Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

15/5/09

-Relato 6 de Elena León.

AMISTAD O CELOS.

Era domingo, los primeros rayos de sol de la primavera se colaban por la ventana, desde la calle sólo se escuchaba el leve piar de los pájaros que comienzan a despertar de un frío invierno. A esa hora todo el mundo permanecía en sus casas durmiendo la siesta o descansando viendo la tele o jugando con el ordenador.
Margaret preparaba el café en la cocina mientras su amiga Susan esperaba ojeando una revista, pasaba las hojas tranquilamente mientras leía los titulares de las noticias y veía las fotografías.
-¿Sólo o con leche?-preguntó Margaret asomando la cabeza desde la cocina.
-Con leche-contestó su amiga al tiempo que se mojaba la yema de un dedo para pasar más fácilmente las hojas de papel cuché. Pasó una hoja más y se detuvo por un instante. Se puso de pie y doblando la revista alzó la voz.
-¿Has leído esta noticia?
-¿A cuál te refieres?-. Apareció su amiga con la bandeja de humeante café.
Susan le pasó la revista a Margaret al tiempo que ésta dejaba la bandeja en la mesita auxiliar.
-Escandaloso divorcio de los Duques de Brixton, a él se le relaciona con una joven filipina de veinticinco años menos que él- leyó en voz alta Margaret y tomó asiento-. ¿Y qué tiene de particular?- dejó la revista a un lado- ¿Cuántos azucarillos quieres?
-Dos. Pero como te quedas tan tranquila, este matrimonio llevaba casado unos treinta y cinco años, creo que tienen varios hijos de más o menos nuestra edad. Siempre han sido un matrimonio ejemplar.
-Esas cosas pasan todos los días, no es nada nuevo.
-Ya pero… cada vez que pasa algo así me da más miedo la idea de casarme-. Coge su taza de café y lo mueve lentamente.
-El miedo que sientes es normal, estás a un mes de tu boda. Coge una pasta, están buenísimas.
-No puedo, debo perder un par de kilos si quiero caber en el traje. El estrés me hace comer, he debido de engordar unos cuatro kilos. Margaret ¿me ves más gorda?- Se pone de pie y gira sobre si misma.
-Te veo estupenda, igual que siempre.
-Mentirosa, dices eso porque eres mi amiga. Ya quisiera yo tener ese cuerpo que tu tienes, con tu talla treinta y seis, y tu metro setenta y tres. Qué mal repartido está el mundo- sonríe tristemente y se deja caer sobre el sillón.
-No seas boba, tú te casas en un mes y yo no he tenido una relación duradera en toda mi vida. Todos los hombres que me interesan al poco de conocerme me dejan. Además, tú siempre has ligado más. Las curvas gustan más que un palo largo y espigado como yo.
-No estoy de acuerdo, pero bueno. Y hablando de ligues, ¿cómo te va con ese chico con el que sales, Louis se llamaba, verdad?- Hizo amago de dar un sorbo al café pero pareció arrepentirse y lo dejó nuevamente.
-Se llama Adan. ¿No te tomas el café?
-Tiene azúcar, ya te he dicho que…
-No seas tonta, hazme el favor de tomarte ese café o no te invito nunca más. Además tomar un poco de azúcar al día es bueno. Créeme, mi médico siempre me dice que en lo momentos de crisis me tome algo dulce, que para que tantas pastillas cuando el azúcar hace el mismo efecto.
- Vale vale, tú siempre has sido la lista-. Dio un sorbo al café-. Y bien, ¿qué tal con Adan?
-Nos estamos conociendo-. Dejó su taza ya vacía en la bandeja, cogió una pasta y se dejó caer sobre los almohadones del sofá.
-¿Conociéndoos nada más? He visto que hay dos cepillos de dientes y dos albornoces en el baño, y me he tropezado con unas zapatillas enormes por el pasillo.
Margaret no sale de su asombro y se echó a reír soltando miguitas de galleta por la comisura de sus labios.
-¡Pero, cómo estás en todo! deberías ser detective o algo así.
Su amiga arqueó una ceja y dejó escapar una sonrisa burlona
-¿Por qué no me querías decir que él está aquí viviendo aquí contigo?
-No seas mal pensada, no vive conmigo, sólo ha pasado aquí un par de noches. Eso es todo.
-¿Y cómo es?
-Es muy divertido y educado. Es un hombre muy agradable.
-Eso está muy bien, pero el físico, ¿cómo es físicamente?
-Ah, sólo te interesa eso. Pues es alto, me saca unos diez centímetros, es musculoso, pero no como esos que parecen roperos, sino definido nada más. Tienes los ojos verdes y es muy moreno. Un bomboncito la verdad-. Y rió ante la cara de embobada de su amiga.
