Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

31/5/09

- Relato 6 Manuel López

Astillas.

Y ese señor mayor de sombrero color marrón y traje de corbata que todos los días iba a la catedral a oír misa desde el pueblo, ese mismo señor junto a cuyo pie había quedado su rostro, se inclinó hasta el suelo y la asió por los brazos.
- ¿Se encuentra bien, Adela?
- Las rodillas, las rodillas.
Una vez en el suelo, fuera del autobús, Adela había dio unos pasos. Los primeros apoyada en el señor mayor y el conductor. Después la soltaron y observaban su tambalearse prestos a cogerla si caía. Se encaminó a su casa. Andaba con pasos pequeñitos en los que mantenía las rodillas lo más rectas posibles. José levantó la vista del hueso de cerdo al que acababa de asestar un hachazo con todas sus fuerzas y distinguió más allá del escaparate de la carnicería a Adela detenida y apoyada en una farola.
- Adela, ¿qué le ha pasado? ¿Se ha mareado?
- José, pero ¿qué hace aquí?
- La he visto venir andando mareada y apoyarse en la farola, ¿se encuentra bien?
- Me he caído en el autobús, José, como una patosa, he tropezado y me he caído.
- Venga que le ayudo… a la carnicería, desde allí llamamos a una ambulancia…
- Quite, quite, yo llamo a mi hijo y viene a por mí. Y que no es para tanto, José, unos cardenales y ya está.
- Vale, pero desde la carnicería, venga y se sienta y le doy un poco de agua.
Le pusieron una silla en la que sentarse y otra para apoyar los pies. José, mano enguantada con guantelete de acero, le acercó un vaso de agua. Dos vecinas la rodearon mientras llegaba su turno. Y José alcanzó un hueso de jamón de un gancho y lo colocó sobre la madera. Se mezclaban las explicaciones de Adela a sus vecinas con el astillarse de los huesos bajo los golpes del carnicero.
Fidel ayudó a su madre a subir al coche y la llevó a casa.
- Qué no, Fidel que no. Que no es para llevarme al sanatorio, ahora se ponen a hacerme radiografías y nos tiramos toda la mañana.
- Pero, mamá, no seas, cabezona, si la mañana ya está echada. Tiro para el hospital. ¡Me da igual lo que digas!
- Y la señora, ¿qué va a decir la señora?
- La señora que diga lo que quiera… pero ¿qué va a decir? Has tenido un accidente y no vas en un día, no pasa nada.
- Qué no, que yo voy. Tú ahora me llevas a casa, me arreglo un poco, me cambio de medias y cojo el siguiente autobús.
- De eso nada, mamá, ¡¡si no puedes dar un paso!!
- ¡He dicho que voy y es que voy! ¡¡Vuelve a casa, Fidel; que des media vuelta y vuelvas a casa ahora mismo!!
El silencio se hizo con el interior del coche.
Cuando por fin en su casa pudo estirarse en el sofá, tenía dos agujeros grandes en las medias a la altura de las rodillas y un enrojecimiento que se mezclaba con la inflamación.
Metió la mano en el bolso y sacó el móvil. Resbaló de sus manos y cayó al suelo.
- ¡Dios mío!¡¡Cuando más prisa tiene una…!!
- Toma, mamá. ¿Por qué estás tan nerviosa?
- Gracias, Fidel. Puri… Sí, soy yo, Adela. Mira Puri, tienes que ayudarme… No, no es eso, resulta que he tenido un accidente…he tropezado y caído en el suelo del autobús; no, no ha sido nada, las rodillas, las rodillas me duelen… pero, no te preocupes… Mira, ¿tienes un par de horas esta mañana?
Su hijo levantaba los hielos envueltos en trapos y observaba los moratones que iban apareciendo en la carne antes blanca de su madre.
- Tengo que ir contigo, Puri, tengo que ir contigo. Fidel nos lleva… Está aquí estudiando, nos acerca… No, tiene que acercarnos él, he perdido mucho tiempo y nos tiene que dar lugar a todo… Va ahora a recogerte… luego te lo explico. En un par de horas … yo te digo lo que tienes que hacer. No, no puedo faltar, hoy no! ¡¡¡Qué no, Puri, que no!!! Luego te lo explico… son cosas del trabajo, no tiene la menor importancia pero… Vale, vale, va Fidel a por ti. Hasta ahora.
- ¿Qué dice la tita, mamá?
- Vete a recogerla y os venís. No tardéis.
- Tu sabrás lo que haces…
- ¡Sí, hijo, lo sé! Antes de irte, tráeme de mi cuarto el botecito de colonia que hay junto al espejo, el que me regaló la señora, y unas medias, por favor. Pero mira, Fidel!
Fidel vuelve sobre sus pasos.
- Dime.- Fidel está de pie, con los brazos caídos. Observa a su madre desde arriba.
- Que no tiene importancia, no pasa nada, es que hoy no puedo faltar al trabajo, sabes que me costó mucho encontrar un trabajo con estas condiciones…
- Ya lo sé, mamá.- Fidel alarga la mano hasta la cabeza de su madre.- Mira lo que tenías entre el pelo. Será del suelo del autobús. Parece una astilla de hueso.
- Anda, tráeme las medias, por favor. Fidel, no olvides el bote de colonia.
- Sí, mamá, sí.

