Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

7/6/09

-Relato 9 de Paco Basallote

Con mucho respeto

Al abrir la ventana sientes algo de fresco y buscas la bata para tapar la desnudez con la que habitualmente te despiertas. No suele hacer ese tiempo húmedo en esta época del año, a las puertas del verano, pero la ropa de lluvia sigue en el armario. Marita aún no la guardó. Los martillazos de la obra del futuro edificio de enfrente te obligan a madrugar. Va a dejar sin vistas tu ático alquilado al quedar tres pisos por encima y nada puede hacerse. Esta noche no has dormido bien con la tormenta. Tras enfundarte la bata te diriges a la cocina. Ella dejó ayer un pan riquísimo de cereales. Lo hizo su padre en la aldea donde se instaló. Es un poblado de la sierra, fundado por hippies hace veinte o treinta años. Deslizas miel en la rebanada ya tostada y crujiente, a punto de quemarse, y disfrutas como cada día de este solitario momento.
Te montas en el metro que recientemente ha estrenado la ciudad. Al oír la voz de la chica que indica las diferentes paradas, te pones de pie porque sabes que te queda una para bajarte. Y necesitas tu tiempo para llegar a la puerta. La voz ha repetido ya varias veces el nombre de tu parada y justo en ese momento llegas a la puerta que se acaba de cerrar. Pero vuelve enseguida a abrirse. Y consigues salir de allí.
-Hola Ernesto, ¿qué tal? –en el andén te saluda con afecto una voz femenina y te detienes.
-Qué tal Marita. ¿Qué haces aquí? –pones la mano en su hombro. Le das dos besos que ella te devuelve. La gente alrededor camina con prisa.
-Tengo una nueva casa en este barrio – te llega su olor a colonia fresca. Un escalofrío te recorre la nuca.
-¿Pagan bien?
-Sí, pero no tanto como tú.
-Espero que estés bien –le tocas el pelo. Le sonríes. Supones que ella también lo hace.
-¿Voy pronto a tu casa?.
-Sabes que tienes la llave. Cuando te venga bien. No hay problema.
Te acercas prudentemente para darle un beso de despedida, pero titubeas, y detienes el movimiento. Agarras con fuerza tu bastón:
-Iré el miércoles Ernesto.
-Vale. Que tengas un día estupendo –ahora sí la besas en la mejilla, le dices adiós con la mano.
Continúas tu camino unos metros. Cuando sospechas que ella no te ve, te apoyas en una columna. Suspiras, descansas, tocas tu pecho. Sientes el frío del metal de tu estilográfica en el bolsillo de la camisa. Tras unos minutos, sigues adelante.
En tu despacho de la asociación puedes refugiarte y descansar del revuelo de afuera. No te sientes con mucha fuerza. Una pastilla de paracetamol. Todo sigue igual ahí, las dos butacas, la maceta con lavanda junto a la ventana dando aroma a toda la estancia. Sigue todo limpio, es agradable estar en tu despacho. Su limpieza bien podría haber sido obra de ella. Este lugar te invita ha trabajar: muchas horas has pasado ante el ordenador, muchas fichas de nuevos miembros desglosadas y estudiadas con toda tu atención. Veinte años analizando las situaciones de nuevas personas que han perdido la visión. Como te pasó a ti. Mucha responsabilidad decidir qué camino es el mejor para ellos. Qué personalidades van acordes con un determinado proceso de aprendizaje. Qué individuos mejorarían su situación con un perro guía. Cuáles no estarían preparados para esa ayuda que requiere paciencia y entendimiento con el animal.
Suena el teléfono. Respondes: “¡No puede ser! ¡Ismael! (…) ¡Años sin verte!. (…) ¿Estás aquí en la puerta?(…) Dile a Sergio el conserje, que vienes a verme.(…) No me lo puedo creer”.
Escuchas una traviesa sucesión de golpes en la puerta.
-¡Pasa, pasa, por favor! –te has levantado y estás apoyado en tu escritorio.
-¡Ernesto! –la voz del teléfono está ahí al natural. Ha venido de hace muchos años atrás.
-Ismael, qué de tiempo sin saber nada de ti –el otro te está abrazando, tú haces lo mismo.
-Supongo que la vida absorbe –sientes cómo te suelta- La vida, que como dijo Lennon es lo que pasa…
-..mientras hacemos otras cosas. No intentes impresionarme, seguro que lo has leído en el periódico mientras venías en el autobús…
-Bueno el otro día leí un libro de citas famosas en la peluquería…Ja, ja. Te veo igual que siempre.
-Yo a ti también.
-Qué mentiroso eres…
-Bueno verte verte, ja, ja, lo que se dice verte…Bastante tengo con oírte…
-Sigues igual.
Rodeas tu escritorio y le haces un gesto a Ismael para que se siente. Sonríes, tamborileas un poco el cristal de la mesa con los dedos.
-A qué se debe esta visita…que te agradezco Isma, no sabes cuánto me alegro.
-Mi sobrino, el segundo de mi hermano.
-Sí.
-Ha nacido con una carencia de visión. Al parecer su probabilidad de ver es muy limitada.
-¿Qué edad tiene?
-Nació hace seis meses. Sus padres están destrozados. Yo les he hablado de ti.
-Es una buena edad. La parte médica también podemos ayudarla en la asociación. Tenemos mucha experiencia. Pero lo más importante es el lado educacional. Dale mi teléfono a tu hermano. Sería conveniente que viniera con su mujer.
-Sí.
-Hablaré con ellos. Si están de acuerdo haremos lo posible para que el niño disfrute de todos los recursos de la asociación.
-Ernesto, muchas gracias por todo de verdad…
-Sabes que lo haría con cualquier niño en esta situación. Siento de verdad lo que ha pasado.
-Viéndote a ti, se que mi sobrino puede llegar a ser cualquier cosa; se que le espera una buena vida.
-¿Cómo va la tuya?
-Bien –Ismael se cruza las piernas en su butaca, oyes el cuero del asiento y sabes lo que significa en estos momentos de sinceridad –Bien en parte –Ismael suspira profundamente, y su voz cambia totalmente de tono. -Bueno rompí con Blanca, rompimos hace tres meses.
-Lo siento de veras.
-Ha sido…está siendo duro…pero la verdad es que no podíamos seguir juntos, aunque nos ha costado mucho dejarlo…
Palpas tu reloj. Son las diez y cuarto. Suspiras y descargas tu ansiedad. Sólo se te viene a la cabeza un humilde ofrecimiento:
-Haré por tu sobrino lo que pueda. Por ti, no se me ocurre otra cosa que invitarte a desayunar.

