Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

5/5/09

-Relato 4 de Lucía García

La no-persona


Manuel era taxista.

- Buenos días, ¿adónde le llevo?

No era el oficio con el que hubiera soñado desde niño pero tampoco le desagradaba. Le había venido así, casi de repente, en una época en la que se agarraría a un hierro ardiendo. Una esposa y un niño que de sorpresa había que mantener, fueron suficientes razones para decidir hacerse taxista. De eso ya había pasado veinte años, pero al igual que la piedra queda estancada en el cauce del río, aunque la corriente sigue, él se había resignado a aquel trabajo.

- A la calle León XIII, por favor.

Al principio no le fue nada fácil adaptarse. Él siempre había sido bastante tímido y aquello de ir continuamente acompañado de gente a la que desconocía, no le resultaba del todo agradable. Sin embargo, con el tiempo se fue acostumbrando, y de todas maneras, pensaba, la gente no solía hacerle mucho caso. A veces le impresionaba la capacidad para ciertas personas para obviar por completo que allí junto a ellas había una persona que desconocía y que se estaba enterando de toda su vida. Podía decir que se había acostumbrado a ello, pero al principio se llevaba, a veces, noches sin dormir pensando en qué le habría dicho al final a aquella jovencita el médico, ¿estará embarazada?, y aquel pobre hombre, ¿le habrá dejado su mujer?

- Ya hemos llegado.
- ¿Cuánto le debo?
- 3’30, señorita.
- Tome y gracias.
- A usted.

Habían llegado al centro de la ciudad y una algarabía de viandantes se arremolinaba ya a aquellas horas tan temprana de la mañana.

- ¿Está libre?

Una jovencita cargada con una gran bolsa abrió la puerta del copiloto y asomando la cabeza y con los ojos bien abiertos le miraba esperando una respuesta, lógicamente, afirmativa.

- Sí

La chica cerró la puerta, con buena fuerza y se dispuso a entrar en el taxi por la puerta de atrás. Le llevó algunos minutos entrar y acomodarse porque quiso meterse con aquella bolsa inmensa que ocupaba, una vez dentro, casi todo el asiento trasero.
Manuel la miraba sorprendido aunque sin dar muestras de ello. No entendía ese afán de complicarse la existencia, ¡con lo fácil que hubiese sido meter la bolsa en el maletero!

- ¿Adónde le llevo?- preguntó Manuel.
- A “María Auxiliadora”- dijo la chica casi desde detrás de la bolsa.

Aquello estaba casi en la otra punta. Manuel recordó que allí tan sólo había un pequeño convento y aquella chica no tenía pintas de monja. Iría a donar ropa como casi todo el que va a allí. Manuel pensó que como toda aquella bolsa fuera llena de ropa, las monjas iban a hacer un banquete a la salud de aquella chica.

- ¿Sí?

A la chica le había sonado el móvil y a duras penas lo sacó del bolso.

- No, voy en un taxi.- siguió hablando.

Manuel la miró por el espejo. No debía tener más de veinte años pero su aspecto pintado y peinado le sumaba cinco o seis más.

- A “María Auxiliadora”- dijo con un tono cansino a quien fuese quien la llamaba- Voy a llevar ropa.

Manuel se sonrió. Había acertado.


- No, él no lo sabe. Ni se lo pienso decir, verás la sorpresa que se va a llevar cuando llegue. No le he dejado ni unos calzoncillos.

Manuel volvió a mirarla por el espejo. La chica que hacía de mujer tenía el gesto enfadado pero burlesco. Se vengaba de alguien.

-Toda esta ropa se la compré yo, y yo me la vuelvo a quedar. ¿A él no le gusta pasearse desnudo por el piso?, pues ahora tendrá motivos. Además, su morena se pondrá contenta.

Manuel volvió a mirar por el espejo. Ella era rubia.

- A mí me da igual. Y no siento remordimientos, Mar, no. Suficiente vergüenza me ha hecho pasar. Aunque sea mi padre eso no se lo consiento.
- Joder- se le escapó a Manuel

La chica lo miró pero siguió hablando por teléfono.

- Bueno te dejo, Mar. Ya hablamos. Adiós.- la chica guardó el teléfono.
- Ya hemos llegado. Son 14’50 señorita

La chica le pagó y se repitió la misma tarea laboriosa para bajar con la bolsa.

- Gracias señori…

La chica pegó un portazo. Manuel dio la vuelta dirección al centro de nuevo, en busca de otro viaje, pero no le hizo falta llegar hasta allí porque al poco atisbó un brazo alzado que lo demandaba.

-Buenos días- entró una mujer algo avanzada en edad
-Buenos días
-Buenos días, taxista- entró otra mujer un poco más joven que agarraba a una pequeña de la mano.
-Buenos días. ¿Adónde las llevo?
- A “Ramón y Cajal”- contestó la primera.

Manuel metió primera y se dirigió hacia su destino.

- “Pos” ¿la Mari no te dijo que quería hablar conmigo?- le habló a su compañera la primera de ellas- “pos” habló. Lo menos dos horas se llevó dándole a la lengua. Qué anda que tú me dices a mí que yo la tengo “afilá”, “pos” tu amiga Mari no se queda atrás.
- ¡Ay, Isabela! Tú también… como si nos conociéramos de ayer.
- Mami, tengo pis- la niña se cruzaba las piernecitas como si así la sensación desapareciese.

