Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

27/5/09

RELATO 6 de Elena Pentinel de la Chica

CELEBRACIÓN


La estancia única del salón con la pequeña cocina americana a un costado aparecía grisácea y plomiza bajo el peso de la humareda de decenas de cigarrillos a medio apagar en los ceniceros repletos y en los dedos gesticulantes de los invitados. Las copas, a medio llenar se repartían entre las dos mesas auxiliares y las baldas cargadas de las estanterías. Una mancha de vino adornaba la esquina del kilim turco y unas bandejas geométricas mostraban restos de canapés y sandwiches.
-Jodido Xavi, me tienes que pagar la tintorería esta vez. Me dejo un riñón con tus estropicios cada vez que vienes a casa, -exclama Luis con ojos irónicos.
-Te la va a pagar tu padre, maldito burgués, que para eso eres niño de papá. Yo soy un pobre proletario que intenta ganarse la vida con estúpidos poemas que nadie lee. ¿Cómo se te ocurre que yo pague algo? Ni siquiera he entrado en una tintorería en mi puñetera vida.
Maika reía a carcajadas con las piernas encima de Xavi. Su falda arrollada dejaba ver la parte tupida de sus medias. Llevaba un estudiado despeinado que resaltaba su estilizado cuello.
-Recítanos uno de tus oscuros poemas, “paria catalán” y luego hablamos de tu gran compromiso con los desfavorecidos de este mundo, - carcajeaba Maika cerca del oído de Xavi. Su falda se deslizaba hacia arriba un poco más.
-Un buen tema, aunque algo manido ya, ¿no creéis? Evasión o compromiso. Yo siempre opto por la ética del placer y no del deber. Ya tuvimos demasiadas obligaciones de niños, tantas normas que aprender,... joder, ahora es el momento del goce. Mejor si es incontrolado, -dijo con voz ampulosa un chico de gafas negras y modernas. Todo él de negro, parecía un modisto de alta costura en el momento de saludar orgullosamente a su público, o quizá un creativo cocinero que se pavonea entre las mesas de sus comensales.
-Bueno, ya saltó el epicúreo con sus discursos. ¿Queréis que ponga algo de jazz? Tengo una versión en directo del “Blue Train” de John Coltrane. Genial – dijo con entusiasmo Luis mientras acariciaba y casi pellizcaba entre las arrugas de su shar pei que le observaba con devoción canina.
Se levantó de un salto y se dirigió con cierto tambaleo hacia el equipo de música. Por unos instantes se hizo el silencio.
-¿Por qué no pones mejor algo de Wagner, con amor para tu vecina la wagneriana, Dedícale el canto de amor de Isolda –vociferó el poeta.
-Tío, cállate, que estas paredes son de papel. Se oyen hasta los interruptores de la luz. Déjala si le gusta Wagner, afortunadamente aún quedan románticos, no todos son unos descreídos como tú. Peor sería que le diera por la copla española o, imagínate, por los boleros. Tiemblo sólo de pensarlo. Es una buena chica y además toca el piano.
-A ti nunca te gustaron las buenas chicas, ¿no es cierto, Luis? Prefieres a mujeres sofisticadas y complejas, como yo misma. Es un ejemplo,- decía con gesto teatral Merche, mientras hojeaba un pequeño libro de poemas, Poésies, Rimbaud, rezaba en la portada.
-Acércate, Egon, ¿quieres probar estos ganchitos asquerosos que nos sirve tu dueño?- dijo Maika, mientras se incorporaba en el sofá y liberaba a Xavi del abrazo de sus piernas. Se recompuso la falda, sin bajarla del todo. Una pequeña carrera seguía el perfil de su gemelo.
-No se puede ser más pedante. Por algo eres escritor. Llamar Egon a tu perro. ¿Qué pretendes, ligar con las universitarias de la filmoteca? Seguro. A ti la pintura te la trae al fresco, -opinó el de las gafas-. Nunca has valorado mis cuadros, eres un escritor con una imaginería más que deficiente.
- Pobre Egon, ven aquí, ¿tú que culpa tienes de nada? No os metáis con este lindo perrito –decía Maika mientras frotaba el lomo del perro- Lo que pasa es que ellos nunca llegarán a tu inocencia. No saben reconocer la pureza, son unos retorcidos- y se recostó mimosamente contra el hombro de Xavi.
