Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

1/5/09

-Relato 1 de David Sedano

CARTA A UNA SIRENA

A mí ansiada Ariel, hija de Tritón rey de todos los mares.

Llevo cincuenta días y cuarenta y nueve noches esperándote, aquí en el hermoso y gran castillo en el que una vez viniste a buscarme, lo recuerdo como si fuera ayer. Era veintiocho de Julio y yo jugaba con mis amigos y mi familia por aquel precioso lugar, un día radiante y perfecto para poderme enamorar. Mientras acaecía la tarde, las horas más intensas de calor hicieron mella en mí, y casi sin quererlo apareciste de la nada. Un reflejo o una insolación pero creí marearme, ese pequeño estado de inestabilidad que todos tenemos a veces, en contadas ocasiones, cuando un suceso nos inquita o una persona nos asombra.

Todavía no puedo hacerme a la idea, ¿cómo pudiste pasar tantas veces por delante de mí, y yo, actuar como un completo crío, insulso e inocente qué solo corre detrás de un balón en la típica estampa de un recreo de primaria? Si eras toda una mujer, esbelta y bella, el contoneo de tu cintura me recuerda a el timbalero de Tito, tu mirada a la teclas de Bebo, tu pelo aireado a la voz de Celia. Si pudieras vivir en mí, sabrías que el son que dejas en mi cama fulmina todos mis compases.

Yo no pude más que mirarte y ver cómo merodeabas por allí, como quien no quiere la cosa, te dejabas ver y te insinuabas con tus andares, nada de lo que estarían de acuerdo tus padres, pero tú lo hiciste, querías ver cuánto podría aguantar, hasta cuándo sería capaz de seguir con mi actitud infantil. Así que te saludé, tu enseguida azarosa te escabulliste y no sé si por el sol o por mi descaro, tu rostro camaleónico se adecuó a tu bikini de flores rojas, y yo sentí que iba a morir tras ver que detrás de aquellas adelfas, salía una mano tímida y escuálida, y con descaro me decía adiós. Desde aquel día no tuve mejor escusa para sacar a pasear a Max, lo dejaba agotado y casi sin fuerzas, horas tras horas buscándote por la playa y tú escondida tras las rocas, te reías de mis intenciones, con algo de suerte y algún que otro empujoncito, a los dos días ya nos estábamos conociendo.

Max te echa de menos, apenas come y llora por las mañanas, cuando tú recién levantada te recogías el pelo, te cambiabas y te ibas con él por los jardines del palacio a jugar junto al sauce. Ahora cuando me siento junto a las escaleras de la entrada, viene y posa su cabeza peluda junto a mi hombro, creo que me entiende, y me habla con sus gestos, es algo que no te puedo describir, pero gracias a él no me siento tan solo. Pero lo veo tan triste y apagado que cuando lo miro, me mira con serenidad y siento como si le estuviera cargando parte de mi melancolía, no es justo pensarás, yo también lo pienso, pero en realidad nos necesitamos mutuamente.

¿Te acuerdas de aquella instancia que eché para estudiar en el extranjero? Bueno pues me la han concedido, hace poco, me llego un sobre lacrado y en él me escribía el ilustre Rector de la Universidad de Atlantis, argumentándome que he sido admitido mediante un proceso de selección entre distintos estudiantes de todo el reino ¿Y si me voy y aún no has vuelto? No me hago a la idea de que eso pueda ocurrir, es como si a un bebe le das un dedo y se lo quieres quitar al segundo, el debe palparlo, sentirlo, apretarlo, algo así me siento yo contigo, sabes que iré a buscarte y no creo que aguante más de un minuto. Independientemente de mis locuras y apoyando en la fe ciega en que vuelvas antes de tal hecho, la verdad es que estoy muy contento, es algo que siempre he tenido ganas de hacer, conocer Atlantis. Hablan tanto de ella, sus templos, palacios, las personas, etc. Espero aprender a hablar su idioma y sobre todo, a como afianzar las cuentas de mi reino y como poder economizar lo máximo posible, en estos tiempos difíciles por los que pasamos. Ya sabes que las tierras este año no han dado su fruto, pero yo sigo haciendo uso de mis derechos reales y gracias al usufructo, en palacio no estamos muy mal. Ya sé lo que me vas a decir, y si llevas razón, esto cambiará, pero ahora mismo es necesario.