Manuel miró por el espejo. Esperaba que la niña aguantase o le tocaría limpiar el coche.

- Ya vamos a llegar, mi vida, espera un poquito- le susurró la madre a la hija.
- Esta niña siempre igual, no se la puede “sacá” de casa, hija.- protestó quien las acompañaba.
- Bueno, ¿tú que me estabas diciendo?
- Ya no me acuerdo… ¡ah! lo de la Mari… ay, “ía” que yo no me esperaba aquello…esa mujer me puso la cabeza como un bombo. “To” el tiempo… ¡aaay!

Manuel casi se pasa la calle y dio un frenazo, al parecer bastante brusco.

-Tenga usted más “cuidao”, hombre.
-Lo siento señora. Ya hemos llegado.
- Sí, ya nos hemos “dao” cuenta. ¿Cuánto le debo?
- 4’10
- Anda que no va “tené” usted “pa” la gasolina ¿en? Qué bien vivís. Bueno, hasta luego.

Las dos mujeres y la niña salieron.
Algunos se creían que porque los taxis fuesen caros ya los taxistas eran ricos. Cuánto le molestaba a Manuel aquellos comentarios. Ya le gustaría a él ver a más de uno ejerciendo aquella profesión, a ver cuánto aguantaban. Cada vez se pensaba más dejarla pero ¿qué iba a hacer él a su edad?, ¿dónde iba a trabajar si aquello era lo que había hecho durante toda su vida? Pero alguna vez lo pensaba. Estaba harto de escuchar las pamplinas de la gente y que lo tratasen como si no estuviese, aunque pensándolo mejor, eso era lo mejor, que lo ignorasen.

-Hola- un joven asomó la cabeza por la ventanilla. Manuel la había abierto para que corriese algo de aire- ¿Está usted de servicio?
- Sí, sí, puede montarse.

El joven se sentó en el asiento de atrás.

- A la calle “2 de mayo”, por favor.

Aquel chico permanecía callado pero no dejaba de mirar a Manuel a través del espejo. Le parecía curiosa la manera de ganarse la vida de los taxistas. Él siempre había creído que debían pagarle un extra por aguantar las historias de los clientes. Su padre había sido taxista y sabía bien lo agotador que podía llegar a ser aquella profesión.

- ¿Ha oído hablar, usted, de la no-persona?
- ¿Es a mí?- preguntó sorprendido Manuel.
- Sí, hombre, claro. Si sólo estamos usted y yo, y yo soy el que está hablando ¿a quién va a ser?

Manuel lo miró por el espejo. Aquel chico no se burlaba de él; parecía simpático.

- Pues no, fíjese. ¿Quién es?
- Bueno, no es alguien más bien podemos ser todos. Verás, es que es un término que se utiliza en psicología. Con él se define… bueno…la situación que sufre algunas personas… Como usted por ejemplo. Bueno, usted y todos los taxistas, que estáis presente en decenas de conversaciones al día pero nadie formula su discurso en torno a vosotros ni teniendo en cuenta que estáis presente.
- ¿Y lo estudia la psicología, dices?
- Sí, la Psicología Social.
- Vaya…

Manuel se había sentido tantas veces incomprendido que no podía creer que su situación fuese estudiada por la ciencia.

- Déjeme por aquí. Aquí vale, gracias. ¿Cuánto es?
- 4’10.
- Tome y gracias.

Entonces, él era tratado como una no-persona en su trabajo, ¡pues vaya! A estas alturas de derechos sindicales…

- ¡Eh, papá!

Manuel miró hacia fuera; su hijo de ya casi veinte años estaba pegado al cristal con una gran sonrisa. Volvió a bajar la ventanilla.

- ¿Me llevas a casa? Todavía no es la hora de comer, pero bueno….
- Venga. Móntate.

Manuel volvió a meter primera. Pensaba en lo que le había dicho aquel chico.

- Oye, hijo, ¿tú has oído hablar de la no-persona?

Su hijo escuchaba alguna música en su Mp4.

- ¿De la qué?- preguntó extrañado mientras se quitaba un auricular.
- De la no-persona…
- No…- y se volvió a poner el auricular.

Manuel siguió su camino aún pensando en aquello. Quizás a partir de ahora vería las cosas de otra manera, ¿puede que como una no-persona?

2 comentarios:

  1. Se agradece inmensamente el que uses correctamente los guiones de diálogo y en general la gramática de forma correcta :)

    Parece una tontería pero somos tan subjetivos(al menos yo), que al empezar a leer un relato donde no se respeten los signos, no se usen guiones de diálogo, etc, da la impresión de estar hecho de cualquier manera.

    Me gustó el relato y eso de la no-persona, aunque me hubiera gustado algo más de reflexión por parte de Manuel al final del relato, para reforzar la idea.

    Veo que estás mejorando mucho al escribir, sobre todo de estilo.

    Un saludo.

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  2. gracias. Y como siempre anoto el consejo, gracias de verdad

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