Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

26/9/09

GANADOR DE LOS TÍTULOS VOTADOS

“Mi afición desmedida por lo inútil” fue votado por:

Santiago

Rafa Castaño

Lorena Mª López Núñez

Elena Pentinel

Ana Mena

Lucía García Cano

Ana Infante

Ana de Haro Fernández

José Ant. Cano



“Fracasamos siempre al hablar de lo que amamos” fue votado por:

José Iglesias Blandón

Manuel López Pertíñez

María Elena León Manzano

José Iglesias Blandón



"Perfección" fue votado por:

Mª Angeles Sanz Pérez

Cristina




Por lo tanto, queda como título el primero.

Os avisaré para las pruebas del libro.

VEO EN INTERNET QUE SE PUBLICÓ UN LIBRO DE POESÍA CON ESTE TÍTULO EN MÁLAGA EN 1982. Eso, legalmente, no es ningún problema porque se pueden repetir los títulos.
Si alguien quiere cambiar su voto o propone algo que me lo haga saber en un par de días máximo.

Un saludo





Prof. Dr. José Carlos Carmona
Universidad de Sevilla
joseccs@us.es
Tlfn.: 615174635
http://www.josecarloscarmona.blogspot.com/

24/9/09

Título del libro de relatos

Algún intruso, utilizando mi nombre (José Carlos Carmona), ha dicho que el título ganador en las votaciones había sido "Trincamela". Ese comentario es falso y, desde mi punto de vista, malintencionado. Trabajo para que el curso vaya bien, se dan herramientas para el trabajo colectivo y sin embargo, se usa de forma inapropiada.
Por eso, he cambiado la contraseña y ya no permitiré que se introduzcan más textos, aunque sí comentarios.

El tema del título a elegir está todavía en el aire. Las votaciones sobre los cuatro que propuse son muy variadas, cuando tenga claro quiénes van a publicar os convocaré por móvil a una reunión.

Un saludo.

Prof. Dr. José Carlos Carmona. Universidad de Sevilla.

11/9/09

RECORDATORIOS FIN DE CURSO (Sept. 2009)

Termina el plazo.
El viernes 18 de septiembre termina el plazo para entregar en papel los relatos que no hubiérais entregado en papel durante el curso y la novela o las 75 primeras páginas de la novela.
Quien con esta entrega haya hecho todos los relatos del curso tendrá derecho a publicar en el libro colectivo. Para ello deberéis enviarme por correo electrónico el relato que querráis publicar (este es el único material que admitiré en formato informático). Y sólo un relato, vosotros decidís.
Quien entregue la novela terminada o las primeras 75 páginas en papel antes del 18 de septiembre (que tendréis que dejar o enviar al buzón 99 de mi Facultad -Ciencias de la Educación, Avda. Ciudad Jardín-) obtendrá el certificado de haber concluido el Taller.
Semanas después me pondré en contacto con los que vayan a publicar el libro para que corrijan las pruebas y establezcamos la fecha de la presentación.

TÍTULOS POSIBLES PARA EL LIBRO:
Os propongo que votéis entre los cuatro títulos siguientes:

-Fracasamos siempre al hablar de lo que amamos

-Perfección

-Sabemos que este dolor es inagotable

-Mi afición desmedida por lo inútil

Enviadad los votos a:
joseccs@us.es
Firmad el voto con vuestro nombre y apellido (¡no vale votar dos veces!)

8/7/09

RELATO 8 de Jesús García


MATRIMONIO



Juan no supo que hacer , su amiga Tamara un año mayor que él estaba cogiendole la mano . “ No cruces solo por la carretera “ , le decían sus padres . Pero ahora no estaban en un paso de cebra , estaban en medio del parque .
- ¿ Te quieres casar conmigo ? –dijo Tamara
¿ Casarse ? ; eso es para siempre pensó Juan mientras notó como presionaban su mano . Si fuera un poco mayor , diría que le duele la cabeza o que tiene que hacer una llamada importante . “ mamá , ¿ donde estas ? “ , pensó
- Te he dicho que si te casas conmigo –dijo de nuevo Tamara
- ¿No somos muy pequeños para casarnos ?-dijo Juan .
Por fin reaccionó , Juan estaba a punto de estallar de calor , después de parecer una estatua durante varios segundos por fin recobró la vida .
- Pero David y Inma se van a casar –dijo Tamara.
- Yo creo que no es de verdad . ¿ Acaso has visto alguna boda entre alumnos de primaria ? –dijo Juan
Mas vale decir creo que no , por que Juan no estaba nunca seguro de nada ; “ no cruces solo por la carretera “ recordaba obsesivamente esas palabras de su padre una y otra vez . Siempre que tenia que tomar una decisión importante , temblaba . Ya sabes , ese tipo de decisiones en las que hay un antes y un después . Definitivas . ¿ Será miedo a la muerte ? ¿ A la inseguridad al cambio ? ¿ A la imposibilidad del retorno ? .




Ahora Juan esta en una cafetería , acaba de dejar plantada a su novia de toda la vida . Todavía lleva puesto el traje de boda , se siente mejor que por la mañana ; pero no sabe si pegar un cambio radical a su vida como irse a vivir a un país extranjero o afrontar el problema , ir a un psicólogo , llamar a un amigo ..... cuando de repente suena el móvil .
- Mi niño , ¿ donde estas ?
- Mama te he dicho , que no me digas mas mi niño –dice Juan
- Pero , ¿ donde estas ? Papa esta muy preocupado . Ya sabes como es tu padre , lo serio que se pone .
- Mama , no tengo en estos momentos ninguna gana de hablar contigo .
- Pero mi niño , ¿ Que hacemos con los jamones pata negra ? . Los titos preguntan si vas a volver o pueden regresar ellos a Madrid . ¿ Y el viaje ? . Tu padre y yo hemos pensado que si no te casas , podríamos aprovecharlo nosotros.
- Bip - Bip - Bip - Bip - Bip - Bip - Bip - Bip - Bip - Bip
Juan bebe de un trago el ron con cola , enciende un cigarrillo , sus manos todavía tiemblan de la tensión . Recuerda a Tamara . ¿ Por que no le dije que si ? piensa Juan


Estadísticamente cada vez son menos las parejas que se casan , a pesar del crecimiento demográfico ; y dentro de las parejas que deciden casarse , cada vez hay mas abandonos a ultima hora . Dicen que fue el Señor el primero que nos puso limites a nuestra libertad ; cuando en el paraíso nos prohibió que probásemos aquella manzana . Y claro , a pesar de que no nos gustaban las manzanas , para joder , la cogimos. Tal vez sea eso o la imposibilidad de volver a ser niños , la muerte que se acerca .... etcétera , todo ese rollo , tal vez sea simplemente por que nos da la gana . Tengo un amigo que le paso esto , y tras volver a su casa con un ataque de ansiedad , sus padres ( personas aparentemente serias ) encuentran el remedio para que su hijo se case . Han descubierto en internet , la noche anterior , que ahora son posible las vasectomías reversibles . Salió por patas de casa de sus padres y todavía está corriendo ...... .No se si algún día se volverá a relacionar normalmente con sus padres . Juro que esta historia es verídica . Si la utilizo en algun relato seguro que alguien me acusa de no ser realista . Y el caso es que todavía no sabe por que no se casó . Al igual que muchos otros .
¿ Alguien lo sabe ? .

6/7/09

RELATO 6
De Jesús García .
Las 6 de la mañana , ha pasado otro día mas ; la cama está deshecha de tantas vueltas , se levanta y mira su móvil , ninguna llamada ; enciende la tele , esta teletienda con el ultimo portátil , un sillón de masajes por solo 500 euros .... No tiene ganas de desayunar , vuelve a la cama ; las sabanas están sudadas , el aire muy cargado . A las 8 suena el despertador , lo para y da otra vuelta mas . Esta cansado y hace calor . Mira hacia la ventana ; parece que está el día bueno allá fuera .
Al fin , al cabo de un rato sale de su cuarto , se dirige al cocina ; pone el tostador cuando suena el teléfono . Apresuradamente se dirige hacia el salón , tropieza con sillón pero consigue descolgar el teléfono .
-¿Diga?
-Andrés , soy Pedro ; ¿ Te ocurre algo ?
-No ... no me pasa nada ...-dice Andrés .
-Pero ya hace 4 días que faltas al trabajo , el señor Tamayo ha preguntado por ti no hace mas de 10 minutos . ¿ estas seguro de que no te pasa nada ?.
-Bueno ..... dile a Tamayo que estoy enfermo , que en unos días estaré bien ..... tengo que colgar Pedro .
-Andrés-dice Pedro con voz firme.-Dile a Mari que se ponga al teléfono.
-Tengo que colgar , adiós.
Huele a quemado , Andrés se dirige a la cocina ; demasiado tarde , el único bollo que quedaba se ha quemado . Bebe una lata de cerveza que estaba desde anoche encima del frigorífico , de un golpe ; se limpia con el puño y se tira en el sofá del salón comedor , aquel que se empeño Mari en comprar ; recuerda que hacia juego con las cortinas que le regalo su madre , recuerda que la casa entera estaba a gusto de ella ; la alfombra donde están sus zapatillas , el color gris piedra de la pared , el teléfono estilo ingles antiguo del salón , el mueble de caoba donde esta el rifle . Hace calor , coge un mando y apunta hacia el aire acondicionado , pero el aparato no reacciona , vuelve a pulsar ; no quedan pilas , lanza el mando violentamente contra la pared . No se levanta , cierra los ojos , hace días que no consigue dormir bien , no lo consigue .
De repente suena el timbre , Andrés se levanta , se pone unos calzoncillos y se dirige a la entrada , abre la puerta .
-Hola Andrés , ¿ esta Mari ? –dice Lola .
-Hola Lola , Mari no esta , ha salido .
-Que mal aspecto tienes , ¿ te ocurre algo? –dice ella , tras echarle un vistazo de arriba abajo .
-No nada ... me acabo de levantar , tenia el día libre y ahora estaba preparando un baño.
-Y esa barba , ¿ no te ha dicho nada Mari ?-dice Lola.
-Ya te he dicho que me estaba aseando .-dice Andrés con un tono mas serio .
-Es que estaba preocupada , es el cuarto día que falta a clase de aeróbic y tu sabes como es Mari , ella no falta a una clase ; así tiene ese tipito tan mono , pero que te voy a contar a ti ... –dice Lola de un modo animado .
-Maria no esta , ha ido a ver a sus padres –dice Andrés a la vez que cerró la puerta bruscamente .
Vuelve al dormitorio , se tumba boca abajo sobre la cama ; todavía huele un poco a Mari ; escucha a lo lejos un murmullo de agua . Esta llegando el verano , están llenando las piscinas .Sin darse cuenta cierra los ojos , poco a poco va entrando en un profundo sopor , pasan unas horas .
Por fin ha descansado , se levanta y mira su móvil . Esta descargado , busca el cargador y lo comienza a cargar . A los cinco minutos escucha la señal de mensaje recibido . Abre el móvil y lee que tiene una llamada perdida de Mari . Su corazón se acelera , sus ojos se llenan de vida ; marca llamada a Mari . No contesta nadie , vuelve a llamar . No contesta nadie . Se dirige rápidamente hacia el baño , abre el agua caliente y se moja la barba , se echa espuma por toda la cara y comienza a afeitarse . Se mete el baño , sale , se seca camino del dormitorio . Se pone un pantalón nuevo y la camisa roja que le regalo Mari . Vuelve al cuarto de baño se echa abundante gomina y la colonia cara . Comienza a ordenar su dormitorio , recoge toda la ropa que estaba en el suelo ; ahora el salón , el mando que estaba en el suelo , las revistas ; en la cocina friega una montaña de platos . Abre las ventanas , hace una tarde estupenda , hay un suave viento y el cielo esta azul . Vuelve al dormitorio recoge el móvil , y vuelve a llamar a Mari ; no contesta . Vuelve a llamar , no contesta . Vuelve a llamar , no contesta . Se sienta en la cama y mira hacia el techo , baja la mirada y se lleva las manos a la cabeza . Hace mucho calor .De repente , el móvil marca llamada ; lo abre y es una llamada de Mari.
-Pequeña , ¿ donde estas ? .....
-Señor , me encontrado este móvil en una papelera , no es mío , ¿ quiere que lo deje en algún sitio ..... ?
-Señor
-¿ esta ahí ? , señor .

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Una furgoneta blanca ............... un mercedes descapotable .....