Bueno espero que entiendas que si te escribo es porque yo personalmente me siento cruel y villano. A veces voy a la cuadra y veo a Imperioso y decidido cabalgar un rato y pasearme por el reino, veo que los campesinos y siervos me miran con desprecio, como si estuvieran conspirando a mis espaldas. Antes paseaba junto a ti y todos nos saludaban, ”adiós Eric, adiós Ariel”. Cuando me doy la vuelta cuchichean y hablan de mí, tú sabes que siempre me importó poco lo que dijeran de mí, pero desde que tú no estás, todo es tan intenso. Al principio preguntaban por ti y me decían lo apenados que estaban por no poder hablar contigo, el trato que le ofrecías, tu dulzura, no poder sentirse cobijados,… pero les he prohibido la palabra. Entiéndelo sirena mía, cada vez que suena tu nombre, es como si un ola de cinco metros me golpeara por la espalda, y me revolcara hasta la orilla, esos segundos en los que vuelta tras vuelta te sientes inestable y con ganas de respirar, se convierten en horas y horas en las que tardo en recuperar mi propia estabilidad emocional.

Ayer estuve buceando por los acantilados del castillo, esos a los que dan mi ventana, en la que veíamos las puestas de sol más bellas de todo el mundo. Recuerdo mi brazo rodeándote y tú apoyada en mí, sobre mi pecho, dejabas escapar un suspiro y con los ojos cerrados, me decías que querías ver como se esconde el sol toda tu vida. Aún recuerdo tu cara la primera vez, con los ojos como platos dejabas caer unas lágrimas por tus mejillas al ver este emocionante espectáculo.

Mientras buceaba miraba por el agua cristalina las tremendas rocas que asoman como cuchillos afilados, su tacto deslizante hace que nadie se pueda agarrar con firmeza y te cortes con solo rozarte, pero conseguí descansar en una de ellas, me fijé bien y había restos de corales, aquellos mismos que lucías en las noches de bailes y celebraciones. Dios mío como me gustaba presumir de ti, todos nos miraban y malhumorados miraban a su pareja para recriminarles algo ¡Como nos reíamos después!

Entre las rocas y por accidente encontré tu camisón y una botella. No me puedo imaginar cómo has podido dar tal salto desde el balcón, tampoco es de extrañar, pero mirando a ojo los 10 metros de altura no se los quita nadie, hasta al mismo Gulliver lo vería algo excesivo, no es que dude de tus cualidades sirenita, de todos es sabido que en el mar eres como gota que fluye a su antojo pero si es cierto que desde aquel día no he vuelto a mirar por la ventana. Abriste los ventanales con tanto ímpetu y nervios que no te dejaba ver que estaban echados los pestillos, te ayudé, me miraste sería y con los ojos cargados de lagrimas y llenos de ira, dejaste caer la carta de tú hermana, te desprendiste de la bata y subiéndote a la baranda de piedra y respirando por última vez, saltaste. Aún no consigo olvidar de mi mente como desapareciste de mi vista y tu camisón roto y con sietes por todas partes aun me recuerda la efusividad con la que saltaste. Ni un beso de despedida Ariel, uno de aquellos que son del color de tu ropa interior, de los que tanta huella me han dejado y tanta pena me arrastra.

Bueno pensarás que soy un egoísta, solo hablando de mí, pero de lo que ocurre aquí no hay mucho que decir ¿Qué tal tu padre? ¿Se ha recuperado? Dile a Tritón que el waterpolo sin él no es lo mismo. Cuando se sienta mejor y pueda subir a la superficie, me pasaré con la barca a charlar un rato, tú sabes que desde que él apareció es como un padre para mí y no solo porque sea el míster del equipo, pero su personalidad y su carácter me hace sentir fuerte y con confianza, y aunque no lo parezca y mi pena inunde esta carta, solo espero su mejora la antes posible.