Es temprano y los martillazos del futuro edificio de enfrente están otra vez en acción. Oyes movimiento en la casa, choques de unos platos con otros. Una silla que se arrastra. Son sonidos sutiles, fruto de acciones delicadas, pero tú los distingues perfectamente, entre los martillazos. El día que éstos cesen, tu ático habrá quedado tapado por un edificio muy moderno y exclusivo. Dejará a tus vecinos sin las vistas que esta altura ofrecía. Pero en los bajos de los locales nuevos seguramente pongan nuevas cafeterías y comercios. Dará vida al barrio. Quizás el casero ceda ahora a venderte el piso con el que estás tan a gusto, quien mejor que un ciego para habitar un ático sin vistas.
Te levantas de la cama. Te vistes con la ropa de andar por casa. Te metes en el cuarto de baño y te lavas la cara. Te compones un poco el cabello despeinado. Ahora sí entras en la cocina:
-Buenas Marita –sientes el olor de su colonia.
-Qué tal Ernesto.
La besas. Te besa.
-Has venido un poco más temprano que de costumbre ¿no? –hablas pero no piensas: la sinfonía de olores te llena de alegría.
-Sí, es que mi padre vino de la sierra y me trajo.
-¿Qué tal le va?
-Muy bien. Me ha mandado saludos para ti.
-Dile que el pan está riquísimo.
-Me ha dado más para ti.
-No tenía que haberse molestado Marita.
Extraes dos rodajas de pan de cereales de la bolsa y lo metes en la tostadora. Marita prepara dos cafés. Extiendes miel en tu tostada. Ella vierte aceite en la suya.
-¿Qué tal en tu nueva casa?
-Bien. Es una señora mayor. Vive sola, como tú. –respiras con profundidad, y la miras. No dices nada.
-Me ha dado buena espina esta mujer. Me ha tratado con mucho respeto. No me gusta limpiar en cualquier casa.
-Eso me halaga. Y me alegro que estés cómoda con ella.
-Necesito estar cómoda, que el dueño de la casa confíe en mí y me trate con respeto.
Te duchas. Te despides de Marita. Cuando vuelvas, ya se habrá ido. Se te coge un pellizco en el pecho. Coges el bastón y sales camino del metro. Cuando estás en la boca del metro te asaltan las dudas: algo te dice que no llevas las llaves. En el bolsillo está tu cartera, pero ni rastro del llavero. Te das la vuelta y vuelves a la casa. Antes de subir coges el móvil y llamas a la asociación: “¿Sergio? (…) Sí soy, yo Ernesto Atienza. Tenía una cita con unos padres, a las diez y voy a llegar algo más tarde. Sólo veinte minutos. (…)Te lo agradezco Sergio. Son parientes de un viejo amigo.”
Ella te abre. Sonríe. Otra vez el olor de su perfume. Te tiemblan las piernas. Le explicas por qué estás allí de nuevo.
-Las he visto en tu mesita, cuando he ido a hacerte la cama. Espera, te las traigo.
Y esperas en el salón. Dejas el bastón junto al sofá y te sientas. Ella viene y te da las llaves.
-Ya sabes Marita, esto es la edad. –dices sonriendo- Voy a tener que jubilarme e irme con tu padre a la sierra, a hacer pan artesano.
-Te quedan aún muchos años para jubilarte, Ernesto -Marita se ríe y tú también.
Entonces haces el esfuerzo, te levantas y te diriges a la puerta. Le dices adiós a Marita. Llegas al metro, te sientas en el vagón, y escuchas a la locutora avisando del nombre de la siguiente parada. No deja de sorprenderte que haya llegado el metro a tu ciudad. Palpas el reloj: son las diez. Llegarás con media hora de retraso a la entrevista con el hermano de Ismael y su mujer. Sergio les habrá hecho pasar a la cafetería, así que eso no es un problema para tí. El metro está concurrido pero no tanto como a la hora en la que lo sueles coger. Llegas a la puerta del vagón, notas como la gente es amable, te hace hueco y desciendes, bastón en mano.
-Hola…Ernesto…-una voz femenina.
-Hola ¿qué tal? –un olor a colonia fresca. Un escalofrío recorre tu cuello.
-Mucho tiempo. Hace mucho mucho tiempo.
-Sí Blanca, mucho mucho tiempo.

