Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

3/5/09

-Relato 3 de Carmen Hernández

Mari y el minibar

Es algo totalmente exasperante para Mari, además de producirle una sensación de deja vú impresionante. Porque es ese maldito color rojo chillón y ese olor a ron y whisky. Otro endemoniado minibar.

Mari frunce el ceño y se lleva el dedo índice a la sien. El buen observador deduce que este gesto sólo puede significar una cosa: Mari está enfadada o molesta. Y es que a ella no le gustan los minibares. Le recuerdan una y otra vez esas fiestas de su hermana mayor y sus insoportables amigos de metro ochenta y espaldas de jugadores de rugby que la llamaban “cuatro-ojos” o “cerebrito”.


Vale, Mari es capaz de reconocer que a veces es un poco pedante y sabelotodo, pero tampoco es mala persona. Bueno, tampoco es que fuera alguien tan sociable como para resultar simpática a primera vista. De todos modos, ¿a quién le importa cómo es ella? ¿O cuánto sepa? Lo único en lo que eso realmente importa es en su trabajo, que hace más que bien.


Y es que nadie de los que creen conocerla desde hace años puede adivinar en qué trabaja Mari, la del pelo corto negro cortado casi a tijeretazos, la de las gafas, la de las sudaderas grises y negras, la de los vaqueros casi viejos y rotos… Nadie se espera que un día venga Mari y diga que trabaja para nada más y nada menos que una mafia.


Su trabajo no consiste en pegar tiros, ni lleva listas de enemigos. No. Mari se encarga de “limpiar” los sitios, controlar que todos los aspectos de contabilidad, logística y papeleo legal estén arreglados. Porque ella es muy inteligente y puede con todo.


O casi todo. No soporta los minibares rojo chillón.


Ella está ahora en una habitación, en un Love Hotel de aspecto llamativo sólo por dentro. No está allí por gusto, es sólo parte de su trabajo, es sólo una de las “chicas”, que ha recibido esa noche una paliza de un tipejo indeseable. La joven en cuestión es de los Países Bajos, de Flandes, así que nada más domina el flamenco y el francés. Nadie más que Mari sabe idiomas (a excepción del italiano, claro. Son mafiosos) así que la mandaron allí a pesar de que cuando se lo dijeron Mari frunció el ceño y se llevó el dedo índice a la sien. No le gustan los problemones de este estilo, pero tampoco tiene la suficiente sangre fría para dejar tirada a una pobre chica.


La llaman Annie, aunque Mari no sabe por qué, ese no es su nombre verdadero, y tiene el pelo largo y rubio, al contrario que ella. Está llorando en la cama y Mari se siente incómoda y casi culpable por lo que le ha pasado. Aunque Annie es de las pocas “chicas” que “trabajan” de forma voluntaria en la “compañía”. De todas formas, por primera vez Mari no se puede concentrar bien. Maldito minibar.


-¿Annie? –la llamó sin acercarse, con el ceño fruncido y el dedo índice en la sien. La aludida levanta la cabeza. Aparte de un leve rasguño en la ceja y en el puente de la nariz, su cara está en perfectas condiciones. No así el resto de ella, con moratones variados. Cabrón, se oye murmurar Mari, sorprendiéndose a sí misma. Sacude la cabeza.


-¿Qué te han quitado? –le pregunta en flamenco. Se siente mejor al verla sonreír, y contesta:


-La cartera, el móvil y el reloj.


-¿Sabes cómo se llamaba?


-En recepción dijo algo así como Roger Thompson. Me acuerdo porque mi padre tenía una Thompson automática.


Eso último no le interesa a Mari, que vuelve a fruncir el ceño y llevarse el dedo índice a la sien. Pero, como no quiere ser antipática con Annie, sonríe.


-No te preocupes. Toni y Dean lo encontrarán y le darán una paliza de alucine. –A Mari no le gustan las peleas, ni esos dos tipos, en especial Dean y su sonrisa de yo-soy-lo-mejor-con-lo-que-puedes-soñar. Por lo menos se consuela al pensar que no son fríos con las chicas atacadas.

