Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

4/6/09

-Relato 8 de Elena León.

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS.

Llevaba un par de meses en su nuevo trabajo y aun no se había acostumbrado a llevar esa ropa remilgada y de niña bien. “En esta empresa es imprescindible llevar una ropa adecuada a la seriedad del trabajo”. Le dijo la mujer de Recursos Humanos que le hizo la entrevista. A lo que Ana asintió convencida. No pensaba lo duro que le resultaría tener que llevar todos los días, faldas, pantalones de pinzas, tacones y camisas recién planchadas. “Peinado impecable y maquillaje discreto”. Le aconsejó de nuevo la entrevistadora con aspecto de Señorita Rotenmeyer.
Salió del coche sacándose la camisa por fuera, no se quitó la chaqueta ajustada porque la tarde refrescaba. Entró en el edificio detrás del vecino del cuarto, un señor cuyo entretenimiento era observar la vida ajena de los demás vecinos.
-Buenas tardes-dijo ella, parándose a su lado con voz juvenil.
El anciano la miró de arriba abajo.
-Buenas tardes-carraspeó con voz oxidada por los años.
Las puertas del ascensor se abrieron, ambos subieron uno detrás del otro. El anciano sin preguntar pulsó en los botones el número tres donde se paraba ella y luego el cuatro donde se paraba él.
-Mañana suben las temperaturas-apuntó el viejo nada más ponerse el ascensor en movimiento.
-No creo que suban mucho, hoy hace bastante fresco-contradijo ella distraída en los botones de su chaqueta. Notaba la mirada de su vecino fija en su culo y piernas. Ella se sentía incómoda, pero prefirió no decir nada. La última vez que ella le dijo algo sobre ese tema él le dijo: “Mentirosa, que dices que yo te miro el culo y las piernas y tu te contoneas ante mí con esas faldas ajustadas y me miras sonriente. La próxima vez le diré a todos que eres una buscona”.
-Hazme caso, mejor será que saques la ropa de verano si no te quieres asfixiar con esa chaqueta de terciopelo-insistió el viejo con lascivia.
Ella no dijo nada, esperó impaciente a que el ascensor se parara en su planta.


-¡Odio a ese tipo, lo odio!-gritó al entrar en su piso, tirando el maletín y las llaves sobre uno de los sillones.
Fue directa al dormitorio, por el camino se iba quitando los tacones y los pendientes, su novio la seguía detrás con el delantal puesto lleno de manchas y la espumadera impregnada de aceite goteando por el suelo.
-¿A quién odias, al señor Garrido?-preguntó su novio divertido.
-Pues claro, ¿a quién sino? Y no es ningún señor, es un viejo verde y asqueroso.
-Bueno ¿y que te ha pasado con el viejo verde ahora?-seguía bromeando ante los bufidos incomprensibles de su novia.
-Pues lo mismo de siempre, no veas como me mira. Va y me dice: “Mañana suben las temperaturas, saca la ropa de verano”-lo imita poniendo la voz del viejo decrepito-. Que sería lo mismo que si me dijera: “Oh nena, mañana empieza el calor y te podré ver bien las tetas sin esa chaqueta que llevas”.
Su novio suelta una carcajada, ella se gira molesta tras quitarse la chaqueta y la camisa.
-¿De qué te ríes? Deberías subir y decirle algo.
-Estás loca, como voy a subir y decirle “Oye, deja de mirarle las tetas y el culo a mi novia”. Eso no se dice así, no se puede-. Niega con la cabeza-. Además él viejo tiene razón, es que tienes buenas tetas.
Ella suelta un nuevo bufido molesta y le tira un cojín que coge de la cama, cayéndole sobre el delantal y manchándose de lo que fuera aquellas manchas que llevaba impregnadas. En ese momento ella se da cuenta del delantal, del cojín ahora manchado y de la espumadora goteando en el suelo. Se olvida del viejo verde y la emprende ahora con él.
El desaparece sin hacerle caso del dormitorio y se va hacia la cocina, ella lo sigue riñéndole por cada mancha de aceite que ve por el suelo. La cocina está llena de humo y huele a quemado. Ana se olvida de las manchas y del viejo verde y se centra en el humo y en el aspecto desordenado y sucio de la cocina.
-¿Daniel pero qué has hecho? Mira la que has liado, podíamos haber salido ardiendo-grita desesperada, con la parte de arriba del pijama en la mano ondeando como una bandera mientras agitaba los brazos de arriba abajo.
-Sólo quería prepararte algo especial para la cena-dijo abatido Daniel, tirando la espumadera sobre el fregadero apilado de cacharros y quitándose el delantal.