2 comentarios:

  1. Hola Paco.
    Me ha gustado tu relato bastante, la elección de un protagonista ciego junto con la técnica en segunda persona hace una mezcla muy sugerente. De alguna forma parece que un ciego es una persona no libre, a la que la ceguera le va diciendo lo que tiene que hacer. Muy bien.
    Paco, un favor, a ver si me puedes comentar de qué va el relato 10 y si dijo algo interesante sobre la novela.
    Saludos!!

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  2. Manuel gracias por echarle un vistazo a este relato!
    El relato 10 me parece que no existe, ya que la última clase se dedicó exclusivamente a la novela. De esta se piden 75 folios a entregar antes del 18 de septiembre en el Buzón 99 de la Facultad CC de la Educación , avda. Ciudad Jardín, A/A Profesor José Carlos Carmona. Explicó que debemos decidir qué tipo de narrador le va mejor al argumento que hemos pensado, que no olvidemos el tono, en el sentido de una impostura que sirve de vehículo para retomar la narración cuando nos levantamos y nos volvemos a escribir. Además es la clave del éxito de muchas novelas: como por ej. La Flaqueza del Bolchevique (el cómo se cuenta más que el que lo cuenta) ahí el narrador parece que está todo el tiempo mosqueado (tono de mosqueo).
    Espero haberte ayudado, compañero.
    Seguimos en contacto.
    Un saludo! Paco.

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