Whitman y la playa.
-Walt Whitman escribe poesía porno –dijo Susana. Estaba tirada en el sofá, con las uñas pintadas de azul eléctrico. El pelo le olía a jabón y a sal. Tenía un librito en las manos. Era de su madre. Eli dejó de dibujar. Alzó la cabeza. Sus ojos se posaron en ella.
-Se llama poesía romántica. –No esperó respuesta. Se ajustó las gafas y siguió dibujando. Susana hizo una pompa rosa con su chicle. Cogió el mando a distancia de la tele. Jugueteó con él.
-Pues es muy directo. –Susana abría mucho la boca al hablar, lo que provocaba que Eli pudiera ver la masa rosa que revoloteaba dentro-. “Y apartaste la camisa de mi pecho y hundiste la lengua hasta mi corazón desnudo”.
Lo recitó con voz grave, rodando los ojos y el mando de la tele. Miró a su compañero. Él siguió con lo suyo. Susana chasqueó la lengua. Se sentó. Estiró las piernas.
-Eso no es porno. –Las palabras salieron de la boca de Eli y cayeron, como si jamás las hubiera pronunciado. Pasó una hoja del cuaderno. Empezó a dibujar de nuevo.
-Demuéstrame que no lo es –dijo Susana. Apoyó las manos en las rodillas. Se miró las uñas pintadas. Eli suspiró.
-“Yo me celebro y yo me canto, y todo cuanto es mío también es tuyo, porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca” –dijo él, mirándola fijamente. Susana pestañeó. Giró la cabeza hacia Eli.
-Es la forma más bonita para declararse a una chica –dijo Susana. Eli se pasó la yema del dedo índice derecho sobre la cicatriz de su mano izquierda.
-Tengo trece años. No me estoy declarando a nadie. –Su tono fue brusco, pero Susana le miraba sus pies. Eli tenía los dedos cruzados.
-¿Sabes que eres el niño de trece años más repelente que conozco? –le preguntó. Se inclinó y cogió una revista de la mesita de delante del sofá. Era la SuperPop.
-No soy repelente. –Eli cogió el sacapuntas y lo usó con su lápiz Faber-Castell.
-Sí lo eres. –Susana pasó una página- Dibujas muy bien, sacas sobresalientes en todo, incluyendo Educación Física, recitas a Whitman de memoria a pesar de que ni lo hemos visto en el cole…
Susana hizo una pompa rosa con su chicle.
-Eso no tiene nada que ver.
Eli cruzó las piernas.
-¡Sí que tiene! A veces me pregunto cómo es posible que tengas un hermano tan guay.
Susana miró por la puerta de cristal. Daba a la playa. Había un par de cometas, una familia, una chica tomando el sol y allí, entre las olas, un surfista.
Eli siguió la mirada de Susana. Su hermano. Cristóbal siempre era el que llamaba la atención. Hasta de sus mejores amigas. La chica habló:
-Ojalá fuera más mayor. –Y, con un suspiro, Susana tiró la revista. Le dio a Eli en la cabeza. Él se quejó y ella empezó a reír. Decidieron jugar a las cartas.
--------
Alicia se recogió mejor el pelo. Se ajustó el biquini verde. Cambió la postura sobre la toalla amarilla desteñida por los lavados. El surfista era rubio y con la espalda ancha. Su tabla era roja y negra. Ella no le quitaba los ojos de encima. Finalmente, cuando el sol casi rozaba el horizonte, el chico salió. El traje se ajustaba al cuerpo. Alicia se incorporó sobre la toalla, alzó las Ray-Ban y sonrió.
-¡Hola! –saludó. Él la miró un segundo. Después cambió la dirección de sus pasos. Puso la tabla sobre la arena y se sentó en ella, al lado de Alicia.
-Hola –contestó, con voz algo ronca.
-Soy Alicia. ¡Ha sido increíble lo que has hecho sobre las olas! –Ella se incorporó sobre las manos. Sacó pecho. No tenía mucho.
-Gracias. Soy Cristóbal. –Él cogió un puñado de arena. La dejó caer. Algunos granos se le quedaron pegados en la palma.
-¡Anda! ¡Cómo el marinero ese…!
Cristóbal sonrió.
-¿Colón?
-¡Sí, el mismo! –Alicia se terminó de sentar-. ¿Cómo es que estás pasando las vacaciones en un sitio tan aburrido como este?
Cristóbal borró la sonrisa.
-¿Por qué deduces que estoy pasando aquí las vacaciones? –lo preguntó al tiempo que hundía la mano en la arena.