-Dices que yo ligaba más, pero tú siempre te has llevado a los más guapos. ¡Qué envidia me das!- soltó una risilla vacía-. Yo sino pongo a régimen a Joan, para la boda parecerá el muñeco de la tarta.
Ambas rieron durante un rato, Susan sacó la pitillera de su bolso.
-¿No habías dejado de fumar?-dijo Margaret.
-Es lo único que de momento no he podido lograr, con los dulces me controlo pero con esto… imposible-dijo Susan.
Margaret se levantó y se dirigió hacia la terraza.
-Hace una tarde estupenda, salgamos a fuera.
Salieron a la terraza, y se sentaron cada una en una butaca de madera. Susan abrió la pitillera, sacó un cigarro y un llamativo mechero rojo con purpurina dorada. Le ofreció la pitillera a su amiga para que cogiese uno. Ella pareció dudarlo un instante pero finalmente cogió uno.
-Yo tampoco he podido dejarlo del todo. Aunque ahora sólo fumo dos o tres al día.
Cogió el mechero que le pasaba su amiga y encendió su cigarro. “Pub Illinois”. Leyó en el mechero rojo.
-No lo conozco. ¿Dónde queda?
-Lo han abierto hace poco a un par de calles de aquí. Un poco raro, pero está bien.
Por un instante se quedaron calladas dando pequeñas y tranquilas caladas al cigarro, ambas miraban a la calle, poco a poco el parque se iba llenando de críos que salían a jugar y el ambiente se llenó de alboroto y jaleo de juegos de niños
Susan cogió de la mesa de mimbre un cenicero azul y sacudió el cigarro sobre el, junto al cenicero hay un libro, Susan lo coge.
-¿Este es el que estas leyendo ahora?
Margaret se dejó caer hacia tras relajada y estiró las piernas, el sol le caía directamente sobre sus ojos, por un momento los cierra.
-Llevo un par de días con el, me lo regaló Adan nada más conocernos, dice que está muy bien, que es uno de sus preferidos.
Abrió los ojos y vio como su amiga pasaba las primeras páginas y se detenía a leer en voz alta la dedicatoria que Adan le escribió.
“Cansado de ser su admirador secreto, decidí dar el paso y dejar de ser secreto y de ser sólo un admirador suyo. Ahora me alegro de haberme lanzado en su conquista. Te anoto mi teléfono para que me llames cuando quieras conocerme un poco más. Con cariño Adan C.”.
-Un hombre al que le gusta leer y además escribe bonitas dedicatorias, que interesante. Joan sólo lee la sección de deportes del periódico y las revistas de coches.
Ambas rieron de nuevo hasta que escucharon un grito desde el parque y se asomaron al barandal, un niño de unos cinco años había caído al suelo y estaba llorando, un grupo de madres se agolpaban a su alredor.
Susan se gira para sentarse y al hacerlo golpeó con la mano el cenicero que cayó al suelo desquebrajándose en pequeñísimos y múltiples cristalitos azules, cayendo algunos hacia la calle.
-Lo siento Margaret.
- No te preocupes, voy a por la escoba antes de que más cristales caigan a la calle.
Dejó lo que quedaba de su cigarro en el filo de la mesa, las cenizas se esparcieron por el ambiente con la brisa de la tarde. Salió de la cocina portando la escoba y el recogedor, en el salón se cruzó con su amiga agitada.
-Margaret me tengo que ir, no recordaba que tengo una cita en apenas media hora. Me olvidé.
-Pero si has llegado hace nada, quédate un poco más, tengo que contarte muchas cosas sobre Adan.
-Otro día vengo con más tiempo, de verdad.
Se acercó a su amiga y le dio un beso en la mejilla.
-Hasta pronto-. Se dirigió hacia la puerta y cerro tras de sí sin más.
Margaret por un instante se quedó mirando la puerta inmóvil, tras reaccionar regresó a la terraza a recoger los cristales que aun no habían caído a la calle, su cigarro ya echo cenizas también estaba en el suelo, lo barrió todo. Dejó la escoba y el recogedor en una esquina de la terraza, fue al salón y al instante regresa con otro cigarro en la mano. Se sentó en la silla de antes e hizo el intento de coger el mechero que dejase Susan en la mesa, pero éste ya no estaba ni tampoco el libro que le regalase Adan. Se puso de pie y sacó el móvil del bolsillo de su pantalón, marcó el número de Susan y esperó con el auricular en la oreja a que alguien contestase, esperó unos segundos hasta que la llamada se corta, lo volvió a intentar. Al otro lado de la línea se escuchó una voz enlatada de mujer que dice: “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”.



