Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

4/5/09

-Relato 3 de Paco Basallote

Dichosa y maldita astenia
Braulio se levanta normalmente muy puntual, pero hoy no sabe qué le ocurre y ha de pulsar en dos ocasiones el botón del móvil para repetir la alarma: dos veces con diez minutos de separación. El móvil es su despertador y su agenda además de su teléfono. No le importa que tenga cámara, MP-3 o radio, sólo quiere que el móvil aguante con batería y que no le deje tirado al despertarle por las mañanas. Pero hoy no ha fallado así que no puede echarle la culpa. La culpa ha sido de un cansancio inexplicable que lo ha dejado embebido en la cama como un bebé. Por eso ha preparado el desayuno a trompicones y sale como un loco echando humo de su hermoso bajo VPO dándose de bruces con Cristina, la mujer de Pepe el albañil, los vecinos de arriba.
-Buenos días –ella se muestra un poco azorada y Braulio deduce que quiere pedirle algo.
-Buenas Cristina…aquí corriendo que llego tarde al curro –Se da cuenta que tiene el pelo revuelto y se lo compone un poco, intentando así mejorar su aspecto desaliñado; cuando lleva prisa lo último que piensa es en peinarse. No le importa su aspecto porque sea ella la que tiene delante. En realidad ella le importa poco ya que le tiene cierto coraje porque le tienen frito sus voces y las de su marido Pepe o “mi gordo”, que es lo que se suele escuchar a través de las finas paredes de VPO. Pero el encuentro no deja de recordarle que va al trabajo, y allí no puede estar como un recién levantado.
-Braulio…-sí va a pedir algo, porque se ha acordado de su nombre, aunque puede haberlo leído en el buzón –que si podrías mirar en el patio, que a Claudia se le ha caído el hueso de juguete –él se rasca nervioso la cabeza, sintiendo las imaginarias pulgas del perro y esa cosa de plástico gris manchada con la saliva del animal. Piensa que podría haber caído sobre su ropa tendida y siente un asco tremendo.
-No me he fijado; si quieres lo miramos esta tarde –dice esto habiendo traspasado ya el lugar del la entrada donde se encuentra ella y a punto de llegar a la puerta del ascensor para bajar al garaje.
- Gracias –y le sonríe.
Conduciendo al trabajo Braulio se dice que Cristina le ha sonreído, y eso normalmente no lo hace, salvo cuando se le cae algo en el patio, cosa que por otro lado sucede con frecuencia. Y también se pregunta por qué se encuentra tan cansado hoy, aunque al pensarlo cae en la cuenta de que realmente ayer tampoco es que estuviera en plena forma. No puede echarle la culpa a la música de Cristina y Pepe, que es peor que sus voces de “¡ay mi gordo!” y “qué quieres mi gorda”, ya que aquella se reduce a los fines de semana y puntualmente a partir de las doce de la mañana lo que le imposibilita dormir las resacas como ellas se merecen. Tampoco a la perra, que últimamente no se la escucha.
Al bajarse del coche lo primero que hace, antes de fichar en el torno de la empresa, es apuntarse en la agenda de su maldito móvil buscar el hueso perruno con idea de subirlo y aprovechar el esfuerzo y subir el calcetín y las bragas de los vecinos del segundo. Las alarmas del móvil son muy útiles para este tipo de cosillas aparentemente intrascendentes.¿Qué pasaría si no apuntase que tiene que recoger el hueso y subir la ropa, se pregunta un instante para responderse que seguramente otro día que tuviese más prisa todavía se encontraría con alguno de ellos y se vería en el aprieto de tener que interrumpir la huida frenética habitual para dar con las cosas que se van acumulando en el patio.
-Nunca se les caerá dinero.