-Porque no es la primera vez que te veo surfeando. –Ella lo dijo sin pestañear- Me aburro mucho aquí.
Cristóbal relajó los músculos. Una cometa cayó y dos niños gemelos pequeños corrieron hacia ella.
-Perdona, no quería ser violento –dijo él mientras seguía las huellas de los niños con los ojos. Alicia movió una mano.
-Nada, nada… Es normal. Habrás pensado que soy una cotilla…
-Estoy pasando las vacaciones con mi hermano pequeño y unos amigos de mi tía. Al parecer la hija es compañera de clase de mi hermano y nos han invitado.
Cristóbal hizo un montoncito de arena.
-Ah. ¿Y tus padres? –preguntó ella. Abrió el bolso verde que estaba a su lado. Sacó un bote de crema protectora.
-Mi madre está en el hospital, la están operando. –Cristóbal hizo una torre. Un perro se acercó a olisquear. Él lo acarició. Era un pequeño labrador negro.
-Vaya… Espero que no sea nada grave. –Alicia empezó a echarse crema en las piernas. El perro se fue trotando.
-No, no es nada. La verdad es que me gusta estar aquí…
-Puff… ¡Si es un aburrimiento! –Alicia siguió echándose crema en la barriga.
-Pero se está a gusto…
-Si tú lo dices…
-… Tan apartado de todo, tan tranquilo. Además, hay buenas olas. –Cristóbal sonrió a Alicia. Ella se sonrojó.
-A mí es que me aburre. No hay mucha marcha. –Alicia se extendió la crema por los brazos.
-Bueno, siempre puedes coger el autobús e ir al pueblo… -dijo Cristóbal mientras quitaba un poco de arena de la tabla.
-Hay demasiados niños pequeños… -Alicia siguió con el pecho.
-Es una urbanización familiar, así que es normal.
-No sé cómo es que alguien como tú está aquí –Alicia suspiró. Cristóbal sonrió.
-Necesitaba desconectar y pasar un tiempo con mi hermano. –Miró hacia la casa. Se diferenciaba de las otras por las toallas de los Lakers. Los amigos de su tía eran unos fanáticos del baloncesto estadounidense.
-¿Cómo se llama tu hermano? –preguntó Alicia. Se sacudió la arena que se le había pegado en el gemelo.
-Elías, aunque todos lo llamamos Eli. –Cristóbal sintió la mano de Alicia, se giró hacia ella.
-¿Te importa…? –Le tendió el bote y señaló su espalda. Él negó con la cabeza y se acercó para extender la protección solar por la espalda.
-Hablo mucho de mí –dijo mirando el pequeño lunar que Alicia tenía en la base del cuello-. ¿Y tú? Cuéntame algo de ti.
Alicia suspiró.
-No hay mucho que contar… Es lo mismo que todos los años. Vengo y me aburro.
-No será para tanto…
-Sí, sí… Lo que yo te diga… Lo bueno es que aprovecho y pongo al día los estudios y las pelis que no he visto. Además, así me pongo morena.
-No, si ya te veo…
Alicia rió.
-Gracias, hombre.
Se quedaron callados durante un minuto. Alicia cerró los ojos y Cristóbal alzó la cabeza y miró hacia la casa.
-La verdad es que me alegro de que estés aquí –dijo Alicia. Se dio la vuelta lentamente. Él apartó las manos-. Seguro que nos lo pasaremos bien juntos.
Ella sonrió de medio lado. Cristóbal iba a responder, pero alguien interrumpió la conversación.
-¡Ali, cielo! –Era una mujer mayor, embarazada-. ¿Te importa ir a hacer la compra?
La mujer estaba mirándoles desde la orilla, con una balsita hinchable azul y una niña de rizos rubios al lado.
-Y esa es mi tía… -Alicia bajó un poco la voz. Después, la alzó para que su tía la oyera bien-. ¡Vale! ¡Iré ahora!
Suspiró y se levantó, llevándose con ella un vestido amarillo. Después buscó las chanclas.
-Bueno, yo me voy al súper –dijo ella. Cristóbal se levantó también.
-Yo iré a la casa, a ducharme y eso –comentó Cristóbal mientras se estiraba. Alicia encontró sus chanclas enterradas en la arena. Se bajó las Ray-Ban.
-¿Te apetece venir al cine esta noche? –preguntó Alicia. Cogió el bolso y la toalla.
-Por mí bien. ¿A las nueve en la puerta? –Él se apartó el pelo de la cara. Ella movió un pié.
-¿Una hora y media antes de la sesión? –Alicia alzó una ceja.
