día Arthur Rainbow, perfectamente informado de la nueva amenaza, se había quedado en cama alegando una terrible jaqueca; su mujer, Dorothy, no se apartaba de su lado muy preocupada pues era rarísimo que su marido, el presidente de la nación, descuidara sus obligaciones. Ëste no cesaba de repetir con voz quejumbrosa:

-Solo soy un hombre; no un héroe, ni mucho menos un dios, solo soy un pobre hombre agobiado y asustado ¿qué mas puedo esperar de este destino hostil que parece empeñado en inmolarme en el fuego eterno?
-¿Eso es de Shakespeare,Arthur? –preguntó despistada Dorothy.
-No puedo mas…solo soy un hombre –repietía machaconamente el presidente..

Dorothy chasqueó la lengua disgustada. Su marido presentaba un aspecto de lo mas preocupante, aquel antiguo fulgor que dotaba a su mirada de una fuerza extra terrena y que le ayudaba a cabalgar contra todas las banderas enemigas había desaparecido y su tez presentaba una coloración amarillo pálido que no presagiaba nada bueno pero se trataba de un hombre fuerte y valeroso que terminaría venciendo también al mas peligroso de los enemigos que es el miedo. Dorothy suspiró y de reojo echó una mirada al cielo. De momento estaba despejado.

Dos dias después me fue permitido entrar en el nuevo despacho oval al que aun faltaban algunos detalles decorativos.

-Buenos dias, señor Presidente- saludé con amabilidad.-Celebro que se encuentre mejor.
-Solo soy un hombre-.dijo con voz mortecina el presidente.
-Hay algo muy importante que debo comunicarle, señor presidente, algo muy importante y muy desconcertante tambien.
-¿Otra plaga biblica tal vez? –el presidente emitió una risita.
-Señor presidente, he recibido una visita de un ciudadano tibetano llamado Yatsu Utu. Esta persona me contó una historia aparentemente cochambrosa e increíble, casi una broma de pésimo gusto para los tiempos que corren, pero me demostró de forma fehaciente que su historia ni es cochambrosa ni es increíble y que además puede ser la salvación del mundo.
-El mundo esta condenado,creo- aseguro el presidente.
-Tal vez hay una salida, señor…Seria conveniente que lo que tengo que decir sea escuchado por el ministro de defensa, el secretario de estado y el vicepresidente ¡ah! Y el secretario general de Naciones Unidas.

Arthuir Rainbow ordenó a su secretaria que organizara la reunión para la mañana siguiente y a las nueve en punto todos los convocados estábamos sentados en nuestros escritorios, a mi me acompañaba el señor Yatso Utu; todas las miradas estaban puestas en nosotros. Carraspeé muy nervioso pues lo que tenia que decir no era nada fácil y me sequé un leve sudor en mi frente y, por unos segundos deseé ardientemente encontrarme en mi antiguo rancho de Montana marcando vacas.

-Señores-dije- voy a ir directamente al grano…!ejem!....el caballero aquí presente-moví la cabeza en dirección a Utu- es un ciudadano nacido en el Tibet y dedicado a la enseñanza en un instituto de la ciudad de Ancorage.. Se llama Yatso Utu y posee un historial profesional impecable…Esta casado y es padre de tres hijos, digamos que es un ciudadano libre de toda sospecha. Pues bien, el señor Utu está como ustedes pueden ver, vivo y con un magnifico aspecto.

Los asistentes a la reunión movieron la cabeza en actitud aprobatoria pero se sentían un poco desconcertados.El vicepresidente disimuló un bostezo.

-Pues bien-continué- el señor Utu carece de corazón y de pulmones.

Se produjo un silencio de muerte; un poco de ceniza cayó del extremo de un puro sobre la alfombra y pareció la erupción del Krakatoa. Mi pobre cuerpo tembló por la emoción pero Yatso Utu permaneció tranquilo.