Mari observa . Apoyada en una pared . Saborea un helado . Bajo un toldo amarillo en una estación de servicio de la autopista .
Entra en la cafetería y se pide una cerveza bien fresquita . Tiene un mapa del país y mientras lo observa , se acerca una niña .
-Hola
-Hola , que vestido tan bonito llevas . Dice Mari
-¿ A donde vas ? . Yo voy con mis padres a ver a mi tía Lola en la playa . Hace un año que no la veo .
-Que bien , con el calor que hace . Seguro que te lo pasas estupendamente.
La niña baja la mirada , esta jugando con una pelota que tiene entre sus manos.
-Si , pero no voy a ver a Marta y Tere en unos días . Estoy un poco triste .
-Bueno , la vida no siempre es perfecta . No todo sale como queremos . Pero seguro que te alegras de ver a tu tía . Y a la vuelta disfrutaras mas de la amistad de tus amigas .
-¿ Como te llamas ? . No me has dicho a donde vas . ¿ Vas a la playa también ?-dice la niña mientras bota su pelota contra el suelo .
Los padres de la niña observan a su hija hablando con Mari , su hija es muy risueña y siempre esta hablando con todo el mundo . Ellos , con el tiempo , se han vuelto cada vez menos sociables .En ese momento entra mas gente en la cafetería y comienza a sonar una canción antigua de los beatles que trata sobre el ayer .
-Me llamo Mari y no se donde voy.
-Pero no se puede no saber donde se va . Dice la niña .
-Pues yo no se donde voy , espero que nunca lo entiendas – Mari recuerda cuando era niña , sus visitas a sus abuelos en vacaciones . Recuerda como era su pequeño mundo y como es el gran mundo ahora .
-Prefiero que hablemos de ti , ¿ como te llamas ? .
-Vicki .
-Mira Vicki el crucigrama que estoy haciendo , me falta una palabra de cinco letras , esta es fácil . ¿ me ayudas ? . Dice Mari
-¿ De cinco ? . Mesa ... chicle .....clase ....
-No vale cualquier palabra tiene que hacer referencia al texto que dice “ Familiar , hijo de su tía o tío “.
-Amor ... padre....
-No , no así no vale , es primo . Dice Mari
-¡ Mi primo Juan ! . Es Juan . Juan tiene cinco letras .
-No Juan , tiene cuatro . “ J” “u” “a” “n” .
-Juan juega al fútbol y saca muy buenas notas , es mi primo preferido . Y es muy guapo .
-Me alegro que le quieras tanto . Me gustan mucho las niñas cariñosas como tu . Todos los niños sois adorables .Dice Mari
-¿ Tu no tienes ningún niño ? . Le dice la niña .
Mari gira la cabeza hacia la ventana , tiene la mirada perdida . En este momento no esta allí , esta bastante lejos . Por un momento parece volver , pero no sabe que decir . Hace mucho calor . Allí no hay aire acondicionado .
-¿ tu no tienes ningún hijo ? . Insiste la niña .
En ese momento se acercan los padres de la niña . Se les nota molestos , han estado discutiendo.
-Vicki , nos vamos que queremos llegar antes de la hora de la cena .No estarás molestando a la señorita , ¿ verdad ?
-No , no me esta molestando . Tienen ustedes a una niña encantadora .
Vicki se dirige hacia su madre y le da la mano.
-Adiós . Dice Vicki
-Adiós , Vicki .
Mari observa como se alejan hasta perderse por el fondo de la cafetería .
Mari se levanta muy tranquilamente y se dirige hacia el mostrador . Paga la cerveza . Se dirige hacia su coche . Hace un día estupendo , algo caluroso . Abre sus brazos y estira sus manos . Lleva demasiadas horas conduciendo . Observa que se han caído unos papeles que estaban en la guantera . Los recoge . Son la cita para el medico ; en esa famosa clínica abortista que le había concertado Andrés la semana pasada .

7/6/09

-Relato 9 de Paco Basallote

Con mucho respeto

Al abrir la ventana sientes algo de fresco y buscas la bata para tapar la desnudez con la que habitualmente te despiertas. No suele hacer ese tiempo húmedo en esta época del año, a las puertas del verano, pero la ropa de lluvia sigue en el armario. Marita aún no la guardó. Los martillazos de la obra del futuro edificio de enfrente te obligan a madrugar. Va a dejar sin vistas tu ático alquilado al quedar tres pisos por encima y nada puede hacerse. Esta noche no has dormido bien con la tormenta. Tras enfundarte la bata te diriges a la cocina. Ella dejó ayer un pan riquísimo de cereales. Lo hizo su padre en la aldea donde se instaló. Es un poblado de la sierra, fundado por hippies hace veinte o treinta años. Deslizas miel en la rebanada ya tostada y crujiente, a punto de quemarse, y disfrutas como cada día de este solitario momento.
Te montas en el metro que recientemente ha estrenado la ciudad. Al oír la voz de la chica que indica las diferentes paradas, te pones de pie porque sabes que te queda una para bajarte. Y necesitas tu tiempo para llegar a la puerta. La voz ha repetido ya varias veces el nombre de tu parada y justo en ese momento llegas a la puerta que se acaba de cerrar. Pero vuelve enseguida a abrirse. Y consigues salir de allí.
-Hola Ernesto, ¿qué tal? –en el andén te saluda con afecto una voz femenina y te detienes.
-Qué tal Marita. ¿Qué haces aquí? –pones la mano en su hombro. Le das dos besos que ella te devuelve. La gente alrededor camina con prisa.
-Tengo una nueva casa en este barrio – te llega su olor a colonia fresca. Un escalofrío te recorre la nuca.
-¿Pagan bien?
-Sí, pero no tanto como tú.
-Espero que estés bien –le tocas el pelo. Le sonríes. Supones que ella también lo hace.
-¿Voy pronto a tu casa?.
-Sabes que tienes la llave. Cuando te venga bien. No hay problema.
Te acercas prudentemente para darle un beso de despedida, pero titubeas, y detienes el movimiento. Agarras con fuerza tu bastón:
-Iré el miércoles Ernesto.
-Vale. Que tengas un día estupendo –ahora sí la besas en la mejilla, le dices adiós con la mano.
Continúas tu camino unos metros. Cuando sospechas que ella no te ve, te apoyas en una columna. Suspiras, descansas, tocas tu pecho. Sientes el frío del metal de tu estilográfica en el bolsillo de la camisa. Tras unos minutos, sigues adelante.
En tu despacho de la asociación puedes refugiarte y descansar del revuelo de afuera. No te sientes con mucha fuerza. Una pastilla de paracetamol. Todo sigue igual ahí, las dos butacas, la maceta con lavanda junto a la ventana dando aroma a toda la estancia. Sigue todo limpio, es agradable estar en tu despacho. Su limpieza bien podría haber sido obra de ella. Este lugar te invita ha trabajar: muchas horas has pasado ante el ordenador, muchas fichas de nuevos miembros desglosadas y estudiadas con toda tu atención. Veinte años analizando las situaciones de nuevas personas que han perdido la visión. Como te pasó a ti. Mucha responsabilidad decidir qué camino es el mejor para ellos. Qué personalidades van acordes con un determinado proceso de aprendizaje. Qué individuos mejorarían su situación con un perro guía. Cuáles no estarían preparados para esa ayuda que requiere paciencia y entendimiento con el animal.
Suena el teléfono. Respondes: “¡No puede ser! ¡Ismael! (…) ¡Años sin verte!. (…) ¿Estás aquí en la puerta?(…) Dile a Sergio el conserje, que vienes a verme.(…) No me lo puedo creer”.
Escuchas una traviesa sucesión de golpes en la puerta.
-¡Pasa, pasa, por favor! –te has levantado y estás apoyado en tu escritorio.
-¡Ernesto! –la voz del teléfono está ahí al natural. Ha venido de hace muchos años atrás.
-Ismael, qué de tiempo sin saber nada de ti –el otro te está abrazando, tú haces lo mismo.
-Supongo que la vida absorbe –sientes cómo te suelta- La vida, que como dijo Lennon es lo que pasa…
-..mientras hacemos otras cosas. No intentes impresionarme, seguro que lo has leído en el periódico mientras venías en el autobús…
-Bueno el otro día leí un libro de citas famosas en la peluquería…Ja, ja. Te veo igual que siempre.
-Yo a ti también.
-Qué mentiroso eres…
-Bueno verte verte, ja, ja, lo que se dice verte…Bastante tengo con oírte…
-Sigues igual.
Rodeas tu escritorio y le haces un gesto a Ismael para que se siente. Sonríes, tamborileas un poco el cristal de la mesa con los dedos.
-A qué se debe esta visita…que te agradezco Isma, no sabes cuánto me alegro.
-Mi sobrino, el segundo de mi hermano.
-Sí.
-Ha nacido con una carencia de visión. Al parecer su probabilidad de ver es muy limitada.
-¿Qué edad tiene?
-Nació hace seis meses. Sus padres están destrozados. Yo les he hablado de ti.
-Es una buena edad. La parte médica también podemos ayudarla en la asociación. Tenemos mucha experiencia. Pero lo más importante es el lado educacional. Dale mi teléfono a tu hermano. Sería conveniente que viniera con su mujer.
-Sí.
-Hablaré con ellos. Si están de acuerdo haremos lo posible para que el niño disfrute de todos los recursos de la asociación.
-Ernesto, muchas gracias por todo de verdad…
-Sabes que lo haría con cualquier niño en esta situación. Siento de verdad lo que ha pasado.
-Viéndote a ti, se que mi sobrino puede llegar a ser cualquier cosa; se que le espera una buena vida.
-¿Cómo va la tuya?
-Bien –Ismael se cruza las piernas en su butaca, oyes el cuero del asiento y sabes lo que significa en estos momentos de sinceridad –Bien en parte –Ismael suspira profundamente, y su voz cambia totalmente de tono. -Bueno rompí con Blanca, rompimos hace tres meses.
-Lo siento de veras.
-Ha sido…está siendo duro…pero la verdad es que no podíamos seguir juntos, aunque nos ha costado mucho dejarlo…
Palpas tu reloj. Son las diez y cuarto. Suspiras y descargas tu ansiedad. Sólo se te viene a la cabeza un humilde ofrecimiento:
-Haré por tu sobrino lo que pueda. Por ti, no se me ocurre otra cosa que invitarte a desayunar.

Es temprano y los martillazos del futuro edificio de enfrente están otra vez en acción. Oyes movimiento en la casa, choques de unos platos con otros. Una silla que se arrastra. Son sonidos sutiles, fruto de acciones delicadas, pero tú los distingues perfectamente, entre los martillazos. El día que éstos cesen, tu ático habrá quedado tapado por un edificio muy moderno y exclusivo. Dejará a tus vecinos sin las vistas que esta altura ofrecía. Pero en los bajos de los locales nuevos seguramente pongan nuevas cafeterías y comercios. Dará vida al barrio. Quizás el casero ceda ahora a venderte el piso con el que estás tan a gusto, quien mejor que un ciego para habitar un ático sin vistas.
Te levantas de la cama. Te vistes con la ropa de andar por casa. Te metes en el cuarto de baño y te lavas la cara. Te compones un poco el cabello despeinado. Ahora sí entras en la cocina:
-Buenas Marita –sientes el olor de su colonia.
-Qué tal Ernesto.
La besas. Te besa.
-Has venido un poco más temprano que de costumbre ¿no? –hablas pero no piensas: la sinfonía de olores te llena de alegría.
-Sí, es que mi padre vino de la sierra y me trajo.
-¿Qué tal le va?
-Muy bien. Me ha mandado saludos para ti.
-Dile que el pan está riquísimo.
-Me ha dado más para ti.
-No tenía que haberse molestado Marita.
Extraes dos rodajas de pan de cereales de la bolsa y lo metes en la tostadora. Marita prepara dos cafés. Extiendes miel en tu tostada. Ella vierte aceite en la suya.
-¿Qué tal en tu nueva casa?
-Bien. Es una señora mayor. Vive sola, como tú. –respiras con profundidad, y la miras. No dices nada.
-Me ha dado buena espina esta mujer. Me ha tratado con mucho respeto. No me gusta limpiar en cualquier casa.
-Eso me halaga. Y me alegro que estés cómoda con ella.
-Necesito estar cómoda, que el dueño de la casa confíe en mí y me trate con respeto.
Te duchas. Te despides de Marita. Cuando vuelvas, ya se habrá ido. Se te coge un pellizco en el pecho. Coges el bastón y sales camino del metro. Cuando estás en la boca del metro te asaltan las dudas: algo te dice que no llevas las llaves. En el bolsillo está tu cartera, pero ni rastro del llavero. Te das la vuelta y vuelves a la casa. Antes de subir coges el móvil y llamas a la asociación: “¿Sergio? (…) Sí soy, yo Ernesto Atienza. Tenía una cita con unos padres, a las diez y voy a llegar algo más tarde. Sólo veinte minutos. (…)Te lo agradezco Sergio. Son parientes de un viejo amigo.”
Ella te abre. Sonríe. Otra vez el olor de su perfume. Te tiemblan las piernas. Le explicas por qué estás allí de nuevo.
-Las he visto en tu mesita, cuando he ido a hacerte la cama. Espera, te las traigo.
Y esperas en el salón. Dejas el bastón junto al sofá y te sientas. Ella viene y te da las llaves.
-Ya sabes Marita, esto es la edad. –dices sonriendo- Voy a tener que jubilarme e irme con tu padre a la sierra, a hacer pan artesano.
-Te quedan aún muchos años para jubilarte, Ernesto -Marita se ríe y tú también.
Entonces haces el esfuerzo, te levantas y te diriges a la puerta. Le dices adiós a Marita. Llegas al metro, te sientas en el vagón, y escuchas a la locutora avisando del nombre de la siguiente parada. No deja de sorprenderte que haya llegado el metro a tu ciudad. Palpas el reloj: son las diez. Llegarás con media hora de retraso a la entrevista con el hermano de Ismael y su mujer. Sergio les habrá hecho pasar a la cafetería, así que eso no es un problema para tí. El metro está concurrido pero no tanto como a la hora en la que lo sueles coger. Llegas a la puerta del vagón, notas como la gente es amable, te hace hueco y desciendes, bastón en mano.
-Hola…Ernesto…-una voz femenina.
-Hola ¿qué tal? –un olor a colonia fresca. Un escalofrío recorre tu cuello.
-Mucho tiempo. Hace mucho mucho tiempo.
-Sí Blanca, mucho mucho tiempo.