El despertador sonó a las ocho, Daniel alargó la mano y lo apagó, pero ninguno de los dos se movió para levantarse, la noche anterior finalmente hicieron las paces y se acostaron tarde. Que maravilloso le resultaba a Ana las reconciliaciones. Con ese primer acercamiento, midiendo el terreno, comprobando hasta que grado estaba él enfadado o no. Se iba acercando lentamente, observando sin ser vista, sin llamar la atención. Como el gato que se acerca a su presa y tras horas de fingida indiferencia decide atacar cuando su trofeo ya se ha acostumbrado a su presencia y cree que no le depara ningún peligro. Y entonces el felino salta sobre la sabrosa recompensa. Y cuando finalmente la tiene entre sus garras, se olvida del tiempo de espera, de los minutos interminables de sigilo y observación y ahora disfruta del momento. Le mordisquea en el cuello y le susurra palabras suaves al oído, él sonríe y al instante cae en los brazos de su depredador.
El despertador volvió a sonar, ella esta vez se levantó de un salto, quería darse una ducha antes de irse a trabajar.
-¿Qué tiempo crees que hará hoy?-carraspeó ella con voz soñolienta levantando la persiana.
Daniel estira su metro setenta y siete debajo de las sabanas.
-Saca el brazo por la ventana, si los vellos se te ponen de punta, frío. Si no se te mueve un solo pelo, calor, eso nunca falla…-dijo él mientras bostezaba.
-El viejo verde me dijo que hoy haría calor, pero es que anoche hacía frío ¿tú qué crees?
-No empieces otra vez con el viejo-. Se levantó y fue hacia el baño.
Ana sacó el brazo por la ventana, un sol fuerte comenzaba a brillar, no vio ni una sola nube.
-Creo que hará calor-dijo abriendo el armario-. ¿Y ahora qué me pongo? no tengo nada de verano sacado y menos aun que sea arreglado-. Pasó la mano por todas sus camisas y chaquetas que se había ido comprando en los últimos meses para ser una elegante y aburrida secretaria de administración para la empresa para la que trabajaba.
-Saca algo del año pasado, tienes montones de camisas, camisetas, pantalones, faldas y un largo etcétera de todas esas cosas que os ponéis las mujeres.
-Sí claro, ropa llena de colores, con mensajes antipolíticos y pantalones anchos y caídos. Muy apropiado, sí señor. “Por qué te compras esa ropa tan estrafalaria” le había dicho su madre cuando unos años atrás todavía iban juntas a comprar ropa.
-Algo tendrás, mira bien.
Ella fue al armario de la otra habitación, lo abrió y vio ropa amontonada de sus años de universidad, de sus años de cervezas en el césped del campus, de bocadillos bajo la sombra de algún árbol y se ve a si misma con la mochila de cuero a la espalda cargado de libros y papeles arrugados, igualito que la pulcritud y orden que llevaba ahora en su maletín negro. Siente añoranza. “¿Otra cerveza? Aun es temprano”. Oía a su amiga Diana preguntarle y sin esperar respuesta iba hacia la barra a por un par de cervezas más.
-Vas a llegar tarde-asomó Daniel la cabeza en el dormitorio, con pantalones vaqueros y camisa de mangas cortas.
“Él si puede ir al trabajo como le de la gana” parecía pensar mirando distraída a su novio, luego volvió al tema principal de qué ponerse. Comenzó a sacar camisas del armario. “Esta no, esta tampoco, esta para nada, con esta seguro que me obligarían a ir a cambiarme” decía mientras las iba tirando sobre la cama. “Esta tiene un pase, esta a lo mejor, esta… esta es perfecta”. Sacó una blusa blanca entera con un pequeño encaje en el cuello y en las mangas. Se para un momento contemplándola, como intentando recordar de dónde había salido. Va al baño corriendo, abre el grifo de la bañera, se da una ducha rápida, va con el tiempo justo. Sale de la bañera y tras ponerse el pantalón de pinzas más fresco que tiene se pone la blusa de verano. Se mira al espejo, no le convence lo que ve. Va hacia la cocina en busca de su novio.
-Me queda un poco estrecha ¿verdad?
-Bueno…no está mal. El café ya está hecho-dijo Daniel mientras se untaba una tostada de mantequilla-. Desayuna que ya vas tarde.
-Ve preparándome el café vuelvo enseguida.
Se fue de nuevo al baño, se levantó la camisa y vio que unos michelines se habían alojado en su barriga, así sin avisar, habían llegado, habían estudiado la zona y habían elegido un buen sitio para quedarse allí tranquilamente sin molestar. Y ahora que se habían relajado que se habían tirado a la buena vida, empezaban a sobresalir por los laterales del pantalón llamando la atención. Y dijera lo que dijera su novio, la camisa le quedaba estrecha. Ya no tenía tiempo de rebuscar algo mejor, se puso un cinturón ancho y un collar para disimular, se peinó y maquilló rápidamente. Fue a la cocina, cogió la taza de café y dio un sorbo, estaba frío, ella puso cara de asco y lo dejó a un lado.
-Esto no hay quien lo beba, ya tomaré algo luego-. Fue hacia al armario de los dulces y olvidándose de los michelines cogió un par de donuts. Se despidió de su novio y se marchó a toda prisa.