-¿Es una broma? –rugió el secretario de Estado.
-No, señor secretario- aseguré tratando de impostar mi voz al máximo.-No es una broma. Traigo aquí todo lo relativo a la biografía del señor Utu y a la enfermedad que padeció hace dos años y a las extraordinarias circunstancias en que se produjo su curación. Hay radiografías, ecografías, e informes médicos para que los examinen pero todo ello les llevara, caballeros, a la conclusión de que nos encontramos ante un milagro… y ese milagro, señores contó con la colaboración de otra persona, un monje budista que permanece aislado y en una clausura total desde que descubrió algo aterrador y maravilloso.
-¿Qué descubrió ese monje, que podía hacerse invisible? –risotada general. El señor Yatso utu y yo enrojecimos y yo tuve que dominar mi ira.
-No. No descubrió nada de eso. Descubrió que podía hablar con Dios.

El presidente Rainbow emitió algo así como el balido de una oveja, su vicepresidente se levantó con violencia rugiendo blasfemias y el secretario de defensa disimulaba como podía lo divertida que le parecía aquella situación. Impuse a gritos mi autoridad y ordené a aquellos bellacos que se sentaran y cerraran la boca. Les explique con toda clase de detalles cómo el señor Utu enfermó de cáncer debido a la radiación y como, conociendo la leyenda del monje de clausura, fue a verle y le rogó inundado de fé que intercediera ante el creado para curarse.. El monje solo dijo “hablaré con El” y pocas semanas después el señor Utu dejó de sentirse mal, es mas, empezó a sentirse como si fuera un joven de 20 años; acudió a un centro médico y allí comprobaron asombrados que al señor Utu le faltaban el corazón y los pulmones y a pesar de ello vivía. El por qué aquellos miembros habían desaparecido continúa siendo un misterio. Por una cuestión de seguridad y también por temor a lo desconocido los médicos guardaron silencio. El secreto ha sido guardado hasta hoy.

- No me creo esa patraña-masculló el ministro de defensa. Es imposible. Si este tipo no tiene ni corazón ni pulmones es que se trata de un extraterrestre o de un nuevo experimento del doctor Frankenstein ¿y saben por qué digo esto? Pues entre otras cosas porque Dios no existe.- Los demás estuvieron de acuerdo pero no me desalenté.
-Señor Presidente, es imperativo que acuda usted al Tibet y hable con el monje.

Arthur Rainbow saltó como una liebre al escuchar el disparo y cayó pesadamente en el sillon de cuero.

-¿Qué? ¿Cómo? –balbuceó.
-Solo usted puede salvar al mundo, señor presidente y tenga presente que el meteorito cada vez está mas cerca y no hay tiempo que perder. Créame señor, todo cuanto he contado es verdad…al menos, hay que intentarlo.
-¡Déjese de coñas! –bramó el vicepresidente- Es inconcebible que nos haya hecho venir para esta estupidez! por Dios!
-.Señor Presidente, no les escuche –rogué sudoroso
El aventuró con un hilillo de voz:
-¿Y por qué no mandamos al Papa?
El señor Utu me miró y negó con la cabeza.
-No- dije con firmeza.-Tiene que ser usted..

El señor Utu se dirigió a mi.

- ¿siempre son asi de lerdos? –preguntó.-Respondí que sí. Sin embargo algo había sucedido en lo más recóndito del corazón de Arthur Rainbow. Tal vez el sentido de su inmensa responsabilidad o la vanidad subyacente que le empujaba a hacer algo grande, el caso es que mientras todos gritaban y argumentaban, el permaneció pensativo mirando tristemente a ninguna parte mascullando una vez mas lo humano, sensible y vulnerable que él era. Se volvió hacia mi, se incorporó y adoptando la misma postura que debio adoptar Moisés cuando ordenó que las aguas se separaran, dijo con solemnidad: “iré” y con voz casi inaudible uno de los asistentes espetó: “este hombre es un imbécil”.