Mira lo que has dejado a un lado mientras leías estas líneas, es la botella que amparaba junto a tu camisón, yo creo que alguien la puso ahí queriendo, lo mismo Sebastián está haciendo de las suyas, pero era como una llamada. Y aquí la tienes, en cuanto acabe esta carta, la lacro, la envuelvo en hojas de ficus, la ato y la meto en la botella, esta vez sin el corcho, y me iré a la playa donde tantas veces he ido a buscarte con Max y desde donde te escribo, la tiraré al mar con todas mis fuerzas, mientras un grito desgarrado de mi voz dirá tu nombre y mis lágrimas salpicarán la arena seca, ahora húmeda.

Cuando termines de leerla , rómpela no te la quedes por favor, no quiero que mi declaración de amor hacía ti, sean unos folios cargados de pena y melancolía de un hombre que no quiere madurar si tú no estás a su lado, pero la verdad es que pasan los días y tú sigues sin venir y lo que antes era un jardín de rosas, orquídeas y gramíneas, ahora me parece un desierto lleno de espinas



Pd: He mandado a Inés, la costurera, aquella que tan bellos vestidos te ha hecho, que ponga cortinas negras, la inmensidad del mar me abruma y si tú estás bajo él, y no puedo encontrarte aún más.

5 comentarios:

  1. -Relato 1 de Rafael Peñalosa

    CARTA A JULIA


    Estimada Julia:

    Usted no me conoce, pero lo que tengo que contarle quizá me dé derecho a entrometerme en su vida. Le aseguro que nunca me hubiera dirigido a usted sin ser presentados o algo parecido debido al respeto que cultivo hacia las mujeres, hacia todas las mujeres, y a que me considero una persona educada que nunca abordaría a una mujer por la calle o en alguna cafetería sin conocerla previamente, si no fuera porque, sinceramente creo, que lo que voy a decirle puede ser de una importancia vital para usted.

    Todo comenzó hace poco más de un mes. Yo me encontraba en el interior de mi coche, con el asiento reclinado hacia atrás, con mi sombrero de fieltro negro echado sobre mi rostro para evitar la luz del sol que entraba por la ventanilla del conductor y escuchando música de jazz suave mientras esperaba la salida del colegio de mi hija pequeña. De vez en cuando oía voces cercanas de un pequeño corro de madres que también esperaban lo mismo que yo. Los sonidos que salían de sus bocas me impedían encontrar el sosiego que buscaba y llegó un momento en que se me hicieron insoportables y alcé el ala de mi sombrero para mirar con gesto de reproche a aquellas supuestas damas que más parecían la entontecida audiencia de uno de esos programas, mal llamados rosa o del corazón, de alguna cadena cutre de televisión. Y en ese instante la vi a usted. Llegó en su pequeño coche deportivo negro de una marca de lujo, aparcó justo al lado del coche que estaba estacionado a mi derecha, salió con una agilidad pasmosa y entonces, como si se tratara de un coro de tragedia griega, todas las asistentes a la tertulia rosa vespertina exclamaron a una: - ¡hola Julia! - No exento tal saludo de un cierto tono de envidia (Por eso sé su nombre).

    Solamente puedo –o debo– decirle que, desde el mismo momento en que la vi, esa especie de paz interior que parecía haberse asentado en mi mente en los últimos meses, se vio trastornada por esa clase de impresión que usted debe de saber que produce en los hombres que la ven por primera vez. Así que ya cuenta desde entonces con un cautivo más para su, no me cabe duda, larga y amplia colección de admiradores masculinos.