4/6/09

RELATO 9 de Elena Pentinel de la Chica

UN PUENTE EN PRAGA

Recuerdo aquel viaje principalmente porque me llevó a tomar dos decisiones fundamentales. No volver a salir con chicas jóvenes e impetuosas y no volver a escribir. Hicimos aquel viaje a Praga porque Vicky se empeñó.
En el tiempo en que entró en mi vida, llevaba casi un año sin ninguna idea decente para plasmar en relato o novela alguna. Me levantaba con el tiempo justo por las mañanas para acudir a mi lugar de trabajo con los ojos medio cerrados y necesidad de café en abundancia. Entraba en el edificio, que desde fuera, iluminado por las luces doradas que se superponen a la luz apagada del amanecer, transmitía engañosamente cierto aire de lugar acogedor, hogareño. Me acomodaba en mi escritorio, colocaba papeles, bolígrafos, el tampón, encendía la pantalla del ordenador, mientras sorbía el café hirviendo e insípido de la máquina. Me disponía a dormitar entre el falso ajetreo del teclado y los papeles para las próximas siete u ocho horas. También solía estar atento a los variadísimos síntomas extraños que me asaltaban a lo largo de la jornada: los dolores en el lumbago, el dolor del brazo izquierdo que me dejaba adormecida la mano, el picor en los ojos, la punzada del costado. Pero lo peor de todo era la del lado del corazón. Me oprimía casi hasta asfixiarme y me provocaba una taquicardia feroz, que me llevaba a visitar el servicio de urgencias una vez al mes aproximadamente. Sin embargo, no conseguía que me diagnosticaran una rara enfermedad de múltiple sintomatología que necesitara de un largo descanso y de una baja para quedarme en casa. Mi médico de cabecera se sonreía cuando iba a por más pastillas y con mirada de pena me musitaba por encima de las gafas: “Cuídese” o “Que se mejore”.
Cuando al mediodía llegaba a casa, tomaba cualquier cosa enlatada o precocinada. Desde que mi mujer se fue no conseguía motivarme para entrar en la cocina y dejar de maltratar mi estómago. Esto hacía que me preocupara aún más por mi salud. Acumulaba en el cubo de la basura latas de atún, latas de mejillones, latas de todo lo que se vendía enlatado y muchas, muchas latas de cerveza. Tenía siempre los dedos trufados de pequeños cortes de las latas “abrefácil”. Era el cubo de basura de un divorciado indolente y algo borracho. Después me tiraba en el sofá a dormir tres horas de siesta mientras el televisor tronaba con los programas de deporte, de cotilleos, con novelas sudamericanas. Nunca he podido dormir en un silencio absoluto. El silencio durante el día es aún más aterrador que el de la noche. El resto de la tarde lo pasaba en un ir y venir sonámbulo por el piso. Leía las noticias, sobre todo las deportivas, encendía y apagaba el televisor o la radio, fumaba sin parar, esperando que llegase la noche para que me levantara el ánimo. Entonces me vestía y me lanzaba a vangabundear por las calles siempre llenas de desocupados y estudiantes, de pedantes y proxenetas, de putas y juerguistas. No sabía exactamente a qué grupo pertenecía yo. O sí, al de los cuarentones solitarios y amargados sin rumbo en la vida. Al menos albergaba la esperanza de no irme todas las noches solo a la cama.
En estas lamentables condiciones conocí a Vicky, o Victoria como yo siempre quise llamarla. Me parecía mucho más heroico que ese ridículo hipocorístico. Ella llegó un día a mi departamento mientras yo estampaba rítmicamente el sello sobre papeles rosas y amarillos. La contrataron como eventual temporal o algo de eso. Con la proximidad de las vacaciones hacía falta personal. Le adjudicaron una mesa frente a la mía. Era bastante delgada y esbelta, lo que no impedía que estuviese bastante buena. Se enfundaba en ceñidos pantalones y aún más ceñidas camisetas. Con sus zapatos altos taconeaba de acá par allá llevando papeles, consultándolo todo, sonriendo y charlando con todo el mundo. A los pocos días se sentó en el filo de mi mesa y me dijo “¿Es que siempre vas solo a desayunar? Si quieres te acompaño y así nos conocemos”. Le dije que vale y ahí empezó algo como una amistad o compañerismo. Ella hablaba todo el rato, lo que para mí era un alivio porque así no tenía que hablar de mí mismo.
-¿Eres funcionario?, -me preguntó mientras hacía trocitos su tostada integral y la mojaba en el té.
-Sí, me temo que sí -No sé por qué sentía cierta vergüenza o arrepentimiento de que se supiera.
-¿Qué has estudiado? Yo soy de psicología. Pero ya sabes, casi todos acabamos de burócratas y autoaplicándonos lo que aprendimos para sobrevivir a la frustración. Pero yo lo llevo bien. Hace dos años que me psicoanalizo para luego intentar ejercer de psicoanalista. Es una experiencia genial. También hago tai-chi. Pero lo mejor es la terapia Reiki, -gesticulaba y hablaba con la boca llena de migas de pan, que salían disparadas de cuando en cuando.
-¿El qué? ¿Cómo, qué es eso?
-Bueno –se frotaba fuertemente con la servilleta de papel- es algo maravilloso, una terapia oriental. Se trata de canalizar la Energía Universal transmitiéndola a través del campo energético humano, con las manos, sobre todo –abrió sus manos mostrándome unos dedos largos y finos, cargados de anillos étnicos.
-Interesante. ¿Y para qué sirve eso? ¿Para manosearse un rato?
-Te noto algo cínico –hizo un gesto de indiferencia con su mano recargada. Le sonaban las pulseras-. Creo que serías un paciente ideal para el Reiki. Libera el estrés, te pone en armonía con el universo y con tus semejantes, te ayuda a transmitir amor y espíritu positivo. Te vendría estupendamente.
Vicky era así de positiva, de enérgica, de entusiasta. Todo le parecía un descubrimiento vital para incorporar a su vida. Estaba empeñada en la sanación, en la armonía y ese tipo de cosas. Y yo era una víctima propicia para experimentar, para ser sanada.
-Bueno, cuéntame algo de ti-dijo después de un largo monólogo sobre terapias orientales y medicina china-. ¿Qué estudiaste? ¿A qué te dedicas aparte de este trabajo que se nota que no te entusiasma?
-Ya ni me acuerdo de lo que estudié. Alemán. Y literatura alemana. Pero de eso yo sólo aprendí el gusto por Hörderlin y la prosa de Kafka. Dos locos. También me gustaba Wagner. Antiguallas, vamos.
-¿Y ahora? Seguro que escribes poesía melancólica.
-No exactamente. Escribía. Creo que lo he dejado defintivamente.
-Es una pena. Sería interesante ser amiga de un escritor- dijo, con una risita mientras lamía la rodaja de limón de su té-. ¿Estás casado? ¿Tienes novia o quizá novio?
-Divorciado. Mi mujer me dejó.
-¡Oh, vaya, qué lástima! Quizá sea para mejor, ¿no crees? Estar siempre con la misma persona, toda la vida, me parece empobrecedor. Es mucho más excitante –eso dijo- tener distintas parejas, aprendes mucho más de tus semejantes y es menos monótono. Yo estoy completamente en contra del matrimonio. Aún soy joven, es cierto, veinticuatro añitos, pero tendría que ocurrir una hecatombe para que me atara para toda mi vida con un hombre. Bastantes ataduras tenemos ya en la vida, ¿no crees?- abría mucho los ojos y gesticulaba sin cesar. Era algo mareante y agotador asistir a sus excursos.
-¿Te parece que paguemos y volvamos a la oficina? El jefe supremo nos echará de menos. Sólo es consciente de nuestra existencia cuando ve el asiento vacío.
-Vamos. Definitivamente necesitas el Reiki para relajar ese cinismo tuyo.
A las dos semanas asistí a mi primera clase de Reiki y me matriculé en clase de tai chi. Nunca me había sentido tan ridículo. Pero al menos tenía compañía y no perdía la perspectiva de llevármela pronto a la cama. Era un poco pesada, pero era joven y estaba estupenda.
A fines de junio tuvimos una de esas fantásticas comidas prevacacionales, para “despedirnos” provisionalmente. Esas comidas donde todo el mundo acaba borracho, despotricando de su miserable vida, sin querer volver a casa y, si hay suerte, liado con alguna compañera que, después de las vacaciones, deja de saludarte en los pasillos y te evita en la fotocopiadora.
Charlábamos acalorados por el vino de la sobremesa cuando noté la mano de Vicky bajo el mantel, acariciándome con confianza. No sabía qué cara poner. Me levanté y fui al baño, mientras meditaba una estrategia. De repente, cuando estaba a punto de salir, ella se abalanzó sobre mí como una fiera, ante la mirada risueña y de reojo de los que meaban de cara a la pared. Tiró hacia mí hacia uno de los retretes y echó el pestillo. Pronto me acostumbraría a gozar de los efectos que el vino desencadenaba en aquella mujer.
Empezamos algo como una relación sentimental en la que nunca se hablaba de sentimientos. Menos mal. Vicky era una hiperactiva de la charla y del sexo. Yo la escuchaba y disfrutaba. Empecé de nuevo a escribir algunos relatos menores: textos satíricos o paródicos que la hacían llorar de risa y exclamar “¡Qué ingenioso eres!” o “Me gustan los hombres maduros, sabéis divertir a una mujer”. Nunca le mostraba mis textos “serios”. Íbamos al cine por las noches, comíamos comida china o japonesa (era una apasionada del sushi) y nos acostábamos invariablemente. Incluso experimenté una ligera mejoría en mis numerosos achaques. En la oficia actúabamos como compañeros corteses pero distantes. No sé exactamente por qué.
Un día, en el desayuno de la mañana, sacó del bolso unos folletos de publicidad sobre viajes.
-He encontrado un viaje de cuatro días a Praga por un precio de escándalo.
-¿A Praga? ¿Qué se me ha perdido en Praga? No me gusta viajar, me aterran los aviones.
-Pensé que te ilusionaría, por Kafka, Rilke y todo eso. Te gustaban ¿no?
-Bueno, sí...Pero no ando bien de dinero. Y no me apetece montar en avión. Me duele el lumbago, además.
-Es un tour intensivo y ya te digo que es barato. Y puede que te inspire para alguna novela. Anda, di que sí. Te tomas un tranquilizante para el avión. El vuelo es muy corto.
A las tres semanas recorríamos Praga en un autobús de dos pisos con una guía chillona, que en pésimo español nos cultivaba sin cesar, con chistes incluidos, sobre las excelencias arquitectónicas de la ciudad. El micrófono se acoplaba continuamente y me ponía los pelos de punta.
La guía nos llevaba a un ritmo frenético por las calles de la Ciudad Vieja, por el puente Carlos, por el cementerio judío. Nos endosó un trasto, una especie de auricular para escucharla a distancia mientras ella parloteaba por su micrófono como si estuviera loca. Se supone que era mejor que arremolinarse a su alrededor con cara de interés y sueño para escuchar las veloces explicaciones que daba sobre historia, arte, literatura, anécdotas “curiosas”. “Parece que le pagan las palabras por segundo”, le comenté a Vicky, pero ella no me hizo caso. Charlaba animadamente sobre sus sorprendentes hallazgos con una pareja joven en viaje de novios. Al segundo día me quité el aparato y pude relajar mis nervios. Por la calle Karlova miríadas de turistas seguían a unas señoras que portaban su banderita correspondiente (la de Japón sobre todo. Debían hacerse un lío entre los distintos grupos de japoneses: todos mirando a través de sus cámaras, con sus gorras quitasol amarillas o azules y siguiendo como zombis la bandera en alto). La nuestra llevaba una especie de tímido banderín con los colores de la bandera española.
Vicky disfrutaba como una niña. Decía continuamente “¡ah!”, “¡oh!”, “¿en serio?”. Y dirigiéndose a mí: “¿no te parece fascinante? Yo, por mi parte, me esforzaba por mostrarme receptivo, pero creo que no me salía. Lo del silbato de la guía ya era demasiado. Nos daba veinte minutos de libertad para contemplar y escuchar las campanadas del reloj astronómico del ayuntamiento viejo “a nuestro gusto” (los apóstoles aparecían tras unas ventanillas girando como en un tiovivo), u observar a los judíos cabeceando y murmurando sobre su Torah junto a las tumbas del cementerio, y sobre todo para que hiciéramos nuestras consabidas compras de cristal de Bohemia o figurillas de barro en serie, de diferentes tamaños que representaban al Gólem. Luego tocaba el silbato para congregarnos, todos cargados de postales y de bolsas. Me acerqué a la guía con la intención de convencerla para que abandonara el silbato, “no creo que sea necesario, con decirnos la hora sería suficiente” pero me miró como si no me entendiera, me dio la espalda y empezó a parlotear por su micrófono hacia el nuevo destino. Nos daban una hora para comer y Vicky se empeñaba en compartir mesa con la pareja de reciencasados. Nos apiñábamos en los bancos corridos a engullir a toda velocidad un asado de cerdo de nombre impronunciable acompañado de chucrut. Toda Praga olía a coles hervidas y a carne asada. De la mañana a la noche. Yo me consolaba con las enormes jarras de cerveza de precio irrisorio y que me introducían en una especie de alegre sopor que lo hacía todo más llevadero. Hasta las caminatas interminables. Las punzadas de mis variados dolores salpicaban todo mi cuerpo.
Vicky se empeñó en que sacáramos entradas para la Ópera del Estado.
-“No sabía que te gustara la ópera”-le dije sorprendido.
-Hombre, no es que me guste pero forma parte del recorrido cultural de esta ciudad.
Fuimos los cuatro –la parejita inevitable se apuntaba a todo- pero yo pagué las entradas. Vimos Nabucco porque era lo que ponían. Vicky se mostró exaltada con el coro de los esclavos hebreos, y un grupo de japoneses, que copaban las primeras filas, obsequiaron a los cantantes con flores marchitas al final de la obra como si de cabareteras se tratase.
Llegábamos tan destrozados al decadente hotel estilo modernista que no teníamos ánimos para el sexo. Algo prodigioso en mi novia.
El último día había programada, a partir de las siete de la mañana, una visita intensiva al Castillo y al museo Kafka. Le dije a Vicky que me hiciera el favor de dejar la visita y que paseáramos libremente por la ciudad, por donde no hubiera tantas colas de turistas. “Incluso podemos pasear en barco por el Moldava”, la tenté yo, conociendo su esnobismo.
-Eres increíble. ¿Te vas a perder una visita tan interesante? Tú, que se supone que eras admirador de Kafka, ¿no?
- Precisamente por eso. No quiero entrar en el templo de los mercaderes de difuntos. No necesito para nada un llavero o un vaso con la triste cara del pobre escritor. Yo me quedo, tú haz lo que quieras.
Vicky no lo dudó un instante, se uniformó para el combate turístico –mochila, crema protectora, gorra ridícula y calzado deportivo- y me dejó plantado en el hotel.
Tras tomar un café salí tranquilamente a pasear, evitando las oleadas de fotógrafos compulsivos que se apostaban en todas las esquinas, pidiéndote con amabilidad que les sacaras una foto de falsa sonrisa. Me sentí francamente liberado. De la guía, de las carreras, de las obras de arte innumerables, de las infinitas casas por las que había pasado Kafka –Vicky me empujaba en todas ellas para que posara junto a los letreros que daban fe del paso del escritor- . “Este hombre debía de ser ubicuo”, le decía yo y ella me ignoraba.
Vagué durante todo el día. Era francamente difícil hallar un metro cuadrado libre de visitantes. Al fin y al cabo yo también era uno de ellos. Al atardecer, caí miserablemente en la tentación de ver el crepúsculo sobre el puente Carlos. Todas las guías lo consideraban imprescindible. Al inicio del puente me detuve, con la guía en la mano y me quedé contemplando el espacio vacío que había junto al archiconocido puente. Había leído que allí se alzó un puente anterior –puente Judith, creo recordar que se llamaba-, “el más antiguo de Europa central”. Me quedé allí clavado, imaginando aquel puente inexistente, que milagrosamente se había salvado con su desaparición de las pisadas de los turistas. Pensé que era hermoso, que todo lo que no existía ya era hermoso. Estuve allí, creo que pensando o sólo sintiendo hasta que llegó la noche. Los saltos de mi teléfono en el bolsillo me sacaron del ensueño. Era Vicky. Íbamos a cenar esa última noche en una famosa cervecería de no sé qué siglo, que fabricaba su propia cerveza. Me dio la dirección y allí me encontré con el grupo, sudoroso y fatigado de gótico.
Mientras nos sentábamos, montones de camareros se precipitaban sobre las mesas corridas dejando cervezas gigantescas sin cesar, sin que hubiéramos pedido aún. Escuché con estupefacción y horror que en el salón contiguo un grupo de españoles cantaba a voz en grito “¡Que viiiiva España!” a ritmo de pasodoble, mientras unos italianos competían desgañitándose con un “¡Oh sole mío! Decidí concentrarme en mi cerveza y pasar como fuera aquel trance con la esperanza de la inminente vuelta a casa. Al fin volveríamos a nuestra rutina sin sobresaltos y a hacer el amor por las noches.
No sé cuántas cervezas llevaba ya, el caso es que la cabeza me bailoteaba cuando me levanté para ir urgentemente al servicio. Del aseo de gentlemen vi salir, colocándose el cinturón y alisándose la camiseta a Vicky. A los pocos segundos salió con la cara arrobada el joven marido. Luego entré yo y vomité durante un buen rato.