La expedición al Tibet se organizó para tres días después. En el avión presidencial viajaríamos el Presidente, el secretario de Estado, un representante del Vaticano, otro de Naciones Unidas, el primer ministro ruso, el chino y un rabino de Israel y naturalmente el señor Utu y yo. Por razones de seguridad llevaríamos al piloto y su copiloto pero nadie más de la tripulación. Todo debía hacerse en el mayor de los secretos.

Mientras tanto los supervivientes de la gran guerra corrían de nuevo a guarecerse en los mas recónditos refugios; las ciudades aparecían patéticamente despobladas; solo los perros callejeros o algunos gatitos deambulaban por sus calles desiertas y ni siquiera los asaltadores profesionales se molestaban en ejercer su oficio. En el fondo de sus corazones todo bicho viviente sabía que nos acercábamos al fin de los tiempos. Los pocos profesionales de las televisiones que se mantenían en sus puestos informaban constantemente del terrible avance del meteorito hacia la Tierra. No se habia desviado ni un centímetro. Estos informes los alternaban con la emisión de películas de Bob Hope y Lucille Ball.

Para llegar al santuario donde el monje habitaba, había que subir unos 300 escalones, éstos terminaban en una gran plazoleta con pavimento de mármol, y una columnata que la circundaba. Frente a la escalera se encontraba el santuario cuya puerta consistía en una abertura entre las regordetas piernas de un enorme Buda. Una pequeña legión de monjes todos calvos y todos vestidos de color púrpura nos esperaban a ambos lados de la puerta. El Presidente flanqueado por mi y por el señor Utu se adelantó tembloroso e hizo una reverencia a los monjes según instrucciones recibidos del señor Utu. Yo le imité. Un monje cuyo impresionante aspecto le delataba como jefe de aquella tropa se acercó e hizo una señal al Presidente que volvió hacia mi una cara espantosamente pálida

-¿De verdad que tengo que pasar por esto?-gimió.
-Animo, señor Presidente-dije yo con una sonrisa amplia pero forzada- no se pierde nada.
El monje de impresionante aspecto y el Presidente desaparecieron en el interior del santuario. Los demás permanecimos a la espera, una espera que se prolongó por mas de una hora. Finalmente el Presidente y el monje salieron del santuario. Arthur Rainbow presentaba el aspecto del hombre que acaba de luchar contra una anaconda gigante.Daba horror contemplarlo, pero caminaba sobre sus pies aunque apoyándose un poco en el brazo del monje. Cuando estuvo a mi lado entonó su ya famosa cantinela.”Sólo soy un hombre”. No quise preguntar nada en ese momento aunque ardía de curiosidad. Comenzamos a bajar la empinada escalera y cuando íbamos mas o menos por la mitad escuchamos una voz que parecía provenir de todas partes tal era el eco que la envolvía, una voz estentórea, iracunda, poderosa y que además no parecía humana:
- ¡!HE DICHO QUE NO!! –clamó atronadora. Y entonces todos los monjes incluido el señor Utu se tiraron al suelo temblando. El Presidente pegó un grito y comenzó a bajar los escalones de tres en tres seguido por el secretario de estado que los bajó de cuatro en cuatro; el representante del Vaticano llegó abajo rodando y los demás en un aparatoso lío. Yo mantuve la calma y mirando al cielo, murmué: “lo siento”

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Son las seis de la mañana del 24 de diciembre. El meteorito ya ha provocado olas de calor, inundaciones, tormentas y terremotos. Me asomo a la ventana de mi apartamento en el piso 25 de la Andrew Jackson Tower y le veo inmenso y rojo sangre como detenido en el firmamento pero al alcance de la mano. Quedan pocas horas para el gran encuentro pero estoy relajado; me acerco a la cama y contemplo el cuerpo desnudo de Lizzy Gaynor la estrella del cine porno que ha accedido a pasar la noche conmigo. Es tan hermosa que duele mirarla y entonces, por primera vez en todos estos años de tragedias sin fin, he perdido los nervios, he dado una patada a una silla y he soltado furioso la blasfemia favorita del Presidente: “!Me cago en Dios”!


F I N

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