-Para seguir conociéndonos –contestó él, guiñándole un ojo. Ella sonrió de medio lado.
-A las nueve entonces. –Y se fue levantando arena con las chanclas de goma.
Cristóbal la siguió un rato con la mirada. El perro de antes regresó y él lo acarició. El dueño llamó a su mascota y ésta se fue. Cristóbal empezó a caminar rumbo a la casa con las toallas de los Lakers.
Llegó al patio y dejó en un lado la tabla. Abrió la manguera y la limpió. Después se puso bajo el chorro y se quitó la sal y arena de encima. Cuando terminó, se secó con una toalla y entró en la casa. Su hermano y Susana veían un programa de esos japoneses mientras merendaban en los sillones de delante de la tele. La mesa estaba llena de los utensilios de pintura de su hermano. En el suelo estaba desparramada una baraja de cartas.
-Hola, enanos –saludó mientras cogía una toalla seca y la ponía en el sofá. Se sentó. Eli y Susana emitieron un sonido a medias entre un “hola” y un gruñido. Cristóbal sonrió.
-Oye, Cristóbal –Susana se volvió hacia él- ¿Qué piensas de Whitman?
Tenía su cara llena de cola-cao y chocolate de las napolitanas.
-¿A qué viene esa pregunta? –preguntó Cristóbal mientras se secaba el pelo-. ¿Acaso lo habéis estudiado en el cole?
Su hermano habló sin apartar la vista de la pantalla.
-No, pero Susana encontró el libro entre las novelas de su madre y dice que es porno –explicó. Le dio un bocado a la napolitana-. Yo digo que es romántico.
Cristóbal rió.
-Bueno, yo más bien diría que es erótico –dijo. Susana se irguió y se giró hacia Eli.
-¡Te dije que era porno!
Eli la miró.
-¡Pero si no ha dicho que lo sea!
-¡Qué sí!
-¡Qué no!
Y siguieron un buen rato. Cristóbal sonrió y cogió su teléfono móvil de la mesilla. Tenía dos mensajes. Los leyó. Después, marcó un número.
-¿Mamá? Soy yo… ¿cómo va la denuncia?
-Se llama poesía romántica. –No esperó respuesta. Se ajustó las gafas y siguió dibujando. Susana hizo una pompa rosa con su chicle. Cogió el mando a distancia de la tele. Jugueteó con él.
-Pues es muy directo. –Susana abría mucho la boca al hablar, lo que provocaba que Eli pudiera ver la masa rosa que revoloteaba dentro-. “Y apartaste la camisa de mi pecho y hundiste la lengua hasta mi corazón desnudo”.
Lo recitó con voz grave, rodando los ojos y el mando de la tele. Miró a su compañero. Él siguió con lo suyo. Susana chasqueó la lengua. Se sentó. Estiró las piernas.
-Eso no es porno. –Las palabras salieron de la boca de Eli y cayeron, como si jamás las hubiera pronunciado. Pasó una hoja del cuaderno. Empezó a dibujar de nuevo.
-Demuéstrame que no lo es –dijo Susana. Apoyó las manos en las rodillas. Se miró las uñas pintadas. Eli suspiró.
-“Yo me celebro y yo me canto, y todo cuanto es mío también es tuyo, porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca” –dijo él, mirándola fijamente. Susana pestañeó. Giró la cabeza hacia Eli.
-Es la forma más bonita para declararse a una chica –dijo Susana. Eli se pasó la yema del dedo índice derecho sobre la cicatriz de su mano izquierda.
-Tengo trece años. No me estoy declarando a nadie. –Su tono fue brusco, pero Susana le miraba sus pies. Eli tenía los dedos cruzados.
-¿Sabes que eres el niño de trece años más repelente que conozco? –le preguntó. Se inclinó y cogió una revista de la mesita de delante del sofá. Era la SuperPop.
-No soy repelente. –Eli cogió el sacapuntas y lo usó con su lápiz Faber-Castell.
-Sí lo eres. –Susana pasó una página- Dibujas muy bien, sacas sobresalientes en todo, incluyendo Educación Física, recitas a Whitman de memoria a pesar de que ni lo hemos visto en el cole…
Susana hizo una pompa rosa con su chicle.
-Eso no tiene nada que ver.
Eli cruzó las piernas.
-¡Sí que tiene! A veces me pregunto cómo es posible que tengas un hermano tan guay.
Susana miró por la puerta de cristal. Daba a la playa. Había un par de cometas, una familia, una chica tomando el sol y allí, entre las olas, un surfista.