En el trabajo sabe que no va a tener una mañana fluida. Estos días de primavera ese
cansancio, que seguro que es un virus, porque el médico de cabecera a todo le dice que es un virus, le hace tener un humor de perros, y esto nunca mejor dicho. Se cruza con un compañero cuyo nombre no recuerda pero que usualmente le invita a intercambiar frases simpáticas .
-Buenas –el saludo sale de su boca acompañado de un suspiro de cansancio.
- ¿Qué tal Braulio? Te veo cansado, ¿no has dormido bien? –Braulio emite un gruñido, y siguen juntos caminando en la misma dirección sin decirse nada. Decididamente sabe que no va a ser una mañana fluida, aunque todo se debe a la astenia primaveral, se dice para justificarse y se queda muy pancho.
Al llegar a la oficina se sienta en su sitio de siempre y allí hace lo posible por estar simpático para que las cosas fluyan, sobre todo con Pedro, su jefe, que le dice que se le ve muy descansado, cargándose las buenas intenciones iniciales y desatando el mal humor. Sigue pensando que es la astenia primaveral. Nada más sentarse le pide unos informes que para nada recordaba que tenía que tener listos esa mañana. Se pone a trabajar, pero a los cinco minutos su mente se bloquea, la pantalla se le hace borrosa y es incapaz de dar un paso más con el informe. Tarda unos minutos en decidir si baja a por el café ya que acaba de llegar y sabe que Pedro no iba a dejar de hacer alguna otra observación sobre que se ha sentado y en seguida se levanta a por el café, seguro que le pregunta dónde va. Y como decide ir arriesgándose a que le diga lo que quiera, se ríe por dentro cuando Pedro efectivamente le pregunta:
-¿A dónde vas Braulio? –tamborileando los dedos, cosa que siempre pone alerta a Braulio, cuando sospecha que Pedro tiene oscuras intenciones.
- A por un café, ¿quieres uno?
- Pues mira, te lo agradecería…
Una vez más Braulio siente que la astenia se la ha jugado, su mal humor le hace ver intentos de acusarle de escaqueado donde solo hay tempraneros deseos de un café. Quizás antes Pedro le dijo que estaba descansado con sinceridad… Pero no puede ser, piensa, ya que el compañero que se encontró en el pasillo lo primero que le dijo es que le notaba muy cansado, así que la dichosa ironía de Pedro le sigue alimentando un humor nada primaveral.
Cuando llega a la máquina de café se encuentra con Paula, una administrativa que a la tercera frase le suelta:
-¿Estás enfermito, Braulio? –abriendo los ojos como para asegurarse que lo ve bien.
-Estoy bien, estoy bien –pero no sabe por qué cada vez está más cansado, no puede negárselo más a sí mismo.
Cuando sube arriba con los dos cafés Pedro le dice que su móvil, que se ha dejado en su mesa, ha estado sonando. Braulio lo mira, observa que es un número desconocido y llama.
-He recibido una llamada…-aprovecha para recomponerse el pelo, que no se doblega a su mano.
-Braulio, ha habido un percance, se nos ha inundado el piso a ti y a mí por culpa de los del segundo, de arriba viene el agua y todos los muebles de mi piso están empapados…
Braulio distingue pese a su estado somnoliento el origen de esa voz.
-¿Pepe? –está boquiabierto.
-Si. Suerte que Claudia me ha ladrado sin parar una y otra vez. Hoy yo tenía turno de noche, y dormía por la mañana, me ha despertado y bueno, algo se ha salvado, y sobre todo creo que tu casa no ha absorbido toda el agua.
-¡La perra! –Braulio se frota los ojos, y sabe que ahora tiene que despabilarse, enfrentarse a Pedro para apartar los informes e irse pitando a su casa para arreglar todo el embrollo.
Sale pitando de la empresa y llega a su VPO donde encuentra en la ventana del primero a Pepe en pijama:
-¿Ha sido mucho lo vuestro? –le pregunta Braulio.
