Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

28/4/09

-Relato 3 de Elena León.

ESPERANDO UN CAMBIO DE SUERTE.

Son las 7:15, Jaco da un manotazo al despertador y como cada día lo tira al suelo donde sigue sonando. Jaco se levanta molesto, coge el despertador y tras intentar estrujarlo con sus manos, piensa un momento si tirarlo contra la pared o no. Si lo tira, será el tercer despertador que rompa en lo que va de mes. Finalmente lo tira sobre la cama, se calza las zapatillas y se dirige al baño. Apenas le da tiempo de mirarse al espejo, se enjuaga la cara, se lava los dientes y corriendo se pone el uniforme que como cada noche deja en la percha que debería ser para las toallas.
Pasa por la cocina, abre la despensa, sólo encuentra unas magdalenas ya secas del tiempo que llevan ahí, coge el paquete de mala gana, las magdalenas caen por la abertura del paquete, Jaco maldice y las recoge, se lleva una a la boca tras limpiarla un poco con la mano y soplarle por encima. El reloj de la cocina marca las 7:25, con la boca llena se dirige a la puerta de su casa. Intenta abrir el pomo, pero este no cede, recuerda que la noche anterior cerró con llaves. Pero No recuerda donde puso las malditas llaves, las rebusca en el cajón del aparador y allí las encuentra. Abre presuroso y al salir cierra tan rápido que deja las llaves dentro. Aprieta los puños con rabia al darse cuenta y mira hacia arriba como pidiendo explicaciones a un ser superior que le hace la vida imposible. El ascensor sigue donde lo dejó la noche anterior, siempre es el último en llegar al edificio y el primero en irse. Jaco sube al ascensor y pulsa el botón para bajar. Durante los segundos que tarda en bajar del quinto piso al bajo, se mira al espejo, no le gusta lo que ve, se ve viejo con apenas treinta y cinco años, algunas arrugas de tristeza y aburrimiento se le forman en el rostro, tiene ojeras, y el pelo despeinado salteado de canas, junto con la barba de unos días le dan un aspecto de diez años mayor. Jaco se moja la yema de los dedos con un poco de saliva e intenta aplacar el remolino de pelo que se le forma en el flequillo. No lo consigue, suspira desanimado.
Ya en la calle ve el coche del servicio de limpieza del ayuntamiento que lo espera aparcado en doble fila. Su compañero de jornada que lo ve, le pita para que se de prisa.
-Vamos Jaco, es el tercer día seguido que me haces esperar- le grita su compañero bajando la ventanilla.
-El despertador, que no ha sonado- se sienta de mala gana y cierra con fuerza la puerta del copiloto.
-Vaya… que humor traemos hoy. Le das otro así y nos dejas sin puerta.
-¿Carlos, cómo puedes estar de humor tan temprano y con este trabajo de mierda que tenemos?
-No es para tanto, es un trabajo fácil y tranquilo.
-Es fácil decirlo cuando no tienes que hacer turno doble- y se gira sin ganas de seguir la conversación.
Carlos lo mira disgustado, pone el coche en marcha y no le dice nada más.
Llegan a la Calle Estíbaliz, Carlos detiene la furgoneta entre un contenedor y un paso de peatones, hecha el freno de manos y baja .Jaco le sigue hasta la parte trasera del vehículo, abren la puerta de atrás y cada uno coge su equipo de trabajo.
-Yo empiezo por la calle principal y tú por el parque, ya luego nos juntamos en la avenida- distribuye Carlos que toma el mando ante la pasividad de su compañero-. ¡¡Y espabila!!
-Vale vale, es que tengo un mal día.
-¿Noticias de tu exmujer?
-Peor, de su abogado.
-Ya entiendo, ¿quieres que hablemos?
-Hoy no me apetece, otro día.
Y sin más coge su carrito y comienza a tirar de él. Carlos hace lo mismo pero para el otro lado.