Cuando volví al trabajo solicité un cambio de departamento, cambié de número de teléfono y dejé las clases de tai chi y la terapia Reiki. Volví a mis numerosas pastillas de colores. Vicky no me asedió demasiado. Encontraría pronto a otro amante. Probablemente en el espacio de un nuevo servicio.
Decidí dejar de escribir para siempre. La mejor manera de arte me la había enseñado aquel puente inexistente de Praga: el silencio y el olvido.

- Otro relato 9 Manuel López

Acústica

Entraste en la plaza de la Mariana por la calle que viene del Chikito. Y ya que estabas allí tenías que buscarle una esquina a la plaza desde la que sube una calle, es la cuesta que acaba en la Placeta de los Campos. Es a la izquierda conforme ibas entrando. Más a la izquierda; más a la izquierda, la cuesta está empedrada, te fijaste bien, pero es que el reflejo, justo desde donde estabas, te impedía ver los adoquines, giraste un poco, ahí los tenías, todos bien puestos. Se puso delante una furgoneta. Se puso justo delante y se ha parado, por eso no veías la tienda ahora. Lo que pasa es que había pillado a alguien. De ahí el sonido del franazo y el grito tan fuerte que se había oído. Mirabas, mandó a alguien contra la pared del café Futbol. Estaba allí estampada y ahora caía al suelo. No observabas la calle ni buscabas la tienda, solo atendías al accidente. Como la persona ha salido despedida del golpe la calzada quedó descubierta y el conductor de la furgoneta se dio a la fuga. Tú, poseído por un instinto primario echaste a correr hacia allí. Mirabas alternativamente a la furgoneta y a la mujer que yacía en el suelo. Veías la sangre roja y la matrícula del vehículo. Ambas son únicas, definitorias de su poseedor. Corrías y corrías. Y parabas con la mano los coches para que no te pillaran al cruzar. Una señora se echaba las manos a la cabeza cuando la apartaste. Al final con violencia porque se había quedado delante de la persona accidentada y no se apartaba.
- Señora, quiere apartarse, que soy médico, por favor.
- Sí, claro, no faltaba más, pase, pase.
- Soy médico, soy médico, ¿se han quedado con la matrícula de la furgoneta? yo no he podido, se me ha escapado… déjeme acercarme.
La cogiste por los hombros. Los sujetaste contra el suelo. Tenía los ojos abiertos.No estaba consciente. Por el pulso que le tomaste la perdías. La perdías porque ya la considerabas paciente tuyo. La considerabas perteneciente al ámbito de tu responsabilidad. Eras su médico. Sin tocarle el cuello acercaste tus labios a los suyos y notaste un débil hálito de vida. Sobre tu índice y tu corazón en el cuello su pulso se perdía. Comenzaste el boca a boca.
- Pero es que nadie ha llamado a la policía y a la ambulancia.- Lo decías gritando. Lo decías sabiendo que sí se había hecho. Lo hacías oyendo a lo lejos, tal vez tan lejos en la distancia que era un sonido en tu mente, sirenas y frenazos.- ¡Nadie, nadie!!
- Ya han llamado del bar, y yo también. ¿Qué podemos hacer?
Aunque lo que tu estabas oyendo ya era el conteo del tiempo que tu entrenada mente llevaba para realizar el masaje cardiorrespiratorio. Tuviste que poner sus piernas derechas para colocarte a horcajadas sobre ella, y entonces la fractura de las rodillas hizo de la articulación una gelatina movible. Cuando las sirenas que oías eran de verdad, o sea, fuera de tu mente, ya llevabas casi diez minutos intentando reanimarla.
- La mujer está destrozada, la ha reventado el cabrón por dentro.
La subieron en la ambulancia, inmovilizada toda la columna vertebral.
- No, agente, no he podido ver la matrícula.- Le dijiste muy serio al agente de policía.- Gracias.- Ahora se lo dijiste al camarero del café Futbol que te trajo un vaso de agua. Después le dejaste tu nombre, dni y teléfono a la policía y te alejaste. Sólo necesitabas respirar un momento para rehacerte.
Con paso corto te alejaste del lugar del siniestro y llegaste hasta el kiosko. Ese no es un kiosco de publicaciones sino de alimentos. Eso no lo sabías y te confundió. No te lo habría dicho bien. Algún ultramarino pero sobre todo panes, tortas, bollos, caramelos, golosinas y refrescos. Si entonces que estabas allí hubiera sido medio día lo habrías visto lleno de gente porque venden un pan muy bueno. Un pan casero con un olor como a humo que le traen al tendero desde Alfacar; siempre tiene una cola grande, una cola hasta que se le acaba. Cuando se acaba el pan pues cada uno a su casa, o a otra panadería mejor, porque eso de comer sin pan en Andalucía... O si, como ayer, comienza a llover a esa hora de las dos, la cola se llena de paraguas; pero no creerás que merma, tiene una clientela fija. Entonces lo rodeaste hasta que tu mirada localizó la cuesta del Campillo, y allí estaba. A pesar de tus ojos tristes por la impresión pasada reconociste los adoquines y la subida. Justo en el empiece viste el letrero: “Musical Alhambra”. Entraste y preguntaste, era allí. Y no te defraudaron. Te lo había dicho Luis que allí la tenían. Así se lo dijiste contento al hombre que te atendió cuando dijo que sí. Todavía la probaste un poco y punteaste el “More than and feeling” de Boston y el “Blowing in the Wind” de Bob Dylan. Al puntear viste manchita de sangre en dedo corazón. La Zender acústica negra, la de dos mil euros, con la que toca Springsteen. Te regalaron la funda endurecida. Y con ella del hombro, sonriendo, saliste de la tienda.

-Relato 8 de Elena León.

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS.

Llevaba un par de meses en su nuevo trabajo y aun no se había acostumbrado a llevar esa ropa remilgada y de niña bien. “En esta empresa es imprescindible llevar una ropa adecuada a la seriedad del trabajo”. Le dijo la mujer de Recursos Humanos que le hizo la entrevista. A lo que Ana asintió convencida. No pensaba lo duro que le resultaría tener que llevar todos los días, faldas, pantalones de pinzas, tacones y camisas recién planchadas. “Peinado impecable y maquillaje discreto”. Le aconsejó de nuevo la entrevistadora con aspecto de Señorita Rotenmeyer.
Salió del coche sacándose la camisa por fuera, no se quitó la chaqueta ajustada porque la tarde refrescaba. Entró en el edificio detrás del vecino del cuarto, un señor cuyo entretenimiento era observar la vida ajena de los demás vecinos.
-Buenas tardes-dijo ella, parándose a su lado con voz juvenil.
El anciano la miró de arriba abajo.
-Buenas tardes-carraspeó con voz oxidada por los años.
Las puertas del ascensor se abrieron, ambos subieron uno detrás del otro. El anciano sin preguntar pulsó en los botones el número tres donde se paraba ella y luego el cuatro donde se paraba él.
-Mañana suben las temperaturas-apuntó el viejo nada más ponerse el ascensor en movimiento.
-No creo que suban mucho, hoy hace bastante fresco-contradijo ella distraída en los botones de su chaqueta. Notaba la mirada de su vecino fija en su culo y piernas. Ella se sentía incómoda, pero prefirió no decir nada. La última vez que ella le dijo algo sobre ese tema él le dijo: “Mentirosa, que dices que yo te miro el culo y las piernas y tu te contoneas ante mí con esas faldas ajustadas y me miras sonriente. La próxima vez le diré a todos que eres una buscona”.
-Hazme caso, mejor será que saques la ropa de verano si no te quieres asfixiar con esa chaqueta de terciopelo-insistió el viejo con lascivia.
Ella no dijo nada, esperó impaciente a que el ascensor se parara en su planta.


-¡Odio a ese tipo, lo odio!-gritó al entrar en su piso, tirando el maletín y las llaves sobre uno de los sillones.
Fue directa al dormitorio, por el camino se iba quitando los tacones y los pendientes, su novio la seguía detrás con el delantal puesto lleno de manchas y la espumadera impregnada de aceite goteando por el suelo.
-¿A quién odias, al señor Garrido?-preguntó su novio divertido.
-Pues claro, ¿a quién sino? Y no es ningún señor, es un viejo verde y asqueroso.
-Bueno ¿y que te ha pasado con el viejo verde ahora?-seguía bromeando ante los bufidos incomprensibles de su novia.
-Pues lo mismo de siempre, no veas como me mira. Va y me dice: “Mañana suben las temperaturas, saca la ropa de verano”-lo imita poniendo la voz del viejo decrepito-. Que sería lo mismo que si me dijera: “Oh nena, mañana empieza el calor y te podré ver bien las tetas sin esa chaqueta que llevas”.
Su novio suelta una carcajada, ella se gira molesta tras quitarse la chaqueta y la camisa.
-¿De qué te ríes? Deberías subir y decirle algo.
-Estás loca, como voy a subir y decirle “Oye, deja de mirarle las tetas y el culo a mi novia”. Eso no se dice así, no se puede-. Niega con la cabeza-. Además él viejo tiene razón, es que tienes buenas tetas.
Ella suelta un nuevo bufido molesta y le tira un cojín que coge de la cama, cayéndole sobre el delantal y manchándose de lo que fuera aquellas manchas que llevaba impregnadas. En ese momento ella se da cuenta del delantal, del cojín ahora manchado y de la espumadora goteando en el suelo. Se olvida del viejo verde y la emprende ahora con él.
El desaparece sin hacerle caso del dormitorio y se va hacia la cocina, ella lo sigue riñéndole por cada mancha de aceite que ve por el suelo. La cocina está llena de humo y huele a quemado. Ana se olvida de las manchas y del viejo verde y se centra en el humo y en el aspecto desordenado y sucio de la cocina.
-¿Daniel pero qué has hecho? Mira la que has liado, podíamos haber salido ardiendo-grita desesperada, con la parte de arriba del pijama en la mano ondeando como una bandera mientras agitaba los brazos de arriba abajo.
-Sólo quería prepararte algo especial para la cena-dijo abatido Daniel, tirando la espumadera sobre el fregadero apilado de cacharros y quitándose el delantal.


