Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

1/5/09

-Relato 1 de Rafael Peñalosa

CARTA A JULIA

Estimada Julia:

Usted no me conoce, pero lo que tengo que contarle quizá me dé derecho a entrometerme en su vida. Le aseguro que nunca me hubiera dirigido a usted sin ser presentados o algo parecido debido al respeto que cultivo hacia las mujeres, hacia todas las mujeres, y a que me considero una persona educada que nunca abordaría a una mujer por la calle o en alguna cafetería sin conocerla previamente, si no fuera porque, sinceramente creo, que lo que voy a decirle puede ser de una importancia vital para usted.

Todo comenzó hace poco más de un mes. Yo me encontraba en el interior de mi coche, con el asiento reclinado hacia atrás, con mi sombrero de fieltro negro echado sobre mi rostro para evitar la luz del sol que entraba por la ventanilla del conductor y escuchando música de jazz suave mientras esperaba la salida del colegio de mi hija pequeña. De vez en cuando oía voces cercanas de un pequeño corro de madres que también esperaban lo mismo que yo. Los sonidos que salían de sus bocas me impedían encontrar el sosiego que buscaba y llegó un momento en que se me hicieron insoportables y alcé el ala de mi sombrero para mirar con gesto de reproche a aquellas supuestas damas que más parecían la entontecida audiencia de uno de esos programas, mal llamados rosa o del corazón, de alguna cadena cutre de televisión. Y en ese instante la vi a usted. Llegó en su pequeño coche deportivo negro de una marca de lujo, aparcó justo al lado del coche que estaba estacionado a mi derecha, salió con una agilidad pasmosa y entonces, como si se tratara de un coro de tragedia griega, todas las asistentes a la tertulia rosa vespertina exclamaron a una: - ¡hola Julia! - No exento tal saludo de un cierto tono de envidia (Por eso sé su nombre).

Solamente puedo –o debo– decirle que, desde el mismo momento en que la vi, esa especie de paz interior que parecía haberse asentado en mi mente en los últimos meses, se vio trastornada por esa clase de impresión que usted debe de saber que produce en los hombres que la ven por primera vez. Así que ya cuenta desde entonces con un cautivo más para su, no me cabe duda, larga y amplia colección de admiradores masculinos.

El caso es que, desde ese día, cada vez que me tocaba ir a recoger a mi hija al colegio se convirtió en algo excitante, solo por la posibilidad de verla de nuevo aunque fuera de modo fugaz. Fue uno de esos primeros días que reparé en aquel tipo. Al principio pensé que le había sobrevenido la misma enfermedad que a mí, pero al cabo de pocos minutos percibí que no la miraba como yo la miro, sino ¿cómo lo diría? Como si se tratara de un objetivo, eso, de su objetivo. Así que, a partir de esa sensación no dejé de vigilarlo. A veces, llegaba en su moto de media cilindrada un poco antes que usted y otras un poco después y hubo días en los que no apareció (o al menos yo no lo vi). Eso, y que nunca le viera hablar con usted ni con nadie, me hizo descartar que se pudiera tratar de un guardaespaldas, un escolta o algo parecido. Tampoco lo vi nunca recoger a ningún alumno o alumna -¿no le parece sospechoso? A mi sí-. De lo que sí me di cuenta es de que siempre arrancaba la moto en cuanto veía que usted se dirigía a su vehículo con su hija (algo mayor que la mía) cogida de su mano y, como se debía saber el recorrido que hacía de memoria, unas veces salía delante de usted y otras inmediatamente detrás.

Estaba intrigado, lo reconozco, así que comencé a trazar un plan para averiguar más sobre ese hombre y sus intenciones, ya que usted no parecía darse cuenta de nada, ni entonces ni ahora.

Cuando me tocara recoger a mi hija no tendría opciones de seguir al tipo ese, así que pensé comenzar mi tarea de investigación los días en que le tocara a mi ex-mujer, y eso suponía una pequeña dificultad a mi incipiente plan, ya que no podría dejarme ver ni por mi hija ni por mi ex-mujer, pero eso lo solventé con cierta facilidad: lo acecharía en la rotonda próxima al colegio que está en su camino y que, por suerte, es la opuesta a la ruta de vuelta de mi ex-mujer. Otro problema era cómo seguir a una moto desde un coche, pero eso lo solucioné recuperando mi “scooter” de 125 cc. que tenía olvidada hacía algún tiempo en el garaje de mi casa. En cuanto al calendario, podría seguir a su seguidor los martes, jueves y viernes alternos. Por otra parte, y para no “quemarme”, aplicaría un principio que me enseñó hace tiempo el padre de una compañera de clase de mi hija que fue policía y que estudió Criminología y ahora trabaja para una agencia de detectives privados en su tiempo libre a modo de pluriempleo: lo mejor sería seguirlo de manera tan natural que, algunas veces, es mejor estar por delante del objetivo que detrás (tal como lo hace él ¿no es curioso?).

Un martes, días después, puse en práctica mi rudimentaria pesquisa. Él la siguió, a cierta distancia, hasta su casa en la urbanización Simón Verde (por eso sé donde vive). Se quedó hasta diez o quince minutos más después de verlas entrar y luego arrancó su moto y se fue. Yo partí tras él, pero al llegar a uno de los semáforos de entrada a Sevilla lo perdí entre el denso tráfico que suele haber a esa hora de la tarde.

