Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

2/5/09

-Relato 2 de Manuel López (otro)

SOBRE LA MENTIRA FÍSICA Y LITERARIA

Lo cierto es que los escritores somos unos mentirosos. Sea por motivos de estética, inmortalidad o dinero.
Muestra de ello es que en esa primera afirmación ya aparecen una mentira: yo no soy lo que se dice escritor; y una contradicción lógica, la frase en sí lo es y ya se ocupó de ella Cervantes en el Quijote.
Bajo el palio de esta afirmación os narro este corto relato.
En un pequeñito hotel a orillas de la playa de Carchuna en Granada, se celebró hará unos diez años un congreso de física teórica (sitio peregrino para el caso o tal vez acorde al nivel del mismo congreso y sus componentes). Era el primero de una serie de ellos, una especie de inauguración, con una pretensión de continuidad que yo no constaté.
En él se reunían diversos miembros del CSIC e investigadores universitarios. De varios puntos de España.
Uno de los cabecillas, quiero decir de los peces gordos, de los famosillos, era un hombre bigotudo, un poco entrado en carnes, vestido bien pero informal, de no muy alta estatura y acento madrileño o castellano. El cerco amarillo propio del fumador en los mismísimos pelos del bigotazo era sobresaliente.
Tras las sesiones de mañana y tarde de ponencias, entre las cuales mis dos amigos y yo entremetimos un trabajito limpio y evidente, venían las veladas. Dos de ellas las pasamos en restaurantes, comiéndonos el dinero de la inscripción y las subvenciones administrativas.
La primera fue en Motril, en un restaurante especializado en pescado frito. Nos pusimos hasta el culo, y perdón por la expresión. Las fuentes de pescado variado y las jarras de cerveza, el tinto de verano, las ensaladas, las copas del postre. La facilidad del físico para digerir la realidad es una imitación de la de su estómago. La segunda cena fue en una terraza de La Herradura. Un lugar elegante, con velitas en la mesa, vista al mar desde la colina, árboles, vegetación.
Fue en la primera copiosa comida en la que el bigotudo famoso y yo mantuvimos un diálogo. Y tampoco es que pueda llamarse diálogo a lo que mantuvimos, mejor un intercambio de información. Él me preguntó por mi ocupación; yo trabajo en una escuela infantil; ¡Ah, entonces eres feliz! Yo no respondí ni que sí ni que no. No aprecié en él una receptividad contradecirle o afirmarle, oinfomarle si quiera. ¿Qué tiene que ver la felicidad con la educación infantil, y con el trabajar en el CSIC?¿Puede que estuviera deprimido, agobiado por el trabajo, hundido en un pozo de miseria por una teoría física revolucionaria en la que el Universo se jugara su ser y que su brillante inteligencia no consiguiera expresar?
Hasta ahora lo narrado es rigurosamente verídico. Lo que sigue está empañado por las nubes de la memoria. Se corrió la voz. No recuerdo la fuente. El bigotudo, alto cargo del CSIC, acompañaba a Stephen Hawking en sus visitas a España. Le hacía de cicerone. Eso, aunque no tenga nada que ver con saber más o menos física, nos parecía ser una especie de retribución o de premio adicional envidiable al hecho de pertenecer a institución tan respetable como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Pero lo que más llamaba la atención, y que nos hizo “afianzarnos más” en la envidia, es que entre las visitas en las que el bigotudo hacía de guía estaban ciertas escapadas nocturnas buscando compañías femeninas de tacto y conversación fáciles.
Yo recuerdo que estando en la facultad, y a punto de agotar las prórrogas para el servicio militar, un compañero nos metía miedo sobre lo de hacer la objeción de conciencia con comentarios como que a los objetores los ponían de mamporreros en cuadras.
Se me vino a la mente este lejano souvenir mental. No sé si a Hawking le haría falta dado su estado de salud una ayuda de tal tipo. Pero era un tema llamativo y escabroso. Que, desde luego, consiguió eliminar en mí la envidia que pudiera tenerle al bigotudo.
La física está llena de mentiras lícitas, como la vida y la literatura.

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