    El caso es que, desde ese día, cada vez que me tocaba ir a recoger a mi hija al colegio se convirtió en algo excitante, solo por la posibilidad de verla de nuevo aunque fuera de modo fugaz. Fue uno de esos primeros días que reparé en aquel tipo. Al principio pensé que le había sobrevenido la misma enfermedad que a mí, pero al cabo de pocos minutos percibí que no la miraba como yo la miro, sino ¿cómo lo diría? Como si se tratara de un objetivo, eso, de su objetivo. Así que, a partir de esa sensación no dejé de vigilarlo. A veces, llegaba en su moto de media cilindrada un poco antes que usted y otras un poco después y hubo días en los que no apareció (o al menos yo no lo vi). Eso, y que nunca le viera hablar con usted ni con nadie, me hizo descartar que se pudiera tratar de un guardaespaldas, un escolta o algo parecido. Tampoco lo vi nunca recoger a ningún alumno o alumna -¿no le parece sospechoso? A mi sí-. De lo que sí me di cuenta es de que siempre arrancaba la moto en cuanto veía que usted se dirigía a su vehículo con su hija (algo mayor que la mía) cogida de su mano y, como se debía saber el recorrido que hacía de memoria, unas veces salía delante de usted y otras inmediatamente detrás.

    Estaba intrigado, lo reconozco, así que comencé a trazar un plan para averiguar más sobre ese hombre y sus intenciones, ya que usted no parecía darse cuenta de nada, ni entonces ni ahora.

    Cuando me tocara recoger a mi hija no tendría opciones de seguir al tipo ese, así que pensé comenzar mi tarea de investigación los días en que le tocara a mi ex-mujer, y eso suponía una pequeña dificultad a mi incipiente plan, ya que no podría dejarme ver ni por mi hija ni por mi ex-mujer, pero eso lo solventé con cierta facilidad: lo acecharía en la rotonda próxima al colegio que está en su camino y que, por suerte, es la opuesta a la ruta de vuelta de mi ex-mujer. Otro problema era cómo seguir a una moto desde un coche, pero eso lo solucioné recuperando mi “scooter” de 125 cc. que tenía olvidada hacía algún tiempo en el garaje de mi casa. En cuanto al calendario, podría seguir a su seguidor los martes, jueves y viernes alternos. Por otra parte, y para no “quemarme”, aplicaría un principio que me enseñó hace tiempo el padre de una compañera de clase de mi hija que fue policía y que estudió Criminología y ahora trabaja para una agencia de detectives privados en su tiempo libre a modo de pluriempleo: lo mejor sería seguirlo de manera tan natural que, algunas veces, es mejor estar por delante del objetivo que detrás (tal como lo hace él ¿no es curioso?).

    Un martes, días después, puse en práctica mi rudimentaria pesquisa. Él la siguió, a cierta distancia, hasta su casa en la urbanización Simón Verde (por eso sé donde vive). Se quedó hasta diez o quince minutos más después de verlas entrar y luego arrancó su moto y se fue. Yo partí tras él, pero al llegar a uno de los semáforos de entrada a Sevilla lo perdí entre el denso tráfico que suele haber a esa hora de la tarde.

    El jueves siguiente corrí la misma suerte, se me volvió a escapar entre el tráfico de la ciudad, como me sucedería bastantes más veces. Pero hace unos diez días, logré no perderlo de vista y, después de dejar su moto en un aparcamiento subterráneo privado del centro de la ciudad, lo vi entrar –no se lo va a creer usted- en una Iglesia. Yo aparqué mi scooter en la acera y penetré en el templo que, a esas horas estaba en penumbras, y traté de encontrarlo, pero solo encontré vacío. Me senté en un escaño discreto en uno de los laterales más oscuros y me dispuse a esperar a ver si aparecía. A eso de las 20:15 horas ya no estaba solo, unos pocos feligreses, casi todos ancianos, habían ido llegando y se distribuyeron entre los bancos más cercanos al presbiterio y las luces del templo se encendieron. Quince minutos después, le vi salir desde la sacristía hacia el altar con un monaguillo que le seguía de cerca y dijo una misa.

    Todo esto que ahora le cuento, me produjo tal perplejidad que me quedé sentado en mi escaño hasta mucho después de terminar la celebración eucarística, tratando de asimilar lo que había visto y su significado. Hasta que se apagaron de nuevo las luces y el sacristán me pidió amablemente que me fuera porque iba a cerrar las puertas.