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Puri miró a Adela antes de entrar en el dormitorio de invitados de la casa de la señora. Moviendo los brazos para adelante y atrás, Adela la animó a entrar. Llevaba las dos manos ocupadas con el carrillo de la limpieza. Lo detuvo delante de la puerta y golpeó con los nudillos. Una voz de hombre le invitó a entrar:
- Adela, ¿a qué se debe este retraso?
- Estoy enferma, señor, ¿no me oye la voz? vengo del médico, un enfriamiento quizás.
- Tiene que cuidarse, Adela, tiene que cuidarse. Ya sabe usted que yo me preocupo por usted.
- Lo sé, señor, lo sé.
Puri empieza a recoger del suelo ropa que está dispersa por los rincones, pantalones, ropa interior usada, camisas.
- Adela… acérquese.
- Diga, señor.
- Enciéndame un cigarrillo.
- Un cigarrillo…. Un momento señor, que me he dejado fuera el mechero.
Puri volvió en poco tiempo:
- Señor, sabe que sus hijos no quieren que fume.
- Adela, eso ya lo hemos hablado muchas veces… enciéndemelo.
- Aquí tiene señor.
- Pónmelo en la boca, pónmelo en la boca.
Adela se lo puso en la boca y vuelve a sus quehaceres.

- Adela, sabes que te he echado de menos todos estos días… voy a hablar con mi hijo… quiero que me deje pasar una larga temporada aquí con él y Mariam, así nos veremos con frecuencia.
- Lo que usted diga, señor.
El señor, pelo blanco, quieta la cabeza, tenía las manos en los apoyabrazos del sillón.
- ¿Te gustaría que pasara más tiempo aquí? Todas las mañanas nos veríamos y así no pasarías las mañanas tan sola con las tareas. Yo podría ayudarte incluso, sabes que la plancha para mí no tiene secretos.
- Sería un placer, señor.
- Te veo seria, Adela, como distante.
- Es el enfriamiento, me tiene como un poco mareada y cansada.
- Cuídate, Adela, cuídate, ¿qué sería de esta casa y de mí sin ti? Y, ¿qué sería de mi Ita?
- Eso, señor, eso.
- Sólo come de tus manos. Bien lo sabes. Tráeme su comida, por favor, tiene que estar hambrienta.
- Sí, señor.
Puri salió de la habitación. Adela estaba sentada en una silla, como esperándola. Cuando la vio se incorporó un poco.

- Ya, Adela, quiere la comida de Ita.- le decía mientras sujetaba una bolsa de tela en la que algo se movía convulsamente.
- Toma, aquí la tienes. Y esta es la comida del perro lazarillo. Te dirá ahora que se la des también. No te pongas nerviosa, échate más colonia, que este viejo huele los nervios y el miedo.
Puri cogió la bolsa y volvió a la habitación.