Ana estaba enfrascada realizando un estudio de cómo poder ahorrar en material de oficina y evitar despilfarrar en compra masiva de bolígrafos, libretas, paquetes de folios y todas aquellas cosas que son imprescindibles en toda empresa y cuyos empleados consideraban que también eran imprescindibles en sus casas. Ella siempre decía que sería más fácil y rápido concienciar a todos de no llevarse material a sus cosas antes de pasarse horas con aquella estupidez. Eran las doce y media y llevaba más de veinte minutos bostezando sin parar, el tiempo que llevaba realizando ese absurdo estudio. El aire acondicionado estaba puesto y comenzaba a tener la garganta seca. Se levantó y fue a la máquina a por algo de beber. “Voy a tomarme un café bien cargado”, le había dicho a su compañera de despacho antes de levantarse.
Volvió con la taza en mano, soplando a la bebida, se sentó en su asiento y cerró los ojos relajada, un segundo, sólo necesitaba un segundo de relajación. El botón del pantalón se le estaba clavando en la barriga dejándole un cerco rojizo en su piel blanca y algo flácida. Se incorporó en el asiento, dejó la taza a un lado y se cogió de nuevo las carnes que le rebosaban por fuera del pantalón.
-Tengo que hacer algo con esto-dijo.
-¿Con qué?-preguntó su compañera sin levantar la vista de su ordenador.
-Con mi barriga, he debido engordar por lo menos dos o tres kilos, no sé cuando fue la última vez que hice deporte o me puse a dieta.
-Yo antes de entrar aquí a trabajar estaba como tú, cinco años después ya ves…-le dijo esta vez girándose hacia Ana y enseñándole sus carnes caídas y colgantes de brazos y piernas-. Unos diez kilos mínimo he engordado desde que estoy aquí. Al final te acostumbras y ya no te acuerdas de si estás gorda o no-. Se giró y volvió a fijar la vista en el ordenador, cogió un pastelito de chocolate de un plato que tenía al lado del ordenador y se lo metió entero en la boca-. Después ya no te acuerdas, disfrutas y ya está-dijo con la boca llena soltando miguitas que caían sobre la mesa.
Ana se quedó un instante contemplando a su compañera y se vio a sí misma cinco años después, un escalofrío le recorrió por el cuerpo. No quería ser como Adela en nada, una vieja con sólo treinta y seis años, orgullosa de sus carnes flácidas y con aspecto de ratón de biblioteca, con esas gafas negras puntiagudas y esa ropa de Barbie geriátrico. A ella aun le quedaban diez años para no caer en las garras de la Diosa Dejadez, patrona del noventa y nueve por ciento de las mujeres de más de treinta y cinco años.
Se volvió hacia su ordenador, abrió su correo y escribió un e-mail a tres de sus mejores amigas, les habló de la Operación Bikini y de que el verano estaba a la vuelta de la esquina. Les adjuntó un decálogo que había cortado y pegado de Internet en el que se hablaba de los beneficios y porqués de hacer deporte y ponerse en forma. Finalmente las citó para esa misma tarde a las ocho y media en la Villa Olímpica, nombre con el que se conocía popularmente al Parque de la Esperanza, o Vía del Colesterol como otros más mayores lo llamaban, ya que se decía en broma que había allí mas gente en chándal que en unas olimpiadas.