-¿Acaso pretendes compararte con Egon Schiele? Menudo soberbio. Lo tuyo no es arte, lo tuyo es una tomadura de pelo para incautos deseosos de adornar las paredes de sus modernos salones. Acabarás decorando peluquerías. Al tiempo. Schiele es tragedia de la existencia, soledad y erotismo desgarrado. No hay palabras para describir su obra, -dijo Luis con voz altisonante.
-Si no tienes palabras, cállate entonces, que das dolor de cabeza con tus interpretaciones librescas,- todos rieron al unísono.
- Que no llegue la sangre al río. ¿Habéis traído algo para fumar?- Maika se levantó con el perro entre sus brazos, besándole en el cuello.
-Tú ya tienes bastante con lo que has bebido, Maika. Creo que ya va siendo hora de largarnos. Ya hemos arramplado con todo lo bebible y comestible de esta casa. Mañana tenemos la superconferencia de nuestro Luis en el centro ese para subvencionados de la cultura –sonrió Merche, mientras colocaba los libros que había estado hojeando encima de un estante de revistas.
-Bueno, ¿y de qué carajo iba tu charla, erudito? Seguro nos dormimos mientras filosofas para las cincuentonas que posan de cultas y que en realidad van a verte para tener tu última novelita dedicada. Creen que tendrán un gran valor en el futuro sus tristes ejemplares.
-“El mito del amor en Occidente”, contestó Luis. Rebuscaba entre los papeles desparramados de su mesa de trabajo y mostró un borrador en alto.
“Pretendo demostrar que el concepto de “amor” con mayúsculas es otro mito comparable al de “El Dorado” o al del elixir de la eterna juventud, o al de la vida eterna, ¿por qué no? El autoengaño más eficaz en nuestros tiempos. Es la nueva fe, la fe que mueve a adolescentes de hormonas exaltadas, a amas de casa frustradas y a jóvenes poetas que imitan la manera trovadoresca. Un invento culturalmente rentable que ha llenado montones de páginas de ficción. Pero también la coartada para hacer las mayores barbaridades. Opino que volvamos a la Razón y enterremos la decadencia. He dicho.” Se desplomó en el sillón. “Ahora sí que me fumaría algo”, concluyó retrepado entre los cojines.
-Ya es hora de marcharse, atajo de alcohólicos, dijo Merche desde la puerta, mientras se calzaba los zapatos de tacón, tambaleándose.
-Cualquier autoengaño es maravilloso, si nos hace felices. ¿Acaso no es el origen de la creación artística, de vuestra propia obra literaria? Hipócritas, -Maika miraba con seriedad a Luis, luego a Xavi.
-Tú lo has dicho, el invento de la literatura para tener sobre qué escribir. Vamos a contar mentiras es la máxima –exclamó Luis.
-Nos vamos. Adiós Egon, bonito. Tienes que estar harto de tanta impertinenencia,-Maika le dio un leve beso en la boca al perro –Ya son las tres de la mañana. Vamos, Xavi, acompáñame a mi coche.
-Si obtengo algo a cambio puedo ejercer de guardaespaldas.
- Yo te acerco a tu casa, Merche. Tengo en el maletero el catálogo que me pediste.-El chico de negro se dirigía hacia la puerta, tomando a Merche por la cintura y apoyándose a medias en ella.
-Largaos ya, tengo un sueño tremendo. Mañana tendré que madrugar para limpiar toda esta porquería antes de la conferencia. Y encima afeitarme. Cuidado con los controles, no me llega para pagar fianzas.
Todos se agolparon en la puerta del ascensor, mientras reían cansinamente y bostezaban de hastío y de cansancio. Merche se arrebujaba en su chal apoyada en el ascensor, tiritando de frío.



Inés llevaba desde las diez paseando arriba y abajo de la breve habitación. De vez en cuando paraba e intentaba distinguir, alerta, alguna palabra entre el griterío que venía del tabique contiguo. Se había estado asomando, de puntillas y con el corazón saltándole en el pecho, a la mirilla de la puerta cada vez que escuchaba un nuevo timbrazo en la puerta de al lado. Comprobó con inexplicable alivio que eran los mismos de siempre. Ahora se movía, nerviosamente de un sitio a otro. Se sentó frente al ordenador y entró otra vez en el foro que le recomendó Miriam, su compañera en la biblioteca.