El despertador sonó a las ocho, Daniel alargó la mano y lo apagó, pero ninguno de los dos se movió para levantarse, la noche anterior finalmente hicieron las paces y se acostaron tarde. Que maravilloso le resultaba a Ana las reconciliaciones. Con ese primer acercamiento, midiendo el terreno, comprobando hasta que grado estaba él enfadado o no. Se iba acercando lentamente, observando sin ser vista, sin llamar la atención. Como el gato que se acerca a su presa y tras horas de fingida indiferencia decide atacar cuando su trofeo ya se ha acostumbrado a su presencia y cree que no le depara ningún peligro. Y entonces el felino salta sobre la sabrosa recompensa. Y cuando finalmente la tiene entre sus garras, se olvida del tiempo de espera, de los minutos interminables de sigilo y observación y ahora disfruta del momento. Le mordisquea en el cuello y le susurra palabras suaves al oído, él sonríe y al instante cae en los brazos de su depredador.
El despertador volvió a sonar, ella esta vez se levantó de un salto, quería darse una ducha antes de irse a trabajar.
-¿Qué tiempo crees que hará hoy?-carraspeó ella con voz soñolienta levantando la persiana.
Daniel estira su metro setenta y siete debajo de las sabanas.
-Saca el brazo por la ventana, si los vellos se te ponen de punta, frío. Si no se te mueve un solo pelo, calor, eso nunca falla…-dijo él mientras bostezaba.
-El viejo verde me dijo que hoy haría calor, pero es que anoche hacía frío ¿tú qué crees?
-No empieces otra vez con el viejo-. Se levantó y fue hacia el baño.
Ana sacó el brazo por la ventana, un sol fuerte comenzaba a brillar, no vio ni una sola nube.
-Creo que hará calor-dijo abriendo el armario-. ¿Y ahora qué me pongo? no tengo nada de verano sacado y menos aun que sea arreglado-. Pasó la mano por todas sus camisas y chaquetas que se había ido comprando en los últimos meses para ser una elegante y aburrida secretaria de administración para la empresa para la que trabajaba.
-Saca algo del año pasado, tienes montones de camisas, camisetas, pantalones, faldas y un largo etcétera de todas esas cosas que os ponéis las mujeres.
-Sí claro, ropa llena de colores, con mensajes antipolíticos y pantalones anchos y caídos. Muy apropiado, sí señor. “Por qué te compras esa ropa tan estrafalaria” le había dicho su madre cuando unos años atrás todavía iban juntas a comprar ropa.
-Algo tendrás, mira bien.
Ella fue al armario de la otra habitación, lo abrió y vio ropa amontonada de sus años de universidad, de sus años de cervezas en el césped del campus, de bocadillos bajo la sombra de algún árbol y se ve a si misma con la mochila de cuero a la espalda cargado de libros y papeles arrugados, igualito que la pulcritud y orden que llevaba ahora en su maletín negro. Siente añoranza. “¿Otra cerveza? Aun es temprano”. Oía a su amiga Diana preguntarle y sin esperar respuesta iba hacia la barra a por un par de cervezas más.
-Vas a llegar tarde-asomó Daniel la cabeza en el dormitorio, con pantalones vaqueros y camisa de mangas cortas.
“Él si puede ir al trabajo como le de la gana” parecía pensar mirando distraída a su novio, luego volvió al tema principal de qué ponerse. Comenzó a sacar camisas del armario. “Esta no, esta tampoco, esta para nada, con esta seguro que me obligarían a ir a cambiarme” decía mientras las iba tirando sobre la cama. “Esta tiene un pase, esta a lo mejor, esta… esta es perfecta”. Sacó una blusa blanca entera con un pequeño encaje en el cuello y en las mangas. Se para un momento contemplándola, como intentando recordar de dónde había salido. Va al baño corriendo, abre el grifo de la bañera, se da una ducha rápida, va con el tiempo justo. Sale de la bañera y tras ponerse el pantalón de pinzas más fresco que tiene se pone la blusa de verano. Se mira al espejo, no le convence lo que ve. Va hacia la cocina en busca de su novio.
-Me queda un poco estrecha ¿verdad?
-Bueno…no está mal. El café ya está hecho-dijo Daniel mientras se untaba una tostada de mantequilla-. Desayuna que ya vas tarde.
-Ve preparándome el café vuelvo enseguida.
Se fue de nuevo al baño, se levantó la camisa y vio que unos michelines se habían alojado en su barriga, así sin avisar, habían llegado, habían estudiado la zona y habían elegido un buen sitio para quedarse allí tranquilamente sin molestar. Y ahora que se habían relajado que se habían tirado a la buena vida, empezaban a sobresalir por los laterales del pantalón llamando la atención. Y dijera lo que dijera su novio, la camisa le quedaba estrecha. Ya no tenía tiempo de rebuscar algo mejor, se puso un cinturón ancho y un collar para disimular, se peinó y maquilló rápidamente. Fue a la cocina, cogió la taza de café y dio un sorbo, estaba frío, ella puso cara de asco y lo dejó a un lado.
-Esto no hay quien lo beba, ya tomaré algo luego-. Fue hacia al armario de los dulces y olvidándose de los michelines cogió un par de donuts. Se despidió de su novio y se marchó a toda prisa.


Ana estaba enfrascada realizando un estudio de cómo poder ahorrar en material de oficina y evitar despilfarrar en compra masiva de bolígrafos, libretas, paquetes de folios y todas aquellas cosas que son imprescindibles en toda empresa y cuyos empleados consideraban que también eran imprescindibles en sus casas. Ella siempre decía que sería más fácil y rápido concienciar a todos de no llevarse material a sus cosas antes de pasarse horas con aquella estupidez. Eran las doce y media y llevaba más de veinte minutos bostezando sin parar, el tiempo que llevaba realizando ese absurdo estudio. El aire acondicionado estaba puesto y comenzaba a tener la garganta seca. Se levantó y fue a la máquina a por algo de beber. “Voy a tomarme un café bien cargado”, le había dicho a su compañera de despacho antes de levantarse.
Volvió con la taza en mano, soplando a la bebida, se sentó en su asiento y cerró los ojos relajada, un segundo, sólo necesitaba un segundo de relajación. El botón del pantalón se le estaba clavando en la barriga dejándole un cerco rojizo en su piel blanca y algo flácida. Se incorporó en el asiento, dejó la taza a un lado y se cogió de nuevo las carnes que le rebosaban por fuera del pantalón.
-Tengo que hacer algo con esto-dijo.
-¿Con qué?-preguntó su compañera sin levantar la vista de su ordenador.
-Con mi barriga, he debido engordar por lo menos dos o tres kilos, no sé cuando fue la última vez que hice deporte o me puse a dieta.
-Yo antes de entrar aquí a trabajar estaba como tú, cinco años después ya ves…-le dijo esta vez girándose hacia Ana y enseñándole sus carnes caídas y colgantes de brazos y piernas-. Unos diez kilos mínimo he engordado desde que estoy aquí. Al final te acostumbras y ya no te acuerdas de si estás gorda o no-. Se giró y volvió a fijar la vista en el ordenador, cogió un pastelito de chocolate de un plato que tenía al lado del ordenador y se lo metió entero en la boca-. Después ya no te acuerdas, disfrutas y ya está-dijo con la boca llena soltando miguitas que caían sobre la mesa.
Ana se quedó un instante contemplando a su compañera y se vio a sí misma cinco años después, un escalofrío le recorrió por el cuerpo. No quería ser como Adela en nada, una vieja con sólo treinta y seis años, orgullosa de sus carnes flácidas y con aspecto de ratón de biblioteca, con esas gafas negras puntiagudas y esa ropa de Barbie geriátrico. A ella aun le quedaban diez años para no caer en las garras de la Diosa Dejadez, patrona del noventa y nueve por ciento de las mujeres de más de treinta y cinco años.
Se volvió hacia su ordenador, abrió su correo y escribió un e-mail a tres de sus mejores amigas, les habló de la Operación Bikini y de que el verano estaba a la vuelta de la esquina. Les adjuntó un decálogo que había cortado y pegado de Internet en el que se hablaba de los beneficios y porqués de hacer deporte y ponerse en forma. Finalmente las citó para esa misma tarde a las ocho y media en la Villa Olímpica, nombre con el que se conocía popularmente al Parque de la Esperanza, o Vía del Colesterol como otros más mayores lo llamaban, ya que se decía en broma que había allí mas gente en chándal que en unas olimpiadas.


Salió de su casa a las ocho y veinte, con un viejo chándal y zapatillas de deportes puestas, uniforme indispensable para ir a La Villa Olímpica. En diez minutos se encontraría con su amiga Diana en el parque. Sólo dos de sus amigas les había respondido al e-mail, una confirmando que iría y la otra disculpándose porque ese día no podía ir. Subió al ascensor coincidiendo con su vecina de la puerta C, la misma que siempre iba con un muño a lo March Simpsons y un delantal de flores.
-Ay, cómo se nota que ya está aquí el verano y queréis poneros todas las niñas a la línea. Mi nieta está obsesionada con eso que llaman la Operación Bañador, va todos los días al gimnasio y está haciendo la dieta de la alcachofa esa.
-Claro, hay que ponerse en forma que luego en la playa queremos todas lucir buen tipo.
La vecina de la puerta C asintió y en ese momento antes de que le diese tiempo a decir nada más, se abrieron las puertas del ascensor. El viejo verde estaba esperando en el rellano, Ana al verlo lo esquivó como pudo y salió pitando. “Hasta luego”. Le había dicho a su vecina antes de esquivar al anciano.


Se encontraron a las ocho y treinta y cinco en la entrada del parque, decenas de personas iban y venían de allí para acá en bicicletas, patines, corriendo o simplemente andando. Se saludaron y como hacía un par de semanas que no se veían, antes de empezar con el calentamiento se pusieron al día de sus vidas.
-Pues eso es lo que te puedo decir, es que en mi vida no ha pasado nada interesante en las últimas semanas-dijo Ana encogiéndose de hombros tras relatarle algunos detalles de su trabajo y de su vida en pareja.
-Te entiendo perfectamente, no te creas que mi vida es mucho más entretenida-dijo Diana rascándose su pecosa nariz -. Dios, llevo aquí un par de minutos rodeada de árboles y ya me está afectando la alergia-. Estornudó y mientras se sonaba continuó-. Pues eso, igual que tú, del trabajo a casa y de casa al trabajo, todos los días igual.
-Ya ves… y en la facultad nos quejábamos de estar todo el día estudiando, allí por lo menos hacíamos cosas diferentes-dijo Ana.
-Ni que lo digas. Después de estudiar siempre nos salía algún plan, que si unas cervecitas, que si alguna fiesta…eso si que era vida, no esto.
Ambas rieron con añoranza recordando aquellos maravillosos años.
-Pues el otro día me estuve acordando de Andrés y Fátima ¿te acuerdas de ellos?-preguntó Diana estornudando nuevamente.
-Claro claro, compartimos con ellos buenas juergas, ¡eh!
-Resulta que el otro día organizando mis álbumes de fotos encontré unas fotos del día en que cogieron un pedo impresionante y se cayeron al río, ¿recuerdas?
-Sí, el día en que él se quería subir a la baranda del puente y Fátima trató de sujetarlo para que no se cayera-dijo Ana.
-Y al final cayeron los dos al agua-completó Diana.
-Ostras verdad, ¡qué fuerte!, que vino la policía y todo- rieron un buen rato recordándolo-. ¿Y tenías fotos de aquello?
-Siiiii, pensaba que se las había dado a ellos, fue una sorpresa encontrarlas, tienes que verlas.
-Claro, otro día te las traes.
-Por supuesto-confirmó Diana-. ¿Tienes un clínex? El mío está ya hecho polvo.
Ana sacó un paquetito de su bolsillo extrajo un pañuelo y se lo dio a Diana. Se quedaron en silencio pensando en aquella de tantas anécdotas de la facultad, Diana extendió el pañuelo y se sonó la nariz. A unos metros de ellas pasaron dos chicos atléticos en calzonas y camisa de tirantes corriendo.
-Vaya, ¿has visto a esos? madre mía-comentó Diana siguiéndoles con la mirada, pañuelo en mano y nariz enrojecida.
-Bah, ni siquiera nos han mirado-dijo Ana dando una patada a una piedrecita del suelo y cruzándose de brazos-. Antes en las discotecas se nos quedaban mirando todos los chicos y ahora ni una miradita de reojo. Es horrible, hay que ponerse en forma ¡ya!
-No seas exagerada Ana, que de eso sólo hace un par de años. Y sí, hemos cogido un par de kilos, pero de ahí a que ya no seamos sexys ni atractivas…hay una larga distancia.
-Bueno, al menos al viejo verde de mi vecino le parezco sexy, no es mi tipo pero no está mal para que me suba la moral-dijo Ana riendo, Diana que ya sabía del viejo del que le hablaba y conocía la historia rió también.
-Algo es algo, no te quejes. Yo ni eso-comentó Diana estornudando de nuevo y girándose hacia su amiga.
-Yo creo que es porque no traemos el conjunto apropiado, estos chándales que llevamos son de abuela, tenemos que venir con pantalón corto y top, como todas las chicas que vienen por aquí.
-Yo hasta que no pierda la barriguita no me pongo un top ni de broma.
-Vale, nada de tops, pero si algo más moderno. Mañana nos vamos de compras.
-Me parece bien. Pero, ¿nos ponemos ya a correr? Se nos está haciendo tarde.