Salió de su casa a las ocho y veinte, con un viejo chándal y zapatillas de deportes puestas, uniforme indispensable para ir a La Villa Olímpica. En diez minutos se encontraría con su amiga Diana en el parque. Sólo dos de sus amigas les había respondido al e-mail, una confirmando que iría y la otra disculpándose porque ese día no podía ir. Subió al ascensor coincidiendo con su vecina de la puerta C, la misma que siempre iba con un muño a lo March Simpsons y un delantal de flores.
-Ay, cómo se nota que ya está aquí el verano y queréis poneros todas las niñas a la línea. Mi nieta está obsesionada con eso que llaman la Operación Bañador, va todos los días al gimnasio y está haciendo la dieta de la alcachofa esa.
-Claro, hay que ponerse en forma que luego en la playa queremos todas lucir buen tipo.
La vecina de la puerta C asintió y en ese momento antes de que le diese tiempo a decir nada más, se abrieron las puertas del ascensor. El viejo verde estaba esperando en el rellano, Ana al verlo lo esquivó como pudo y salió pitando. “Hasta luego”. Le había dicho a su vecina antes de esquivar al anciano.


Se encontraron a las ocho y treinta y cinco en la entrada del parque, decenas de personas iban y venían de allí para acá en bicicletas, patines, corriendo o simplemente andando. Se saludaron y como hacía un par de semanas que no se veían, antes de empezar con el calentamiento se pusieron al día de sus vidas.
-Pues eso es lo que te puedo decir, es que en mi vida no ha pasado nada interesante en las últimas semanas-dijo Ana encogiéndose de hombros tras relatarle algunos detalles de su trabajo y de su vida en pareja.
-Te entiendo perfectamente, no te creas que mi vida es mucho más entretenida-dijo Diana rascándose su pecosa nariz -. Dios, llevo aquí un par de minutos rodeada de árboles y ya me está afectando la alergia-. Estornudó y mientras se sonaba continuó-. Pues eso, igual que tú, del trabajo a casa y de casa al trabajo, todos los días igual.
-Ya ves… y en la facultad nos quejábamos de estar todo el día estudiando, allí por lo menos hacíamos cosas diferentes-dijo Ana.
-Ni que lo digas. Después de estudiar siempre nos salía algún plan, que si unas cervecitas, que si alguna fiesta…eso si que era vida, no esto.
Ambas rieron con añoranza recordando aquellos maravillosos años.
-Pues el otro día me estuve acordando de Andrés y Fátima ¿te acuerdas de ellos?-preguntó Diana estornudando nuevamente.
-Claro claro, compartimos con ellos buenas juergas, ¡eh!
-Resulta que el otro día organizando mis álbumes de fotos encontré unas fotos del día en que cogieron un pedo impresionante y se cayeron al río, ¿recuerdas?
-Sí, el día en que él se quería subir a la baranda del puente y Fátima trató de sujetarlo para que no se cayera-dijo Ana.
-Y al final cayeron los dos al agua-completó Diana.
-Ostras verdad, ¡qué fuerte!, que vino la policía y todo- rieron un buen rato recordándolo-. ¿Y tenías fotos de aquello?
-Siiiii, pensaba que se las había dado a ellos, fue una sorpresa encontrarlas, tienes que verlas.
-Claro, otro día te las traes.
-Por supuesto-confirmó Diana-. ¿Tienes un clínex? El mío está ya hecho polvo.
Ana sacó un paquetito de su bolsillo extrajo un pañuelo y se lo dio a Diana. Se quedaron en silencio pensando en aquella de tantas anécdotas de la facultad, Diana extendió el pañuelo y se sonó la nariz. A unos metros de ellas pasaron dos chicos atléticos en calzonas y camisa de tirantes corriendo.
-Vaya, ¿has visto a esos? madre mía-comentó Diana siguiéndoles con la mirada, pañuelo en mano y nariz enrojecida.
-Bah, ni siquiera nos han mirado-dijo Ana dando una patada a una piedrecita del suelo y cruzándose de brazos-. Antes en las discotecas se nos quedaban mirando todos los chicos y ahora ni una miradita de reojo. Es horrible, hay que ponerse en forma ¡ya!
-No seas exagerada Ana, que de eso sólo hace un par de años. Y sí, hemos cogido un par de kilos, pero de ahí a que ya no seamos sexys ni atractivas…hay una larga distancia.
-Bueno, al menos al viejo verde de mi vecino le parezco sexy, no es mi tipo pero no está mal para que me suba la moral-dijo Ana riendo, Diana que ya sabía del viejo del que le hablaba y conocía la historia rió también.
-Algo es algo, no te quejes. Yo ni eso-comentó Diana estornudando de nuevo y girándose hacia su amiga.
-Yo creo que es porque no traemos el conjunto apropiado, estos chándales que llevamos son de abuela, tenemos que venir con pantalón corto y top, como todas las chicas que vienen por aquí.
-Yo hasta que no pierda la barriguita no me pongo un top ni de broma.
-Vale, nada de tops, pero si algo más moderno. Mañana nos vamos de compras.
-Me parece bien. Pero, ¿nos ponemos ya a correr? Se nos está haciendo tarde.