-Si, ya hemos hablado con el seguro. Nos tiene que reparar todos los muebles, o puede que darnos lo que valen.
Braulio corre a ver como está su piso y descubre en el cuarto de baño una gotera en la escayola del techo, que se ha quedado abombado. Va a tener que cambiar también los azulejos. Busca el teléfono del seguro en la carpeta acordeón donde guarda todos los documentos de la vivienda.
- Por favor que estén, por favor que estén… -habla para sí mismo, abriendo y cerrando los dos ojos a la vez, compulsivamente… y los encuentra.
Llama y le contesta una señorita que amablemente le pregunta a qué empresa desea contratar para el arreglo. Entonces Braulio se acuerda de Pepe y le pide a la señorita volver a llamar más tarde. Braulio sale del piso y recoge el hueso de la perra y la bolsa de las bragas y el calcetín de los del segundo. Una vez arriba le abre Pepe con los pantalones remangados. La perra se esconde tras él .
-¿Qué tal?
-Lo peor el cuarto de baño, tengo que cambiar los azulejos, el techo, ya he hablado con los del seguro, necesito una empresa de albañilería, reformas y esas cosas…
-Te van a hacer falta los azulejos de estas viviendas de protección. Yo guardé cuando estaban construyéndola me salté y cogí un manojo…Además he hablado con mi socio, vienen luego los de mi cuadrilla y me van a dejar el piso como nuevo –Pepe se muestra muy contento, muy orgulloso de tener su propia solución… Braulio se maldice por trabajar en una oficina y saber de ordenadores, envidia por un momento a su vecino enormemente por pertenecer a ese gremio que con las manos es capaz de derribar tabiques, poner azulejos, enchufes, rodapiés, y que sabe qué paredes se pueden taladrar y cuales no.
-Te he traído el hueso de juguete de…
-…Claudia, menos mal lo echaba de menos, se le cayó jugando, perdona –dándose la vuelta, se agacha y se pone a juguetear con la perra –si no fuera por este animalito, la inundación hubiera sido muchísimo peor…
-Entonces no tienes problemas para que te lo arreglen…-dice Braulio suspirando, compungido y mirando el piso de Pepe.
- No la verdad, es que no…y es una suerte porque estar esperando a que venga cualquiera a arreglarte el piso es un agobio…
-Si y que lo digas…-rascándose la cabeza, se olvida que los remolinos se le activan como alambres a la mínima de cambio y enseguida parece otra vez que se acaba de levantar.
-Además como son mis compañeros me lo van a dejar mejor que estaba, anda que no –Pepe levanta el tono de voz y se ríe toscamente, y eso revienta a Braulio, pero mantiene el tipo, y le dice:
- Yo no veo tan mal tu piso, no ha quedado tan mal…Aunque lo mío es menos….lo mío con un ratito en el techo y cambiar un par de azulejos…
En ese momento Pepe se mete dentro del piso, al fondo y pone la música a tope. Es la habitual selección musicalde los fines de semana con la que suele despertar a Braulio. Se oye gritar a Pepe:- ¡Se me ha jodido la torre del ordenador! ¡Pero el equipo de música está intacto!
Pepe sale moviéndose al ritmo de la música, juega un poco con la perra. Y vuelve a meterse en el piso. Braulio no sabe si entrar. Quiere preguntarle si tiene azulejos del modelo que les pusieron en la VPO y que si puede ayudarle a que vengan alguno de los de su cuadrilla a echarle una mano. El seguro pagaría. Se apoya en la puerta. Tamborilea sus dedos y se acuerda de Pedro, su jefe, cuando se mosquea cuando sospecha. Pedro sospecha que Pepe está pasando de él, de ayudarle. Muy cansado, se deja caer sobre el quicio de la puerta a descansar y a esperar que salga Pepe. Se oye un ruido, como de trastos al fondo del piso. A lo mejor, piensa Braulio, se ha metido a buscar azulejos de los que tiene de sobra y a traerme el móvil de su socio...

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