Dan, Sullivan y Cris, esperaban recalcados en los adoquines de la obra a que llegase el arquitecto a decirles que hacer con la fuga de agua que se había producido. Los tres esperaban entre cervezas y bolsas de patatas. De vez en cuando pasaban algunas chicas a las que piropeaban con todo aquello que les venía a la cabeza. Mientras tanto la fuga de agua iba calando la pared y empezaba a producir un charco en los cimientos.
Un Mercedes Clase E, negro metalizado llegó a toda velocidad, aparcando junto a la furgoneta de la empresa. Los albañiles lo vieron llegar y rápidamente quitaron de en medio las cervezas y las bolsas de patatas, se colocaron los cascos y se giraron a observar el dañado muro.
Del Mercedes salió un hombre de unos treinta y tantos años, elegantemente trajeado, con unos planos enrollados en una mano y un casco de obra en la otra, se colocó el casco y con paso firme y seguro se dirigió hacia los tres albañiles. A su espalda lo seguía un hombre regordete y calvo con una pesada caja de herramientas en las manos.
-¿Y bien qué ha pasado aquí?- alzó la voz el arquitecto cuando llegó a la altura de los albañiles.
El albañil de mayor edad tomó el mando y acercándose al muro hizo señas donde se había producido la rotura de la tubería.
-Pues mire Chadler, hemos medido perfectamente la zona, aquí verá las marcas de las acotaciones-. Señaló con la punta de los dedos unas marcas azules a lo largo de la pared y del suelo-. Sólo hemos golpeado con los mazos en aquellos sitios fuera de la marcas. Y de repente… esto ha reventado.
Chadler se llevó la mano a la barbilla, parecía pensativo. Se giró hacia una mesa tirando todo los trastos que había sobre ella de un manotazo y tras desenrollar los planos los extendió en la manchada superficie de madera. Durante unos minutos observó el plano para averiguar donde estaba el fallo. Los tres albañiles y el fontanero esperan un poco más atrás.
-Sullivan trae tus planos aquí-se dirigió al albañil de más edad, el mismo que antes tomase el mando.
Este salió corriendo hacia la furgoneta de la empresa y volvió con unos papeles arrugados, se los alargó sin decir nada, Chadler lo miró fulminante al ver los planos doblados de cualquier manera.
-¿Qué hacen en la furgoneta? Deberíais tenerlos aquí, como pensáis entonces seguir las instrucciones-. El arquitecto alzó la voz desesperado, cogió los papeles bruscamente y los comparó con los suyos-. Venid aquí-gritó mirando a los tres albañiles.
Los tres se acercaron.
-Habéis interpretado los planos al revés-rugió molesto-el muro que estabais cayendo no es el que os indiqué.
-Pero si…-comenzó diciendo otro de los tres albañiles, pero se calló ante la mirada inquisitiva de su compañero mayor.
-El muro que habéis derribado era el único que no se podía tocar-tomó de nuevo la palabra el arquitecto-. Es la pared maestra, maldita sea, la guía de toda la construcción. Esto lo retrasa todo.
Se giró y haciendo una señal al fontanero para que lo siguiera se dirigieron hacia la pared maestra. Permanecieron unos quince minutos valorando los daños y estudiando posibles arreglos. Mientras tanto los albañiles discutían entre ellos, echándose la culpa unos a otros, pero cuando vieron a Chadler dirigirse hacia ellos callaron repentinamente.
-Bien, Martin se encargará de daros las instrucciones de cómo arreglar esto. Haréis todas las horas extras necesarias hasta que esto quede solucionado y sin cobrarlas claro. Y dad gracias de que no os despido.
Martin que estaba al lado del arquitecto comenzó a explicar lo que tendrían que hacer a partir de ese momento. Chadler se despidió y se dirigió hacia su coche, al tiempo que se quitaba el casco se giró y dijo:
-Ah, se me olvidaba, las cervezas y las bolsas de patatas las dejáis para vuestra casa viendo el futbol, ¿entendido?
Los tres asintieron y giraron la cabeza al mismo tiempo hacia la bolsa donde habían metido las lastas vacías, ésta estaba caída hacia un lado bajo la mesa de madera donde perfectamente se distinguía lo que había dentro.
Chadler entró en su coche, se miró en el espejo interior del vehículo y colocándose bien el pelo engominado algo aplastado por el casco, encendió el GPS y escribió la dirección de otra obra a la que tiene que ir. En ese momento sonó su móvil, miró la pantalla, un número oculto lo estaba llamando, descolgó.
-Diga.
-Hola, conoce a ¿Norman Siverman?
Una pausa.