Hicieron un par de minutos de calentamiento y luego se pusieron a correr sin controlar la respiración y sin llevar la postura adecuada. Ana aguantó apenas unos siete minutos corriendo aduciendo que le había entrado flato. “Yo sigo andando, me duele mucho el lado”, había dicho Ana antes de parar de correr. Diana que corría como un pato aguantó unos cinco minutos más, iba jadeando y la camisa empezaba a empapársele de sudor. De repente paró en seco.
-Ya no puedo más-dijo en un susurro casi inaudible, llevándose las manos a la cintura y echándose hacia atrás mientras esperaba a que Ana que venía un poco más atrás andando le diera alcance.
-Ey, ¿tú tampoco puedes más?-preguntó Ana con una sonrisa.
-Podría aguantar un poco más, me paro por ti, mejor es que vayamos las dos al mismo ritmo-dijo entre jadeos y de forma entrecortada.
-Si seguro, estás tan quemada como yo admítelo. Pero, ¿estás bien? Tienes la cara colorada como un tomate.
-Estoy bien, estoy bien-dijo mientras se sentaba junto a un árbol-. Descansamos un poco y luego nos vamos para casa.
-Es que has corrido muy rápido.
-Será eso…
Se quedaron allí sentadas unos diez minutos más, apenas quedaba ya nadie en el parque. Una pareja de ciclistas y dos chicas iban hacia la salida. Al fin decidieron que era hora de irse. “Ya estoy mejor, vámonos”. Dijo al fin Diana poniéndose de pie. Caminaron hasta la salida del parque en silencio, la noche estaba oscura y un aire fresco les acariciaba las mejillas.
-Al final cogeremos un resfriado-dijo Ana parándose en la puerta de La Villa Olímpica y poniéndose la parte de arriba del chándal-. Bueno que… ¿mañana a la misma hora?
Diana pareció pensativa.
-Bueno, mañana es viernes…y la verdad que lo viernes es para ir a dar una vuelta, de copas y eso.
-Sí, la verdad es que sí. Mañana no es un buen día.
-¿Lo dejamos para el lunes entonces?-propuso Diana.
-El lunes…tengo una reunión hasta tarde, hacemos inventario del mes-dijo Ana.
-Ah, vale. Pues no sé…ya nos llamamos para quedar ¿no?
-Sí, me parece bien, nos llamamos.
-Oye, de todas formas podemos quedar este fin de semana para hacer algo ¿no?-preguntó Diana.
-La verdad es que sí. ¿Iván viene este fin de semana?
-Sí sí, viene mañana.
-Pues llámame y hacemos algo los cuatros.
-Ok. Mañana te llamo.
Se dan dos besos de despedida. Diana vuelve a estornudar.
-Madre mía, que nochecita me espera de alergia.
-Tómate algo cuando llegues a casa-dijo Ana.
-Sí, eso haré. Bueno venga, mañana te llamo.
-Hasta mañana entonces.
-Hasta mañana.
Se fueron cada una hacia un lado. Ana se subió la cremallera de la chaqueta y se metió las manos en los bolsillos, parecía pensativa. Caminó unos cinco minutos y llegó a casa. En la parte delantera de su edificio el viejo verde paseaba a su perro, un pekinés cruzado con caniche con cara de mala leche, pelo ralo y encrespado. Ella se paró y los miró observando un cierto parecido entre perro y dueño. Los dos viejos, ya con poco pelo, cara de mala leche, solitarios y cuyo entretenimiento en los últimos años de sus vidas era olisquear a las féminas del barrio. Ana suspiró, había sido un día confuso: había regresado al pasado en sus felices años de universidad; se había visto en el presente con su vida monótona y aburrida; luego se vio así misma con diez años más dejándose llevar por la Diosa Dejadez y finalmente estaba ahí observando a la vejez, viendo como al final todos llegamos al mismo punto. Pero antes hay que pasar por un largo camino, por las mimas etapas, como en una carrera de fondo con un circuito lleno de obstáculos. Ella debía de estar pensando en aquello cuando sonrió con añoranza y entró en el edificio.

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