    Cuando llegué a mi casa, tan sola desde hace tanto tiempo, ni siquiera cené. Me fui directamente a mi dormitorio, me desnudé y me acosté. Pero no pude dormir porque mi cabeza se comportaba como un ordenador en proceso de desfragmentación del disco duro. Finalmente, traté de imaginar la relación que un sacerdote católico podría tener con usted (teniendo en cuenta que usted no parecía reconocerlo) y llegué a la conclusión de que, probablemente, usted viniera un día a esta parroquia a confesarse y que no viera su rostro a través de la celosía de la ventanilla lateral del confesionario, que está en la parte más sombría de los laterales y que, sin embargo, él sí que pudo verla cuando se retiró del pequeño locutorio y, como tantos otros hombres, quedó prendado de su belleza y de sus formas tan... insinuantes, aunque usted no sea consciente ni se lo proponga en ciertas situaciones.

    Ahora sé que interpreté equivocadamente la mirada de ese hombre. Seguramente su espíritu se debatía entre su condición sacerdotal y sus instintos de macho, creándole un grave problema de conciencia. Por supuesto que lo seguí los siguientes días y, siempre, ocurrió todo de la misma forma... Hasta ayer, que ni vino al colegio ni dijo la misa de las 20:30. Fui a la sacristía y pregunté por él y el sacristán me dijo que esa misma mañana había partido hacia Brasil, donde al parecer están ganando terreno los cristianos protestantes, y que él mismo había solicitado al Obispado su traslado a esa tierra tan lejana.

    Bien, llegados a este punto, creo que es el momento de presentarme formalmente: soy uno de esos tranquilos directivos prejubilados de banca que tanto abundan desde hace unos años, cincuentón pero en buena forma, divorciado hace dos años (de nuevo), con una buena situación económica y, como ya he dicho antes, con una hija pequeña que vive con su madre y otra bastante más mayor, fruto de un matrimonio anterior y que es independiente desde hace bastante tiempo. Por tanto, vivo solo y sin animales de compañía. Solo conmigo mismo y mis pequeñas aficiones: la literatura, el vino y el jazz. Pero sobre todo, dispongo de mucho tiempo libre para dedicarle.

    Usted vive con su hija pero sin hombre y tengo que confesarle que ahora soy yo quien la sigue martes, jueves y viernes alternos. Si usted quisiera, yo le podría ofrecer todo el tiempo del mundo y todo el amor que tengo acumulado después de tantos años de desamor y de elecciones equivocadas. Sé que usted podría ser la mujer de mi vida y que yo podría ser el hombre de la suya. Podría, además, brindarle toda mi experiencia en muchos aspectos de la vida y hacerla feliz por el resto de sus días. No le quepa la menor duda. En cuanto a su hija, ya se habrá dado cuenta de que he criado a dos y que nos llevaríamos a las mil maravillas.

    Dejaré esta carta en su coche entre los pedales del acelerador y el freno para asegurarme de que nadie más la pueda leer, aprovechando su mala costumbre de no cerrar las puertas mientras va al encuentro de su hija.

    Espero ansiosamente su respuesta. Si fuera positiva, dígamelo cuanto antes, por favor. Ya sabe, soy el que espera a mi pequeña a la salida del colegio con un sombrero de fieltro negro sobre mi rostro y dentro de un coche también negro.

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  2. Demasiadas faltas de ortografía, ¿no?

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  3. Anónimo3/4/09, 3:31

    PURO CÁNCER PARA LOS OJOS

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  4. Hola, soy John Smith sin cámara de aire ni nada. Si quieres, podemos quedar en el bosque donde tántas gallardas me hice pensando en el sinuoso cangrejo, pero pequeño a la vez, a ojo unos diez centímetros no se los quita nadie, ¡Qué bonito recuerdo! ¿Te agrego al tuenti? ¿Tienes facebook?

    legionariopregunton22@hotmail.com
    yo también me siento solo. quedada en el castillo de la cenicienta, pasalo.

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  5. Zorro, que sepas que tengo a Gastón, Pinocho, el príncipe de la Cenicienta y Winnie the pooh esperándote a la puerta. Nadie se mete con un clásico de Disney y sale indemne.

    john.

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