-Me suena mucho, pero no caigo ahora mismo. ¿A qué viene la pregunta? ¿Y quién es usted?
-¿Tiene diez minutos esta misma mañana? Quisiera hablar con usted personalmente.
-¿A qué viene tanto misterio? No pensará que voy a quedar con usted sin saber quién es. ¿Por cierto, quién le ha dado mi número?
- Qué más da eso. Y Clara Marsillá ¿le suena?
Chadler calló un momento, se aflojó la corbata y encendió el climatizador del coche, por la ventana del copiloto entraba un fuerte sol.
-Ahora que lo pienso, sí me suenan. Pero esto es absurdo, ¿por qué me pregunta por ellos?
-Nos vemos en treinta minutos en el Café Central. ¿Lo conoce?
-Todo el mundo lo conoce, pero no pienso ir, usted debe estar loca.
-Yo le esperaré, le interesará hablar conmigo. Me reconocerá enseguida.
Y sin más colgó.
Chadler se quedó un instante mirando al móvil, se quitó la chaqueta y cambió la dirección en su GPS, se abrochó el cinturón y salió del aparcamiento.
Unos veinticinco minutos más tarde entró en el Café Central, miró a su alrededor, no conocía a nadie. Se dirigió a la barra, pidió una copa y sentándose en un taburete miró hacia todos lados copa en mano. A unos metros de él, vio a una mujer sola sorbiendo de una cañita y mirándolo fijamente, ella le mostró algo que llevaba en la mano. El se levantó del taburete y fue hacia ella al tiempo que sacaba de su bolsillo un paquete de tabaco del que extrajo un cigarro, se lo llevó a la boca y buscó algo en el otro bolsillo. La mujer que lo observaba sacó de su pitillera un llamativo mechero rojo con purpurina dorada y se lo ofreció. El lo cogió, encendió su cigarro y leyó en voz alta “Pub Illinois”.
-Que usted frecuente este sitio me confirma que realmente usted está un poco loca.
Chadler tomó asiento.
-Si usted lo conoce será por algo, ¿no?
-He oído hablar de él, no muy bien, por cierto. Bueno, ya estoy aquí. ¿Qué quiere?
-¿Conoce este libro Adan?-Le muestra la portada del libro que lleva con ella.
El arqueó una ceja, dio una calada al cigarro y soltando el humo mientras hablaba, contestó:
-Lo he leído alguna vez, sino, no hubiera sabido que los nombres que me ha mencionado por teléfono, son los personajes principales de la historia, ¿no cree? Pero… ¿Qué tiene qué ver eso conmigo? ¿Y cómo sabe mi nombre de pila? muy poca gente me llama así.
La mujer le pasó el libro.
-Ábralo.
El le hizo caso y pasó las primeras páginas hasta que se detuvo en la dedicatoria.
-¿Por qué tiene este libro? Se lo regale a…
-Ya sé a quien se lo regalaste, sino no estaríamos aquí.
-¿Y a qué viene esto?
Cerró el libro bruscamente.
-Para que te alejes de ella.
-¿Qué dices?
-Ella no está bien, psicológicamente digo.
-¿Qué?-preguntó extrañado.
-Margaret no está preparada para ninguna relación, siempre destruye a todo el que está a su alrededor, es obsesiva y manipuladora y cuando ellos se dan cuenta y la dejan…
-No sé de qué me hablas, conmigo es de lo más normal.
-Hazme caso, yo soy su mejor amiga, la he visto pasar por lo mismo en varias ocasiones.
-No te creo.
-Al principio es encantadora, pero luego cambia, ya ha intentado hacer alguna locura más de una vez. Déjela ahora que aun es pronto.
-Sigo sin creerte.
-Mire, Margaret siempre ha sido una chica problemática, ni si quiera su entorno familiar ha sabido nunca como tratarla. Siempre ha andado a la deriva, hágame caso y hágase un favor a usted mismo y a los que la queremos. No la llame más, olvídela.
Susan se levanta dejando su copa casi entera.
-Aquí le dejo su libro. Devuélvaselo usted mismo, si aun no ha comprendido lo que le digo- le dijo antes de salir del local.
Adan esperó un rato en silencio mirando fijamente su copa, a los pocos minutos sacó su móvil y buscó en la agenda de teléfonos el nombre de Margaret, lo tenía en la pantalla, lo miró unos segundos, pero finalmente sin pulsar la tecla de llamar lo bloqueó y lo volvió a guardar en su bolsillo. Apagó el cigarro en el cenicero, cogió el libro y salió del Café Central.

2 comentarios:

  1. Un relato muy correcto. El ritmo es perfecto como el de un reloj. Me ha gustado. LAforma de citarse con Adam nombrando los personajes del libro ... original . Bien narrado.

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  2. elena león.21/5/09, 2:39

    Gracias por detenerse a leer mi relato y por la crítica, que me anima mucho para los siguientes relatos que me parecen bastantes complicados. un saludo

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