Gabriel García Márquez escribiendo "Cien años de soledad"

4/6/09

- Otro relato 9 Manuel López

Acústica

Entraste en la plaza de la Mariana por la calle que viene del Chikito. Y ya que estabas allí tenías que buscarle una esquina a la plaza desde la que sube una calle, es la cuesta que acaba en la Placeta de los Campos. Es a la izquierda conforme ibas entrando. Más a la izquierda; más a la izquierda, la cuesta está empedrada, te fijaste bien, pero es que el reflejo, justo desde donde estabas, te impedía ver los adoquines, giraste un poco, ahí los tenías, todos bien puestos. Se puso delante una furgoneta. Se puso justo delante y se ha parado, por eso no veías la tienda ahora. Lo que pasa es que había pillado a alguien. De ahí el sonido del franazo y el grito tan fuerte que se había oído. Mirabas, mandó a alguien contra la pared del café Futbol. Estaba allí estampada y ahora caía al suelo. No observabas la calle ni buscabas la tienda, solo atendías al accidente. Como la persona ha salido despedida del golpe la calzada quedó descubierta y el conductor de la furgoneta se dio a la fuga. Tú, poseído por un instinto primario echaste a correr hacia allí. Mirabas alternativamente a la furgoneta y a la mujer que yacía en el suelo. Veías la sangre roja y la matrícula del vehículo. Ambas son únicas, definitorias de su poseedor. Corrías y corrías. Y parabas con la mano los coches para que no te pillaran al cruzar. Una señora se echaba las manos a la cabeza cuando la apartaste. Al final con violencia porque se había quedado delante de la persona accidentada y no se apartaba.
- Señora, quiere apartarse, que soy médico, por favor.
- Sí, claro, no faltaba más, pase, pase.
- Soy médico, soy médico, ¿se han quedado con la matrícula de la furgoneta? yo no he podido, se me ha escapado… déjeme acercarme.
La cogiste por los hombros. Los sujetaste contra el suelo. Tenía los ojos abiertos.No estaba consciente. Por el pulso que le tomaste la perdías. La perdías porque ya la considerabas paciente tuyo. La considerabas perteneciente al ámbito de tu responsabilidad. Eras su médico. Sin tocarle el cuello acercaste tus labios a los suyos y notaste un débil hálito de vida. Sobre tu índice y tu corazón en el cuello su pulso se perdía. Comenzaste el boca a boca.
- Pero es que nadie ha llamado a la policía y a la ambulancia.- Lo decías gritando. Lo decías sabiendo que sí se había hecho. Lo hacías oyendo a lo lejos, tal vez tan lejos en la distancia que era un sonido en tu mente, sirenas y frenazos.- ¡Nadie, nadie!!
- Ya han llamado del bar, y yo también. ¿Qué podemos hacer?
Aunque lo que tu estabas oyendo ya era el conteo del tiempo que tu entrenada mente llevaba para realizar el masaje cardiorrespiratorio. Tuviste que poner sus piernas derechas para colocarte a horcajadas sobre ella, y entonces la fractura de las rodillas hizo de la articulación una gelatina movible. Cuando las sirenas que oías eran de verdad, o sea, fuera de tu mente, ya llevabas casi diez minutos intentando reanimarla.
- La mujer está destrozada, la ha reventado el cabrón por dentro.
La subieron en la ambulancia, inmovilizada toda la columna vertebral.
- No, agente, no he podido ver la matrícula.- Le dijiste muy serio al agente de policía.- Gracias.- Ahora se lo dijiste al camarero del café Futbol que te trajo un vaso de agua. Después le dejaste tu nombre, dni y teléfono a la policía y te alejaste. Sólo necesitabas respirar un momento para rehacerte.
Con paso corto te alejaste del lugar del siniestro y llegaste hasta el kiosko. Ese no es un kiosco de publicaciones sino de alimentos. Eso no lo sabías y te confundió. No te lo habría dicho bien. Algún ultramarino pero sobre todo panes, tortas, bollos, caramelos, golosinas y refrescos. Si entonces que estabas allí hubiera sido medio día lo habrías visto lleno de gente porque venden un pan muy bueno. Un pan casero con un olor como a humo que le traen al tendero desde Alfacar; siempre tiene una cola grande, una cola hasta que se le acaba. Cuando se acaba el pan pues cada uno a su casa, o a otra panadería mejor, porque eso de comer sin pan en Andalucía... O si, como ayer, comienza a llover a esa hora de las dos, la cola se llena de paraguas; pero no creerás que merma, tiene una clientela fija. Entonces lo rodeaste hasta que tu mirada localizó la cuesta del Campillo, y allí estaba. A pesar de tus ojos tristes por la impresión pasada reconociste los adoquines y la subida. Justo en el empiece viste el letrero: “Musical Alhambra”. Entraste y preguntaste, era allí. Y no te defraudaron. Te lo había dicho Luis que allí la tenían. Así se lo dijiste contento al hombre que te atendió cuando dijo que sí. Todavía la probaste un poco y punteaste el “More than and feeling” de Boston y el “Blowing in the Wind” de Bob Dylan. Al puntear viste manchita de sangre en dedo corazón. La Zender acústica negra, la de dos mil euros, con la que toca Springsteen. Te regalaron la funda endurecida. Y con ella del hombro, sonriendo, saliste de la tienda.

3 comentarios:

  1. Es muy bueno!!
    Atentamente. El Zorro

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  2. Anónimo7/6/09, 8:29

    Trepidante juego de enfoque y desenfoque. No te voy a engañar, la historia no me ha llegado demasiado, pero la técnica del relato me ha parecido muy buena. Te felicito (esta vez más desde un punto de vista estético y formal).

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  3. Me ha encantado el hecho de camuflar algo brutal -el atropello- con algo anecdótico -comprar en la tienda un artículo de música, con lo que empiezas y terminas, sin dar explicación de una cosa a otra. Por otro lado me gusta como reivindicas tu ciudad.
    Un saludo. Paco.

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