Eli siguió la mirada de Susana. Su hermano. Cristóbal siempre era el que llamaba la atención. Hasta de sus mejores amigas. La chica habló:
-Ojalá fuera más mayor. –Y, con un suspiro, Susana tiró la revista. Le dio a Eli en la cabeza. Él se quejó y ella empezó a reír. Decidieron jugar a las cartas.
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Alicia se recogió mejor el pelo. Se ajustó el biquini verde. Cambió la postura sobre la toalla amarilla desteñida por los lavados. El surfista era rubio y con la espalda ancha. Su tabla era roja y negra. Ella no le quitaba los ojos de encima. Finalmente, cuando el sol casi rozaba el horizonte, el chico salió. El traje se ajustaba al cuerpo. Alicia se incorporó sobre la toalla, alzó las Ray-Ban y sonrió.
-¡Hola! –saludó. Él la miró un segundo. Después cambió la dirección de sus pasos. Puso la tabla sobre la arena y se sentó en ella, al lado de Alicia.
-Hola –contestó, con voz algo ronca.
-Soy Alicia. ¡Ha sido increíble lo que has hecho sobre las olas! –Ella se incorporó sobre las manos. Sacó pecho. No tenía mucho.
-Gracias. Soy Cristóbal. –Él cogió un puñado de arena. La dejó caer. Algunos granos se le quedaron pegados en la palma.
-¡Anda! ¡Cómo el marinero ese…!
Cristóbal sonrió.
-¿Colón?
-¡Sí, el mismo! –Alicia se terminó de sentar-. ¿Cómo es que estás pasando las vacaciones en un sitio tan aburrido como este?
Cristóbal borró la sonrisa.
-¿Por qué deduces que estoy pasando aquí las vacaciones? –lo preguntó al tiempo que hundía la mano en la arena.
-Porque no es la primera vez que te veo surfeando. –Ella lo dijo sin pestañear- Me aburro mucho aquí.
Cristóbal relajó los músculos. Una cometa cayó y dos niños gemelos pequeños corrieron hacia ella.
-Perdona, no quería ser violento –dijo él mientras seguía las huellas de los niños con los ojos. Alicia movió una mano.
-Nada, nada… Es normal. Habrás pensado que soy una cotilla…
-Estoy pasando las vacaciones con mi hermano pequeño y unos amigos de mi tía. Al parecer la hija es compañera de clase de mi hermano y nos han invitado.
Cristóbal hizo un montoncito de arena.
-Ah. ¿Y tus padres? –preguntó ella. Abrió el bolso verde que estaba a su lado. Sacó un bote de crema protectora.
-Mi madre está en el hospital, la están operando. –Cristóbal hizo una torre. Un perro se acercó a olisquear. Él lo acarició. Era un pequeño labrador negro.
-Vaya… Espero que no sea nada grave. –Alicia empezó a echarse crema en las piernas. El perro se fue trotando.
-No, no es nada. La verdad es que me gusta estar aquí…
-Puff… ¡Si es un aburrimiento! –Alicia siguió echándose crema en la barriga.
-Pero se está a gusto…
-Si tú lo dices…
-… Tan apartado de todo, tan tranquilo. Además, hay buenas olas. –Cristóbal sonrió a Alicia. Ella se sonrojó.
-A mí es que me aburre. No hay mucha marcha. –Alicia se extendió la crema por los brazos.
-Bueno, siempre puedes coger el autobús e ir al pueblo… -dijo Cristóbal mientras quitaba un poco de arena de la tabla.
-Hay demasiados niños pequeños… -Alicia siguió con el pecho.
-Es una urbanización familiar, así que es normal.
-No sé cómo es que alguien como tú está aquí –Alicia suspiró. Cristóbal sonrió.
-Necesitaba desconectar y pasar un tiempo con mi hermano. –Miró hacia la casa. Se diferenciaba de las otras por las toallas de los Lakers. Los amigos de su tía eran unos fanáticos del baloncesto estadounidense.
-¿Cómo se llama tu hermano? –preguntó Alicia. Se sacudió la arena que se le había pegado en el gemelo.
-Elías, aunque todos lo llamamos Eli. –Cristóbal sintió la mano de Alicia, se giró hacia ella.
-¿Te importa…? –Le tendió el bote y señaló su espalda. Él negó con la cabeza y se acercó para extender la protección solar por la espalda.
-Hablo mucho de mí –dijo mirando el pequeño lunar que Alicia tenía en la base del cuello-. ¿Y tú? Cuéntame algo de ti.
Alicia suspiró.