Jaco tira del carrito desganado, la carta del abogado de su exmujer le dice que es preciso hacer una revisión de la manutención que le pasa a sus dos hijos. Además de costear al cincuenta por ciento con su exmujer el aparato de dientes del mayor y las gafas del pequeño. Jaco ya hace turno doble para pagar su piso de alquiler, la hipoteca de la casa que compró cuando se casó y el coche que también se quedó su mujer, más la manutención de sus hijos. Se siente ahogado, no tiene vida propia y menos aun social. No tiene tiempo de salir, y cuando tiene algo de tiempo no le queda dinero para gastar. Mientras tira del carrito, sueña con un golpe de suerte, con algo que lo cambié todo. Se ve conduciendo un deportivo, yendo a jugar al golf con los amigos o de pesca en alta mar rodeado de jovencitas y grandes ejecutivos. Luego recapacita y piensa que con pagar todas las trampas y deudas que tiene con el banco se conformaría, y quizás un buen abogado, no el mejor abogado para quitarle la custodia de los niños a su exmujer y no pagarle ni un duro nunca más. Compraría una casa enorme, con un campo para jugar al béisbol y al futbol con sus hijos. Una sonrisa se dibuja en su cara y siente un cosquilleo de bienestar en el estómago, su mal humor se ha disipado por completo, hasta que pisa algo viscoso en el suelo y una peste insoportable le golpea devolviéndolo de repente a la realidad. Se mira la suela de la bota sospechando lo que ha pisado, una caca de perro aun caliente se le ha pegado en el zapato. Maldice entre dientes y devuelta al mal humor. Se limpia la bota como puede en las yerbas que crecen junto a un árbol. Luego saca el escobón y el recogedor del carrito y recoge lo que ha quedado esparcido por el suelo, ve a su lado a unos niños sentados en un columpio que parecen mofarse de él. Los mira fulminante y sigue con su trabajo. Barre el suelo, recoge ramas y hojas caídas, se pone los guantes y se agacha para recoger aquellos papelillos y restos de chucherías que se resisten al escobón. Los niños de antes pasan por su lado y tiran en el suelo una bolsa vacía de gusanitos y salen corriendo entre risas. Jaco los sigue con la mirada y le dan ganas de salir detrás de ellos, contiene sus ganas para no montar un numerito.
Tras dos horas más y algún que otro grito a los inoportunos y mal criados niños, termina su trabajo dejando el parque reluciente, aun ha sabiendas que en poco tiempo de nuevo será ensuciado por todo aquel que pase por allí. Mete el escobón y el recogedor en el carrito, apila dos enormes bolsas de basura junto a un árbol y se dirige en busca de su compañero. Al doblar la esquina ve a Carlos dirigirse a él con su sonrisa permanente, aquello lo exaspera. Mientras lo espera, ve pasar a un hombre que vende cupones.
-Llevo el cinco, el número de la suerte -comenta a su paso.
Jaco lo mira por un momento y gira su atención sobre la hilera de cupones que lleva colgadas al cuello, aquel número parece hablarle y sin pensarlo compra uno. Lo guarda en el bolsillo, cree que es una señal de lo que antes estuvo pensando.
Ya se imagina al día siguiente yendo a cobrar el cupón, luego irá a la oficina del Servicio de Limpieza y se despedirá para siempre. Ve a varios directores de banco haciéndole la pelota para que ingrese su dinero en alguno de sus entidades. De allí irá a un concesionario de lujo a comprarse un descapotable deportivo automático con todas las prestaciones. Con su nuevo coche ira en busca del mejor abogado de la ciudad y de allí visita obligada a su mujer para decirle que se prepare que se le acabó lo bueno. Recogerá a sus hijos en el colegio y juntos irán a comprar la casa de sus sueños, con un campo de futbol y otro de béisbol
-¿A qué viene esa cara de atontado?-ríe Carlos al darle alcance.
-Nada nada, soñaba despierto-aduce de buen humor.
-Debía ser un sueño muy bueno. ¿Cómo se llama ella?
-No es nada de mujeres.
-¡Ah, no!
-No, presiento que un cambio de suerte está por llegar.
-Pues que sea para los dos.
Jaco asiente, mientras piensa que si pasa, ya nadie le verá más el pelo.
-Voy por la furgoneta, ve trayendo tus bolsas que ahora vamos por las mías- le dice Carlos rompiendo su alelamiento.
Jaco vuelve a asentir. Se gira sobre si mismo y se dirige nuevamente al parque, dobla la esquina y por un momento no da crédito a lo que ve. Los niños han roto una de las bolsas y todo esta esparramado por el suelo. Le entra un quemazón en la boca del estómago.