Annie se incorpora y busca su ropa, que se halla en un pulcro montón sobre un sillón negro. Se la pone y Mari mientras aparta la mirada, ruborizada. Siempre se siente incómoda al ver a una de las “chicas” desnudas. Ya con la ropa puesta, Annie se sienta en el sillón de color negro. Mari cae en el otro, intentando no mirar el minibar, ignorándole.

Annie se sorbe los mocos.


-Necesito un trago –sentencia, inclinándose sobre el rojo minibar. Mari frunce el ceño y se lleva el dedo índice a la sien. Pero Annie no se da cuenta, no la mira, se sirve un whisky caro. Total, la habitación ya está pagada. El líquido reluce, Mari se queda hipnotizada con el fulgor dorado, centelleante.


-¿Cómo es que una chica como tú está trabajando con esta gente? –le pregunta Annie, entre buche y buche.


-Realmente no lo sé –dice Mari tras unos minutos reflexionando-. Supongo que quería hacer algo que sorprendiera a los demás.


Un silencio incómodo, y Mari se pregunta por qué se ha sincerado con ella.


-Pues no te pega mucho –comenta Annie-. No te lo tomes a mal, pero tienes toda la pinta de ser la típica científica rarita, excéntrica y repelente.


-No me gusta mucho la ciencia –declara Mari, y Annie entonces ríe, dejándola estupefacta.


-Cualquiera lo diría –consigue decir entre carcajadas. Se inclina y prepara un segundo whisky que tiende a Mari, y ella acepta sin decir nada.


-En verdad me alegro de que estés aquí –continúa Annie cuando la risa desaparece-. Es que la “compañía” consiste en tipos duros y gente que no es de fiar, ¿sabes? Tú tienes algo que hace que confíe en ti.


Mari enrojece y bebe. Annie no habla más.


De repente suenan unos pasos presurosos y alguien abre la puerta. Es Toni, con su pelo rubio echado hacia atrás, con sus gafas de policía fascista, con su camisa azul remangada y una pistola en el cinturón.


-Mari, ¿qué has averiguado?


Annie se encoje un poco en el asiento, pero Mari hace bien su trabajo y se incorpora, dejando el vaso en una mesita cercana.


-El nombre que el tipo usó fue Roger Thompson, y solo se ha llevado cosas de valor.


-¿Eso significa que el tío era un vulgar ladrón?


-No lo sé. Ese es tu trabajo, ¿no?


-¿Y por qué le ha pegado?


Mari pestañea y maldice el minibar. Frunce el ceño y se lleva el dedo índice a la sien mientras se gira hacia Annie.


-Annie, ¿sabes por qué te atacó? –le preguntó en flamenco. Ella niega con la cabeza.


-Cuando llegamos, me mandó desnudarme –cuenta, sin apartar los ojos de Toni-. Después empezó a pegarme, y te aseguro que no era “sado”.


Mari asintió, sintiendo una punzada de compasión. “La pobre ya tiene suficiente con vender su cuerpo”, piensa Mari, “encima le pegan. ¿En qué mierda me he metido?” Pero sabe que no va a dejar el trabajo, que necesita romper con los esquemas de la normalidad.

Mari traduce lo que ha dicho Annie, y Toni asiente, se da la vuelta y está a punto de salir cuando se detiene.


-Por cierto, Mari –le dice con una sonrisa-. ¿Te apetece salir el martes a cenar?


Y Mari aceptará y se quedará en la habitación con Annie pensando que Toni es guapo y no tan antipático. Y el martes se arreglará por primera vez en su vida. Después de una cita fabulosa, vendrán más hasta que un día un mes después se irán a casa de Toni.


Pero aquí hay un minibar rojo chillón. Mari frunce el ceño y se lleva el dedo índice a la sien. Él alza una ceja y le pregunta qué le pasa.


-Odio los minibares rojos chillón –declara Mari, sin preocuparse con quién se sincera. Le gusta mucho Toni.


Él sonríe.


-Yo odio los jerseys de color verde.


Y Mari sonríe y se quita el jersey.

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