Hicieron un par de minutos de calentamiento y luego se pusieron a correr sin controlar la respiración y sin llevar la postura adecuada. Ana aguantó apenas unos siete minutos corriendo aduciendo que le había entrado flato. “Yo sigo andando, me duele mucho el lado”, había dicho Ana antes de parar de correr. Diana que corría como un pato aguantó unos cinco minutos más, iba jadeando y la camisa empezaba a empapársele de sudor. De repente paró en seco.
-Ya no puedo más-dijo en un susurro casi inaudible, llevándose las manos a la cintura y echándose hacia atrás mientras esperaba a que Ana que venía un poco más atrás andando le diera alcance.
-Ey, ¿tú tampoco puedes más?-preguntó Ana con una sonrisa.
-Podría aguantar un poco más, me paro por ti, mejor es que vayamos las dos al mismo ritmo-dijo entre jadeos y de forma entrecortada.
-Si seguro, estás tan quemada como yo admítelo. Pero, ¿estás bien? Tienes la cara colorada como un tomate.
-Estoy bien, estoy bien-dijo mientras se sentaba junto a un árbol-. Descansamos un poco y luego nos vamos para casa.
-Es que has corrido muy rápido.
-Será eso…
Se quedaron allí sentadas unos diez minutos más, apenas quedaba ya nadie en el parque. Una pareja de ciclistas y dos chicas iban hacia la salida. Al fin decidieron que era hora de irse. “Ya estoy mejor, vámonos”. Dijo al fin Diana poniéndose de pie. Caminaron hasta la salida del parque en silencio, la noche estaba oscura y un aire fresco les acariciaba las mejillas.
-Al final cogeremos un resfriado-dijo Ana parándose en la puerta de La Villa Olímpica y poniéndose la parte de arriba del chándal-. Bueno que… ¿mañana a la misma hora?
Diana pareció pensativa.
-Bueno, mañana es viernes…y la verdad que lo viernes es para ir a dar una vuelta, de copas y eso.
-Sí, la verdad es que sí. Mañana no es un buen día.
-¿Lo dejamos para el lunes entonces?-propuso Diana.
-El lunes…tengo una reunión hasta tarde, hacemos inventario del mes-dijo Ana.
-Ah, vale. Pues no sé…ya nos llamamos para quedar ¿no?
-Sí, me parece bien, nos llamamos.
-Oye, de todas formas podemos quedar este fin de semana para hacer algo ¿no?-preguntó Diana.
-La verdad es que sí. ¿Iván viene este fin de semana?
-Sí sí, viene mañana.
-Pues llámame y hacemos algo los cuatros.
-Ok. Mañana te llamo.
Se dan dos besos de despedida. Diana vuelve a estornudar.
-Madre mía, que nochecita me espera de alergia.
-Tómate algo cuando llegues a casa-dijo Ana.
-Sí, eso haré. Bueno venga, mañana te llamo.
-Hasta mañana entonces.
-Hasta mañana.
Se fueron cada una hacia un lado. Ana se subió la cremallera de la chaqueta y se metió las manos en los bolsillos, parecía pensativa. Caminó unos cinco minutos y llegó a casa. En la parte delantera de su edificio el viejo verde paseaba a su perro, un pekinés cruzado con caniche con cara de mala leche, pelo ralo y encrespado. Ella se paró y los miró observando un cierto parecido entre perro y dueño. Los dos viejos, ya con poco pelo, cara de mala leche, solitarios y cuyo entretenimiento en los últimos años de sus vidas era olisquear a las féminas del barrio. Ana suspiró, había sido un día confuso: había regresado al pasado en sus felices años de universidad; se había visto en el presente con su vida monótona y aburrida; luego se vio así misma con diez años más dejándose llevar por la Diosa Dejadez y finalmente estaba ahí observando a la vejez, viendo como al final todos llegamos al mismo punto. Pero antes hay que pasar por un largo camino, por las mimas etapas, como en una carrera de fondo con un circuito lleno de obstáculos. Ella debía de estar pensando en aquello cuando sonrió con añoranza y entró en el edificio.

3/6/09

- Relato 9 Manuel López

Clara

A esas alturas de la fiesta fin de carrera es que ya había perdido el control nada en la cabeza más que imágenes mezcladas y una transición lenta y radiante desde ellas hasta el dolor de las heridas y el frío de la calle estaba de un grupo a otro de tías mis pies no los veía nadie eso que solo hay contactos ellas no llevan a sus novios ya bailaba en uno con una ya bailaba en otro con la otra como me llevo tan bien con todas ... amigo de todas ja ja me río hacía un mes del sms de Clara: “Lo dejamos, esto se acabó, búscate a otra. No me llames nunca. Adios” ja ja de un lado para otro el único tío de clase que fue fué el marica no sé cuántas copas llevaba pero tampoco muchas estaba tan contento porque podía elegir pero en uno de los momentos me encontré de la mano de Begoña bajando por las escaleras del altillo ese que hay en la sala Príncipe su mano estaba caliente y suave toda la peña bailaba abajo como locos y las gogos allí enfrente joder sabes se la cogía la mano con mis dos manos y me decía que adónde iba que saliera a tomar el aire un poco y que se me pasara y no se me ocurre otra cosa que intentar enrollarme otra vez con ella a mitad de los escalones la cojo por la cintura y la pego a mis los morros ja ja casi nos matamos hostias “Alberto tío no te pases!!” “¿Es verdad que te has rapao el coño..., enterito enterito? Dime...” “Salte fuera y tomas un poco el aire, anda” “¿Qué? Qué te pasa, que no te gusta...? no me estarías vacilando? Porque... vamos a bailar anda...” “Qué haces, ¡tío! Estate quieto joder!” “Como las gogos aquellas... y nos dan las pelas a nosotros...” la tocaba así yo creo que se reía porque también se divertía yo sí que me lo pasaba tan bien cuando llegamos abajo como pudimos me cogieron entre Bárbara Vero y ella y me querían sacar fuera pero yo me escabullí y con el cuento de que vale que voy para fuera me fui al grupo de Eli y Cinta Eli bailaba como una loca con ese vestido negro me había dicho que no llevaba sujetador sino unas pegatinas de esas le cogía del brazo que quería hablar con ella para estar cerca de su piel brillante es que hacía tela de calor su cuello relucía pero sonrió y siguió bailando esa música movía la cintura no hacía caso ahí mirando mirando al tipo que tenía al lado ponía los dos brazos en la nuca luego de alguna forma supe que sería Jose un niñato de inef más bajito que ella y que le tira los tejos también como yo ahora que su novio está en Barcelona arrimado a Cinta miraba de reojo a Eli que sudaba tanto por contener las aguas de la pasión del Jose pensaba eso y le cogía la mano a Cinta Cinta tenía ese impresionante vestido rojo ja tan ceñido y unos pendientes grandes que cuando me acercaba a ella a su cara a oírla chocaban en las mejillas la música estaba tan metida en la cabeza cosquillas como empujaban enganchó uno de los aros en la patilla de las gafas joder que me las tiró al suelo Cinta y yo ja ja nos miramos así y nos reíamos entonces le tapé su nariz y ella la mía y decimos “A bucear!!” con la mirada y nos agachamos a buscarlas un gilipollas de piernas que pasaba mierda me empuja y me quedo sentado en el suelo hartándome de reir yo creo que estaba muy borracho yo creo ya con las luces estroboscópicas esas o como sea todo aparecía y desaparecía con Clara no me lo pasé nunca tan bien eso una vez y otra ja empujaban con las piernas al pasar joder que sentado me bamboleaba y me reía aufff me puse de rodillas y tenía la cara de Cinta dentro de uno de los flasesh junto a la mía y con sus manos me puso las gafas llenas de huellas sucias todo se movía a cámara lenta y creo que estaba muy contenta porque me besó tenía las manos pegajosas de ponerlas en el suelo lo sé porque toqué a eli me resbalaba en su piel yo quería contarle lo que me había pasado con las gafas pero el amiguete ese estaba pegado tan pegado a ella joder como le sobaba la cintura y el culo y Eli riendo me gritó que me fuera y me lavara las manos para hablar con ella eso riendo ja de pronto Cinta también había desaparecido ya estaba muy mal pero tenía fui a ver a Begoña a contarle lo de las gafas porque tenía ganas de llorar y Eli que tanto me gustaba se dejaba sobar por otro eso me jodía de camino me pedí una copa pasa un gilipollas y esto que me la va a tirar encima pero esta ya sintiendo como nauseas no estaba Clara no sabía de ella joder pero nada solo esas las luces caían es que las manos mojadas y digo pues ya me las lavo lo cierto es que la perdí a las dos a Clara y la copa Begoña no estaba por ningún lado le pregunté a unos y a otros y también a gente que no conocía seguro que sí necesitaba besarla mierda las luces empezaron a arrastrarse por mi rostro todas las caras se parecían a la de ella “Perdona, creía que eras Bego!!” y se reía con su amiga de mí y las gogos siempre moviéndose no perdona decía una y otra vez de pronto perdí pie y caí sobre alguien ya lo que recuerdo al rato son golpes me pegaron jóder me dieron en la cara pero no era realmente la cara porque todo yo estaba como amasado colgando del cuello de alguien y me daba joder como me daba el cabrón sabes dar saltos golpeándome el estómago el cuello me ardía de un color rojo irritante entonces perdí el suelo y el cielo todo se había vuelto oscuro y denso yo movía los brazos hacia algún lado no no podía distinguir caras los ojos se me llenaron de luces y de sangre todo eh había entrado en un círculo del que no podía salir el dolor me despertaba para caer en el mismo dolor una voz lejos como de Bego seguro que era Bego decía “No le pegues, no le pegues más!!!” se dirigía a mí y por despecho y para demostrarle mi hombría golpeaba al que tenía delante y esa y esa y esa máscara de dolor pero entonces me dolía más y luego me enteré ella le gritaba a su novio tampoco sé como lo supe a veces me reía ja y hacía que hablaba estaba fatal pégame pégame mierda pégame otra vez las estrobóscópicas ahora azules azules hundido vinieron un par y me sacaron me metiron la cabeza no sé y mucho frío sabes de un grifo o algo era la poli y empezé a vomitar las luces azules se apagaban para adentro vomitaba y vomitaba los cubatas las lágrimas y la sangre “Clara Clara” gritaba a la vez que vomitaba te lo juro vomitaba mi dolor mi mierda porque ella se había ido seguro que me habían deformado la nariz y la cabeza reían decían de que “Ya se te pasará tío pero ahí afuera!!” me echaron andando no había nadie de mi clase las gafas sabe Dios y Verónica y Bárbara y Anita tenían que estar dentro bailando para qué llega el novio de la Bego di tú andaba cinco metros y me sentaba media hora vaya polla fiesta no sabía dónde me dolía el dolor pero era un dolor extraño porque tenía sangre por todos lados y no sabía de dónde me salía de la nariz aquí tenía algo también o por aquí y no pensaba sólo tenía flasess de conciencia te lo juro mis padres cuando apareciera por qué Begoña me trata así en el último mes siempre conmigo en clase “Me he rapado el coño, enterito Manolo!” aparecían imágenes de coños afeitados y entre ellos buscaba el de Bego qué pedo joder fíjate gritándoles gritándoles en la cara pero por más que me arañaba el rostro sus palabras volvían una y otra vez a mí yo tiraba de ellas pero no conseguía arrancarlas de los coños que colgaban porque me había quedado sin fuerzas qué paranoia de pronto un frío me dejó petrificado es que costaba tanto esfuerzo todo que dejé de andar y me senté todo desapareció fuera y dentro de mí creo que estaría dos horas acurrucado en un portal cuando venía el día me pude levantar no podía respirar por la nariz así que la tenía llena de sangre en la cabeza no sé por aquí tenía que tener algo una raja o algo no sé eso que tenía que llegar a casa en en la fuente del campo del Príncipe que me lavé la cara lo que pude para dar el pego pero no tenía gafas tampoco estaba hecho un desastre un guiñapo jaja y sonreía estaba solo no sé los ojos cerrados los oídos embotados por la música de verdad sin conciencia alguna de nada ni de recuerdos ni de nada ni antes ni después ni esas cosas tampoco sentía ya amor estaba como que la mente había quedado limpia me entiendes que había tocado fondo y sobre él me movía así como un autómata se puso a llover yo andaba por la Carrera de la Virgen que no había nadie otra vez sangre llueve mucho y el móvil no lo había perdido porque sonaba era Begoña ya pasaba el puente con la mano izquierda me cogía el cuello de la chaqueta contra el mío con la otra el móvil zumbido en los oídos y de fondo la voz de Bego: “Eres tonto, te lo has buscado tú, pensaba que éramos amigos… en qué situación me has dejado con mi novio. Me has decepcionado” pisaba charcos me dolían los dientes y el móvil se empezó a callar algo de interferencias siempre hay interferencias y se quedó mudo y lo miré le daban las gotas de lluvia se habría ahogado hacía un mes… un mes y unos días que Clara me había dejado

31/5/09

Taller de Creación Literaria de la Universidad de Sevilla

Esta página es una invitación a los alumnos del Taller de Creación Literaria de la Universidad de Sevilla para que cuelguen aquí sus textos redactados para clase y puedan compartirlos. Os animo a que como título escribáis: -Relato 1 de Fulanito de Tal (con el guión al principio), esto nos servirá para comparar el trabajo hecho con cada una de las técnicas propuestas.