- Señor, aquí tiene.
- Gracias, Adela.
Puri miraba a los ojos blanquecinos, como de pez, del señor, y alargando la mano dentro de la bolsa, sacó de la misma un conejo vivo que le alargó.
El señor, agarró al conejo por las patas traseras y lo levantó. Esperó un tiempo. El conejo dejó poco a poco de convulsionar hasta que permaneció quieto, inmóvil. Lo acercó a su nariz y le olió el hocico. Posteriormente lo fue bajando hasta que la cabeza del conejo quedó entre sus piernas, y con un movimiento rápido y coordinado, cerró de golpe sus piernas y, cogiendo con las dos manos el cuerpo del conejo, lo rotó hasta que se oyó un crujido seco. Le había retorcido el pescuezo.
- Ahora voy a facilitarle la digestión.
Y agarrando al conejo por las patas comenzó a golpearlo contra el suelo. Puri se había sentado en la esquina de la cama, algo pálida. El sonido de la rotura de huesos se oía mezclándose con los ladridos del perro lazarillo.
- Ah, la comida del Bobi, Adela, dásela también. Toma, esto ya está.
Puri cogió al conejo, por cuya nariz aparecían gotas de sangre y se acercó a la caja de Ita.
- Tu eres la única persona que le da de comer, deberías tenerlo a orgullo Adela.
- Sí señor.
Cuando abrió la caja, la lengua afilada apareció, seguida por la cabeza ávida y el cuerpo musculoso. Moviéndose despacio, Puri desplazó el conejo hasta situarlo a un palmo por encima de la cabeza de Ita. Ésta abrió la boca. Puri sujetó con las dos manos el conejo; sentía la presión de Ita mientras engullía la comida. Cuando más de la mitad del conejo estaba dentro fue separando las manos y la serpiente hizo el resto. Se fue replegando despacio y quedó de nuevo tumbada en la caja.
- ¿Todo bien, Adela? ¿cómo la ves?
- Todo bien, señor. Se lo ha comido con apetito, ya está reposando.
- Para dentro de dos semanas, cuando vengamos de nuevo, quiero que le prepares cobaya, ya le toca cambiar de dieta.
- Claro. Voy a ponerle el pienso al perro, señor.
- No tardes, que no me gusta que me dejes solo.
En la terraza de la habitación, sobre un plato de comida grande, volcó un poco de pienso para animales. El perro, educadamente, esperó a que ella terminara de volcar la comida y se separara para empezar a comer.
- Ven, Adela, acércate a mí.
- Señor…
Después de limpiar a conciencia el cuarto de baño y de restregar los cristales de la habitación, Puri se despide del señor.
- Señor, nos vemos el próximo día. Voy a seguir por las otras habitaciones.
- Muy bien Adela. Siempre es un placer conversar contigo.
- Adiós, señor.
- Adiós.
Puri se dispone a cerrar la puerta a sus espaldas.
- Un momento.
- Diga señor.
- No te olvides de dar recuerdos a Adela… y hablaré con mi hijo, tu trabajas mejor que Adela.
Sin abrir la boca, Puri cierra.
Adela estaba apoyada en el brazo de Puri y en la baranda de la rampa del portal. Sus pasos seguían siendo pequeños y cortos. La puerta de la calle estaba a apenas unos metros, y, más allá, en la acera, les esperaba Fidel.
- Adela, no sé cómo puedes aguantar al viejo…
- Es un poco zalamero pero es inofensivo.
- ¿Inofensivo? Con esa forma de tratar el conejo… Y se ha dado cuenta de que yo no era tú… Además, Adela, le he tenido que dar de comer a Ita…
- ¿Qué? Por eso te ha conocido, ¡¡¡¡yo nunca lo hago!!!!! Por eso te ha conocido, por eso. Ay, Puri, ¿ahora cómo me presento yo la semana que viene? ¡Estamos perdidas!
- Perdida tú, Adela, yo ya he hecho bastante, yo no vuelvo a aparecer. Viejo loco maniático, retorcido.

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