-¿Qué tal, Inés? ¿Estás por ahí? ¿Cómo te fue hoy? ¿Mucho trabajo? Yo he estado veinticuatro horas de guardia curando heridas y echando puntos. Hasta el gorro de enfermos, tú. ¿Inés? ¿Inés?
Inés cerró repentinamente la pantalla del portátil, casi con asco. Se levantó, tomó un libro que se había traído del trabajo: All music guide to jazz, e intentó concentrarse en la lectura. De repente, alzó la cabeza del libro: “Wagner”, había escuchado con claridad a través de la pared. Se levantó con rapidez y puso la oreja contra el muro, conteniendo la respiración. Casi saltó del susto al oír la estridencia del teléfono.
-¿Sí?
-Inés, ¿qué pasa? ¿por qué no me has llamado hoy?
- No sé, mamá, he estado ocupada repasando unos archivos.
-¿Es que no tienes unos minutos para tu madre, hija? Sabes que me preocupo si no hablamos, por lo menos una vez. No es tanto pedir creo yo.
-No mamá,- dijo Inés con fastidio e impaciencia- Pensaba llamarte pero se me hizo un poco tarde. ¿Qué tal el día?
- Pues como siempre. Todo el día con la espalda destrozada, tuve que tumbarme con la manta eléctrica otra vez y tomar los antiinflamatorios. A ver si me pides cita para ir al fisioterapeuta ese que te recomendaron. Estoy rabiando de dolor todo el santo día. Y encima aquí sola, sin hablar con nadie... Podías haberme hecho una visita al menos. Mañana no trabajas y me hubieras hecho compañía. Como te empeñas en dejarme sola para vivir en ese cuchitril... Con la de sitio que tengo yo aquí en casa.
-Mamá, por favor, no vuelvas con eso. ¿Te has tomado la medicación de la tensión? Y tómate el protector para el estómago, que luego te dan ardentías y no puedes dormir.
-Pastillas y más pastillas, lo que yo necesito es un poco de compañía en esta casa tan grande. Y tú ahí, también tan sola, porque estás sola, ¿verdad?
- Claro, mamá- dijo mientras se tumbaba, cansada, en el sofá.
-Es que me parece oír algo de música y ruido.
-Es el vecino, mamá. Da una fiesta con unos amigos.
-No deberías aguantar ese escándalo a estas horas. Seguro que ni puedes dormir. Valiente sinvergüenza ese vecino tuyo. Creo que deberías hablar seriamente con él. Tienes demasiada paciencia con ese poetucho de tres al cuarto.
-Novelista.
-¿Cómo dices?
- Que no es poeta, mamá, sino que escribe novelas, y relatos. Y escribe muy bien.
-¿Qué más dará? Un cantamañanas en cualquier caso. ¿Qué escribe bien? ¿Ahora te dedicas a leer novelitas de ese payaso? En vez de practicar con el piano, que se te va a desafinar por falta de uso.
-¿Por qué le llamas payaso? Ni siquiera le conoces. Sólo le viste una vez en el ascensor.
-Me lo imagino. Tengo mucha vida yo para distinguir a esos bohemios de pacotilla...
- Lo siento, mamá. Tengo que colgar. Creo que he dejado el cazo en el fuego. Me hacía una tisana.
-Pues sí, tómate algo calentito y vete pronto a la cama, a ver si puede ser que duermas alguna noche como Dios manda, sin esos insomnios tuyos, que yo creo que deberías ir al médico que te recetara algo porque...
- Sí, mamá, mañana hablamos. Un beso. Tranquila, ya me acuesto. Hasta mañana.
Inés colgó el auricular y se tapó los ojos durante unos minutos. Luego se levantó y buscó algo de bebida en la nevera. Nada. Recordó que había comprado el mes pasado una botella de oporto para la visita de su tía. Buscó la botella en el mueble del televisor y sacó una copa. Dio un gran sorbo, frunciendo la cara. “Está caliente, joder”, dijo en voz alta, pero se sirvió una segunda copa.
Parada en medio de la habitación, con la copa en una mano y la botella en otra, no sabía hacia donde moverse. Decidió poner algo de música. Buscó entre los cedés. Tristán e Isolda. Colocó el disco y se quedó mirando cómo daba vueltas mientras surgían los primeros acordes del Preludio.