- Relato 6 Manuel López

Astillas.

Y ese señor mayor de sombrero color marrón y traje de corbata que todos los días iba a la catedral a oír misa desde el pueblo, ese mismo señor junto a cuyo pie había quedado su rostro, se inclinó hasta el suelo y la asió por los brazos.
- ¿Se encuentra bien, Adela?
- Las rodillas, las rodillas.
Una vez en el suelo, fuera del autobús, Adela había dio unos pasos. Los primeros apoyada en el señor mayor y el conductor. Después la soltaron y observaban su tambalearse prestos a cogerla si caía. Se encaminó a su casa. Andaba con pasos pequeñitos en los que mantenía las rodillas lo más rectas posibles. José levantó la vista del hueso de cerdo al que acababa de asestar un hachazo con todas sus fuerzas y distinguió más allá del escaparate de la carnicería a Adela detenida y apoyada en una farola.
- Adela, ¿qué le ha pasado? ¿Se ha mareado?
- José, pero ¿qué hace aquí?
- La he visto venir andando mareada y apoyarse en la farola, ¿se encuentra bien?
- Me he caído en el autobús, José, como una patosa, he tropezado y me he caído.
- Venga que le ayudo… a la carnicería, desde allí llamamos a una ambulancia…
- Quite, quite, yo llamo a mi hijo y viene a por mí. Y que no es para tanto, José, unos cardenales y ya está.
- Vale, pero desde la carnicería, venga y se sienta y le doy un poco de agua.
Le pusieron una silla en la que sentarse y otra para apoyar los pies. José, mano enguantada con guantelete de acero, le acercó un vaso de agua. Dos vecinas la rodearon mientras llegaba su turno. Y José alcanzó un hueso de jamón de un gancho y lo colocó sobre la madera. Se mezclaban las explicaciones de Adela a sus vecinas con el astillarse de los huesos bajo los golpes del carnicero.
Fidel ayudó a su madre a subir al coche y la llevó a casa.
- Qué no, Fidel que no. Que no es para llevarme al sanatorio, ahora se ponen a hacerme radiografías y nos tiramos toda la mañana.
- Pero, mamá, no seas, cabezona, si la mañana ya está echada. Tiro para el hospital. ¡Me da igual lo que digas!
- Y la señora, ¿qué va a decir la señora?
- La señora que diga lo que quiera… pero ¿qué va a decir? Has tenido un accidente y no vas en un día, no pasa nada.
- Qué no, que yo voy. Tú ahora me llevas a casa, me arreglo un poco, me cambio de medias y cojo el siguiente autobús.
- De eso nada, mamá, ¡¡si no puedes dar un paso!!
- ¡He dicho que voy y es que voy! ¡¡Vuelve a casa, Fidel; que des media vuelta y vuelvas a casa ahora mismo!!
El silencio se hizo con el interior del coche.
Cuando por fin en su casa pudo estirarse en el sofá, tenía dos agujeros grandes en las medias a la altura de las rodillas y un enrojecimiento que se mezclaba con la inflamación.
Metió la mano en el bolso y sacó el móvil. Resbaló de sus manos y cayó al suelo.
- ¡Dios mío!¡¡Cuando más prisa tiene una…!!
- Toma, mamá. ¿Por qué estás tan nerviosa?
- Gracias, Fidel. Puri… Sí, soy yo, Adela. Mira Puri, tienes que ayudarme… No, no es eso, resulta que he tenido un accidente…he tropezado y caído en el suelo del autobús; no, no ha sido nada, las rodillas, las rodillas me duelen… pero, no te preocupes… Mira, ¿tienes un par de horas esta mañana?
Su hijo levantaba los hielos envueltos en trapos y observaba los moratones que iban apareciendo en la carne antes blanca de su madre.
- Tengo que ir contigo, Puri, tengo que ir contigo. Fidel nos lleva… Está aquí estudiando, nos acerca… No, tiene que acercarnos él, he perdido mucho tiempo y nos tiene que dar lugar a todo… Va ahora a recogerte… luego te lo explico. En un par de horas … yo te digo lo que tienes que hacer. No, no puedo faltar, hoy no! ¡¡¡Qué no, Puri, que no!!! Luego te lo explico… son cosas del trabajo, no tiene la menor importancia pero… Vale, vale, va Fidel a por ti. Hasta ahora.
- ¿Qué dice la tita, mamá?
- Vete a recogerla y os venís. No tardéis.
- Tu sabrás lo que haces…
- ¡Sí, hijo, lo sé! Antes de irte, tráeme de mi cuarto el botecito de colonia que hay junto al espejo, el que me regaló la señora, y unas medias, por favor. Pero mira, Fidel!
Fidel vuelve sobre sus pasos.
- Dime.- Fidel está de pie, con los brazos caídos. Observa a su madre desde arriba.
- Que no tiene importancia, no pasa nada, es que hoy no puedo faltar al trabajo, sabes que me costó mucho encontrar un trabajo con estas condiciones…
- Ya lo sé, mamá.- Fidel alarga la mano hasta la cabeza de su madre.- Mira lo que tenías entre el pelo. Será del suelo del autobús. Parece una astilla de hueso.
- Anda, tráeme las medias, por favor. Fidel, no olvides el bote de colonia.
- Sí, mamá, sí.

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Puri miró a Adela antes de entrar en el dormitorio de invitados de la casa de la señora. Moviendo los brazos para adelante y atrás, Adela la animó a entrar. Llevaba las dos manos ocupadas con el carrillo de la limpieza. Lo detuvo delante de la puerta y golpeó con los nudillos. Una voz de hombre le invitó a entrar:
- Adela, ¿a qué se debe este retraso?
- Estoy enferma, señor, ¿no me oye la voz? vengo del médico, un enfriamiento quizás.
- Tiene que cuidarse, Adela, tiene que cuidarse. Ya sabe usted que yo me preocupo por usted.
- Lo sé, señor, lo sé.
Puri empieza a recoger del suelo ropa que está dispersa por los rincones, pantalones, ropa interior usada, camisas.
- Adela… acérquese.
- Diga, señor.
- Enciéndame un cigarrillo.
- Un cigarrillo…. Un momento señor, que me he dejado fuera el mechero.
Puri volvió en poco tiempo:
- Señor, sabe que sus hijos no quieren que fume.
- Adela, eso ya lo hemos hablado muchas veces… enciéndemelo.
- Aquí tiene señor.
- Pónmelo en la boca, pónmelo en la boca.
Adela se lo puso en la boca y vuelve a sus quehaceres.

- Adela, sabes que te he echado de menos todos estos días… voy a hablar con mi hijo… quiero que me deje pasar una larga temporada aquí con él y Mariam, así nos veremos con frecuencia.
- Lo que usted diga, señor.
El señor, pelo blanco, quieta la cabeza, tenía las manos en los apoyabrazos del sillón.
- ¿Te gustaría que pasara más tiempo aquí? Todas las mañanas nos veríamos y así no pasarías las mañanas tan sola con las tareas. Yo podría ayudarte incluso, sabes que la plancha para mí no tiene secretos.
- Sería un placer, señor.
- Te veo seria, Adela, como distante.
- Es el enfriamiento, me tiene como un poco mareada y cansada.
- Cuídate, Adela, cuídate, ¿qué sería de esta casa y de mí sin ti? Y, ¿qué sería de mi Ita?
- Eso, señor, eso.
- Sólo come de tus manos. Bien lo sabes. Tráeme su comida, por favor, tiene que estar hambrienta.
- Sí, señor.
Puri salió de la habitación. Adela estaba sentada en una silla, como esperándola. Cuando la vio se incorporó un poco.

- Ya, Adela, quiere la comida de Ita.- le decía mientras sujetaba una bolsa de tela en la que algo se movía convulsamente.
- Toma, aquí la tienes. Y esta es la comida del perro lazarillo. Te dirá ahora que se la des también. No te pongas nerviosa, échate más colonia, que este viejo huele los nervios y el miedo.
Puri cogió la bolsa y volvió a la habitación.

- Señor, aquí tiene.
- Gracias, Adela.
Puri miraba a los ojos blanquecinos, como de pez, del señor, y alargando la mano dentro de la bolsa, sacó de la misma un conejo vivo que le alargó.
El señor, agarró al conejo por las patas traseras y lo levantó. Esperó un tiempo. El conejo dejó poco a poco de convulsionar hasta que permaneció quieto, inmóvil. Lo acercó a su nariz y le olió el hocico. Posteriormente lo fue bajando hasta que la cabeza del conejo quedó entre sus piernas, y con un movimiento rápido y coordinado, cerró de golpe sus piernas y, cogiendo con las dos manos el cuerpo del conejo, lo rotó hasta que se oyó un crujido seco. Le había retorcido el pescuezo.
- Ahora voy a facilitarle la digestión.
Y agarrando al conejo por las patas comenzó a golpearlo contra el suelo. Puri se había sentado en la esquina de la cama, algo pálida. El sonido de la rotura de huesos se oía mezclándose con los ladridos del perro lazarillo.
- Ah, la comida del Bobi, Adela, dásela también. Toma, esto ya está.
Puri cogió al conejo, por cuya nariz aparecían gotas de sangre y se acercó a la caja de Ita.
- Tu eres la única persona que le da de comer, deberías tenerlo a orgullo Adela.
- Sí señor.
Cuando abrió la caja, la lengua afilada apareció, seguida por la cabeza ávida y el cuerpo musculoso. Moviéndose despacio, Puri desplazó el conejo hasta situarlo a un palmo por encima de la cabeza de Ita. Ésta abrió la boca. Puri sujetó con las dos manos el conejo; sentía la presión de Ita mientras engullía la comida. Cuando más de la mitad del conejo estaba dentro fue separando las manos y la serpiente hizo el resto. Se fue replegando despacio y quedó de nuevo tumbada en la caja.
- ¿Todo bien, Adela? ¿cómo la ves?
- Todo bien, señor. Se lo ha comido con apetito, ya está reposando.
- Para dentro de dos semanas, cuando vengamos de nuevo, quiero que le prepares cobaya, ya le toca cambiar de dieta.
- Claro. Voy a ponerle el pienso al perro, señor.
- No tardes, que no me gusta que me dejes solo.
En la terraza de la habitación, sobre un plato de comida grande, volcó un poco de pienso para animales. El perro, educadamente, esperó a que ella terminara de volcar la comida y se separara para empezar a comer.
- Ven, Adela, acércate a mí.
- Señor…
Después de limpiar a conciencia el cuarto de baño y de restregar los cristales de la habitación, Puri se despide del señor.
- Señor, nos vemos el próximo día. Voy a seguir por las otras habitaciones.
- Muy bien Adela. Siempre es un placer conversar contigo.
- Adiós, señor.
- Adiós.
Puri se dispone a cerrar la puerta a sus espaldas.
- Un momento.
- Diga señor.
- No te olvides de dar recuerdos a Adela… y hablaré con mi hijo, tu trabajas mejor que Adela.
Sin abrir la boca, Puri cierra.
Adela estaba apoyada en el brazo de Puri y en la baranda de la rampa del portal. Sus pasos seguían siendo pequeños y cortos. La puerta de la calle estaba a apenas unos metros, y, más allá, en la acera, les esperaba Fidel.
- Adela, no sé cómo puedes aguantar al viejo…
- Es un poco zalamero pero es inofensivo.
- ¿Inofensivo? Con esa forma de tratar el conejo… Y se ha dado cuenta de que yo no era tú… Además, Adela, le he tenido que dar de comer a Ita…
- ¿Qué? Por eso te ha conocido, ¡¡¡¡yo nunca lo hago!!!!! Por eso te ha conocido, por eso. Ay, Puri, ¿ahora cómo me presento yo la semana que viene? ¡Estamos perdidas!
- Perdida tú, Adela, yo ya he hecho bastante, yo no vuelvo a aparecer. Viejo loco maniático, retorcido.