-No hay mucho que contar… Es lo mismo que todos los años. Vengo y me aburro.
-No será para tanto…
-Sí, sí… Lo que yo te diga… Lo bueno es que aprovecho y pongo al día los estudios y las pelis que no he visto. Además, así me pongo morena.
-No, si ya te veo…
Alicia rió.
-Gracias, hombre.
Se quedaron callados durante un minuto. Alicia cerró los ojos y Cristóbal alzó la cabeza y miró hacia la casa.
-La verdad es que me alegro de que estés aquí –dijo Alicia. Se dio la vuelta lentamente. Él apartó las manos-. Seguro que nos lo pasaremos bien juntos.
Ella sonrió de medio lado. Cristóbal iba a responder, pero alguien interrumpió la conversación.
-¡Ali, cielo! –Era una mujer mayor, embarazada-. ¿Te importa ir a hacer la compra?
La mujer estaba mirándoles desde la orilla, con una balsita hinchable azul y una niña de rizos rubios al lado.
-Y esa es mi tía… -Alicia bajó un poco la voz. Después, la alzó para que su tía la oyera bien-. ¡Vale! ¡Iré ahora!
Suspiró y se levantó, llevándose con ella un vestido amarillo. Después buscó las chanclas.
-Bueno, yo me voy al súper –dijo ella. Cristóbal se levantó también.
-Yo iré a la casa, a ducharme y eso –comentó Cristóbal mientras se estiraba. Alicia encontró sus chanclas enterradas en la arena. Se bajó las Ray-Ban.
-¿Te apetece venir al cine esta noche? –preguntó Alicia. Cogió el bolso y la toalla.
-Por mí bien. ¿A las nueve en la puerta? –Él se apartó el pelo de la cara. Ella movió un pié.
-¿Una hora y media antes de la sesión? –Alicia alzó una ceja.
-Para seguir conociéndonos –contestó él, guiñándole un ojo. Ella sonrió de medio lado.
-A las nueve entonces. –Y se fue levantando arena con las chanclas de goma.
Cristóbal la siguió un rato con la mirada. El perro de antes regresó y él lo acarició. El dueño llamó a su mascota y ésta se fue. Cristóbal empezó a caminar rumbo a la casa con las toallas de los Lakers.
Llegó al patio y dejó en un lado la tabla. Abrió la manguera y la limpió. Después se puso bajo el chorro y se quitó la sal y arena de encima. Cuando terminó, se secó con una toalla y entró en la casa. Su hermano y Susana veían un programa de esos japoneses mientras merendaban en los sillones de delante de la tele. La mesa estaba llena de los utensilios de pintura de su hermano. En el suelo estaba desparramada una baraja de cartas.
-Hola, enanos –saludó mientras cogía una toalla seca y la ponía en el sofá. Se sentó. Eli y Susana emitieron un sonido a medias entre un “hola” y un gruñido. Cristóbal sonrió.
-Oye, Cristóbal –Susana se volvió hacia él- ¿Qué piensas de Whitman?
Tenía su cara llena de cola-cao y chocolate de las napolitanas.
-¿A qué viene esa pregunta? –preguntó Cristóbal mientras se secaba el pelo-. ¿Acaso lo habéis estudiado en el cole?
Su hermano habló sin apartar la vista de la pantalla.
-No, pero Susana encontró el libro entre las novelas de su madre y dice que es porno –explicó. Le dio un bocado a la napolitana-. Yo digo que es romántico.
Cristóbal rió.
-Bueno, yo más bien diría que es erótico –dijo. Susana se irguió y se giró hacia Eli.
-¡Te dije que era porno!
Eli la miró.
-¡Pero si no ha dicho que lo sea!
-¡Qué sí!
-¡Qué no!
Y siguieron un buen rato. Cristóbal sonrió y cogió su teléfono móvil de la mesilla. Tenía dos mensajes. Los leyó. Después, marcó un número.
-¿Mamá? Soy yo… ¿cómo va la denuncia?
No tiene mucha fuerza. Le falta para mi gusto texto escrito que no sea en forma de diálogo y que sirva de marco a la historia. Y que le dé un poco de más claridad.
ResponderEliminarESo piensa el Zorro.
Me centré demasiado en el diálogo, es verdad ^^ tiendo (en otros escritos míos) a ponerlos poco, así que probé a ignorar las descripciones y, simplemente, escribir diálogo y acciones cortas.
ResponderEliminarGracias por tu comentario y sinceridad =) tomaré buena nota sobre darle más fuerza a la narración.
Atte,
Sweet Shadow