Se fue hacia su habitación, tiró los zapatos a los lados con fuerza y se tumbó en la cama. Mientras bebía el vino caliente empezó a acariciarse el vientre, siguiendo con su cabeza el ritmo de la música. Poco a poco empezó a retorcerse sobre sí misma con gesto que parecía de dolor.
Cuando se levantó de la cama, se fue hacia el baño y metió la cabeza bajo el grifo. El chorro de agua se mezclaba con sus lágrimas. El oporto le había sentado mal.
Eran las dos y media de la madrugada cuando despertó en el sofá, acurrucada con el cojín. Se levantó y fue a preparar el cubo de la basura. Tres bolsas: los papeles, los plásticos y el resto. Puso las bolsas junto a la puerta y se sentó al lado, a esperar.
Vio su diario sobre la mesa y lo abrió por cualquier página. Leyó en voz baja: “Me moría de vergüenza con la mirada que le echó mi madre en el ascensor. Yo sólo podía mirar en la profundidad de sus ojos negros y deseaba oler sus rizos. No soporto a mi madre”. Cerró bruscamente el diario.
Cuando escuchó murmullos y risas en el rellano, se acercó con sigilo a la puerta y esperó a escuchar el ruido del ascensor que bajaba. Miró de nuevo por la mirilla. Una chica muy delgada tiritaba de frío y otra rubia acariciaba al perro como si quisiera sacarle el pellejo. Esperó junto a la puerta.
De nuevo oyó cómo se abría la puerta de al lado. Inés se enderezó, se alisó el pelo y el jersey ajustado y abrió la puerta principal con despreocupación:
-¡Vaya, todavía despierta a estas horas, Inés! ¿No te habremos molestado con el ruido de mi casa? Lo siento, mis amigos son un poco escandalosos. Bajaba a tirar la basura, dijo Luis mientras sostenía la puerta del ascensor para dejarle paso.
-¡Oh! No te preocupes, acabo de regresar. He ido al cine y a cenar con unos amigos y he vuelto muy tarde. Pensé en bajar a que me diera el aire para despejarme un poco antes de irme a la cama. ¡Hola, Egon! Qué cariñoso es, ya me reconoce- Inés acariciaba al perro con suavidad mientras el ascensor descendía.
Salieron del bloque de pisos en dirección a los contenedores. El perro olisqueaba una farola y se disponía a mojarla.
-Date prisa, Egon, hace un frío que pela.
-Es un perro precioso- dijo Inés melosamente. Se le notaba en la voz que estaba bebida. Por cierto, leí en el periódico algo sobre una conferencia tuya en el centro cultural...
-Ah, sí. Bueno, he de acostarme pronto. Tendré que darle un repaso por la mañana temprano.
-Si necesitas alguna ayuda, con la casa, digo, por el desorden, la fiesta, estuvieron tus amigos, me dijiste, ¿no?
- Subamos, que hace frío. Este maldito perro quiere ir de paseo ahora,-le tiró con fuerza de la correa.
Nuevamente en el ascensor, Inés miraba con intensidad hacia el rostro de Luis. Luis, cabizbajo, observaba los botones iluminados del ascensor.
-Inés, se me ocurre algo. Digo por eso de si me puedes ayudar... Se me ocurre...
-Dime, Luis.
- Bueno, si no te importa, ¿mañana no trabajas?
- No, qué va, estoy libre todo el día.
- Pues si fueras tan amable de sacar a Egon a dar una vuelta por la mañana. Tengo que irme pronto, por lo de la conferencia y eso, y como tú tienes llaves de casa. Es que no sé a qué hora volveré, ya tarde imagino. Y el pobre perro... Bueno, creo que me he excedido. No tienes por qué...
- Lo sacaré de paseo, no hay ningún problema. ¿A qué hora?
Bajaron del ascensor, Luis intentó, bostezando, abrir, con la llave fluctuando en la cerradura. Inés lo miraba seria desde su lado del rellano, apoyada en el quicio.
-Hasta mañana, vecina, eres un encanto. No sé cómo pagarte el favor. Pídeme lo que quieras.
-Buenas noches. Para eso están los vecinos.
Inés cerró lentamente y se dejó resbalar acariciando la puerta con su espalda hasta llegar al suelo.

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