29/5/09

- Relato 8 Manuel López

Arcilla


El primer día llegó Luis a las nueve menos cuarto. Se puso en la cola en la que había tan sólo dos personas y esperó a que le llegara su turno. A las nueve estaba frente a la caja, una de las dos de la pequeña sucursal de la caja de ahorros de granadilla. En ese momento, ya delante del cajero José al que conocía desde que hace 20 años entró a trabajar en la caja ( “No, José, las transacciones tiene que hacerse así, primero actualiza la libreta…” le decía Luis con paciencia), José se levantó dejándolo con los buenos días colgando de la boca. Luis miró a Lucía, la otra cajera y ésta encogió los hombros y arrugó las cejas dando a entender: “Ya mismo viene, no te preocupes, ya sabes las cosas de José, cuando le dan los voluntos no hay quien lo pare, se va y se olvida hasta de saludar, pero tu sabes como yo que es buena gente, no tardará mucho, espera un poco. Gracias, yo también te quiero, quieres acostarte conmigo? Yo lo estoy deseando. Revolcarnos en el suelo como animales, hacer el amor como locos, follar despiadadamente, olvidándonos de todo…”. Por fin había encontrado un tema sobre el que mantener miradas de complicidad, y pensaba explotarlo al máximo. En esto que llegó José. Traía un objeto bajo el brazo, pesado y envuelto en plástico, treinta centímetros de alto, diez de grosor. Le dio los buenos días a Luis y se sentó en su silla. Luis miraba el reloj porque tenía el tiempo calculado exactamente para estar en el trabajo a las 9.15, había pedido 15 minutos de gracia. José, tras los buenos días, y ante el asombro de Luis, volvió al manejo del objeto que traía con atención. Se agachó y de debajo de la mesa sacó una chapa circular que con cuidado colocó encima de la mesa, junto a la impresora en la que se metían las cartillas para su actualización. Lucía lo miraba de refilón. Luis empezó a impacientarse.
- José, a ver si me puedes hacer un traspaso a esta cuenta y me sacas los….
- Un momento, Luis.
Luis no salía de su asombro. Miró hacia abajo y revisó su libreta y los papeles que traía en una carpeta, los ordenó de nuevo. Ocasionalmente miraba hacia arriba y observaba a José. Éste colocaba sobre la plataforma circular el objeto pesado que traía. Lo desnudo de un plástico que lo cubría. Se trataba de un pedazo de arcilla, de forma poliédrica. La plataforma, metálica, tenía unos pinchitos sobre los que colocó la arcilla. Luis no daba crédito alo que veía. Miraba a Lucía y compartían expresiones de asombro. José se volvió de pronto a Luis:
- ¿Qué pasa, Luis? Dime.
- Mira, te traigo esto a ver lo que puedes hacer con ello. Entro a las nueve y cuarto, a ver …
Y en cinco minutos, como si nada, José ventiló los asuntos bancarios de Luis.

Lucía buscó durante la mañana el momento de encontrarse a solas con el director de la caja.
- Tiene que ser así, Lucía, tiene que ser así.- Le respondió Roberto el director cuando le contó el caso. Delgado, alto, complaciente y condescendiente.- Es más, Lucía, tendría que ser así.- En ese momento sonó el teléfono de su despacho.- Perdón, Lucía, luego hablamos.


Al mediodía, en su casa, Luis hizo un breve relato a su mujer de lo que le había acontecido en la caja bancaria. Delante había un plato de berenjenas fritas y un par de latas de cerveza ( “¿Una tapa, Luis? Voy a freír las berenjenas que compramos ayer tarde, y mientras se termina de hacer la paella”. Luis bebía un vaso de agua junto al fregadero. “Sí, vale. Y espera a que te cuente lo que me ha pasado en caja granadilla, te vas a quedar pasmada.”)


El segundo día fue a los ocho días. Pero esta vez al final de la mañana. Salió a las dos. Con la moto atravesó la ciudad en diez minutos y antes de las dos y cuarto estaba entrando en la sucursal. Había cola en ambas cajas, tres o cuatro personas. Se puso en la de José. Siempre le había llevado él las cuentas. Con el casco en una mano y la carpeta en la otra. Distraídamente miró a José y se quedó helado al percibir como éste trabajaba sobre el pedazo de arcilla. Había catalogado como episodio ocasional lo ocurrido y el volver a ver a José enfrascado en el tarugo le produjo una violenta tormenta mental de incomprensión y extrañeza. Todo daba a entender que hacía un ejercicio de modelado. Ensimismado utilizaba los útiles con habilidad. También los mismos dedos le servían de instrumentos para arrancar formas del tarugo. Miró a Lucía. Esta tenía la vista fija en él y su gesto de complicidad (“Estaría haciendo el amor hasta la extenuación. Te quiero, Luis, te quiero como una loca, desde ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos?, te quiero y te deseo.”) Luis volvió el rostro hacia José. Con habilidad manejaba los instrumentos. Luego se volvía al cliente y lo atendía. El cliente pasaba al irse junto a Luis, con los impresos llenos de arcilla, mascullando palabras y gesto de disgusto, “Esto no puede ser, todos los papeles manchados”. El cliente miraba de refilón el despacho del director.
Cuando llegó el turno de Luis, el mismo proceso se produjo. Durante la operación bancaria, el cajero se enfrascaba algunos momentos en el trabajo sobre la arcilla, sin aviso previo, le venía una idea, dejaba al cliente y arañaba el tarugo; inmediatamente proseguía la operación bancaria. Aquel día Luis quedó impresionado con la habilidad de José.


El tercer día Luis buscó una excusa para ir a caja granadilla. Una actualización y la comprobación de unos pagos le sirvieron de auto excusa para ir y ver la marcha del trabajo de José. Cuando entró se encontró con que en la cola del a ventanilla de José solo había una persona a la cual atendía, mientras en la de Lucía se agolpaban diez o doce personas. Lucía lo localizó con la mirada y le mandó una sonrisa sin levantar la cabeza de su escritorio. Se le veía estresada, de hecho si siquiera se le había pasado por la cabeza acostarse con él como siempre pensaba. José mantenía su trabajo dual. Luis lo miraba. Disfrutaba con su quehacer, con su destreza. Las manos llenas de arcilla, el traje, algunos rebañones en la cara, la impresora, el ordenador. El barro lo invadía todo. Luis miró a la cola que esperaba a que Lucía le atendiera y descubrió a todos callados, observando a José, embelesados.
Cuando el público se fue aquel día, Lucía volvió a hablar con el director.
- Lucía, tiene que ser así.-Volvió a asegurar Roberto complacientemente.- Yo te entiendo, todo lo que me dices te entiendo, pero tiene que ser así. Piensa que soy el jefe y sé lo que interesa a la empresa y a los empleados.
- ¡Pero es absurdo, Roberto, es absurdo! tú lo has visto, ¿no?
- Los absurdos tienen una vida. De pronto mueren igual que han nacido.

El cuarto día la mujer de Luis se empezó a mosquear.
- Has estado en el banco cuatro ves en dos semanas. ¿Para qué tanto?
- No te puedes hacer una idea de lo que pasa. Es alucinante ver a José modelar el tarugo de arcilla. Está trabajando, con los clientes y demás, ¿no? y de pronto se vuelve y hace un gesto, le añade algo, quita algo de barro, pone en otro sitio, suaviza….- y Luis hacía gestos, imitaba el baile de dedos de José.- Ya está cerca, cada vez está más cerca, le queda poco. Pues, te conté el otro día que no había nadie en su cola… Hoy su cola estaba llena de gente. Todos pendientes de él. Lucía casi sola. Y me puse con ella en su cola, pero sin perder de vista…
- Si ya lo sabía yo que era la cajera.-quedó pensativa un momento, como acumulando fuerza.- Porque es la cajera, ¿verdad?
- ¿A qué te refieres?
- La cajera, lo sabía lo sabía que no era normal tantos viajes. Cuánto tiempo lleváis, ¿os veis fuera?
- Pero ¿de qué estás hablando? Entre Lucía y yo no hay nada. Lo dices con un desprecio… la cajera… la cajera. ¡Si la conoces perfectamente!.- “Lucía, cuando conozcas a Luis, te vas a enamorar de él, es un encanto, me ha pedido salir al cine este viernes”, lucía y la actual mujer de Luis tenían comentarios así delante de una cocacola y con el archivador y los libros de la universidad delante.- Se llama Lucía. No vayamos a empezar con ese tema.
- O sea, que es por ella. Es por ella por lo que vas tanto al banco. Siempre lo supe. Nunca lo asumió, es una celosa.
- Pero qué dices, mujer, que no es por ella. Y la celosa eres tú, ¿eh? ¿Quieres dejarme hablar? Que no quiero entrar en ese tema. José está…
- Tenía que habérmelo olido.
- Y pienso seguir yendo. Pienso seguir yendo. Y me voy a abrir un plan de pensiones, nada más que para hacer cola y ver a José.
- No sigas por ahí que acabamos mal. No sigas por ahí.


El quinto día que Luis fue a la sucursal la cola de la caja de José llegaba hasta la puerta. Si es que podía llamársele cola. La gente intentaba por todos los medios acercarse lo más posible para ver a José trabajar. Salían del banco contentos, las manchas de arcilla sobre sus impresos eran tomadas como autógrafos de un deportista famoso o de un actor. José trabajaba sin descanso. Cuanto más tenía que resolver para el banco en la caja más parecía venirle la inspiración y se volvía continuamente al tarugo de arcilla en el que se adivinaba perfectamente la forma final y los rasgos de brillantez de un genio. José sudaba. Se mezclaba la humedad con el barro transmitiéndole brillantez y tersura. Los clientes remoloneaban, no querían dejar de ser espectadores de ese particular fenómeno. Los que habían terminado sus operaciones bancarias se inventaban otras. Planes de pensiones, plazos fijos, todas las ofertas del banco eran estudiadas y requeridas con tal de que fuera José el que lo hiciera. Luis se tiró toda la mañana. Empeñó todos sus ahorros en ofertas.
Ahí empezó el principio del fin. Porque, ¿quién convencía a su mujer de que ese dinero lo había invertido Luis por propia iniciativa y no por convencimiento de Lucía?


El sexto día que Luis acudió a la Caja, la mujer de Luis se acababa de ir de casa. Tras levantarse, Luis fue al cuarto de baño y allí encontró una nota con las palabras: “Ya no aguanto más hacer la tonta. Quédate con mis cuernos. Te mandaré a mi abogado”. Luis acudió entonces a caja granadilla con el fin de despejarse del golpe. Era algo que se estaba viendo venir y el tema de Lucía era una excusa para ello. Así pensaba al menos Luis. “Se veía venir, se veía venir, lo de Lucía ha sido una excusa para dejarme” Cuando estaba en la cola de la caja de José ya no se acordaba de todo esto y atento observaba los movimientos de José. Luis no comprendía cómo no estaba ya hecha la figura. “Esta perfecta, esta perfecta, ya ha acabado” y se sorprendía a sí mismo cuando José volvía de nuevo a ella y alcanzaba un grado aún mayor de perfección. Lucía lo llamó:
- Luis. Luis - Lucía estaba sola en su caja.
- ¿Qué hay, Lucía?- Luis se acercó.
- Te atiendo yo si tienes prisa.
- No, no te preocupes. He pedido diez días para solucionar varios asuntos bancarios, no tengo prisa.
- Oye, y tu mujer, hace tiempo que no la veo.- En ese momento Luis dejó de fijarse en José y miró a Lucía. Ella le sonrió.
- Pues bien. Bueno, ahora estamos pasando una mala racha, ya sabes, cosas del matrimonio.
- Oye, si quieres quedamos y me lo cuentas. Cuando quieras nos tomamos una cerveza.- en ese momento el director de la sucursal, que se encontraba dando paseos por la entidad, se acercó a Lucía. Luis se alegró de tener esa excusa para volver a mirar a José.
- Lucía.- le dijo al oído- ¿te has fijado?
- Dime.- sentía su mano sobre su hombro.
- ¿Recuerdas lo que te comenté? Las cosas tienen que ser así, es más las cosas deberían ser así. ¿Lo entiendes ahora?- El director acercó un dedo índice, largo, huesudo al ordenador de Lucía y pulsó tres teclas. Una información apareció en la pantalla: la oferta de fondos a medio y largo plazo se había agotado. Lucía se volvió y miró al director. Éste sonreía con expresión de complicidad, y volviendo un poco la cara, señaló con la mirada a José.


El séptimo día que Luis fue a la sucursal José terminó la obra. Habían pasado tres semanas desde el primer día en que empezara a modelar. Cuando llegó su turno, José estaba enfrascado limpiando su mesa, el ordenador, ordenando los papeles. Tenía un paquete de toallitas húmedas. José de pronto sintió una gran tristeza. Miró la obra, estaba terminada. Le llenaba de admiración. Miró a José y este le atendió. Al darse la vuelta para marcharse oyó a Lucía.
- Luis, ¿cómo estás?
- Bien. No te lo dije el otro día pero: mi mujer no ha aparecido. Me ha dejado. En todo el fin de semana… ni me ha llamado, ni coge el móvil, nada.
- Vaya, lo siento.- Le dijo, aunque alegrándose por dentro. Una alegría que era una venganza desde hacía años. “Aquel es, Lucía, aquel que va por allí es. Es tan guapo… y me quiere a mí, solo a mí”; en el campus universitario era el más famoso por haber llevado a la universidad el trofeo de tenis. “No sabes lo que me alegro”, le respondió Lucía viendo a Luis desde lejos, atractivo y fuerte. Ahora, notó de pronto la llegada de su oportunidad. La venganza de su largo amor en espera.
- José ha terminado, ¿no?- Luis señaló levemente con la cabeza la caja de José.
- Sí, parece que todo vuelve a ser lo que debe ser. Al menos así pienso yo.- y su mirada recuperó la complicidad.
- Sí, eso parece.
- ¿Qué haces esa tarde? ¿Nos tomamos una caña?- Lucía daba vueltas con una mano a la pulsera que tenía en la muñeca del otro brazo.
- Vale, no tengo nada que hacer. De acuerdo.
A las tres salió Lucía del trabajo. Comió y se echó un rato. No se podía dormir. A las seis se duchó y merendó algo. Intentó ver la tele pero no se concentraba. En el cuarto de baño arregló su pelo y se maquilló. Cuando terminó de vestirse cogió el bolso y se fue. Ya que estaba fuera del edificio volvió y cambió el bolso. Cenaron Luis y ella. Había sonrisas.
Tomaron una última copa en la casa de Luis y pasaron el resto de la noche follando.