El jueves siguiente corrí la misma suerte, se me volvió a escapar entre el tráfico de la ciudad, como me sucedería bastantes más veces. Pero hace unos diez días, logré no perderlo de vista y, después de dejar su moto en un aparcamiento subterráneo privado del centro de la ciudad, lo vi entrar –no se lo va a creer usted- en una Iglesia. Yo aparqué mi scooter en la acera y penetré en el templo que, a esas horas estaba en penumbras, y traté de encontrarlo, pero solo encontré vacío. Me senté en un escaño discreto en uno de los laterales más oscuros y me dispuse a esperar a ver si aparecía. A eso de las 20:15 horas ya no estaba solo, unos pocos feligreses, casi todos ancianos, habían ido llegando y se distribuyeron entre los bancos más cercanos al presbiterio y las luces del templo se encendieron. Quince minutos después, le vi salir desde la sacristía hacia el altar con un monaguillo que le seguía de cerca y dijo una misa.

Todo esto que ahora le cuento, me produjo tal perplejidad que me quedé sentado en mi escaño hasta mucho después de terminar la celebración eucarística, tratando de asimilar lo que había visto y su significado. Hasta que se apagaron de nuevo las luces y el sacristán me pidió amablemente que me fuera porque iba a cerrar las puertas.

Cuando llegué a mi casa, tan sola desde hace tanto tiempo, ni siquiera cené. Me fui directamente a mi dormitorio, me desnudé y me acosté. Pero no pude dormir porque mi cabeza se comportaba como un ordenador en proceso de desfragmentación del disco duro. Finalmente, traté de imaginar la relación que un sacerdote católico podría tener con usted (teniendo en cuenta que usted no parecía reconocerlo) y llegué a la conclusión de que, probablemente, usted viniera un día a esta parroquia a confesarse y que no viera su rostro a través de la celosía de la ventanilla lateral del confesionario, que está en la parte más sombría de los laterales y que, sin embargo, él sí que pudo verla cuando se retiró del pequeño locutorio y, como tantos otros hombres, quedó prendado de su belleza y de sus formas tan... insinuantes, aunque usted no sea consciente ni se lo proponga en ciertas situaciones.

Ahora sé que interpreté equivocadamente la mirada de ese hombre. Seguramente su espíritu se debatía entre su condición sacerdotal y sus instintos de macho, creándole un grave problema de conciencia. Por supuesto que lo seguí los siguientes días y, siempre, ocurrió todo de la misma forma... Hasta ayer, que ni vino al colegio ni dijo la misa de las 20:30. Fui a la sacristía y pregunté por él y el sacristán me dijo que esa misma mañana había partido hacia Brasil, donde al parecer están ganando terreno los cristianos protestantes, y que él mismo había solicitado al Obispado su traslado a esa tierra tan lejana.

Bien, llegados a este punto, creo que es el momento de presentarme formalmente: soy uno de esos tranquilos directivos prejubilados de banca que tanto abundan desde hace unos años, cincuentón pero en buena forma, divorciado hace dos años (de nuevo), con una buena situación económica y, como ya he dicho antes, con una hija pequeña que vive con su madre y otra bastante más mayor, fruto de un matrimonio anterior y que es independiente desde hace bastante tiempo. Por tanto, vivo solo y sin animales de compañía. Solo conmigo mismo y mis pequeñas aficiones: la literatura, el vino y el jazz. Pero sobre todo, dispongo de mucho tiempo libre para dedicarle.

Usted vive con su hija pero sin hombre y tengo que confesarle que ahora soy yo quien la sigue martes, jueves y viernes alternos. Si usted quisiera, yo le podría ofrecer todo el tiempo del mundo y todo el amor que tengo acumulado después de tantos años de desamor y de elecciones equivocadas. Sé que usted podría ser la mujer de mi vida y que yo podría ser el hombre de la suya. Podría, además, brindarle toda mi experiencia en muchos aspectos de la vida y hacerla feliz por el resto de sus días. No le quepa la menor duda. En cuanto a su hija, ya se habrá dado cuenta de que he criado a dos y que nos llevaríamos a las mil maravillas.

Dejaré esta carta en su coche entre los pedales del acelerador y el freno para asegurarme de que nadie más la pueda leer, aprovechando su mala costumbre de no cerrar las puertas mientras va al encuentro de su hija.

Espero ansiosamente su respuesta. Si fuera positiva, dígamelo cuanto antes, por favor. Ya sabe, soy el que espera a mi pequeña a la salida del colegio con un sombrero de fieltro negro sobre mi rostro y dentro de un coche también negro.

2 comentarios:

  1. En las iglesias no hay escaños, la historia del cura ... ¿a qué viene? Una declaración de amor muy poco pasional, más bien tipo contrato o "a lo programa de Juan y Medio". ¿Para qué le dice dónde va a dejar la carta?

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  2. Muchas gracias, primero, por molestarse en leer mi relato. También le agradezco, y mucho, su comentario crítico, ya que para eso lo escribí: para aprender escribiendo. Por tanto, tomo nota de lo que me dice. No obstante, discrepo en lo del escaño, en el diccionario de la RAE puede ver que la primera acepción del término es:
    1. m. Banco con respaldo en el que pueden sentarse tres o más personas.
    2. m. Puesto, asiento de los parlamentarios en las Cámaras.
    La primera es genérica y vale como sinónimo del término "banco".La segunda se produjo más tarde.

    Cordialmente,

    Rafael P.

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