-Malditos hijos de perra-. Los dientes le rechinan y la vena del cuello le palpita con fuerza-. Si los pillo les doy una paliza que los dejo listos de papeles.
Antes de ir a recoger todo el estropicio, da una vuelta por el parque en busca de los críos. Carlos se aproxima por el otro lado y le pregunta qué es lo que ha pasado. Jaco se lo explica todo y Carlos entre bromas le pregunta si ese es el cambio de suerte al que se refería antes. Jaco no contesta, se limita a coger una nueva bolsa de basura y comienza a meter todo lo que hay por el suelo. Carlos lo ayuda en silencio, ve que Jaco realmente está muy enfadado.
El resto del día Jaco lo pasa mal humorado, apenas habla y no hace más que pensar en el tal anhelado cambio de suerte. A medida que pasan las horas y el cansancio y el sueño se agudizan, su mal estar se hace más patente. Su compañero de la tarde parece preocupado.
-Ey, Jaco ¿te encuentras bien?
-No demasiado José, tengo el cuerpo cortado.
-Llama a la central, a lo mejor te dejan ir antes a casa.
Jaco piensa que eso es perfecto, lleva un buen rato pensando en como escabullirse para escuchar el sorteo de la O.N.C.E., pero si le dejan irse antes a casa, podrá escucharlo tranquilo en el sofá tomando una cerveza bien fría. Le dan ganas de sonreír, pero no quiere que su compañero sospeche. Poniendo su mejor cara de enfermo comenta:
-Quizás tengas razón, voy a intentarlo.
En la central le dan el tan ansiado permiso. Coge un taxi que lo deja a unos cien metros de su casa, en la tienda de ultramarinos del barrio. Compra un par de cervezas y algo para picar. Sube al ascensor parándose en la planta cuarta, va a la casa del presidente de la comunidad que tiene una copia de sus llaves, luego sube a casa por las escaleras. Se da una ducha caliente, se afeita con esmero, se pone el pijama y se tira en el sofá. Siente un momento de placer como hacía tiempo que no sentía. Abre una lata de cerveza y el dulce momento se intensifica. Enciende la tele y busca el canal en el que darán el sorteo, lo deja allí saboreando el momento. Ya se ve ganador, y espera no llamar demasiado la atención cuando comience a dar botes de alegría por la casa, no quieres que los vecinos se le agolpen en la puerta pidiéndole favores y prestamos, antes de que nadie se entere tiene que desaparecer.
Comienza el sorteo, sostiene el cupón fuertemente con los dedos. Sale el primer número, coincide con el suyo, se acerca un poco más a la tele; el segundo número también coincide, flexiona las rodillas y se sienta al filo del sofá; tercer número, también coincide, se relame y se pone de pie; cuarto número, no se lo puede creer es el mismo que el suyo, ya se ve con una fortuna en el banco; la presentadora se dispone a repetir los cuatro primeros números antes de decir el último, los nervios lo comen por dentro. En ese instante llaman al timbre con insistencia. “Maldita sea, ahora no”. Hace caso omiso, el timbre sigue sonando.
-Voy voy, un momento- grita exaltado.
Pero el timbre no para de sonar. Molesto se dirige a la puerta sin quitar la vista de televisor, la presentadora recuerda el tercer número. Abre de mala gana y se encuentra con la cara preocupada del presidente de la comunidad.
-Vamos Antonio, no vendrás por las llaves…-comienza diciendo contento.
-No Jaco, me ha llamado tu hermano, dice que lleva todo el día intentando hablar contigo.
-¿Qué ha pasado?-por el tono de voz de Antonio sabe que es una mala noticia.
-Es tu padre, al parecer le ha dado un ataque y lo han llevado al hospital Trinidad. Que vayas para allá, es urgente.
El presidente le pone la mano en el hombro para darle ánimos y se marcha.
Jaco tarda en asimilar la noticia, está perplejo mirando al vacío del descansillo de su casa. Cierra la puerta de golpe, el cupón se le desliza de los dedos y cae al suelo al mismo tiempo que en el olvido. No se preocupa en cogerlo ni en mirar el resultado en la tele. Sabe que su suerte nunca cambiará. Va a su dormitorio, se viste con lo primero que encuentra y sale de su casa a toda velocidad dejando de nuevo, las llaves dentro.